La primavera llegó

Quería saber si mañana haría solcito, así que prendí la tele para ver el tiempo. Las imágenes mostraban lluvia y nubes amenazando el cielo donde vivo yo. Presentaban en azul casi todo el sector de la comuna. Me fui a la cama asustado y con el calientacama listo.

Al otro día, me acuerdo de que tenía esperanzas que me muestren algo diferente. La pasé bien fome anoche con las ventanas cerradas; solo se veían las cortinas blancas de bordado floral, pero ni ellas eran suficientes como para iluminar el lugar. Ni la luna acompañaba tal soledad. Mi felicidad llega hasta ahí, porque pongo el tiempo y dicen que mañana también llovería.

Nuevamente, el siguiente día se me pasó volando y ni caché cuando cayó la noche y ya me estaba acostando para dormir. Aprovecho unos últimos minutos de lucidez para ver el tiempo, esta vez, en el celular. Entre mis tapas, mis pies calentitos y apoyado sobre mi almohada favorita, abro la aplicación del tiempo. Me arrepiento de inmediato. Anunciaron tormenta con un sistema frontal más poderoso que nunca.

Mañana siguiente y es como si el interior de mi hogar fuese un mausoleo, sacado de película de «Los Locos Addams» o algo así. Está muy helada, y mis manos se partieron. Me arremango la bata y me acerco al ventanal del living. Después de mucho tiempo, abro las cortinas que ya estaban empezando a deshilacharse. Para mi sorpresa, hay un sol hermoso afuera. El calor baña mi cara como una madre baña a su bebé por primera vez. Y yo siento que acabo de nacer. Saco el pestillo y corro el ventanal. Ahora todo mi cuerpo se ilumina como un par de ojos se adueñan de la luz que guía aquel enamorado empedernido.

Pero luego vuelvo a mí. Me doy cuenta de que jamás llovió. No hubo viento. Hace un calor increíble. Todo mientras yo estaba encerrado pensando que la primavera nunca llegaría, cuando en realidad, está en todas partes.

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