Hoy me desperté sumida en una neblina de tristeza, como si las sombras de anoche se hubieran instalado en lo más profundo de mí y se negaran a ir. Hace tiempo la mirada al espejo me devuelve la imagen de una mujer que se siente desvanecer, cuyos rasgos cansados reflejan la carga de un peso que parece demasiado grande para sostener.

   La frustración y el enojo se encienden de vez en cuando en mi pecho, formando nudos que me estrujan el corazón con una fuerza casi insoportable. ¿Cómo llegamos a este punto, dónde se perdió la chispa que alguna vez iluminó nuestro camino juntos? Me pregunto si soy solo una especie de “adorno” en su vida, relegada a un segundo plano mientras su familia ocupa el centro de su mundo.

   Las paredes de esta casa parecen cerrarse sobre mí, limitando los deseos que alguna vez tuvieron un gran lugar en mi cabeza, deseosos de ser cumplidos. Me pregunto si alguna vez tendré el coraje de romper estas cadenas que me atan a una vida que, a veces, no reconozco como propia.

   Mis pensamientos vagan entre los recuerdos de lo que pudo haber sido y las posibilidades que aún se despliegan ante mí. ¿Debo aferrarme a la esperanza de un futuro distinto, o resignarme a la monotonía de lo conocido; a que mi vida sea acaparada por personas que son importantes en la suya en vez de esforzarme por explicar que una familia puede ser de a dos (y un perro)? La decisión pesa sobre mis hombros como una losa, y no sé si tengo la fuerza para levantarla. Ya no. Estoy resignada.

   Un paso adelante, tres para atrás.

   Avance y retroceso.

   Empiezo a perder las esperanzas de que en algún momento él los tenga bien puestos para plantearse un futuro diferente con “su mujer”.

   En medio de esta oscuridad, una luz titilante se abre paso en mi mente: la posibilidad de un nuevo comienzo, de trazar mi propio destino lejos de estas paredes. La puerta está allí, esperando a ser abierta, y solo yo tengo el poder de decidir si cruzar ese umbral. 

   Ojalá fuera juntos…

   Ojalá ambos tengamos el mismo concepto de familia, pese a no tener hijos. Porque hoy parece requisito excluyente, el pasaporte de oro para proyectar la vida que una pareja merece.

   Como sea, hoy me siento como un un pez en mar abierto, donde las olas alcanzan grandes alturas y remueven todo el agua con fuerza, incluyéndome. Un pez que se deja llevar por la corriente, cansado de nadar; expectante, quizás, de donde me dejarán esas olas.

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