1

En aquel oscuro bosque, donde las luces del horizonte no iluminan después de las cinco de la tarde, Lily Kavanagh ahogó un grito de auxilio al ver como el lobo se escapaba entre la maleza. En el borde del riachuelo, su amigo el conejo burlón la miró preocupado.

—¡Ya se ha ido! —exclamó viendo a la joven lavar su brazo en el agua—. Es una fea herida, ¡horrenda!

Lily miró a su amigo con pesar y una pequeña lágrima aflojó en sus ojos al tiempo que la luz de la antorcha se desvanecía con los segundos. Mala idea tuvo en perseguir al adorable conejo burlón esa tarde, ahora con la marca del lobo en el brazo, sus días estaban contados.

Volvió a su hogar regocijándose por aquella modesta cabaña llena de luces alrededor que esperaban su llegada. El conejo burlón iba sobre su hombro dando consejos para mitigar la herida, pero todo era imposible, su padre se lo dijo en una historia que le contó de niña:

“Hace mucho tiempo, los hombres y mujeres abusaron de los regalos que este mundo les concedía. Buscaron riquezas y acabaron hasta con la criatura más pacífica del mundo. Pero la naturaleza perdura y responde con la misma moneda, cada animal caído en desgracia dejó una marca en la oscuridad. Los ojos hilvanados en rojo son acompañados de un pelaje oscuro que denotan un comportamiento errático en sus acciones el cual solo un tonto pensaría que se podrían domesticar. Aquellos a los que dejan una marca con sus dientes, al claro del camino deberán temer puesto que perderán la cordura, y del animal que los marcó compartirán su hermandad de por vida junto a la naturaleza. Débiles son los que dejaron las horas pasar hasta que su alma desapareció dejando a un animal falto de conciencia en la existencia, y valientes fueron los que intentaron llegar al borde del gran camino. Donde abunda la esperanza, Rekinoa, le daría la solución al vil castigo que solo El Hombre Mayor sabe si lo merecían o no.”

¿Yo lo merezco papá? Se preguntó avanzando hacia la puerta. La casa aún tenía velas que resistían al tiempo cuando se dejó caer sobre su cama. Añoró tener a su padre al lado para afrontar el hecho de que pronto su vida terminaría. El conejo burlón, llamado Boris por ella, era una preciada compañía, pero necesitaba de alguien mayor con quien mitigar el miedo de morir. Su padre la estaría esperando del otro lado, pero al tener quince primaveras en su haber, no se sentía lista para seguirlo. Alcanzar el Rekinoa tampoco era decisión fácil, más allá del bosque al borde del gran camino, se alzaban tierras desconocidas que pocos llegaron a conocer. ¿Arriesgaría su vida en buscar la solución contada en una historia para aterrar a los niños? Las pequeñas venas marcadas en negro de su brazo, como raíces en constante expansión le dieron la respuesta. Sin embargo, se iría en la mañana, ahora quería descansar.

2

Al alba un mareo le sobrevino y sintió asco apenas abrió los ojos. Corrió hasta el baño vomitando su almuerzo de ayer y se miró al espejo. Sus ojos verdes brillantes en la penumbra le dijeron que aún estaba allí, pero la herida le recordó que el tiempo apremiaba y necesitaba darse prisa. Boris despertó y estuvo a su lado mientras Lily arreglaba su mochila. El conejo burlón no tenía nada que hacer ese día y tal vez una búsqueda le traería la diversión que tanto quería. Subió al hombro de Lily sosteniéndose de su cabello rizado y ambos partieron por el mismo camino al interior del bosque.

Cuando hubieron pasado el riachuelo, cercano al borde del “Gran Camino”, Boris habló.

—Un poco más allá y estaremos más lejos de lo que has llegado jamás —aseguró moviendo su nariz con desagrado—. Debiste bañarte dos veces, ¡hueles a perro!

—No tengo tiempo para eso Boris, solo mira —contestó Lily extendiendo el brazo. Las venas llegaron hasta su hombro y alrededor de las marcas del lobo la piel se tornaba oscura—. Si tengo suerte podremos volver a reír juntos.

Dicho eso, retomaron sus pasos a zancadas evadiendo los árboles y las ramas caídas que se volvían más frecuentes hasta llegar al borde. Una muralla hecha de troncos se extendía ante ambos impidiendo el paso o como pensó Lily, protegiendo al mundo de la maldad del exterior. Boris la hizo dudar, pero ya estaba predispuesta a hacer lo necesario. Con cuidado, subió encaramándose a la cima donde pudo ver hasta su hogar a distancia. Giró su vista al otro lado. El camino empinado no permitía ver con toda claridad. Lily descendió y siguió caminando, encontrando varios árboles con la madera pudriéndose a medida que seguía su viaje. La última hoja colgaba de un árbol en un terreno casi plano esforzándose por permanecer apegada, significando el inicio de una ciénega borrada de toda belleza que pudiera buscar por el agua estancada. Las extensiones de las ramas muchas veces las confundió con brazos intentando sujetarla y Boris parecía más asustado a medida que el sol los abandonaba para dar paso a la noche.

—Acamparemos aquí amiguito —decidió Lily bajando su mochila. La tierra estaba seca al menos y las ramas caídas darían una buena fogata que Boris ayudó a encender más tarde.

3

En la madrugada, el conejo burlón despertó con el resonar de aullidos procedente del camino que habían dejado atrás. Miró la fogata ya casi extinta y la bolsa de dormir de Lily vacía. No quería perderla, se quedaría solo, y si tenía esa sensación ahora sabiendo que andaba por allí, no quería saber que se sentiría si en verdad se iba para siempre. Las pisadas de la joven eran fáciles de seguir, se habría levantado para ir al baño como pensaba, pero las grietas dejadas en la tierra húmeda eran cuadrúpedas. El sonido de algo rompiéndose cerca de él aceleraron su corazón. Detrás de un arbusto, entre dos árboles caídos, unos ojos destellando en rojo lo observaban con malicia. El olor era familiar, y cuando Lily salió abalanzándose hacia él, gritó el nombre de su amiga y aquel rostro monstruoso se borró en segundos. Lily se tumbó en el agua y comenzó a llorar.

—Lo siento. —Se disculpó mostrando su cara a la luz de la luna. Las orejas ya parecían hundirse en su cabello y su nariz se volvía prominente. La mirada lupina que Boris percibió ocasionó que el miedo se disipara con lentitud—. Lo siento.

4

Lily enroscó su capa formando una capucha antes de recoger el campamento y continuar hacia el Rekinoa. Boris subió a su hombro y avanzaron dejando atrás la experiencia que ambos decidieron olvidar. El suelo se empezó a volver pedregoso y las ventiscas empezaron a ser molestas. Lily al ver su mano—la cual estaba casi peluda con los dedos moldeándose de nuevo—comprendió que se trataba de granitos de arena, finas en comparación a las que una vez su padre trajo para enseñarle. Entrada la tarde, sus pies ya no tenían que esquivar las piedras, en cambio, debía tener cuidado de no quedar enterrada. Ya no había árboles, siquiera un verde que resistiera el sol en lo alto del cielo. El paisaje parecía distorsionarse y los kilómetros de desierto que se extendían al horizonte no podían contarse sumados sus dedos y las patas de Boris como pensaba. No le preocupaba tener que perderse entre el calor abrasador, sino que intuía que no estarían solos cuando se internaran. Varias paredes de cemento y otras de metal estaban enterradas en la arena, algunas ocupando más distancia que el árbol más grande que había visto. Su padre una vez le había contado la historia de arquitecturas gigantes que se extendían por todo el mundo. Aún con la sorpresa y la estupefacción que experimentó, sintió una leve tristeza al entender que jamás podría ver el lugar en su esplendor. Un paso después del otro, y ya habían recorrido lo suficiente como para que el crepúsculo hiciera acto de presencia.

5

—Nos están siguiendo —dijo Lily mirando a su espalda. Lo había escuchado dos horas después de entrar al desierto, pero ahora se escuchaba mejor, eran pasos.

—¡Que buen oído! —comentó Boris—. Hace poco también los oí, mis orejas se están oxidando.

El comentario era gracioso en cierta forma. Varios “animales” ocupaban los territorios que pisaban, se iluminaban con los rayos del sol y no parecían tener pelaje o piel. Parecían heridos, algunos arrastraban la cabeza en el suelo mientras lanzaban vociferaciones que no pudo entender en su totalidad:

“Error 405…Avisar a la administra…Error 405…Favor de avisar a…”

El don que poseía le permitía entender al conejo burlón, sin embargo, creía que cualquiera podía entender a esas extrañas criaturas que decidió evitar por el resto del camino. De todas formas, no le tomaban atención incluso cuando al subir una duna, uno de ellos pasó por su lado. Pero tenía otros problemas y un extraño objeto se dibujó en el cielo hasta casi caer sobre su rostro. Fue una suerte el poder moverse tan rápido, Boris no lo hubiera avistado.

Se volteó, y la figura de un hombre se irguió sobre el manto de las estrellas que ahogaron la última luz que tenían para guiarse.

—¡Sabía que encontraría a uno de esos condenados aquí! —exclamó el hombre sonriendo—. El pelo que encontré en la ciénega me reveló que no se trataba de un animal cualquiera…

Lily retrocedió tropezando con el objeto que pasó zumbando hace poco. Era una espada clavada en la arena, y hubiera faltado un centímetro para ser decapitada. No podría darle explicaciones a aquel hombre de mediana edad, vestía como los soldados de las historias en los tiempos antiguos y las cicatrices de su rostro lo endurecían y daban fe de que no tendría piedad por ella. Y así, mirando a Boris con temor, ambos corrieron tratando de escapar del Cazador.

6

“Creo que no lo hacía con malicia, pero encontraba en el sufrimiento de otros algo de diversión”. Lily Kavanagh acerca del Viajero.

Con el viento agitando las arenas y sepultando a aquellas criaturas que se quedaban quietas, Lily sintió que corría más rápido que de costumbre. Pudo ser la adrenalina mezclada con el terror de ser alcanzada por esos “granitos de metal” que expulsaba un tubo largo que empuñaba el Cazador con ambas manos. No, no debía engañarse. Corría a un lado del conejo burlón con la cabeza saltando, rebasó más de 200 metros antes de entender que lo hacía a cuatro patas igual que su amigo, quien viendo en lapsos que la superaba en velocidad, decidió saltar a su espalda. Lily huyó entre las construcciones destruidas y todavía escuchaba las amenazas del Cazador a la distancia. Resbaló por una duna y entró en una de las edificaciones. Asomó sobre una en específico que a la entrada decía “Zapatería”. Boris aún asustado esperó que al menos hubiera comida, pero nada más lejos de la verdad. Había botas, de distintas formas y tamaños, y para lamento del conejo burlón, Lily le indicó que no eran comestibles. Habían escapado del Cazador, así lo creían ambos al no escuchar más su voz. En el centro de las extrañas estanterías, algo empezó a moverse y Lily retrocedió empujando una de estas.

—Amigos míos. —Se escuchó en el centro de la cueva—. ¿De casualidad no traen un fósforo?

La imagen dejó ver a otro hombre, vestido de una forma que Lily jamás había visto. Negó la pregunta y el viajero suspiró mirando al techo.

—No importa, hay más formas de encender una fogata —comentó y acto seguido, agarró una de las botas extrañas para después lanzarla a sus pies, donde una pequeña chispa encendió un fuego al instante—. Acompáñenme en esta noche tan fría, quizá puedan divertirme un rato.

Tanto Lily como Boris se apretaron el uno contra el otro y lo siguieron hasta sentarse a un lado de la fogata. Lily vio en aquellos ojos algo peor que el lobo que la dejó en esa situación, pero no estaba dispuesta a escapar como lo hizo con el Cazador. Oh no, sabía que este hombre la encontraría.

La comida que les extendió a ambos los dejó satisfechos. Lily no entendía por qué el hombre no se asustaba con su presencia, su rostro ya reflejaba un animal y poco le faltaba para unírseles en sus costumbres. Las canas del viajero eran visibles al fuego, cayéndole hasta los hombros y mostrando esa extraña sonrisa que los perturbaba.

—Me decepcionaste niña —dijo el hombre. Agarró otra bota y la lanzó al fuego, avivándolo y cambiando su tonalidad a un naranja más intenso—. Pensé que podría comer lobo esta noche, ¿haría la diferencia si mueres aquí y ahora?

Lily dio un respingo y abrazó con fuerza a Boris. El viajero paseó su mirada y lanzó una carcajada sin importarle atraer al Cazador, si es que lo conocía claro está.

—¡Vamos! No tienen que ponerse así, les enseñaré un truco. —Dejó su mano en la espalda y tras mostrarla a ambos, un objeto circular pendía de ella. Lily tenía uno en casa, su padre había dicho que le perteneció a su madre. Pero aquel reloj de bolsillo era más resplandeciente y hermoso, casi hipnotizante—. Vean al Tic-Tac, y sigan al tic-tac.

La voz del hombre se oía distante. Los ojos de Lily se fueron cerrando apenas el reloj se abría para mostrar sus manecillas. Cuando ya estaba abierto, Lily y el conejo burlón yacían dormidos en la “Zapatería”.

7

Una bota cayó sobre el rostro de Lily causando que saltara y se irguiera de inmediato al recordar la noche anterior. Ni rastro del hombre, la fogata estaba apagada, pero donde se había sentado, una nota permanecía bajo una piedra: “Ya no te queda tiempo niña, y ojalá que así sea. Espero verte en otro lado, A.J.” Lily arrugó el papel y lo lanzó lejos a la vez que volvía su vista a la entrada del lugar. Afuera ya no estaban las dunas inmensas y las criaturas extrañas habitando el desierto. Ni arena. Tampoco el Cazador. Eran las mismas estructuras, aunque no sepultadas como antes, sino más bien, llenas de maleza y vegetación que se extendía en el paisaje limitado por una cadena de colinas alrededor. Olvidó el objeto de aquel viajero y Boris también. Ese paisaje si era deslumbrante, hermoso como imagina un niño al jugar y perderse en su imaginación. Ambos tenían jaqueca, y el tiempo pareció fragmentarse como un espejo roto. Quizá avanzaron más en su viaje durante la noche.

Dejaron la “Zapatería” y se movieron por la zona, el suelo parecía un muro liso. Nunca había visto un camino como ese, era parejo y sólido en contraste con los de tierra que usaban las carretas. Fue difícil agarrar su mochila antes de salir, sus manos ya habían perdido los pulgares y la herida pulsaba más y más, aunque eso no tenía su atención. Ahora podía ver varias cuevas como la “Zapatería”, pero con diferentes nombres en mal estado: Uiton, Tricot, Savory, y un letrero que parecía intacto; Dunkin’Donuts. Lily sintió hambre, y por un instante fugaz, creyó que su amigo se veía delicioso. Desechó tal pensamiento oscuro cuando distintos olores llegaron a su nariz. Escuchaba voces procedentes de las construcciones. Por el rabillo del ojo divisó un movimiento en una ventana de los pisos superiores. Los vigilaban, y Boris hizo que mirara a su derecha.

Al fondo del camino había un claro, o más bien, una plaza. En ella había personas que se mostraban sin miedo a ser encontrados. Los harapos que los cubrían estaban manchados por los años y las barbas de los hombres eran largas, a un anciano le llegaba casi a la cintura. Formaban una circunferencia estando de rodillas frente a una plataforma del mismo material metálico que las criaturas del desierto. Sobre esta, una esfera se suspendía en el aire mientras lanzaba chispas que chocaban contra las rejas que cubrían la plataforma. Lily caminó hacia ella, pasando en medio del camino marcado observando a los presentes.

—Rekinoa, ¡Salve Rekinoa! —exclamaron mientras Lily divisaba un letrero en mal estado pegado a una de las rejas:

“Rekiona – Adventecia, Se recmienda no ingesar on as d…”

A un paso de subir al centro, Boris se bajó e intentó sacar a Lily del trance. El golpe que recibió la dejó aturdida mientras el Cazador la sostenía por los hombros.

—¡Al fin te encontré! ¡No era un sueño esa vez en aquel desierto! ¡Realmente te encontré! —agradeció mirando al cielo. Se veía más viejo que antes, notando que había perdido casi todos los dientes y su ropa estaba malgastada.

El cuchillo que desenvainó viajó en dirección al cuello de Lily. El conejo burlón saltó en medio del ataque, cayendo al suelo y brotando sangre más arriba de su pata. Lily apretó los dientes al ver a su amigo y mordió el cuello del Cazador cayendo ambos dentro de Rekinoa. Un rayo salió disparado de la esfera, impactándoles y acallando el grito de dolor del hombre. La oscuridad se cernió en aquel lugar y los lugareños se postraron fieles a presenciar el acto. Lily despertó más tarde con la luna sobre el cielo. Su piel era lisa de nuevo y no tenía garras. Boris estaba a su lado y más lejos, una criatura extraña que pudo intuir de quien se trataba. Lily sostuvo a su amigo en brazos mientras le sonreía y caminó alejándose de la plaza. Quería volver a su hogar después de haber viajado tanto. Lo había encontrado, y había experimentado el milagro de Rekinoa.

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