Durante más de cuarenta años aquellas paredes fueron mi casa. En tantos días prestando mis servicios pude conocer todas sus luces y sus sombras. Cada entresijo del edificio me era familiar, ningún rincón escapó a mi atención. Aquellas eran mis estancias, mis pasillos y escaleras. Eran míos los ruidos y los silencios de cada planta, como era mía toda su oscuridad.
Ahora constato que era aquella una falsa seguridad, hace algunas semanas que todo ha cambiado. Empecé a percibir una presencia, unos pasos que me eran ajenos. Extrañado, he ido acudiendo a cada llamada, sin lograr averiguar nada de ellos. Nunca aprecié en compañero alguno tanta abnegación. La posibilidad crea en mí una enorme desazón, temo por la pérdida de mis espacios ausentes y de mis ecos sin ruido.
No llego a comprender y el temor se apodera poco a poco de mí.
Soy celoso de mi causa, como soy guardián de mi secreto, esa es mi naturaleza. El miedo era propio de otra época, es la condición de ser espíritu.
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