18 de noviembre, 11:37 a.m.
Querida madre, cuando sea que encuentres está carta yo voy a estar feliz, no espero que de pronto lo puedas entender, realmente ni yo logro entender, pero creo que ya sabrás porqué. Desde aquella tarde de agosto que conocí a Lucy mi vida a dado mil vueltas (no de un sentido literal, pero ojalá que así fuera) ella con sus vestidos floreados de vuelo libre, yo desde una esquina del aula con el libro que el Dr. Méndez me aconsejo. Era otro día como cualquier otro, yo deseando llegar nuevamente a casa mientras todos me observaban con desprecio. De pronto la vi por la ventana, iba caminando por el campus con unos cascos celestes que combinaban con el color de su vestido. Caminaba sola. Meneando la cabeza al ritmo de la música que estuviera escuchando. Note que la gente alrededor de ella pasaba despreocupada, como si no estuvieran conscientes de que ella ahí estaba; sin embargo, a ella no le importaba, a diferencia de mí que siempre me cuestiono acerca de ese desprecio. Pase toda la clase de inglés pensando en ella, aunque no la conociera o incluso no supiera su nombre, ella se metió en mi cabeza para no poder sacarla.
De tanto pensar en ella me cansé, bien sabes querida madre que cuando yo tomo alguna decisión no hay nada ni nadie que me frené, entonces gracias a ese impulso tomé la decisión de hablarle después de almuerzo, y no te mentiré madre, ese día se me olvido tomarme la pastilla después del almuerzo, estaba tan emocionado por hablarle que salí corriendo después de comer. Ella estaba sentada bajo las escaleras del gimnasio comiendo un sándwich de jamón y queso, con mucho queso. Vieras que vergüenza mamá, me quedé como 3 minutos observándola mientras ella disfrutaba de cada bocado que le daba a su pequeño manjar, hasta que notó mi presencia y me habló molesta que la dejara de ver. En estas situaciones de la vida uno implementa todos los conocimientos que se aprenden gracias a tus novelas y le dije:
-Es que eres tan bella como para verte sólo una vez. – Sin embargo, esas frases sólo salen bien en tus novelas, en la vida real la dama decide agarrar sus cosas, voltear los ojos y marcharse, pero como tú siempre me has enseñado sola, fui persistente y la perseguí hasta que me logró dar un momento para yo disculparme y pedirle que me diera otra oportunidad para poder hacer las cosas bien y ella, todavía con duda en sus ojos, asiente. Después de una presentación corta decido en invitarla a salir, no algo tan formal, solo un almuerzo compartido al día siguiente, ella acepta tan dulcemente como la miel de sus ojos.
Al día siguiente las clases se me hicieron eternas, anhelaba con ansias que se llegara la hora del almuerzo, tanto que incluso esa noche soñé con ella, no quería que ese sueño acabara, incluso no sé si recuerdas que ese día me agarró tan tarde que no alcance a desayunar, casi no me pude despedir tampoco. Los segundos se pasaban tan lentos, que era un logro cuando pasaba un minuto y era un logro aún mayor cuando esos minutos se volvían horas, así hasta que por fin llegó la hora de compartir aquel almuerzo con Lucy. Ella llevaba un suéter grande de lana, perfecto para la temporada de invierno que estaba por comenzar. Yo tenía puesta aquella playera que la nana me regalo para mi cumpleaños.
A esa hora del día, hacía un excelente clima como para comer un par de sándwiches en el campus bajo el árbol de limones. Ella estaba distraída, casi no me dirigía la palabra o me veía a los ojos, yo intentaba plantearle conversación, pero cuando la otra persona está indispuesta se vuelve algo imposible. A este punto, querida madre, ya me estaba resignando, por más ilusionado que estuviera de poder conocer a alguien nuevo, mi paciencia tiene un límite. Terminando el sándwich me estaba levantando para marcharme, aunque faltaran más de veinte minutos para la clase de historia, se me olvido cerrar el zíper de la mochila y se me cayó el libro que el Dr. Ella tomó delicadamente el libro y leyó el título, que a esta altura no logro recordar como consecuencia de las pastillas, me incliné un poco para poder ver sus ojos miel, aunque le tapaba un poco el pelo su cara, logré ver aquel brillo que volvía el color de sus ojos todavía más claros. Decidí preguntarle acerca de sus gustos por los libros, ella me comento que desde que estaba en primaria le fascinaba la lectura, desde ese momento le cambió por completo el semblante, se notaba los hombros más relajados, el color miel de sus ojos se veía más encendido y hablaba más, incluso más que yo, aunque para hablar más que yo no hace falta tanto. Me hablaba sobre sus gustos, que le fascinaba la música en especial la clásica, justo recordé aquella clase de interpretación musical donde hablábamos de la música de esa época, entonces conversamos, conversamos de distintas cosas tan absurdas, como mascotas, comidas, viajes y otras cosas, pero aquí es donde comienza esta historia que te tiene a ti temblando, madre. Me contó que su sueño era irse del pueblo, del país. Viajar por cada rincón del mundo que el mismo se sienta incomodo de saber que existe alguien que lo conozca tan bien, igual que mi sueño desde pequeño.
Para que contarte de mi niñez si fuiste tu quien la manejó, siempre con medicamentos extraños por precaución, había que estar tan precavidos, siempre lo estuvimos. Sabías lo que era mejor para mí como cuando prohibiste mi amistad con Maikol y nunca más lo volví a ver, pero esos son resentimientos del pasado que hoy en día no puedo reclamarte. Quiero hablarte más sobre mis sueños de pequeño, espero que recuerdes la mayoría o al menos el que influye más en esta historia. Viajar por el mundo solo. Me decías que era un sueño casi imposible, que no podía irme solo porque nunca estuve de acuerdo con los medicamentos, ya sabrás porqué. En este caso, mamá, no me iría solo, estoy acompañado por Lucy. No me puedes odiar por haberle contado a ella tu opinión acerca de mi sueño, tampoco la odies a ella por haber dicho que estabas desactualizada con lo que realmente hoy importaba.
Después de 3 semanas de vernos constantemente, empezamos a ser más íntimos, en las noches hacíamos llamadas y pasábamos los almuerzos hablando de cualquier cosa, como de sentimientos, en especial. Respecto a mi medicamento, intenté hacerle caso diariamente, pero se me olvidaba en más de una ocasión o mi celular con la alarma se descargaba y no estaba consiente. Una de las pocas veces que logré acordarme de tomarme la pastilla noté que Lucy se puso algo incomoda, incluso más que incomoda molesta, me pregunto acerca del porqué de las pastillas, honestamente me atravesó la vergüenza de decirle después de tantos rechazos que me ha dado el mundo entero, por lo que me dispuse solo a decirle que no me encontraba bien, ella intentó indagar más y yo se madre que ha este punto estarás pensando “Si ya estaban por ser pareja, ¿por qué le ocultas cosas?” Y yo te contestaré con una palabra: miedo, porque descubrí que cuando se quiere tanto a alguien, haces lo que sea para que esa persona no se fuera, aunque llegues al punto de mentir. Lucy al darse cuenta de que yo no tenía ninguna intención de darle mucha información, me empezó a dar ánimos, a decirme que yo me veía y se notaba que me encontraba bien. Aunque yo sé que la mentira que le dije es eso, no pude evitar creerle y analizar durante el resto de las clases que yo me encuentro bien, no he vuelto a tener ataques y todo lo general ha estado bien, por lo que tomé la decisión de olvidarme da la enfermedad, de vivir como los demás sin volver a ser juzgado. Te quiero ofrecer una disculpa, sé que debía contarte que quería vivir de verdad, pero estaba al 110% seguro que no me ibas a dejar. Por lo que te oculte, atrasé las alarmas para que durante los últimos meses pudiera tener la excusa de que era tarde, en la hora de almuerzo evitaba tus llamadas y te ponía un mensaje de texto con un “sí” ante aquella insistente pregunta, y así durante estos 3 meses, se volvió muy fácil para mí, tu no estabas en casa muy seguido por el trabajo.
El mes pasado, entre otra de las largas charlas con mi dulce Lucy, volvimos a la conversación donde empezó todo, aquella en la que expresamos nuestros altos anhelos por recorrer el mundo, recuerdo vagamente que era un 9 de octubre cuando a Lucy le entró la idea de escaparnos, cuando me mencionó la idea mientras viajábamos por los pasillos mientras todos nos veían con extrañeza, (de pronto eso me hizo sentir un poco más importante) me pareció una idea estúpida, aunque lo único que me sostenía eras tú, no podría dejarte sola; sin embargo ella no tenía nada que la sostuviera, aunque no me contara tanto sabía que su relación con su familia era algo compleja, por lo que no tenía como tal un motivo por el cual quedarse. Ella me intentó convencer de mil formas hasta que lo consiguió, tiene razón cuando dice que yo estoy para ti, pero tú no para mí. Pasamos toda una semana organizando como iba a ser el viaje, a donde íbamos a ir, en qué nos íbamos y la fecha, que está propuesta para hoy, ya casi, de hecho.
Durante las dos primeras semanas ambos estábamos muy felices, ya teníamos el lugar donde nos íbamos a quedar la primera noche para continuar al día siguiente con el viaje. Era 16 de octubre, ya era hora de salida y le había dicho a Lucy que fuéramos a comer un helado, mientras caminábamos juntos de la mano lo volví a escuchar, esa voz infantil de mi amigo, ver para los lados, no lo veo, ¿por qué no lo veo? Me pica la mano, esta sudada, ¡que asco!… Vuelvo ahora y en ese momento también volví, después de escuchar la voz preocupada y arrastrada de Lucy viendo que la persona que nos atiende me ve de forma grosera, como si tuviera asco de que yo estuviera ahí parado queriendo decirle que quería el helado sabor a chocolate con chispas, como le gustaba a mi amigo… ¿Qué quería Lucy? No quería helado, no quería batido, no quería nada. Se despidió de mi al salir de la tienda y se fue, marchó apresurada, lo cual era muy normal en ella, irse así sin mil expresiones, ya yo estaba acostumbrado. Aunque debo admitir que me pareció extraño que hubiera hecho exactamente lo que dijo esa voz de niño, marcharse.
Ese día volví a casa con la mano pegajosa, el color café aparchonado en mi mano me ofuscaba, agitaba mi mano como si eso consiguiera que saliera de mi mano como una tela café pegajosa gracias al helado que pagué para que se derritiera en mi mano sin saber que luego me iba a estresar. De sorpresa, tan poco que me gustan, te encontré a ti en la casa, el tarro de las medicinas estaba sobre la isla de mármol en medio de la cocina, ya sabía lo que venía. Recordé el sentimiento de la muchacha de la tienda ante como te expresabas, me dolió mi necia madre, ver como muy en el fondo tu eres igual a ese mundo despreciable que Lucy y yo tanto odiamos. Luego siguió la manipulación, lagrimas que salen como una fuga en la manguera del jardín, donde salen preciosas flores y los perros juegan y se cagan a la vez. Sinceramente, más por lástima que por otra cosa decidí hacerte caso una última vez antes de marcharme, y ahí al frente tuyo me tomé una de esas horribles pastillas con aspecto a cucaracha fina. Maldigo el viaje por mi garganta, raspando cada pared hasta llegar a mi estómago. Pasaron unos cuantos días, por cuestiones que aún no me explico, deje de ver tan a seguido a Lucy, yo entendía que pasaba por muchos problemas, pero antes no era así, era más atenta. En una tarde que la logré ver más, le pregunté si nuestro viaje aún estaba en pie y me confirmo que sí. Después de esos días la empecé a ver mucho menos, pero cada que la veía me confirmaba que hoy a las 2 de la tarde nos íbamos.
No espero que puedas entender las razones del porqué me fui, tampoco quiero que lo hagas, querida madre, solo desde el fondo de mi corazón tenía la necesidad de contarte qué fue lo que ocurrió, ya que por otro lado tu no conocías a Lucy, no hubieras podido ni sospechar el motivo por el que me fui. Sé que tienes más de una razón para odiarnos a ella y a mí, pero no quería marcharme al menos hasta dejar de sentir que te debía una explicación. Sin más cosas que decir, me despido de ti, amada madre, te quiero y te adoro, espero verte o no verte.
Atte.: tu querido hijo…
Pd: sí me tome la pastilla de cucaracha.
3:57 p.m.
Mamá, no sé qué hacer, se supone que Lucy llegaría a la casa y nos iríamos dentro de 3 minutos en el bus urbano para la terminal. No llegó ni ha llegado. Me gana la preocupación de que, si fuera que le hubiera pasado algo, salí y aunque no hablara con las personas de la institución, les pregunté si no la habían visto, “en la vida la he visto”, “no sé de quien hablas”, “tu siempre has estado solo” … Donde carajos está mamá, ella me prometió que llegaría, aunque hubiese problemas, ella llegaría. No llego. Voy a preguntar al colegio para ver si me pueden brindar alguna información o dirección donde la pueda encontrar. Ya vuelvo, madre.
4:43 p.m.
¡Carajos! Madre lo hice otra vez, no puedo creerlo, lo creí otra vez. ¿Por qué tengo que ser tan idiota para caer de nuevo en las redes de mi mente? Lo hice de niño, era la de la década, estoy cansado madre, no aguanto su jodida voz que me perturba, no sé si murió, no sé siquiera si existe. Mamá no sé qué más puedo hacer, estoy muy cansado. Yo estaba considerando este viaje con mi inexistente Lucy para poder conocerme, saber quién soy, pero cuando llegué a la institución y pregunté acerca de ella sentí un vacío en mi estómago y en mi corazón cuando me dijeron que la última Lucy que existió en el colegio fue hace más de 5 años. Ahí me di cuenta de que lo había vuelto a hacer. No tengo más solución, no me sirven las pastillas, no soy coherente, pase de estar tan contento respecto a un viaje que jamás iba a ocurrir a estar por último… Lo siento mamá, perdóname por haberte tratado mal todo este tiempo, al fin y al cabo, ninguno de los dos te quería y lo que hacían era ponerme a tu contra. En el fondo de mi corazón solo espero que me puedas perdonar, que entiendas que lo que hice con mis últimos aires no era yo, era ese impulso de querer ahogar todos aquellos sentimientos que me perturban tanto, con aquel objeto que guarde a los 14 años mientras pensaba en la lejanía que tenía con mi gran amigo. Lo siento.
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