Trabajar en una oficina de abogados de las más prestigiosas de la ciudad de los rascacielos, aunque nunca fue mi sueño, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.

Me encontraba trabajando en una feria que promocionaba mi país en esa urbe junto a un abogado de la oficina Zorro y Asociados, con el cual empecé una buena amistad, que lo motivo a recomendarme en la misma.

Como en todos los inicios fue difícil, sobre todo por ser una analfabeta en el área, y que solo por tener una personalidad extrovertida me había presentado a la entrevista logrando conseguir el puesto, gracias a una mentirilla sobre mi experiencia en el área Para Legal en mi país. Sin embargo, con la ayuda de varios libros que tome de la biblioteca del bufete, logre adaptarme rápidamente.

Vivía yo en las afueras de la ciudad de Manhattan en una zona conocida por muchos, por el barrio de las paquitos o comics de Archi y Verónica, Riverdale. Por lo que la ruta diaria para mi oficina en el One Broadway, sería tomar el Tren 1 desde Van Cotland Park o 254 en el Bronx, hasta la última estación de este tren en la isla, South Ferry, la que una vez fuera de ella, nos muestra a la distancia la majestuosidad de la Estatua de la libertad. Tomaba mi recorrido aproximadamente una hora, tiempo que utilizaba para leer algún libro o el periódico.

Estación de tren 242 Broadway, Van Cotland Park

Ruta diaria

Ultima estación en Manhattan del Tren 1

Eran mis jefes directos un grupo de tres abogados de diferentes nacionalidades.Uno de ellos era hijo de un famoso Senador de una Ciudad Latinoamericana y trabajaba mayormente con cuentas bancarias en bancos offshore en las islas Caimanes, tenía el una mal formación congénita en una pierna que le hacía utilizar una silla de ruedas, condición que lo mantenía muchas veces en un estado de cólera, desbordando rabia por toda la oficina. El segundo un joven bien parecido, Argentino, graduado en la Universidad de Columbia, que aunque siendo de pocas palabras ha sido el que se ha mantenido en contacto a través del tiempo, el tercero un señor mayor de apellido extraño del Paraguay, con el que inmediatamente hice empatía.

Había en el bufete un joven mensajero cubano de gran corazón y con una buena disposición para hacer los trabajos que se le asignaban, siempre con una sonrisa, eficiencia y sobre todo rapidez que hacían de Raudo merecedor de su nombre. Era de los primeros en llegar cada mañana, al entrar a mi pequeña oficina, el siempre raudo, bandeja en mano estiraba su brazo para ofrecerme lo que para el significaba – un buen té, lo mejor para enfrentar una nueva jornada – .

Una mañana había yo salido un poco tarde de la casa, eran ya pasadas las 9 cuando tome el 2do vagón del tren 1 que me dejaba justo en la puerta de salida en la estación que era mi destino, cuando inesperadamente se apagaron las luces y el tren quedo inmóvil dentro de los túneles mucho antes de llegar a la estación, aunque esto pasaba con frecuencia, cuando ya habían pasado unos 15 minutos empezamos a preocuparnos, finalmente se escuchó la voz del conductor que interrumpiendo el bullicio anunciaba que había sucedido algo inesperado, y que el tren se movería hacia la estación más cercana y que una vez allí deberíamos salir a la calle ya que quedaba suspendido el servicio de subterráneos en la isla de Manhattan. Ya en la estación corrí hacia la calle, y grande fue mi sorpresa al ver que la ciudad estaba cubierta de una inmensa nube de polvo, la gente huía despavorida, unos gritaban, otros llorábamos, se hablaba de un avión, luego de dos, de que habían tirado una bomba, pero nadie imaginaba la magnitud de lo sucedido, pues éramos en ese momento protagonistas de ¨EL DIA EN QUE TODO CAMBIO.

Tarde unas 10 horas para llegar a mi casa, confundida entre una multitud gigantesca que avanzaba con pasos apresurados por Broadway para tratar de llegar lo antes posible a nuestros hogares, en mi caso a unos 200 bloques al norte. Entre paradas por momentos a tomar agua y preguntar que habían escuchado los que ya habían llegado a sus casas, conseguir entre algunas calles un aventón de algún carro que se prestaba a ayudar, llegue antes del anochecer. Una vez en casa tome mi bebe en brazos y abrace empapada en llantos mi esposo, se encontraban en el apartamento acompañádo un grupo de médicos que vivían en nuestro mismo edificio en espera de noticias, ya que era sabido por todos que mi ruta diaria al trabajo cruzaba la estación World Trade Center donde se encontraban las Torres Gemelas, lugar donde unas horas antes se originara lo que fue una secuencia de actos terroristas, de los mejor planificados en nuestros tiempos.

Días más tardes, cuando todavía la calma no era posible en la ciudad de New York, nos alistamos para ir a nuestros lugares de trabajo. Al entrar esa mañana en la oficina me encontré con todos mis compañeros en el área de espera muy abatidos, ya que se había corrido la noticia de que nuestro compañero Raudo no había regresado a su hogar desde ese nefasto día.

Pasaron unas semanas, y la oficina empezó a funcionar con relativa calma, dentro de lo que se había convertido en una espera desesperante. El 28 de septiembre, alrededor del mediodía llego al bufete una comunicación en el que se nos informaba lo que ya era sospechado por todos, nuestro amigo, había sido declarado desaparecido en los atentados del 9/11.¡¡¡Desaparecido¡¡¡, palabra que todavía retumba en nuestros oídos, y que dejo por muchos años cabida para la esperanza, de algún día volver a verlo entrar en los pasillos donde ¨Raudo¨, siempre se movía para saludar y darnos el preciado Té que nos ayudaría a enfrentar un nuevo día.

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