La llave de dos mundos:
La destrucción
Al Espíritu Santo por guiarme
en esta aventura
Índice
Primera parte
Relato 1…………………………………………………. Nada es lo que fue
Relato 2…………………………………………………. Encuentran la llave
Relato 3…………………………………………………. Bajo el ojo invisible
Relato 4…………………………………………………. La huída
Relato 5…………………………………………………. El regreso
Relato 6…………………………………………………. Tres visiones
Relato 7…………………………………………………. Sombras en la casa que
vence las sombras
Relato 8…………………………………………………. El silencio
Relato 9…………………………………………………. El precio del silencio
Relato 10……………………………………………….. Ecos en todas partes
Segunda parte
Relato 11……………………………………………….. El mensaje que despertó al
mundo
Relato 12………………………………………………… Una huída invisible
Relato 13…………………………………………………. Bajo la lluvía
Relato 14…………………………………………………. Cuando la luz se apaga
Relato 15……………………………………………….. El tiempo de las llaves
Relato 16………………………………………………… El círculo de la luz
Relato 17…………………………………………………. El cerco
Relato 18…………………………………………………. Amigos o enemigos
Tercera parte
Relato 19…………………………………………………. Vuelven los Vigilantes del
Umbral
Relato 20……………………………………………….. Las llaves y el caos
Relato 21………………………………………………… No es el final
Relato 22…………………………………………………. Adiós Canelón
Relato 23………………………………………………… La invitación
Relato 24…………………………………………………. Epílogo
Primera parte
Relato 1: Nada es lo que fue
Diana regresaba de la universidad, cansada. Tiró las llaves en la mesa de la entrada y se desplomó sobre el mueble. Se quedó un rato sentada, con los ojos cerrados y la mente en blanco, como tratando de comunicarse con el universo. A veces lograba conectarse con David, pero no siempre lo conseguía. Ella pensaba que las interferencias se debían principalmente a los zatheanos, que siempre saboteaban las comunicaciones.
Diana era una de las llaves protectoras y debía estar atenta a las señales de alarma. Por eso, todas las noches dedicaba un buen tiempo a conectarse con el universo. En eso llegó su mamá, quien la sacó de su trance.
—Vamos a cenar, hija. Tu papá debe estar por llegar.
Diana se incorporó y fue a ayudar a su mamá con la cena. Llamó a Denise para que bajara, pero su hermana estaba encerrada en su cuarto, hablando por teléfono con su novio, Don.
Al poco rato llegó Daniel, terriblemente cansado y triste. El año anterior, el negocio de las mermeladas se había ido a pique y la situación familiar era muy difícil. Tan difícil que Dora había tenido que conseguir un trabajo, y hasta Diana trabajaba medio tiempo para ayudar en la casa. Daniel, por su parte, trabajaba de cocinero en un restaurante de pizzas, aunque soñaba con algún día abrir su propio restaurante.
Y es que Cardenales había caído en manos de los peores rebeldes de Zathea: los más despiadados y crueles de todos. La ciudad estaba bajo el dominio de un tirano llamado Canelón, que llevaba años en el poder. Diana estaba convencida de que no era un terrícola, sino un rebelde infiltrado. Sin embargo, sabía que sola no podía enfrentarlo. Canelón llevaba el tiempo suficiente como para haber llevado a Cardenales a la más cruel destrucción.
Los campos verdes se habían convertido en terrenos áridos, y toda la fauna había migrado a otras regiones. La situación económica era tan precaria que supermercados, hoteles y restaurantes habían cerrado, lo que llevó al fracaso del negocio familiar. Todos los hermanos de Daniel abandonaron Cardenales en busca de mejores horizontes. Algunos, como Duarte, los visitaban de vez en cuando. Pero todo era tristeza y desolación en la ciudad. Diana tenía la certeza de que Canelón y su grupo eran rebeldes de pura cepa, porque no era posible que existieran humanos tan malos.
A pesar de todo, la familia intentaba mantenerse unida y, entre tanta desolación, no perder el buen humor.
—¡Des, baja a ayudar! —gritaba Diana desde la escalera.
—¡Voy, Didi! Hablaba con Don. Viene después de la cena.
La casa de los Claver había caído en deterioro, y Diana se angustiaba cada día buscando formas de ayudar. Mocca, su gata, pasaba la mayor parte del tiempo detrás de la nevera, pero nadie le prestaba atención; todos estaban inmersos en sus propios problemas.
Tras la cena y una breve conversación, el matrimonio Claver se retiró a su cuarto, y Diana y Denise se quedaron en la sala. Al cabo de unos minutos, sonó el timbre. Era Don, que venía a visitar a Denise. Desde hacía casi un año mantenían una relación. Don solía visitarla casi todas las noches, y los tres jóvenes conversaban animadamente por un rato. Esa noche, Diana se sintió muy cansada y se fue a dormir. Don fue a la cocina por un vaso de agua, mientras Denise se quedó en la sala.
De pronto, Don vio a Mocca rascando la nevera con sus patas, como si tratara de sacar algo de allí.
—¿Qué te pasa, Mocca? ¿Qué se te perdió? —dijo, cargándola con cariño—. A ver, vamos a mover un poco la nevera para buscar tu juguete.
Pero al rodar la nevera, Don quedó espantado por lo que vio.
Toda la parte de atrás estaba cubierta de gusanos verdes fosforescentes que caminaban de arriba abajo. Mocca jugaba con uno que se había enrollado como una bola.
—¡Mocca! —gritó Don, espantado—. ¡Deja eso! No sabes qué es. ¡Denise, ven rápido!
Denise corrió hacia la cocina y, al ver la escena, quedó horrorizada. Ambos decidieron llamar a Diana.
—No sabemos qué son, así que vamos a manejarlos con cuidado —dijo Diana.
Una Diana más madura, segura de sí misma y decidida, recogió todos los gusanos y los puso en una caja. Eran como treinta, de distintos tamaños.
—Los voy a dejar detrás del árbol de mango, bajo el techito del banco. Nadie los verá allí hasta que yo pueda averiguar de qué se trata —dijo.
Y así lo hizo. Dejó la caja tapada, como para evitar que se escaparan, y tomó en brazos a Mocca, que quería quedarse con ellos.
—Vamos, Mocca. Debes mantenerte alejada de ellos. Parecen inofensivos, pero primero tenemos que saber qué son.
Todos entraron en la casa. Don se despidió. Diana y Denise se fueron a dormir, llevando a Mocca con ellas.
Afuera, en el jardín, la caja comenzó a abrirse… y uno de los gusanos empezó a salir.
Relato 2: Encuentran la llave
Diana se despertó sobresaltada. No sabía si lo de los gusanos había sido un sueño o una señal, pero una imagen nítida se repetía en su mente: un zumbido metálico, una fila de gusanos verdes rodeando su casa y una palabra que no entendía: Kov’ret.
Se levantó en silencio, tratando de no despertar a Denise. Mocca la siguió, inquieta. Salió al jardín descalza, guiada por una intuición. La caja seguía allí, pero la tapa se había movido. Solo quedaban veintisiete gusanos.
—Se están escapando —susurró.
Pero entonces lo comprendió: no estaban escapando, estaban explorando.
Diana se agachó y tomó uno de los gusanos en sus manos. No era viscoso ni frío. Su piel era cálida y parecía emitir una vibración sutil, como si estuviera vivo… y consciente de su presencia.
—Tú no eres una plaga —murmuró—. Estás buscando algo… o a alguien, ¿verdad?
La revelación la golpeó como un relámpago: Canelón los había enviado. No eran simples criaturas: eran vigilantes biomecánicos, diseñados por el Gobierno de Zathea para rastrear energía pura. Y ella, como llave protectora, era su objetivo.
¿Cómo había pasado de ser una adolescente común y corriente a convertirse en la clave para defender la Tierra? Eso era un misterio que no tendría tiempo de dilucidar ahora. Lo urgente era proteger a su familia. La estaban vigilando.
Sabía que no podía simplemente deshacerse de los gusanos sin levantar sospechas. Por lo pronto, buscó los que se habían salido de la caja, los volvió a meter, colocó la tapa y la selló con cinta adhesiva para evitar nuevas fugas.
Mocca saltaba sobre la caja. Creía que eran sus juguetes y los quería de vuelta.
Diana se preguntaba cuánto tiempo habrían estado allí.
Más tarde, mientras ayudaba a su mamá a recoger la ropa seca, volvió a sentir el zumbido. Esta vez dentro de su cabeza. No era doloroso, pero sí insistente. Algo —o alguien— estaba intentando conectarse con ella.
—David… ¿eres tú?
No obtuvo respuesta.
Horas después se refugió en el cuarto de estudio. Allí guardaba el diario de su abuela Daría: un cuaderno lleno de dibujos, palabras extrañas, recuerdos y señales que había ido recolectando desde que descubrió su verdadera identidad.
Su abuela, antes de morir, le había susurrado:
—Algún día te van a buscar. No les tengas miedo. La luz en ti es más poderosa de lo que imaginas.
Entonces, aquellas palabras —que antes no tenían sentido— ahora cobraban todo su significado. Diana sintió un nudo en la garganta.
Sabía que no podía luchar sola. Pero también sabía que el universo no la había elegido al azar. Algo dentro de ella le decía que debía esperar. Tenía que estar lista. Mientras tanto, intentaba comunicarse con David, pero llevaba meses sin saber de él.
Esa noche, mientras la familia dormía, los gusanos se deslizaron hasta la ventana de su cuarto. Uno de ellos trepó con delicadeza hasta el cristal y se quedó inmóvil. Sus ojos brillaban con intensidad.
Un zumbido —como una alerta— sonó. Cinco gusanos más se posaron en la ventana. Los demás se alinearon formando una larga cadena, conectados entre sí. Mientras uno de ellos actuaba como un radar, los otros transmitían la señal generada por el principal.
Lo que nadie imaginaba era que esa señal estaba siendo enviada al laboratorio subterráneo de Canelón.
Allí, una alarma se activó.
—Encontramos la llave, jefe —dijo el vigilante del laboratorio—. Está justo donde usted sospechaba.
Relato 3: Bajo el ojo invisible
Esa noche, Diana logró conectarse por completo con David. La voz de él, ahora más firme, más clara, le atravesaba la mente como un pensamiento propio que había estado siempre allí, esperando ser escuchado.
—Canelón no es un simple tirano —le advirtió—. Es un recolector de energía vital. Ha destruido mundos enteros. No está dispuesto a salir de Cardenales y te quiere cautiva para evitar que te conectes con otras llaves.
La advertencia es brutal y la deja sin palabras. La realidad que le plantea David no deja espacio para dudas: está en peligro y no está sola. Los rebeldes tienen órdenes de capturarla con vida. Ella es especial. La necesitan viva. Y los gusanos —esos seres silenciosos que hasta ahora se deslizaban cerca, vigilándola desde la sombra— forman parte de la cacería.
No podía conciliar el sueño. El mensaje seguía vivo en su mente, repitiéndose como un eco en la distancia. Esa noche durmió a duras penas.
Al día siguiente, aún perturbada y soñolienta, buscó refugio en Denise. No podía seguir cargando sola con todo eso. Le contó partes —las piezas que podía poner en palabras— tratando de no sonar loca. Denise la escuchó con atención, sin una pizca de juicio en el rostro.
—Tú sabes que puedes contar conmigo, Didi —dijo, con esa seguridad que le era tan propia, combinada con ese amor de hermana que siempre le demostraba.
Diana no estaba del todo de acuerdo, pero Denise ya había tomado una decisión: involucrar a Don.
—Él puede ayudarte más de lo que crees —insistió.
Y aunque Diana dudaba, algo le decía que pronto necesitaría toda la ayuda posible. Incluso la de Don.
Diana se marchó a la universidad, mientras Denise caminaba hacia el colegio con Don, que la había ido a buscar. Aprovechó el camino para contarle todo, desde la llegada de David, unos años atrás.
El cielo nublado y las nubes de lluvia transmitían una falsa calma sobre los edificios de la universidad. Diana caminó hasta su clase de Comunicación Social como si todo fuera normal. Como si no llevara en la espalda el peso de una gran amenaza contra su seguridad que nadie más podía ver.
En esa clase, al menos, contaba con un respiro: Patricia Díaz. Dulce, reservada, siempre dispuesta a ayudar. Había algo genuino en ella. Su bondad no era fingida. Su compañía le resultaba reconfortante, como una pausa breve en medio del caos.
Pero ese día, algo cambió.
Mientras el profesor de Arte hablaba sobre “la estética de lo invisible”, Diana sintió un tirón dentro del pecho. Su visión se tornó borrosa. Voces, imágenes, figuras desconocidas comenzaron a mezclarse en su mente. Un zumbido agudo la dejó inmóvil. No podía respirar. No podía pensar.
Patricia notó su cambio inmediato.
—¿Diana? ¿Estás bien?
Diana no pudo responder. Por un instante, no supo dónde estaba. No supo quién era. Luego, como una ola que retrocede tras el golpe, las visiones se disolvieron. Volvió en sí, respirando con dificultad.
—Estoy bien —murmuró.
Mentía. Y Patricia lo supo. Pero no insistió. Le ofreció una mirada cálida, sin presión. Diana se lo agradeció en silencio. Sabía que no podía confiar en nadie… pero Patricia, al menos, respetaba sus límites.
Entonces lo sintió.
El profesor de Arte la miraba. No como alguien curioso. No como un académico intrigado. Sino como alguien que sabía algo. Su mirada era fija, incómoda, vigilante, casi depredadora. Diana evitó su contacto visual, pero el mal presentimiento ya había echado raíces.
Esa noche, la sensación de estar vigilada se hizo insoportable. Cerró todas las cortinas. Apagó su teléfono. Caminó de un lado a otro por su habitación, sin saber qué buscaba exactamente. Tal vez pruebas. Tal vez consuelo. Pensaba en la gran falta que le hacía David y se preguntaba una y otra vez si vendría a ayudarla, ahora que más lo necesitaba. Temía, pero no por ella, sino por su familia. Sabía que el tiempo de huir y ocultarse estaba cerca.
Fue entonces cuando miró por la ventana y se dio cuenta.
Los gusanos ya no estaban. Corrió hacia el jardín donde estaba la caja y constató que no estaban en ninguna parte.
No en el jardín.
No en las paredes.
No en los rincones donde solían ocultarse.
Habían desaparecido por completo. Buscó a Mocca, pensando que ella podría tener alguno, pues siempre jugaba con ellos, y la encontró plácidamente dormida en su cama.
Y eso no la tranquilizaba. La aterraba. Porque Diana sabía que, si se habían ido, era porque algo peor venía en camino.
Relato 4: La huída
Esa noche, Diana no podía dormir. Se quedó mirando por la ventana. Estaba como en guardia, esperando algo sin saber qué. En su interior había un remolino de sensaciones y sentimientos que atribuía a que la llave estaba a punto de activarse, pero no sabía por qué.
—David, si aparecieras ahora —susurró—. Cuando más te necesito.
El silencio era tan espeso como el aire. Había algo extraño en el ambiente, algo que no solo podía sentir… también podía oler. Un olor metálico, húmedo, ajeno. Como si no perteneciera al mundo que conocía. Tenía temores, que se mezclaban con su determinación de saberse protectora de la Tierra.
Mocca se levantó de su cama de un salto. Estaba erizada. Con los ojos completamente negros y fijos en la ventana del pasillo. Gruñía, una y otra vez, con un sonido que Diana nunca le había oído antes. Parecía más una advertencia que un simple miedo.
Diana se acercó a la ventana, despacio. Lentamente fue abriendo la cortina, como si en realidad no quisiera ver lo que había afuera. Su corazón latía con fuerza, como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no podía procesar.
Y entonces lo vio.
En la distancia, entre los árboles del jardín trasero, muy cerca de la mata de mango, había una figura que se recortaba contra la oscuridad. No era humano. Era alto, pero encorvado, amorfo. Como si no supiera caminar erguido. Su cuerpo era alargado, de extremidades deformes y movimientos torpes, pero aún así inquietantemente fluidos. Su piel parecía hecha de sombras. No tenía rostro. Solo una cavidad donde deberían estar los ojos… y, sin embargo, Diana supo que la estaba mirando.
Se quedó paralizada. Rápidamente cerró la cortina y entendió que era el momento de huir. Mocca, que estaba junto a ella mirando por la ventana, sintió el miedo y salió corriendo, despavorida, hacia el armario. No volvió a salir.
Diana sabía lo que eso significaba: venían por ella.
No podía esperar. No podía pensar. Solo actuar.
Corrió hacia la habitación de Denise, la despertó y la abrazó con fuerza. Su hermana, medio dormida, no entendía nada.—¿Qué pasa? —preguntó inquieta.
—Tengo que irme —dijo Diana, con un tono grave que nunca había usado antes—. No me sigas. No preguntes. Solo… prométeme que no me seguirás.
—¿¡Qué!? ¿Diana, qué estás diciendo? —Denise trató de aferrarse a ella, pero Diana se apartó con suavidad.
—Es por tu bien. Y por el de todos. No me busques. Te quiero a salvo. No puedes estar cerca de mí. Cuida a papá y a mamá.
Denise no preguntó más. Sabía de qué se trataba y debía seguir las instrucciones que Diana le daba. Confiaba ciegamente en ella. Diana la besó en la frente y salió sin hacer ruido. Apenas un bolso en la espalda con una botella de agua, una linterna y una manta vieja. No había tiempo para más.
Denise se quedó con una lágrima a punto de caer, pensando que al menos tenía a Don… porque si no, ¿con quién iba a compartir tanta angustia?
Diana sabía exactamente adónde ir.
El refugio.
El viejo refugio antiaéreo donde una vez David había estado oculto. Allí, cinco pisos bajo tierra, no llegaban las ondas. Era un lugar olvidado por todos, seguro… al menos por ahora.
Caminó sin hacer ruido, sin dejar rastro. Sentía que era el momento más difícil de su vida: dejar a su familia, sin su amor de las estrellas, enfrentando un futuro incierto, sabiendo solo que tenía que mantenerse libre para poder ayudar. El cielo estaba sin estrellas. Era una noche oscura, como triste y desesperada. El viento no soplaba. Solo el sonido de sus pasos y su respiración entrecortada llenaban la noche.
Sabía que sería difícil. Que estaría sola. Que no había plan. Pero también sabía que era lo único que podía hacer.
Y cuando por fin llegó al refugio, al abrir la puerta oxidada y comenzar a bajar por la escalera, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.
Estaba sola… pero no abandonada.
Allí solo podía esperar y tratar de sobrevivir.
Al amanecer, ya las alarmas se habían activado. Los rebeldes, en todo el mundo, buscaban las llaves. En lugares como Nicaragua, Corea del Norte y Turquía, algunas ya habían sido encontradas y desactivadas.
En la universidad, el profesor de Arte preguntaba con insistencia por Diana. Más de lo normal. Más de lo apropiado. Su tono era cortante, casi autoritario. Patricia comenzaba a notar una inquietud en el aire, una alteración en los sentidos. Los pasillos parecían distorsionarse, como si no todo fuera lo que parecía. Comenzaba a presentir presencias. No las veía, pero las sentía.
Los seres amorfos estaban allí.
Llegaban sin ser vistos, buscando a Diana.
Se movían entre los terrestres, pero nadie lo notaba.
Solo Patricia parecía percibirlos.
Y se llenaba de temor.
Relato 5: El regreso
Diana se encontraba sola, atrapada en el silencio húmedo del viejo refugio antiaéreo. Las paredes de concreto conservaban un frío espeso, como si la historia misma se hubiera congelado allí. En ese lugar, el tiempo se detenía, como si la vida misma se suspendiera. No había ruidos, solo el distante goteo de alguna vieja llave. Y lo más importante: no había ni una sola señal del mundo exterior. Solo ella… y el eco de sus pensamientos.
Desde que llegó, había permanecido incomunicada. No podía emitir ondas, ni recibirlas. No podía exponerse a ser encontrada. Temía que cualquier vibración pudiera delatar su presencia. Estaba en modo de supervivencia. Cada sonido que rompía el silencio le helaba la sangre.
La oscuridad era densa, apenas interrumpida por la linterna que colgaba de un clavo oxidado. Su cuerpo temblaba, no sabía si por el frío o por la incertidumbre. Comenzaba a preguntarse cómo iba a sobrevivir allí: ¿cómo conseguiría comida?, ¿cómo haría con el agua, el aseo, las necesidades mínimas?
Fue entonces cuando lo escuchó.
Un ruido.
Un roce.
Una presencia.
Sus instintos se activaron al instante. Apagó la linterna, contuvo la respiración y corrió a esconderse detrás de unos viejos estantes cubiertos con mantas mohosas. No podía ver nada. Apenas oía sus propios latidos, fuertes, ensordecedores. La presencia se acercaba. Un paso… luego otro… más cerca. Diana cerró los ojos con fuerza. Se preparaba para lo peor.
Y entonces, dentro de su mente, una voz suave, serena, inconfundible, emergió con claridad:
—No te asustes. Soy yo.
Era David.
Sintió cómo su cuerpo se aflojaba de inmediato. Salió del escondite con una mezcla de alivio y emoción, y se lanzó a sus brazos. Lo abrazó con fuerza, como si ese gesto pudiera anclarla a algo firme en medio del caos.
Pero David no respondió al abrazo. Su cuerpo permaneció inmóvil, su rostro sin expresión. Era el mismo kaelyoniano de siempre: contenido, lógico, distante, misterioso. Aun así, su presencia era todo lo que Diana necesitaba.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó, aún sin soltarlo del todo.
—Siempre supe que vendrías aquí. Es el único lugar donde las ondas no pueden alcanzarte —respondió con serenidad.
David se sentó frente a ella y comenzó a explicarle lo ocurrido. En distintas partes del mundo, las llaves estaban siendo detectadas. Algunas habían sido capturadas, otras desactivadas. Las que seguían activas estaban ocultas o protegidas por aliados. La situación era crítica.
—Tendrás que quedarte aquí por tiempo indefinido. Yo me encargaré de traerte lo necesario: comida, agua, lo básico para tu higiene y bienestar. Pero no puedes salir. Ni siquiera emitir pensamientos. Es muy peligroso —advirtió con firmeza.
Diana asintió. Sabía que lo que tendría que vivir no sería fácil, pero estaba dispuesta a todo por salvar la Tierra de cualquier invasión. Era una prisionera del destino, pero una prisionera dispuesta a resistir.
A kilómetros de allí, en la casa de los Claver, la angustia crecía con cada minuto.
Dora no había dormido en dos días. Se sentaba en la cama de Diana, abrazando una almohada, como si aún conservara el olor de su hija. Las lágrimas le recorrían el rostro sin pudor. No saber… era lo que más la desgarraba. No tener una pista, una razón, un mensaje. Solo el silencio. Un silencio atroz.
Daniel intentaba mantenerse fuerte por ella, pero también se quebraba en los pasillos. Denise, aunque conocía la verdad, debía callar. Su único propósito ahora era calmar a sus padres, darles palabras que no podían ser del todo ciertas.
—Diana está bien. Lo sé. Tiene que estarlo —decía Denise, aunque en su interior la tristeza la consumía.
Los tíos Claver, al enterarse de la desaparición, no tardaron en movilizarse. Duarte, especialmente, sintió una punzada profunda en el pecho. Había dejado Cardenales para buscar respuestas, pero la noticia de que Diana había desaparecido sin dejar rastro lo obligó a volver.
Esa noche, mientras en la cocina la familia cenaba y trataba de encontrar consuelo, la casa de los Claver comenzó a rodearse de sombras.
Figuras amorfas, silenciosas, flotaban alrededor. Nadie las veía. Nadie sentía su presencia… salvo Mocca, que permanecía agazapada, con los ojos encendidos, el lomo arqueado, mirando fijamente hacia la ventana. Dora la miraba con curiosidad.
—¿Qué te pasa, gatita? —le decía con cariño.
Pero Mocca miraba fijamente hacia la puerta de la cocina, con sus pupilas totalmente dilatadas en señal de pánico, y gruñía como si supiera que era la guardiana de la casa en ese momento.
La amenaza estaba más cerca que nunca.
Y la batalla, apenas comenzaba.
Relato 6: Tres visiones
Diana lleva ya días encerrada con David. Él sigue sin mostrar emoción, pero la tensión lo vuelve más comunicativo. Eventualmente sale para informarse de lo que sucede, además de buscar comida. Le informa a Diana que Cardenales ha sido tomada por completo por Canelón. Están capturando no solo a las llaves activas, sino también a quienes puedan percibir a los rebeldes, incluso si no los ven. Todos están en peligro.
Diana se preocupa por Patricia. Sabía que ella podía sentirlos. Teme que se la puedan llevar. No tiene forma de contactarla sin exponerse, y no quiere poner a David en riesgo. Entre las noticias que trae el chico, dice que hay guardianes rebeldes en su antigua casa, vigilando por si ella regresa. Diana menciona a Mocca, y David confirma que ciertos animales sensibles están en alerta, como si fueran sensores naturales.
—Ya no buscan solo a las llaves activadas. Buscan también a los sensibles.
—¿Sensibles?
—Gente como Patricia —explicó—. Gente que los percibe.
—¿Y tú cómo sabes de ella? —preguntó Diana, extrañada.
—Te he visto soñarla —le respondió fríamente.
Una terrible certeza atacó a Diana y su corazón dio un vuelco. Entonces Denise también estaba en peligro. Ella no solo tenía demasiada información, sino que además era sensible a sentir seres extraterrestres, aunque no los viera. Diana temía por los suyos, pero sabía que nada podía hacer, porque de ella dependía la seguridad de la Tierra.
Mientras tanto, en la universidad, el profesor de Arte, Mauricio Alan Lugo Zacarías, vigila intensamente. Demasiado. Sabe que algo no está bien. Tiene la sensación de que la clase entera está conspirando, y sospecha que Patricia es la clave.
Por su parte, Patricia, siempre dulce y amorosa, extrañaba entrañablemente a su amiga Diana. Ya se había cansado de llamarla al celular y estaba segura de que algo malo le había pasado para faltar tanto a clase. De pronto, Patricia comienza a tener pequeñas visiones: sombras en los rincones.
Alguien deja en su escritorio una nota:
“No preguntes por Diana. No es seguro para ti.”
Patricia tomó la nota y la guardó sigilosamente. Detrás de ella estaba Mauricio Alan, como si la hubiera estado observando por mucho tiempo. Patricia, sobresaltada, terminó de guardar el papel tan pronto lo sintió.
—¿Dónde está tu amiga Diana? —preguntó sin rodeos.
Patricia sabía que no podía titubear, así que respondió firme y decidida. No entendía nada, pero algo le decía que tenía que proteger a Diana.
—Está en su casa. Con gripe. Si se recupera pronto, se reincorporará la semana que viene —le respondió con convicción.
Mauricio Alan no insistió, pero se le quedó mirando fijamente, de manera intimidatoria. Patricia actuó lo más natural que pudo, recogió sus cosas y se preparó para su próxima clase. Mauricio Alan no la siguió, y se sintió aliviada.
Al final de esa jornada, Patricia sintió que algo la seguía al salir del campus. No lo ve, pero lo siente pegado a su nuca. Acelera el paso, un poco nerviosa. Siente que debe salir de allí cuanto antes. Al pasar por la puerta de vidrio del edificio de la facultad de Comunicación Social, se voltea y ve reflejada una sombra en el vidrio, pero al girar rápidamente, no había nada. Entonces corrió hasta su carro y se fue.
En casa, los Claver organizaban la comida del mediodía. Daniel y Dora tratan de sobrellevar la ausencia de Diana con actividades cotidianas. Denise siente incomodidad, como si hubiera alguien más en la casa. Ella lleva todo el peso del secreto de Diana. Sabe que su hermana está bien; ya se ha encontrado con David un par de veces, cerca del refugio, pero no puede decir nada. Debe transmitir tranquilidad sin dar información.
Mocca está alerta. No duerme, no come bien, no se aleja de Denise. Y de tanto en tanto se eriza y maúlla, asustada. Los Claver, especialmente Dora, no entienden su comportamiento. De pronto, Dora se dedica a observar el comportamiento errático de Mocca: el gruñido a las puertas de la casa, el erizarse todo el tiempo, el sobresalto constante. Había dejado de ser una gatita tranquila y cariñosa para convertirse en un animal agresivo… pero no con la familia.
Duarte ya está en Cardenales, pero todavía no sospecha nada extraño. Hay un silencio terrible en el que se siente la ausencia de Diana. Dora no sonríe como siempre. Mira hacia el suelo, extraña a su hija. El ambiente familiar es tenso y pesadumbrado. Hace juego con el ambiente de Cardenales. La gente ya no ríe. Viven tristes, porque han perdido su libertad, han perdido su ilusión.
Los Claver no lo saben, pero desde el exterior, seres amorfos rodean la casa. Son verdes fosforescentes, como los gusanos. No caminaban: flotaban apenas por encima del suelo. Son los guardianes de Canelón, y estaban allí buscando a Diana. Ellos hacían que el aire estuviera más pesado. Como si alguien respirara con ellos, pero no se escuchara; como si no se viera. Solo Denise y Mocca lo percibían.
Esa sería su condena.
Relato 7: Los rebeldes se preparan para atacar
Era una mañana lluviosa en Cardenales. Había llovido durante toda la noche, y la ciudad amanecía salpicada de charcos por cada calle. En un laboratorio subterráneo, justo bajo las oficinas gubernamentales de Canelón, se encontraba el cuartel general de los rebeldes.
Gracias a sus avanzados conocimientos en tecnología, los zatheanos habían desarrollado un sistema capaz de recibir señales intergalácticas a más de quince metros bajo tierra. Desde allí controlaban todo. El lugar estaba equipado con los sistemas más sofisticados para detectar cualquier movimiento aliado en el perímetro. Eran más de treinta rebeldes trabajando en silencio, rodeados de paneles incrustados en las paredes, llenos de luces que parpadeaban siguiendo un patrón que solo ellos entendían. Apenas se oía un beep, un leve zumbido. Todo era digital. Todo era control.
Desde ese centro de operaciones mantenían contacto con rebeldes en distintos puntos de la Tierra. Sabían que habían sido exitosos desactivando varias llaves en zonas estratégicas. Y desde Zathea, las amenazas no se detenían: Canelón debía limpiar Cardenales de todo vestigio aliado.
Presionado por sus superiores, Canelón desataba su furia sobre sus subalternos.
—¡Quiero que me traigan a todo el que sea o parezca un aliado! —vociferaba—. ¡Los quiero a todos donde pueda verlos!
El eco de su voz provocaba escalofríos. Los soldados corrían de un lado a otro, tratando de aparentar eficiencia. Todos… menos uno.
Su comandante, el segundo al mando, era Nathaniel Alban. Se había unido a las filas rebeldes veinte años atrás y, con fidelidad absoluta, había escalado hasta convertirse en la mano derecha de Canelón. Pero en realidad, Nathaniel era un infiltrado. Había sacrificado su vida por una causa mayor: salvar a la Tierra. Para lograrlo, había tenido que ceder más de lo que imaginaba. Pero ahora, desde lo más alto de la jerarquía rebelde, pasaba información crítica a los aliados.
Actuaba con sigilo. Sabía cuán avanzados eran los zatheanos en detectar traiciones. Sabía lo que le sucedía a quienes osaban desertar. No podía darse el lujo de perder lo que había ganado: acceso directo a los planes más oscuros de Canelón.
Para los demás, Nathaniel era un rebelde más. Pero en soledad, en su cuarto, cuando todos dormían, tenía que despojarse del veneno que lo rodeaba. Necesitaba mantenerse fiel a su esencia. Por suerte, los zatheanos requerían al menos diez horas de sueño profundo, producto del desgaste mental que sufrían durante el día. Ese tiempo le permitía enviar información, coordinar estrategias y mantenerse siempre un paso adelante. Nathaniel era de Kaelyon, y no necesitaba tantas horas de sueño. Eso le daba una ventaja invaluable.
Ese día, su misión era clara: proteger a Diana. Evitar, a toda costa, que la llave de Cardenales fuera desactivada, como había ocurrido en otros lugares. Sabía que, si lo lograba, tal vez personas inocentes pagarían el precio… pero era un riesgo que debía asumir.
Canelón había ordenado una cacería despiadada. Diana estaba en el centro de la tormenta. Su casa, su universidad, su antiguo colegio: todo sería registrado, peinado, vaciado. Nadie con el más mínimo vínculo podía quedar libre. Nathaniel lo sabía, y aunque no podía detenerlo todo, al menos podía advertir a los aliados.
—¡Nathaniel! —gritó Canelón con voz enérgica—. Quiero que comandes el primer batallón que irá a la casa de Diana Claver.
—¡Entendido, mi jefe galáctico! —respondió Nathaniel, firme, dando un saludo militar.
Y aunque su voz sonó obediente, por dentro celebraba. Esa era una pequeña victoria. No podría proteger a todos, pero al menos podría minimizar el daño. Con tiempo justo, había logrado avisar a los aliados. Ahora estaban en guardia.
El batallón se desplegó por las calles de Cardenales, que lucían desiertas. El miedo se respiraba. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Los habitantes evitaban cualquier contacto, escondían sus teléfonos y se encerraban en sus casas. Nadie quería “desaparecer” como tantos otros. Historias terribles corrían de boca en boca: personas arrestadas por pensar, por preguntar, por estar cerca de quienes sabían.
Cardenales lucía destruida. Su mágico escenario lleno de color había desaparecido. Su verdor de otros tiempos se había marchitado, sustituido por matas secas y amarillentas. Sus habitantes habían perdido la alegria. Hasta el cielo lloraba. Estaba gris, opaco, como si presintiera lo que venía.
El batallón llegó a la casa de los Claver y entraron sin previo aviso. Abrieron la puerta de golpe y los encontraron en la cocina, almorzando en familia. De inmediato, todos se levantaron de la mesa muy asustados.
Mocca, al ver a Nathaniel, se acercó cariñosa, ronroneando y frotando su lomo entre sus piernas. Afotunadamente solo Denise lo notó.
Relato 8: Sombras en la casa que vence las sombras
Un segundo batallón salió desde el centro de operaciones rebelde con rumbo a la universidad. El trayecto fue largo, tedioso. La lluvia, persistente desde días atrás, acompañaba su avance como un presagio. El paisaje era desolador: árboles sin hojas, veredas agrietadas, muros húmedos y calles vacías. Parecía que la ciudad misma se hubiera rendido.
La universidad, otrora símbolo de conocimiento y vida estudiantil, era ahora apenas una carcasa. La pintura se había corroído hasta dejar manchas negras en las paredes. El gran estadio de fútbol —que en tiempos mejores albergaba gritos de victoria y sueños de futuro— era ahora un terreno fangoso, con gradas resquebrajadas, como ruinas de una civilización olvidada.
Al frente del batallón iba Damián Calito, un terrícola que se había vendido a los rebeldes no por convicción, sino por codicia. Su ambición había crecido con el tiempo, al igual que su poder. Gracias a su cercanía con Canelón, se había apropiado de buena parte de las riquezas de Cardenales. Pero tenía una gran debilidad: como humano, no era capaz de percibir las frecuencias, señales ni presencias que los zatheanos podían captar. Su única arma era la lealtad ciega a su amo… y eso lo hacía fácilmente manipulable.
Su misión era clara: investigar el entorno cercano a Diana Claver.
Al llegar, se dirigieron directamente al aula donde se suponía que Diana estaría en ese momento: la clase de arte, dirigida por el profesor Mauricio Alan. Sin mediar palabra, Damián irrumpió en el salón con sus soldados y alzó la voz con tono militar:
—¡Nadie entra, nadie sale!
Los soldados sellaron las puertas. El ambiente se tornó denso. El salón, lleno de estudiantes, se sumió en el pánico.
Mauricio Alan levantó la mirada con aparente tranquilidad. Cruzó una breve mirada con Damián. Y en ese segundo, el comandante terrícola creyó ver en el profesor un aliado.
—¿Ha notado algo extraño últimamente? —preguntó Calito, observando a los estudiantes.
—Sí —respondió Mauricio Alan sin dudar—. Hay alguien aquí… diferente. Tiene sensibilidad para percibir ondas, cosas que nosotros no podemos ver ni oír.
Señaló con sutileza a un chico del fondo: Dúo. Un joven silencioso, retraído, que nunca hablaba con nadie y no causaba problemas.
Damián no lo pensó dos veces.
—¡Arresten a ese muchacho!
Los soldados se lanzaron sobre él sin preguntar. En segundos, Dúo fue esposado y arrastrado fuera del aula. Gritaba con vehemencia que era inocente, que no había hecho nada malo. Sus gritos atemorizaron al resto de los estudiantes, que permanecían inmóviles, como esperando ser los próximos.
—¿Algún otro, profesor?
—No, mi general. Pero me mantendré alerta.
Damián, satisfecho, le hizo un gesto de agradecimiento a Mauricio Alan. Este le respondió con otro, cordial pero breve. La farsa había funcionado.
Patricia, testigo de todo, quedó desconcertada. Estaba segura de que sería la próxima. Sabía que algo no cuadraba, pero no comprendía qué. Decidió pasar desapercibida. Esta vez se había salvado, pero sabía que estaba muy lejos de ser el final.
Cuando la clase terminó, recogió sus cosas en silencio. Justo antes de salir, notó un pequeño papel doblado sobre su escritorio. Lo abrió con cuidado:
“No te preocupes. Yo te protegeré.”
Sus ojos recorrieron el mensaje una y otra vez. Miró alrededor: nadie parecía haberlo visto. Lo escondió con cuidado entre sus libros. No sabía quién lo había escrito, pero supo que no estaba sola. Y eso, por un momento, le devolvió la calma.
Temía por su amiga Diana. Sabía que la estaban buscando, aunque nadie lo dijera abiertamente.
Ya en casa, sana y salva, comenzó a buscar en internet sobre extraterrestres, invasiones, seres de otros mundos. Encontró testimonios de personas que afirmaban que los alienígenas vivían entre nosotros desde hace décadas. Descubrió teorías sobre cruces genéticos entre especies y la existencia de descendencia híbrida… pero también leyó sobre los puros, aquellos cuya sangre no tenía rastros de civilizaciones galácticas.
Esa noche, la duda no la dejó dormir.
—¿Quién soy? —se preguntaba—. ¿Por qué puedo percibir lo que otros no pueden?
—¿Quién es Diana? ¿Por qué la buscan?
Las preguntas giraban en su mente como un torbellino, pero al amanecer, tenía dos certezas:
Iba a descubrir quién era…
y estaría al lado de Diana, fuera lo que fuera. Sabía que tenía que buscarla, entrar en contacto con ella, pero no sabía cómo hacerlo sin despertar sospechas. Tenía que encontrar al mensajero de la universidad. Estaba segura que ese era el primer paso.
Patricia estaba convencida de que Diana estaba en el lado correcto de la historia. Y ella también lo estaría.
Relato 9: El precio del silencio
Cardenales seguía sumida en esa bruma densa, cargada de miedo y resignación. Era como si una gran nube de niebla se hubiera posado sobre todo el territorio.
En el interior de la casa Claver, los soldados del batallón comandado por Nathaniel recorrían cada rincón. No buscaban objetos. Buscaban presencia. Una en específico.
Mocca, inquieta, se movía con nerviosismo. Había olido algo que no entendía. Ronroneaba, gruñía, se frotaba contra las botas de Nathaniel, lo seguía sin perderlo de vista.
—¿Dónde está Diana Claver? —dijo Nathaniel, con una voz que parecía ensayada, fuerte, cortante… pero con una pizca de dolor que solo Denise logró captar.
—No sabemos de ella —respondió Daniel, firme, rodeando con el brazo a su esposa. Ambos padres se notaban exhaustos, pero dignos.
—¡Les juro que no tenemos nada que ver! —suplicó la madre, temblando—. Hace semanas que no sabemos nada de mi hija… por favor…
La voz se quebró. Un silencio espeso llenó la cocina.
Nathaniel bajó la mirada. No podía mostrar debilidad. No aquí. No ahora.
Mocca bufó con fuerza. Saltó a la mesa. Lo miró directo a los ojos. Nathaniel sintió un escalofrío. La gata sabía. Lo desafiaba.
No podía arriesgarse.
—Llévense a la joven —ordenó de repente, señalando a Denise.
—¡¿Qué?! —gritó Daniel, adelantándose—. ¡No! ¡Por favor, no se la lleven! ¡Es solo una estudiante! ¡Una muchacha buena!
—Ella no ha hecho nada malo —agregó Duarte, que estaba allí, apoyando a la familia.
—¡No tengo nada que esconder! —exclamó Denise, pero su voz sonaba distinta. Como si supiera que esto tenía que pasar.
—¡Por favor, no! —lloró la madre—. ¡No soportaría perder otra hija!
Nathaniel respiró hondo. No podía ceder. No frente a los suyos. Le tocaba hacer de tripas corazón. No podía decirlo, pero se encargaría de protegerla. Denise lo intuyó.
—Tiene que venir con nosotros —dijo, sin mirarlos a los ojos.
Entonces, Denise dio un paso al frente. Su rostro había cambiado. Estaba tranquila. Serena. Se dirigió a sus padres con una calma que dolía:
—Papá, mamá… todo va a estar bien. No se preocupen. Hago esto… porque los amo y debo protegerlos.
—¡No, hija, por favor! ¡No! —gritó la madre, cayendo de rodillas.
Nathaniel evitó mirarla. Denise lo miró fijo. Y en ese instante… lo supo.
Él era uno de los suyos.
No dijo nada. Solo bajó la cabeza.
Mocca saltó de la mesa y se abalanzó contra los soldados, arañándolos, gruñendo, defendiendo a Denise con fiereza.
—¡Aléjenla! —gritó uno.
Nathaniel levantó la mano.
—¡Déjenla!
La gata quedó quieta, con la mirada clavada en él. En silencio, caminó hasta Duarte. Se le enroscó en los pies. Había elegido a su nuevo guardián.
Denise fue llevada sin resistencia. Pero con el alma en alto.
Atrás, sus padres quedaban desolados. Duarte los sostuvo. Mocca no se movió de su lado.
En el refugio subterráneo, la noticia llegó como un rayo.
David apareció empapado. Su rostro decía todo, pero igual lo dijo:
—La tienen. Arrestaron a Denise.
Diana se quedó en silencio. El mundo pareció detenerse… y de repente, derrumbarse sobre ella.
—¿Estás seguro? —susurró.
—Yo mismo vi cómo la subían a la unidad de contención. Está con ellos.
Diana respiró hondo. Por dentro, quería gritar. Quería correr. Pero se obligó a mantenerse erguida. No podía ser víctima de la desesperación.
—No podemos permitir que la lastimen —dijo—. Todo esto es por mí…
David se acercó. Puso una mano sobre su hombro.
—Escúchame. Denise estará bien. Hay aliados en todas partes. Muchos más de los que Canelón imagina. Están infiltrados. Están esperando el momento justo.
—¿Y si la descubren?
—No lo harán. Además… hay más.
David bajó la voz. Se acercó aún más.
—Las otras llaves están activas. Poderosas. Unidas en torno a ti. Saben que tú eres el centro de todo. Y han enviado un mensaje.
—¿Qué mensaje?
—Han advertido a Canelón que no te toque. Que si lo hace, Cardenales será invadida.
Diana se estremeció.
—¿Una invasión?
—Sí. Y no por los zatheanos. Por nosotros.
—No quiero eso. El mundo sabrá todo. El caos será inmenso.
—Y sin embargo, ese riesgo es lo que te mantiene a salvo… por ahora.
Diana se apartó. Caminó hasta la pared. Se apoyó en ella. Cerró los ojos.
—No quiero ser la causa de una guerra. Pero tampoco puedo huir.
David asintió.
—Lo sé. Y eso es lo que te hace diferente.
Hubo un gran silencio. Doloroso. Fuerte. Definitivo.
—David… se llevaron a mi hermana.
David bajó la mirada.
—Lo sé. Y eso duele más que todo. Pero no estás sola. Mocca sigue con Duarte. Patricia está más despierta que nunca. Nathaniel juega su vida todos los días… y yo estoy contigo.
Diana respiró hondo. Muy hondo. Pero entendió que no era el momento para dudas ni retrocesos.
—No me voy a quebrar —dijo—. No ahora. Porque sé que mi misión está más allá de las estrellas… y no pienso fallarles.
David sonrió con tristeza. La miró como quien mira una luz lejana en mitad del abismo.
—Y eso, Diana… eso es exactamente lo que necesitamos.
Relato 10: Ecos en todas partes
Un tercer batallón salió en formación desde la sede rebelde. Su objetivo: el colegio donde estudiaba Denise. Pero esta vez, ni siquiera tenían una orden clara. No sabían exactamente a quién buscaban. Solo sabían que era parte del “entorno”.
Violeta ya no estaba. Y Don, su novio, no tenía habilidades especiales. Era solo un adolescente común y corriente, con el corazón roto y los ojos perdidos desde la desaparición de Denise.
El batallón llegó en medio de la jornada escolar. Irrumpieron sin previo aviso. Las botas resonaban en los pasillos como un trueno. En minutos, el colegio se convirtió en un hervidero de gritos, miradas confundidas y puertas cerradas.
—Nadie se va hasta que termine la revisión —ordenó el capitán a cargo—. Buscamos a cualquiera que haya tenido contacto reciente con la desaparecida Denise Claver.
Los estudiantes fueron reunidos en el auditorio. Uno a uno, los iban interrogando. Las miradas de miedo se cruzaban como cuchillos. El turno de Jamilet llegó primero.
La sentaron frente a una mesa improvisada.
—¿Desde hace cuánto conoce a Denise Claver?
—Desde primer año —respondió, firme.
—¿Sabe dónde está ahora?
—No —dijo sin titubear—. Y si lo supiera, tampoco lo diría.
El soldado la miró con fastidio.
—¿Está encubriendo a una aliada?
—Estoy defendiendo a una amiga.
Silencio. El soldado anotó algo y la dejó ir.
Luego llamaron a Everlinda.
Era tímida, buena estudiante, con una ternura natural que la hacía parecer más joven. Pero esta vez, su voz temblaba.
—¿Y tú? ¿Eres amiga de Denise?
—Sí, y muy amiga .
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
—Ayer… antes de que la… antes de que desapareciera.
—¿Y qué te dijo?
—Que todo iba a estar bien. Que me cuidara. Pero tenía miedo. Estaba rara.
El interrogador levantó la vista.
—¿Miedo de qué?
—No sé… ¡yo no sé nada! Solo estaba asustada por ella…
—Demasiado interés para alguien que “no sabe nada”.
—¡Solo quiero saber si está bien!
La voz de Everlinda se quebró. Estaba a punto de llorar.
—Detenida —ordenó el soldado sin pestañear—. Podría estar ocultando información.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡Yo no hice nada!
Dos soldados la sujetaron sin darle tiempo a resistirse. La arrastraron entre gritos. El auditorio se alborotó. Varios estudiantes se pusieron de pie. Era la primera detenida.
En ese momento apareció la señora Cecilia, la encargada de administración, una mujer firme, querida por todos.
—¡Esto es un colegio! ¡Son niños! ¡No pueden llevárselos como si fueran criminales!
El capitán la miró de arriba abajo.
—¿Está usted cuestionando la autoridad de las fuerzas de Canelón?
—Estoy defendiendo a mis alumnos. Son todos unos niños, adolescentes que son incapaces de hacerle daño a nadie.
—Detenida también.
—¡Qué abuso! ¡Van a destruir todo lo que toquen! —gritó ella mientras era sacada entre empujones.
Los estudiantes lloraban. Don permanecía en silencio, con los puños cerrados. Por dentro, algo comenzaba a hervir.
Mientras tanto, en el refugio, David entró con el rostro tenso. Diana lo esperaba, como cada día, sentada frente a la consola de vigilancia.
—¿Ahora qué? —preguntó ella sin rodeos.
—Se llevaron a Everlinda. Y también a la señora Cecilia. Todo por preocuparse por ti… y por Denise
Diana bajó la mirada. Su voz fue apenas un susurro.
—Esto no va a parar, ¿verdad?
—No. No mientras tú sigas viva y libre.
Ella se puso de pie. Caminó en círculos.
—¿Y Denise?
—No tenemos noticias. Pero hay una buena señal: Nathaniel ha mandado un código de status estable. Está viva. No la han interrogado. Todavía no.
Diana asintió, aunque no encontraba consuelo.
—Entonces… ¿qué hacemos?
David sacó un pequeño dispositivo de su chaqueta.
—Graba esto- y le mostró un papel escrito
- Es un mensaje
—Sí. Necesitamos que los aliados te escuchen. Que sepan que estás viva. Que sigan activas las otras llaves. Que se mantengan en pie. Se acerca un punto de quiebre, Diana. Vamos a necesitarlos a todos.
Diana sostuvo el dispositivo entre sus manos. Era pequeño, pero sentía que pesaba como el mundo entero.
—¿Qué digo?
- Graba el mensaje escrito. Es un llamado a la unión.
Esa noche, en la casa de los Claver, el silencio era como una presencia física.
Daniel y su esposa no se hablaban. Solo se miraban de vez en cuando, buscando en los ojos del otro alguna respuesta, alguna señal y el consuelo necesario. Pero no había nada. Habían perdido a dos hijas en una semana, y aún no entendían por qué.
Duarte caminaba de un lado a otro del salón. Intentaba contener su rabia. Mocca se acurrucaba cerca de él, ronroneando bajo.
—No vamos a rendirnos —murmuró el tío, como si hablara con la gata—. No vamos a dejar que esto termine así.
Mocca lo miró. Era como si lo entendiera todo.
En alguna parte, una señal clandestina comenzó a transmitirse por frecuencias bloqueadas. En pantallas ocultas, en dispositivos de aliados, la imagen de Diana Claver apareció por primera vez dándose a conocer como una de las llaves claves.
Su voz era suave. Pero firme.
—No es un pecado existir. Soy una llama. Y mientras quede una chispa encendida, no estaremos solos.
No teman.
Estoy viva.
Estoy aquí.
Y no me rendiré.
Segunda parte
Relato 11: El mensaje que despertó al mundo
Los detenidos por las fuerzas de Canelón se contaban por miles. Habían sido todos encerrados en un lugar enorme; parecía un estadio abandonado. Las gradas estaban agrietadas y con la pintura desconchada. La grama estaba seca y todo estaba en ruinas. Había una especie de cafetería abandonada, con los equipos para dispensar café, sodas y té totalmente rotos.
La gente comenzaba a encontrarse, se reconocían y se abrazaban, atemorizados. Denise se encontró con Everlinda y se dieron un fuerte abrazo. Para Denise fue terrible encontrar allí a su amiga querida; no sabía si podría defenderla. Para Everlinda fue un alivio ver a Denise sana y salva. Ambas encontraron a la señora Cecilia entre la gente y decidieron mantenerse juntas.
En un rincón, un chico lloraba desconsoladamente. Denise se acercó, conmovida por el llanto.
—¿Estás bien? ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Dúo —fue lo único que atinó a decir entre sollozos.
—¡Calma, Dúo! Todo va a estar bien.
—¡Ni siquiera sé por qué estoy aquí! —comentó desesperado.
—¿Dónde te detuvieron? —preguntó Denise, intrigada.
—Yo estaba en mi clase de arte, en la universidad. No estaba haciendo nada ni me metía con nadie —dijo sin parar de llorar.
Denise entendió que las tropas de Canelón habían ido hasta la universidad a buscar a Diana, y que estaban capturando a inocentes. El terror se convirtió en un latigazo que le recorrió el cuerpo. Mucha gente inocente iba a pagar por Diana. Era algo terrible que no sabía cómo detener.
Cada cierto tiempo pasaban las tropas de Canelón llevando comida para todos: una sopa que parecía crema de apio y arroz con lentejas. Los soldados observaban detenidamente a los prisioneros porque sabían que los podían descubrir por la comida. Solo los humanos de la Tierra podían comer eso sin problemas. Pero todos eran humanos terrícolas. Los aliados no eran tan tontos como para dejarse atrapar. Canelón lo sabía, pero quería hurgar en la mente de los detenidos, porque, eso sí, estaba seguro de que muchos de ellos no solo sentían presencias de otros mundos, sino que también habían tenido contacto con ellos.
Tras unas cuantas semanas en cautiverio, llegaban las primeras noticias. Se los llevaban de uno en uno para leerles la mente con los equipos sofisticados que manejaban Canelón y sus hombres. Una vez que tenían la información, borraban todo recuerdo y los regresaban a prisión. No podían soltarlos sino mucho tiempo después, para asegurarse de que no tendrían recuerdos y, por lo tanto, no serían una amenaza para sus planes de conquista.
Denise se llenó de miedos y angustias: iba a delatar a David y Diana sin quererlo, pero peor aún, le borrarían los recuerdos de todo. ¡Hasta de su familia! Sufría sola. No podía decirle nada a Everlinda, y mucho menos a la señora Cecilia. Se encomendaba a Dios para no ser un instrumento en contra de los buenos.
En eso llegó Nathaniel. Era el encargado de llevar a los siguientes para el “lavado cerebral”. Él los escogía. Intercambiaba miradas con Denise, y ella se sentía protegida, pero no sabía por cuánto tiempo iba a poder evitar que le lavaran el cerebro. Nathaniel no podía hacer nada más. Era cuestión de tiempo.
Mientras tanto, el video de Diana había recorrido todas las filas aliadas en el planeta. Su determinación y valentía no solo habían llevado fuerza y seguridad a los aliados y al resto de las llaves, sino que también había alcanzado los corazones de los humanos en la Tierra, que la veían como una chica valiente luchando contra una tiranía, sin saber que era una lucha entre dos mundos para evitar que la Tierra fuera conquistada.
—Tu mensaje ha despertado admiración en muchas partes del planeta —le comentó David, sin mostrar mucha emoción.
Sin embargo, Diana se sentía afortunada de poder liderar una lucha como esa. Pero había algo más. David llamó la atención de Diana.
—Todas las naciones de Occidente están contigo. Sin saber que esta es una lucha alienígena, los humanos se han cuadrado con los aliados y están dejando al descubierto a los rebeldes.
David estaba en lo correcto. El caos en Zathea era de dimensiones desconocidas, porque ya se veían descubiertos por muchos humanos de la Tierra. Y mientras tanto, los países se alineaban para proteger la región y a las llaves que se encontraban activas y ocultas en el planeta. Sin saber lo que realmente protegían, luchaban por la libertad.
—Todo esto me sobrepasa —comentó Diana—. Pero estoy decidida a evitar que la Tierra caiga en manos de Zathea.
—Diana —dijo David con voz grave y sin emociones, como siempre—, nos hemos reunido. Con nuestros aliados infiltrados, entre ellos Nathaniel y Mauricio Alan. De buena fuente sabemos que hay muchos hombres de Canelón que se le están volteando. Ya no quieren ser parte de los abusos de Canelón, y muchos sospechan que no es humano. Están aterrados.
—Pues eso parece una buena noticia. ¿No?
—Lo es —respondió David—. Pero es muy peligroso. Ahora, más que nunca, no podemos demostrar debilidad.
Diana se acercó a David y tomó su mano. Las luchas no habían eliminado en ellos ese sentimiento tan fuerte que los atraía, aunque sí lo habían dormido para dar paso a la unión de la lucha por la libertad y por evitar una conquista de Zathea sobre la Tierra.
—Te defenderé con mi vida —le dijo, mirándola a los ojos, con esa ternura que había aprendido a sentir desde que estaba a su lado.
—Lucharemos juntos —le replicó ella, dándole un fuerte abrazo.
En casa de los Claver, la pareja lloraba la ausencia de sus hijas, mientras Duarte, sentado en el sofá de la sala, acompañado por Mocca, comenzaba a tener flashbacks que no entendía. De repente, le venían a la mente escenas y voces que no estaban claras.
Mocca lo miraba con curiosidad, y con su patita trataba de darle apoyo. Pero las imágenes y las voces se volvían cada vez más certeras.
—El refugio antiaéreo… —murmuró.
Relato 12: Una huída invisible
La lluvia en Cardenales era persistente. El cielo gris del atardecer, sin sol ni colores fantásticos, acentuaba la tristeza del día. Y no era para menos: había sido un día muy triste. Denise se enteró de que Dúo había muerto a manos de los hombres de Canelón. Cuando lo llevaron para leerle la mente, Dúo se resistió con fiereza, y el uso excesivo de la fuerza por parte de los soldados terminó por ahogarlo.
La noticia circuló en forma de chisme. Alguien dejó escapar que Dúo, el pobre muchacho que lloraba amargamente, había muerto de un infarto y que, a pesar de los esfuerzos de los hombres de Canelón por salvarlo, no pudieron hacer nada. Pero Nathaniel había contado la verdad: Dúo murió en manos de las tropas rebeldes, producto de un abuso de poder.
Nathaniel había logrado comunicarse con Denise en una reunión clandestina a la que también asistió Everlinda. Allí les contó todo sobre su lucha. Había dedicado su vida entera a proteger la Tierra. Se había infiltrado en las filas rebeldes para defender la libertad, pero también por su fe: era un defensor del amor de Dios.
—Dios es el único en todo el universo y está en todos los planos —decía siempre.
Era un hombre correcto e íntegro. Comentó que poco a poco muchos de los soldados de Canelón comenzaban a darle la espalda. No estaban de acuerdo con sus métodos, y la muerte de Dúo había sido difícil de digerir. Confirmó que muchos estaban listos para unirse a los aliados y luchar por la libertad, dejando atrás el yugo al que los rebeldes los habían sometido. Querían libertad.
También se hablaba de que Damián Calito padecía una enfermedad terminal y estaba a punto de morir, aunque ni siquiera Nathaniel podía confirmar esa información.
—Algunas cosas se manejan con tanto hermetismo que desconfían hasta de sus sombras —comentó.
En esa reunión, Nathaniel soltó una bomba: ya tenían un plan, milimétricamente diseñado, para sacar a Denise del lugar y llevarla a un sitio seguro. Le explicó cómo sería la huida, aunque el momento exacto se decidiría sobre la marcha. Había que estar listo.
Denise insistió en incluir a Everlinda y a la señora Cecilia.
—No podemos dejarlas aquí —dijo con firmeza.
Tras mucha insistencia, Nathaniel aceptó incluirlas en la fuga. Everlinda fue informada, pero no podían decírselo a la señora Cecilia. Entre ambas tendrían que encargarse de ella. Solo esperaban el momento.
Y ese momento llegó esa misma noche.
Ya entrada la madrugada, el plan comenzó. Los guardias de la entrada del estadio donde estaban los prisioneros entrarían en trance, mientras los aliados actuaban junto a los soldados que habían decidido darle la espalda a Canelón. Estos soldados no podían huir, debían seguir en sus puestos sin levantar sospechas. Pero ayudarían a sacar a seis personas: Denise, Everlinda, la señora Cecilia y tres humanos clave para la causa aliada.
Después de inducir el trance, todos colaboraron para sacar al grupo y llevarlos a una nave kaelyoniana. Los transportaron rápidamente a un país donde estarían a salvo. Al principio nadie se dio cuenta de la ausencia, pero no pasaría mucho tiempo antes de que la fuga fuese evidente.
Todo salió según lo planeado.
Al enterarse, Canelón se enfureció. Ordenó encarcelar a la mitad de sus propios soldados y pidió refuerzos a Zathea. Pero la situación en su planeta ya era muy delicada. Sus fracasos acumulados solo agravaban la tensión. Los aliados sumaban victorias. La permanencia de Canelón en el poder comenzaba a tambalear. Con Damián Calito enfermo y las deserciones al alza, nada parecía estar bien para los rebeldes.
La noticia corrió como pólvora.
En casa de los Claver, el saber que Denise estaba sana y a salvo fuera del país fue un alivio para Dora y Daniel. Pero quien más lo celebró fue Diana. Saber que su hermana estaba lejos de las garras de Canelón le dio fuerzas para continuar la lucha.
También Patricia recibió la noticia con alegría. Toda Cardenales sabía ya que unos detenidos habían escapado frente a las narices del mismísimo Canelón. Patricia, ahora junto a Mauricio Alan, comentaba con emoción que Denise estaba a salvo. Sin embargo, Mauricio se sentía profundamente culpable por la muerte de Dúo. Mientras tanto, Patricia no lograba estar en paz sin saber el paradero de su amiga Diana. Y algo en Mauricio Alan no terminaba de convencerla.
En el refugio, Diana, cansada del encierro, recibía el aliento de David.
—El desenlace está cerca —le decía él con calma.
David aseguraba que los rebeldes pronto tendrían que huir de la Tierra y volver a su planeta, donde serían atrapados por los Vigilantes del Umbral. Mientras tanto, se arriesgaba todos los días para proveer a Diana con lo necesario, incluso le había conseguido un televisor que funcionaba con sus ondas cerebrales, para que pudiera saber lo que ocurría en el mundo exterior.
Cada vez que David salía, Diana se angustiaba. Temía que los rebeldes lo capturaran. Vivía con el alma en vilo.
Aquella tarde, David le dijo que iba a reunirse con Nathaniel para conocer el estado del cuartel rebelde tras la fuga y las deserciones. Pero apenas habían pasado cinco minutos desde que salió del refugio, Diana escuchó pasos. Intentó comunicarse telepáticamente con él, pero no obtuvo respuesta.
Los pasos eran reales. Alguien se acercaba. Y no era David.
Diana se escondió y observó desde su escondite. No podía creer lo que estaba viendo:
—¡¿Duarte?! ¿Qué haces aquí?
Duarte estaba desconcertado pero sabía que en el refugio antiaéreo encontraría respuestas y así fue. Ver a Diana allí fue para él un alivio. La abrazó con ternura, pero estaba confundido. ¿Qué hacía ella allí? ¿Por qué estaba escondida?.
Diana tendría que comenzar la explicación desde el principio. Sobre todo porque en el momento preciso apareció David y el cuento comenzó de cero.
Pero lo que ninguno de ellos sabía… era que fuera del refugio, flotando entre las sombras del bosque, un ser observaba en silencio.
Relato 13: Bajo la lluvia
Duarte no dijo nada al entrar, pero sus ojos lo decían todo. Diana lo recibió con un abrazo silencioso que sellaba su confianza renovada. No hizo preguntas; no necesitaba respuestas. El reencuentro bastaba. Desde ese momento, Duarte se convirtió en un pilar dentro del refugio: vigilante, leal, dispuesto a seguir instrucciones sin cuestionarlas, sabiendo que el momento de actuar llegaría. Dividía su tiempo entre la casa de su hermano —dándole ánimos a él y a Dora— y el refugio.
Pero David estaba inquieto.
—Nos están observando —dijo mientras los tres cenaban en silencio, compartiendo un trozo de pan y una bebida caliente que Duarte había conseguido.
Diana lo miró, preocupada. David no solía hablar sin razón.
—Lo siento —añadió él—. Hay una vibración distinta. Como si alguien estuviera interceptando nuestra frecuencia.
Duarte apretó los labios. Había sentido algo similar, pero no quería alarmar a Diana.
Entonces llegó la noticia. David la compartió sin rodeos:
—La llave de Corea del Norte ha sido capturada por su gobierno. El Consejo de los Aliado se está movilizando para rescatarla antes de que sea manipulada o destruida. No podemos permitir otra caída.
El silencio cayó como un manto espeso. Diana sintió un escalofrío. No sabía lo que vendría a continuación.
—Tienes que salir del refugio —dijo David con voz grave—. Debes reunirte con los aliados. Y con los humanos que creen en ti. Necesitan verte. Tu mensaje ha generado esperanza. No podemos encerrarte más.
Diana dudó. Miró a Duarte, que permanecía callado, claramente incómodo con la idea. Ella también temía caer en manos de Canelón. Ya una llave estaba en peligro. No podía arriesgarse a que fueran dos.
—¿Y si me atrapan? —preguntó con un hilo de voz.
—Entonces perderemos la Tierra —respondió David sin mirarla, como si la frase doliera más de lo que quería mostrar.
Tras unos segundos, Diana asintió. Se llenó de valor y dijo:
—Estoy lista. No me van a atrapar. ¡Saldremos adelante!
La lluvia golpeaba el mundo cuando Diana salió del refugio. El cielo parecía llorar con furia. Todo era triste y gris. Duarte le colocó una capa gruesa sobre los hombros antes de que cruzara la salida oculta, y David le dio la piedra azul.
—Si algo pasa, ciérrala con tus manos —le indicó.
El viento la empujaba, las ramas la arañaban, pero ella seguía. Cada paso era una victoria sobre el miedo. En medio del camino, bajo el aguacero, una silueta apareció.
—Patricia —dijo Diana con sorpresa.
—Sabía que vendrías —respondió Patricia. Se abrazaron con fuerza, y por un instante, la tormenta pareció cesar.
—Ten cuidado. Ellos están más cerca de lo que creemos —le advirtió Diana.
—Lo mismo te digo. Pero sigue adelante, Diana. Muchos creen en ti. Incluyéndome a mí.
Patricia se unió al grupo al lado de Diana, Duarte y David. Siguieron su camino. Lo que no sabían era que una figura extraña los observaba desde los árboles. Los había seguido desde el refugio. Los venía vigilando desde hacía un tiempo. Era un soldado rebelde, un espía de Canelón.
Antes de que pudiera enviar su reporte, los aliados lo interceptaron. Un rayo de energía lo envolvió. Su cuerpo cayó al suelo, inerte. Era un androide disfrazado de humano. David lo había sospechado. No estaban a salvo.
La información no tardó en llegar a Canelón. Al enterarse, su furia fue devastadora. Gritó órdenes, lanzó objetos, exigió refuerzos.
—¡Tráiganme la llave! ¡AHORA!
Los soldados de Canelón salieron en cientos a buscar a Diana. Mientras tanto, ella había llegado y estaba rodeada por los aliados y los humanos que la admiraban como símbolo de resistencia frente a la tiranía de los rebeldes. No fue difícil encontrarla entre la multitud. Allí estaba, entre la gente. Pero los soldados no se atrevieron a apresarla porque sabían que la multitud lo impediría. Tuvieron que esperar a que ella decidiera volver al refugio. En medio del camino de regreso, la capturaron.
Diana luchó, gritó, mordió, pateó. Pero fueron más. La retuvieron y la llevaron a un vehículo volador. David lo supo. Diana hizo lo que él le había indicado y apretó la piedra azul entre sus manos.
En el cielo, las naves comenzaron a movilizarse. Tropas de Canelón contra tropas aliadas. Fue un combate interestelar. Explosiones de luz, fuego, velocidad y gravedad distorsionada. El despliegue de tal batalla no era visible para los humanos.
En medio del caos, uno de los aliados logró irrumpir en la nave de los rebeldes. El combate se volvió cuerpo a cuerpo. Diana cayó al suelo, pero permanecía consciente. En ese momento hubo una orden y la nave que la llevaba aterrizó de inmediato. Diana fue dejada en libertad.
—¡Vámonos! —gritaron los soldados una vez que la habían dejado en tierra firme.
Inmediatamente David la encontró, gracias a la piedra azul. Las tropas de Canelón no pudieron retenerla. Las fuerzas aliadas eran más fuertes, más decididas.
Y aunque el cielo seguía rugiendo, aunque la lluvia era constante, aunque la batalla apenas comenzaba… ella sabía que había cruzado una frontera.
Ya no era la chica que se escondía en un refugio.
Era el símbolo de una guerra por la libertad.
Era la verdadera contención frente a una invasión.
En casa de los Claver, Daniel y Dora terminaban de cenar mientras Mocca se veía muy entretenida con un gusano verde. Dora la observaba.
—¡Mocca, qué asco! ¡Aléjate de ese gusano!
Pero lejos de obedecer, Mocca tomó el gusano y se lo llevó a su cama. Ya en su cama, el gusano comenzó a reflejar una tenue luz azul.
Relato 14: Cuando la luz se apaga
De vuelta en el refugio, sana y salva, Diana analizaba junto a David y Duarte la jornada. Había una victoria que celebrar: los aliados habían logrado quebrar a los rebeldes, y al final, no pudieron llevarse a Diana. Por su parte, ella logró la conexión con la gente, y eso era lo más importante.
Pero los problemas no terminaban. Y uno muy, muy grande se avecinaba.
David recibió unas ondas de alerta.
—Debo salir un momento —dijo con seriedad—. Es una alerta roja.
Subió hacia la superficie para poder recibir la comunicación, mientras Duarte y Diana terminaban de comer. Al poco rato regresó. Se paró junto a Diana en silencio, mirándola fijamente. Ella sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. En ese instante pensó en sus padres, Denise, Patricia… y hasta Nathaniel. ¿Qué sería esta vez?
—¿Qué pasó, David? —preguntó con voz temblorosa.
—Tenemos una alerta mundial. Las llaves se están apagando. Fuera del circuito ya están las llaves de Israel, Ucrania y Japón.
Un silencio sepulcral llenó el refugio. Diana no atinaba a encontrar la pregunta correcta. Duarte no entendía nada.
—Las llaves como Diana son seres puros —explicó David—. Fueron elegidas por su sensibilidad, empatía y conexión espiritual. No pueden ser dominadas mentalmente como otros humanos… pero sí pueden ser vulnerables emocionalmente. Esa es su grieta.
—¿Qué significa que las llaves se están apagando? —insistió Duarte, seguro de que no comprendería la explicación.
—Las llaves alrededor del mundo se conectan entre sí para crear un escudo protector contra invasiones de rebeldes que buscan conquistar el planeta —dijo David.
—Sabía que no entendería nada. Pero igual pregunto: ¿cómo funciona ese escudo? Nah, olvídalo —añadió Duarte, desanimado.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Diana con preocupación.
—En este momento no lo sé. Por ahora, es necesario resguardarte y protegerte. Sería terrible que se desactivaran todas las llaves del planeta. Hay cerca de 300. Ya hay alrededor de 100 que no están registradas por los radares de los aliados.
David respiró hondo antes de continuar.
—Las llaves se apagan cuando pierden la esperanza, cuando se desconectan del amor por el otro, por la humanidad, por sí mismas… cuando son invadidas por el miedo, la culpa o una tristeza profunda. Dejan de creer en su propósito.
Hizo una pausa.
—Las llaves no son solo portadoras de energía: son catalizadores emocionales. Su energía no es solo tecnológica, es espiritual. Por eso era tan necesario que tú, Diana, salieras del encierro. Tu conexión con la gente mantiene viva la esperanza. El amor que defiendes con valentía es lo que te convierte en una llama activa.
—Entonces esta no es solo una batalla física —dijo Diana con convicción—. Es una batalla emocional.
—Así es —respondió David con firmeza — recuerda que Canelón es un recolector de energía vital y eso es lo que hace.
En casa de los Claver, Mocca había adoptado a un gusano verde fosforescente como mascota. Cada día crecía más y se volvía más luminoso. Ni Dora ni Daniel se habían percatado del nuevo “juguete” de Mocca. Estaban demasiado preocupados por sus hijas.
Esa noche, en una videollamada, lograron hablar con Denise.
—¡Mamá, papá! ¿Cómo están?
—¡Hijita! —gritó Dora, entre lágrimas.
—Tranquila, mamá. Estoy bien. ¿Saben algo de Diana?
—No, hija… no sabemos nada de tu hermana —dijo Daniel con voz grave.
Para Denise, eso fue un alivio. Si nadie sabía de Diana, significaba que aún estaba fuera del alcance de Canelón y seguía escondida y segura.
Mientras padres e hija hablaban, en un rincón de la cocina, Mocca jugaba con el gusano. A veces le daba suaves patadas. Cada vez que lo hacía, la videollamada sufría interferencias. Nadie se había percatado de la conexión entre el “juguete” de Mocca y el sistema digital de la casa.
De pronto, Mocca le dio una patada más fuerte al gusano, y este gruñó como un perro bravo. Mocca salió corriendo a esconderse tras las piernas de Dora.
El gusano se enrolló sobre sí mismo y comenzó a brillar intensamente. Un destello azul invadió el ambiente. De repente, la luz se apagó… y toda la casa quedó a oscuras.
En la universidad, Patricia salía de clases y caminaba hacia su carro. Pero sentía que alguien la seguía. Volteó varias veces, pero no vio a nadie. Aceleró el paso.
Pasó por la biblioteca a recoger unos libros para estudiar el período barroco: tenía examen con el profesor Mauricio Alan.
Cargaba cuatro libros. Salió hacia el estacionamiento, pero la sensación de ser vigilada no desaparecía. Cruzó la puerta del edificio principal… y una mano la haló del brazo. Sintió que le tapaban los ojos y la subían a una camioneta.
Atrás quedaron sus libros, su bolso… y su tranquilidad.
Relato 15: El tiempo de las llaves
Desde hace mucho tiempo, las llaves han existido, generación tras generación, para, unidas, proteger y salvar a la Tierra. Pero ha sido solo ahora que los rebeldes, y en especial los zatheanos, han encontrado el talón de Aquiles de las llaves: las emociones. Diana tenía toda la razón: esta era una batalla emocional, entre el bien y el mal, como todas las grandes batallas de la historia de la humanidad. Esta vez, el enemigo cambió su táctica y logró dar en el blanco.
Luego de años de investigación, los rebeldes aliados de Zathea, habitantes del planeta Thalrion, habían descubierto cómo controlar a las llaves a través de sus emociones. Thalrion era un planeta devastado por los malos gobiernos; todo estaba en ruinas. Se unieron a los rebeldes con la única esperanza de conseguir un mejor planeta para vivir, y la Tierra les parecía adecuada.
De Thalrion es Kov’ret, un investigador que había puesto sus dones al servicio de la maldad. Él descubrió cómo desactivar las llaves en la Tierra, no con armas, sino con un poder más sutil y devastador: la manipulación emocional, algo que afecta profundamente a los terrícolas puros.
Kov’ret era un psico-infiltrado, que había desarrollado la capacidad de infiltrarse en los sueños y pensamientos más oscuros, usando tecnología avanzada para provocar alucinaciones, visiones falsas y recuerdos distorsionados. Había logrado conectarse con los vínculos rotos de las llaves: padres ausentes, traumas, decepciones, pérdidas… Y tan pronto una llave caía en una frecuencia emocional negativa, su luz se apagaba. Perdía conexión con el resto. Dejaba de ser funcional. Quedaba vulnerable. Y allí era el momento de Kov’ret para atracar.
Los aliados lograron identificar la estrategia rebelde gracias a Nathaniel, que se había encargado de buscar respuestas a la desactivación de llaves una por una. Siempre sereno y sabio, Nathaniel comenzó a notar un patrón: algunas llaves caídas reportaron haber tenido sueños perturbadores antes de perder su conexión. Sueños con figuras envueltas en humo, con una voz distorsionada que les hablaba… una palabra siempre se repetía: Kov’ret.
Nathaniel encontró las pruebas en un archivo bloqueado dentro de una vieja antena de transmisión alienígena que usaban los aliados para comunicarse con otros planetas. Allí había grabada una conversación, en la que una voz, casi hipnótica, decía:
—Ninguna llama sobrevive sin el calor de la esperanza. Déjala morir, déjate ir…
—Pero yo tengo esperanza —decía otra voz en desespero.
—¿De verdad? ¡Estás perdiendo tu tiempo! Igual conquistaremos la Tierra. Las otras se han rendido. Solo faltas tú.
—¡Yo he tratado de comunicarme con los otros! ¡Pero no he podido!
—Porque todas se apagaron. Déjate ir…
En ese diálogo, Nathaniel descubrió la jugada. Al aislarlas y hacerles creer que no tenía sentido su lucha, las llaves eran presa fácil del desespero y así se apagaban.
Pero Kov’ret no era un enemigo fácil, ya que domina los sentimientos. No es un peligro para los kaelyonianos, pues ellos no tienen sentimientos, aunque algunos han experimentado algo en su contacto con los habitantes de la Tierra. Pero sí es un enemigo terrible para los humanos puros.
Y aunque las llaves pueden apagarse emocionalmente, no se destruyen del todo. En su interior queda un núcleo de luz latente, como una chispa dormida.
—Pero entonces, no todo está perdido. ¿Esas llaves apagadas se pueden volver a encender, verdad? —dijo Diana esperanzada.
—¿Qué hay que hacer? —preguntó Duarte, curioso.
—Esa chispa puede volverse a encender con tres cosas —explicó David—. Primero, necesitan una presencia emocional auténtica. Una llave apagada necesita sentir el amor humano directamente. Debe experimentar el amor: un abrazo sincero, un contacto con un humano puro.
—Lo segundo es que deben recordar su propósito — continuó David.
Cuando una llave recuerda por qué fue elegida, puede comenzar a reactivar su luz buscando conexiones que le evoquen su esencia: a través de la música, de imágenes o de cuentos que despierten su memoria.
—Lo tercero es una red emocional —concluyó.
Las llaves están conectadas entre sí como nodos en una red energética. Cuando una llave cae, otras pueden enviar parte de su energía emocional para reactivarla, pero solo si hay una conexión sincera entre ellas. Pero hay un detalle importante: solo una llave puede encender otra llave.
—¿Cuándo comenzamos? —dijo Diana, decidida.
En otra parte de la ciudad, Patricia se encontraba atada a una silla y con los ojos vendados.
—Tú serás la clave para apagar la llave de Cardenales —le dijo una voz que reconoció de inmediato.
Era Mauricio Alan. Había hecho creer a todos que era un aliado, pero Patricia siempre dudó. Ella no había logrado descubrir quién era, pero estaba segura de que podía sentir presencias alienígenas, aunque no pudiera verlas. Había sospechado de Mauricio Alan, sabía que no era de fiar… y ahora era una cautiva de los rebeldes. Su mayor miedo: servir para que puedan capturar a Diana.
—En cuanto Diana sepa que te tenemos, se desesperará, tratará de venir a buscarte y entonces apagaremos esa llave…
Las palabras de Mauricio Alan retumbaban en la cabeza de Patricia. Tenía que haber alguna forma de no ser presa fácil del enemigo. Pero, desde donde estaba, y atada, no veía una salida.
Mauricio Alan le gritó por horas. La idea era llevarla al pánico total, y lo había logrado.
—Medita, Patricia, por unos minutos. Toma la decisión correcta —le dijo Mauricio Alan en tono amenazante.
Acto seguido, salió del cuarto donde Patricia estaba encerrada. Desesperada, y tratando de no perder la cordura, observó cómo un gusano verde fosforescente se acercaba a ella y le subía por las piernas. Patricia ahogó un grito.
En casa de los Claver, Daniel buscaba en las conexiones eléctricas la razón por la que se había ido la luz. Dora y Mocca esperaban en la cocina, un poco aterradas las dos, abrazadas. Daniel logró encontrar la falla: se había caído un breaker. Al subirlo, la luz volvió al hogar. Dora y Mocca se alegraron.
Daniel cerró el cajetín de luces que estaba en el sótano y subió a la casa. Pero, al cerrar la puerta detrás… estaban cientos de gusanos verdes fosforescentes que se movían de arriba a abajo.
Diana y otras llaves reunidas, uniéndose para traer de vuelta a una llave apagada.Una especie de “ritual emocional” donde lo único que se comparte es amor, recuerdos y promesas.
Relato 16: El círculo de la luz
Era urgente comenzar el reencendido de las llaves, y Diana era la única que podía hacerlo. David y los aliados sabían que tenían que montar un círculo de luz. Pero Diana debía mantenerse animada, esperanzada, y sobre todo, alejada de las garras de Kov’ret. David sabía que Patricia estaba en manos de Kov’ret, gracias a la traición de Mauricio Alan. Se lo comentó a Duarte, pero fue enfático cuando le dijo que Diana no podía enterarse… al menos no antes del círculo de luz.
En un valle escondido, cerca de los límites de la ciudad de Cardenales, los aliados habían logrado reunir a varias llaves que se estaban apagando. Se trataba de cinco llaves de distintas edades y lugares del mundo. Todas estaban en un estado casi inerte, apenas conscientes.
Diana llegó al valle acompañada por David, Duarte y algunos miembros del Consejo de los Aliado. Observó la escena: en forma de círculo se encontraban las cinco llaves, todas en silencio, apenas si podían emitir palabra. Diana se colocó en el centro. David y Duarte observaban. Ella lanzó una mirada a David, y este asintió con la cabeza.
Diana se arrodilló frente a la primera llave. Era una adolescente de Haití, con los ojos vacíos, sin fuerza en la mirada.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó en voz baja.
—Alina —respondió un aliado.
Diana le tomó la mano con cuidado. Estaba fría. Alina no reaccionaba.
—¿Puedo hablarle? ¿Todavía puede oírme?
David asintió.
—Puede oírte, solo que su luz se ha ido… casi por completo —le respondió.
Diana cerró los ojos. Respiró hondo. En su interior buscó lo más puro de su alma, y con todas sus fuerzas quiso enviarle a Alina toda su esperanza. Luego comenzó a hablar, como una hermana:
—Alina… Yo también sentí miedo. Yo también estuve encerrada. A veces creí que no era suficiente. Que no valía la pena pelear. Pero alguien me tocó el corazón, y recordé por qué estoy aquí. Tú debes recordarlo ahora. No te puedes dejar vencer.
Pero Alina no parecía reaccionar a las palabras de Diana. Entonces, sin soltarle la mano, la abrazó, y en ese abrazo quiso transmitirle todo el amor de la humanidad, todo el amor que hay en ella. La mantuvo abrazada por unos minutos. Luego le susurró al oído:
—Recuerda que tu misión es defender este hermoso planeta en el que nacimos y vivimos. Es todo lo que tenemos, y hay que luchar por él.
Entonces se oyó un leve zumbido. Un destello azul recorrió el brazo de Alina. Mínimo, pero real. Diana continuó:
—Tú no estás sola. Aquí estamos contigo. Y quiero mostrarte lo que aún puedes ver…
Sacó una pequeña esfera plateada. Era un dispositivo de memoria emocional. Al activarla, se proyectaron escenas: niños corriendo, una madre cantando, un abrazo, una pareja anciana riendo, gente protegiéndose en medio del caos. Momentos simples, humanos. Momentos de amor.
Una lágrima cayó del ojo de Alina.
Su pecho comenzó a brillar con una luz cálida.
David dijo en voz baja:
—Está volviendo.
Diana se levantó. Miró a las otras llaves, sentadas o tumbadas, algunas apenas respirando. Fue una por una, con su calor humano, tratando de despertar esa chispa dormida. Las chispas se iban encendiendo.
—Ahora, todos juntos —dijo Diana.
Pidió que la rodearan, que se pusieran junto a ella, muy, muy cerca. Se formó un círculo con los cuerpos de las llaves en torno a Diana. Ella comenzó a cantar una canción. No era cualquier canción, era una melodía que escuchó de pequeña, con la que su padre la arrullaba. Sin duda, una canción que despertaba en ella los sentimientos más puros y hermosos… y podía irradiarlos a los demás.
David y los aliados utilizaron su magia para que la canción que Diana cantaba fuera una melodía única, que llegara con fuerza al corazón de cada una de las llaves, para que la chispa comenzara a prenderse como si tuviera gasolina. La escena se llenó de una luz creciente. Las llaves comenzaron a reaccionar. Una se puso de pie. Otra sonrió. Una tercera comenzó a reír, como si despertara de un sueño profundo.
Una a una, las luces se encendieron.
Diana cayó de rodillas, agotada pero feliz. David le dijo:
—Estas eran solo cinco llaves. Faltan 95 más. ¿Podrás?
—¡Claro que sí! Nadie nos detendrá.
—¿Lo ves? —le susurró David—. El amor es más fuerte que cualquier manipulación.
—No —dijo Diana, con lágrimas en los ojos—. El amor es la única llave que nunca se apaga.
En otro lugar de la ciudad, Patricia veía aterrada cómo un gusano verde fosforescente le subía por las piernas. Temía lo peor, pero de pronto el gusano comenzó a cortar las cuerdas que la ataban y Patricia quedó confundida. De alguna forma, percibía que el gusano no le haría daño. Estaba allí para ayudarla.
—¿Quién eres? —preguntó, temerosa.
El gusano se apresuró a cortar las cuerdas y a mostrarle un camino para escapar. Patricia lo siguió. No hacían falta palabras. Ella lo percibía.
Relato 17: El cerco
Las 95 llaves se fueron reuniendo en el mismo valle donde Diana había iniciado el círculo de luz. Iban pasando de 10 en 10, y durante horas, Diana recorrió una por una, repitiendo el proceso de conexión, canto, imágenes, tacto y presencia emocional. La energía del lugar se volvía más intensa a cada minuto. La atmósfera vibraba.
Una a una, las luces comenzaron a encenderse. Algunas con rapidez, otras más lentamente. Diana no se rendía, aunque estaba agotada, físicamente drenada y emocionalmente al límite.
Solo tres llaves no respondieron.
—La chispa está completamente dormida —murmuró David con tristeza—. Pero no están perdidas. Solo… necesitan más tiempo.
Diana se arrodilló frente a ellas. Las miró con ternura y dolor. No las soltó. Les prometió que volvería.
—No voy a abandonarlas —susurró—. Ni a ustedes, ni a nadie.
Las llaves no respondieron, estaban totalmente inertes y ajenas. Pero Diana confiaba en que podría rescatarlas, y necesitaría la ayuda de otras llaves para volver a encender esa chispa. Pero ahora estaba agotada y debía descansar.
El Consejo de los Aliados, testigo de todo, se acercó solemnemente.
—Diana, lo que hiciste hoy fue extraordinario —dijo una mujer del consejo, con voz firme pero cálida—. Has salvado una red que estaba a punto de colapsar. Ahora que las llaves están reconectadas, estarán más protegidas. Has encendido algo más que luz. Has encendido esperanza.
Diana asintió, pero no respondió. Estaba exhausta. Duarte la ayudó a ponerse de pie. David la observaba en silencio. Sabía que lo peor estaba por venir.
En la casa de los Claver, la noche había caído silenciosa.
Dora preparaba té mientras Daniel revisaba unos papeles en la sala. Mocca, inquieta, caminaba en círculos y maullaba con insistencia.
—¿Qué te pasa, Mocca? —preguntó Dora, preocupada.
La gata se erizó de pronto, arqueó la espalda y bufó con furia. Daniel se levantó y caminó hacia la puerta del sótano.
Un sonido, sutil al principio, comenzó a aumentar. Como un murmullo viscoso, una corriente de arrastre. Luego, fue inconfundible: cientos de pequeños cuerpos deslizándose por el suelo.
Dora gritó.
Mocca maullaba amenazante.
Daniel corrió para colocarse al lado de su esposa y protegerla.
Por la escalera del sótano subieron gusanos verdes fosforescentes por decenas, luego por cientos, en formación. Algunos se arrastraban por las paredes, otros se colaban por debajo de la puerta, por las rejillas del aire acondicionado, por cada rincón.
Daniel abrazó a Dora con fuerza. Mocca se lanzó sobre uno de los gusanos con fiereza, mordiendo y arañando, pero eran demasiados. Los padres de Diana estaban rodeados.
—¿¡Qué está pasando!? —gritó Dora.
Pero no hubo respuesta. Los gusanos eran soldados infiltrados de Canelón, enviados con una sola misión: capturar a los padres de Diana y quebrar su esperanza.
No muy lejos de allí, Patricia seguía los pasos del gusano que la había ayudado a escapar. Pero no la conducía hacia una salida. La llevó por pasillos largos, silenciosos, hasta un lugar donde, por una rejilla del aire acondicionado, se podía ver una sala de reuniones iluminada con una luz púrpura. Patricia se detuvo en seco.
Allí estaban.
Mauricio Alan. Canelón. Kov’ret.
Frente a una mesa, trazaban un plan.
—Diana ha logrado reactivar la red de llaves —decía Kov’ret con calma—. Pero podemos romperla desde dentro.
—Sus padres ya están rodeados —respondió Canelón—. Solo falta que ella lo sepa, y esa será la grieta.
—Y Patricia —añadió Mauricio—, ella es el anzuelo.
Patricia contuvo la respiración. Entendía perfectamente: planeaban usarla a ella para atraer a Diana, y usar a sus padres para destruirla emocionalmente.
Retrocedió un paso, temblando. Y tropezó con una silla.
¡Crash!
Las cabezas se giraron al instante.
—¿Qué fue eso? —dijo Canelón, alarmado.
—¿Quién anda allí? —gritó Mauricio Alan.
—¡Guardias! —ordenó Canelón.
En ese momento, Patricia se petrificó del pánico. El gusano la haló de los pantalones y entonces entendió que era la hora de correr. Ella lo siguió, mientras sentía la pisada de los guardias muy cerca.
No pensó. Solo corrió. Bajó escaleras, atravesó pasillos. El gusano la guiaba con rapidez. A su espalda se oían gritos, pasos, alarmas. De pronto, los guardias estaban muy cerca.
Entonces el gusano le buscó un escondite, mientras él distraía a todos. Al ver al gusano verde fosforescente, los guardias se desviaron hacia otro camino y así Patricia fue guiada hasta la salida.
Estaba sentada en la calle, luego de haber corrido un largo recorrido y estar fuera del alcance de los guardias. Miraba al gusano con curiosidad.
—Eres un enemigo… ¿cómo es que me estás ayudando?
Relato 18: Amigos o enemigos
Dora y Daniel Claver estaban detenidos por las fuerzas de Canelón. Nathaniel asumió el control de todo y envió un mensaje claro a los aliados: él se encargaría personalmente de los padres de Diana. Le diría a Canelón que era un tema muy delicado y que él era el más idóneo de todos sus hombres para llevar a cabo esa misión. Y así fue. A Canelón no le interesaba realmente hacerles daño. En realidad, no le importaban. Solo quería abrir una grieta en la esperanza de Diana, una rendija por la que Kov’ret pudiera colarse. Así que no le dio mayor importancia a quién se encargaría de ellos.
Cuando la noticia sobre sus padres llegó a Diana, David y Duarte la ayudaron a tomarlo con calma y evitar que se derrumbara emocionalmente. Eso sería un caos, sobre todo porque las llaves estaban encendidas gracias a ella. Ella las sostenía, y no podía ser precisamente quien terminara por decaer. Diana lo tomó de la mejor manera posible. Especialmente saber que Nathaniel estaba al mando de la misión le dio mucha tranquilidad. Él había ayudado a su hermana a escapar y sabía que sus padres estaban en buenas manos.
Cuando se supo en el mundo la noticia de la captura de los padres de Diana, la reacción fue otra. Los gobernantes de países aliados estallaron de furia y comenzaron a amenazar a Canelón con una invasión a Cardenales para llevárselo. Había una recompensa por su cabeza, y todo era indignación. En Zathea reinaba el caos. Canelón había cruzado el límite, y todos lo culpaban de colocar a los rebeldes en una situación vulnerable ante los aliados. Muchos países estaban en su contra, los terrícolas también, y los aliados lo habían expuesto públicamente. Desde Zathea llegó el mensaje temido:
— Canelón, queremos tu renuncia y debes poner a los padres de Diana inmediatamente en libertad.
Canelón pensaba que tenía un triunfo bajo la manga y que esto sería el golpe definitivo para que la llave de Cardenales —una de las más fuertes del mundo— fuera desactivada. Pero en Zathea consideraban que el costo político de esta jugada era muy alto, porque casi todo el mundo estaba en contra; solo cinco países apoyaban a Canelón, y eso representaba un revés para sus planes de conquista de la Tierra. Los zatheanos sabían que no podrían enfrentarse al mundo. No tenían la fuerza.
Pero Canelón se rebeló y decidió seguir por su cuenta.
— Ni les doy mi renuncia ni suelto a los Claver.
Y, apretando un botón, cortó la comunicación con la central de Zathea.
— Ya no le haré caso a nadie, solo a mí —sentenció.
Desde su exilio, Denise se convirtió en una paladina, defendiendo a sus padres y a su hermana. Sabía que era importante que Diana no se quebrara emocionalmente y, con todas sus fuerzas, buscaba la forma de reunirse con las altas autoridades de todos los países para conseguir apoyo y sacar a Canelón. Denise logró reunir en torno a la causa a muchos países dispuestos a colaborar en una invasión a Cardenales para derrocarlo.
Mientras tanto, Patricia había logrado esconderse con la ayuda del gusano. Sabía que la estaban buscando y debía mantenerse a salvo y alentar a Diana.
— ¿Tú sabes dónde está Diana? —preguntó sin esperar respuesta.
Pero, para su sorpresa, el gusano le respondió:
— ¡Sígueme!
Patricia no lo pensó. No era el momento para pensar. Era el momento de actuar. Tenía que llegar hasta el final y, con determinación, no preguntó ni se detuvo. Siguió al gusano, que la llevó directamente al antiguo refugio antiaéreo.
Al llegar, Diana y Patricia se reencontraron con un fuerte abrazo. Aunque había visto a David, esta vez conoció su historia. Y luego de compartir informaciones y alegrías, Patricia mencionó que había llegado allí porque un gusano la había guiado. Entonces David lo aclaró todo:
— Los aliados han infiltrado las filas de los rebeldes en todas sus formas. Se han infiltrado también como gusanos. Así nos hemos podido enterar de muchos de los planes de los rebeldes antes de que los ejecutaran. Los gusanos no despiertan sospechas. Por eso, en adelante veremos muchos gusanos que estarán del lado de los aliados —dijo David.
Mirando a Patricia, añadió con seriedad:
— Gracias por confiar en él —dijo, señalando al gusano—. Hay muchos como él trabajando desde dentro. Son parte de un plan más grande de lo que imaginas.
En ese momento, un zumbido sutil sonó en el comunicador de David. Era un mensaje codificado. David frunció el ceño mientras lo descifraba. Luego levantó la mirada.
— Canelón se ha atrincherado. Ha bloqueado toda comunicación con Zathea y está planeando usar a tus padres para enviar un mensaje global… uno que podría quebrar la red emocional que hemos construido.
Diana se sintió invadida por el miedo. Luchando contra sí misma para no caer en la desesperanza, respiró profundo y dijo con firmeza:
— ¡Eso no va a pasar! —dijo, desafiante.
Y se dirigió a Patricia:
— Esto, Patricia, es por lo que lucho incansablemente. Y tú me vas a ayudar en esta lucha. Amiga, esto apenas comienza… y lo que viene te dejará sin aliento.
En una sala oscura, en otro punto del planeta, un gusano verde fosforescente se deslizaba sigilosamente entre sombras. Observaba a Canelón, quien dibujaba en una pantalla el mapa de su próximo movimiento. El gusano parpadeó dos veces, y una señal fue enviada.
Tercera parte
Relato 19: Vuelven los Vigilantes del Umbral
Amanecía en Cardenales. La lluvia había cesado, pero el cielo se mantenía gris. El ambiente seguía pesadumbrado, como si una bóveda oprimiera el aire. Sin embargo, por una rendija de esa bóveda, entraba una luz tenue… y se respiraba libertad.
Nathaniel custodiaba a los Claver con discreción y determinación. Su papel era difícil: no podía resbalarse ni un milímetro, pues todos se vigilaban entre sí. Pero sabía que debía proteger a los Claver a toda costa.
Desde que Canelón se desligó oficialmente del gobierno de Zathea, su ambición desbordó todos los límites. Ahora operaba por cuenta propia, sin responder a nadie. Pero esa ruptura traía consecuencias: el poder comenzaba a escurrírsele entre los dedos.
Su nuevo plan era oscuro y desesperado: investigar los recuerdos de Dora y Daniel Claver, así como de otras personas clave, que él suponía eran aliados o terrícolas vinculados a la causa. No los necesitaba físicamente. Los necesitaba como puertas, como posibilidad de abrir grietas al mundo emocional de Diana.
Daniel sintió el peligro desde el primer segundo. Sabía demasiado, mucho más de lo que aparentaba. Había visto cosas que nunca se atrevió a contar. Si Canelón accedía a sus recuerdos, Diana y los aliados estarían en grave peligro.
Dora fue la primera. Los soldados vinieron por ella. Daniel sintió que le arrancaban una parte del alma. No pudo evitar que se la llevaran. Se quedó solo en la celda, rezando por ella, por Diana, por todos.
La llevaron a un pequeño salón habilitado como consultorio, aunque parecía más bien una sala de tortura. En una camilla, ataron a Dora y le colocaron un casco conectado a una máquina. Desde allí, enviaban ondas directamente a su cerebro. Dora gritaba y se retorcía, no de dolor físico, sino porque las ondas invadían hasta el rincón más íntimo de su mente. La estaban sometiendo a un proceso de extracción de memorias. Un escaneo emocional que dejaba rastros de vacío y confusión.
Esa tarde, Dora fue devuelta a la celda donde Daniel la esperaba. Pero al verla, ella no lo reconoció.
—¿Quién… eres? —murmuró Dora, con la mirada perdida.
Daniel se desplomó por dentro. La abrazó con ternura.
—Todo estará bien, querida —le susurró con suavidad.
Mientras la abrazaba, pensaba que tal vez, con paciencia, podría recuperar a su amada Dora. Pero le aterraba saber que él sería el siguiente… y que sus pensamientos podían poner en riesgo a todos los aliados.
Pero justo cuando el procedimiento iba a comenzar, algo estalló más fuerte que la tecnología enemiga: la política.
El gobierno de Zathea, indignado por la traición de Canelón, activó una medida extrema: los Vigilantes del Umbral. Tenían una sola orden: capturar a Canelón, vivo o muerto. Su traición había roto el equilibrio entre mundos, y ellos eran los indicados para poner fin a su ambición desmedida.
El imperio del miedo comenzaba a quebrarse.
Las malas noticias son las que primero llegan. Canelón, aislado en un búnker, había decidido esconderse por miedo a traiciones. Ya no confiaba en nadie, ni siquiera en Damián Calito, ya más recuperado de su enfermedad, ni en Nathaniel, sus colaboradores más cercanos. Solo un puñado de hombres, contados con los dedos de una mano, tenía acceso a la puerta del búnker.
Un soldado lo llamó desde el acceso:
—¡Comandante Canelón!
Canelón, absorto en la planificación de nuevas intervenciones, respondió sin levantar la vista:
—¿Qué pasa?
—Señor… nos informaron que los Vigilantes del Umbral vienen en camino.
Canelón no se sorprendió. Sabía que traicionar a Zathea tenía un precio. Y que la llegada de los Vigilantes era solo cuestión de tiempo. No respondió. El soldado esperó, pero al no escuchar nada, se retiró. Canelón se estaba preparando para el enfrentamiento.
Mientras él lo hacía en silencio, afuera todo era un caos: soldados y rebeldes corrían de un lado a otro, buscando salvarse. Sabían que los Vigilantes no dejarían a nadie atrás.
Nathaniel notó el desorden y aprovechó el momento. Rescató a Daniel y a Dora, guiándolos por un pasadizo secreto que pocos conocían. Dora, débil y confundida, apenas reaccionaba. Daniel la sostenía con fuerza. La esperanza no podía apagarse ahora.
—Aguanta, Dora. Diana nos necesita despiertos —susurró, con los ojos llenos de lágrimas.
Pero Dora no entendía. Para ella todo era confusión, y ni siquiera Daniel le daba seguridad. Nathaniel los dejó en un escondite seguro.
—Debo volver antes de que noten mi ausencia. Aquí estarán a salvo.
Daniel asintió. Observó a Nathaniel alejarse con paso firme. Sentía que todo iba a salir bien. Tenía armas poderosas: una esperanza inquebrantable, una fe ciega… y el amor por su familia.
Y es que ese sentimiento, el amor, es el único capaz de mover a todo el universo.
En el antiguo refugio antiaéreo, también llegaron las noticias.
—Los Vigilantes del Umbral vienen en camino —dijo David con voz grave.
—¿Quiénes? —preguntó Duarte, sorprendido.
Diana y David le explicaron todo sobre ellos. Era esa parte de la historia que Duarte aún no conocía.
—Llegó la hora de activar las llaves —dijo David, firme.
—¿Qué? ¿Cómo? —respondió Duarte, confundido.
—¡Prepárate para lo que viene! ¡No es la hora del miedo! ¡Es el principio del fin! —dijo Diana con valentía.
Ella lo decía en serio. Pero nadie sabía lo que realmente se avecinaba.
Era el principio del fin.
Relato 20: Las llaves y el caos
El ambiente en Cardenales era gris y triste y el silencio en el refugio antiaéreo era engañoso. Afuera, el mundo comenzaba a estremecerse. El caos había ganado la batalla y toda era un revuelo. Pero solo los rebeldes y aliados, y aquellos que podían sentir algo como Denise, Patricia y ahora Daniel, lo presentía. Para el resto de la Tierra era un día normal.
Diana se preparaba para algo grande. Sabía que había llegado su momento de liderar el encendido de las llaves. Las 100 que ella había logrado reiniciar la seguían como su líder y confiaban en ella. Había sido un trabajo ardúo, pero eso había convertido a Díana en una adulta fuerte y decidida, llena de temores si, pero capaz de vencerlos. Duarte era su pilar emocional, ese pilar familiar tan necesario en tiempos difíciles cuando todo parece perdido. Su presencia allí llenaba a Diana de ánimos. Y Patricia era su soporte.
David, sereno pero decidido, colocó ambas manos sobre un cristal que protegía la cámara de energía que había instalado en el refugio. Días de ardúo trabajo le permitieron instalar unos canales hacia el exterior, por donde circulaba la energía. Era a través de esa cámara con la que Diana se comunicaría con las llaves alrededor del mundo.
—Ha llegado el momento —dijo con solemnidad.
Duarte lo miró, todavía incrédulo, como si el peso de aquella decisión fuera demasiado para asumirlo de golpe. Observaba callado y listo para ayudar en lo que fuera necesario, aunque no entendía toda la situación.
—¿Estás seguro? —preguntó Diana.
—Sí. Los Vigilantes del Umbral son la última línea antes del colapso. Si cruzan, debemos tener el poder para enfrentarlos, o para ayudarlos. Las llaves no pueden esperar más.
Un zumbido agudo llenó el aire. Las llaves comenzaron a brillar, como si respondieran a una llamada ancestral. Diana, Patricia, Duarte y David cerraron los ojos, sabiendo que el despertar de ese poder los conectaría más allá de lo humano. Diana están a consciente del peso que recaía sobre ella y estaba dispuesta a su irlo.
Mientras tanto, en el escondite donde Nathaniel había dejado a los Claver, Dora comenzaba a reaccionar.
—Daniel… —susurró, temblando—. Soñé con… luces. Y una niña… ¿Quién era?
Daniel la abrazó, conteniendo las lágrimas.
—Eras tú, Dora. Estás recordando. Poco a poco… Volverás a ser tú.
El amor de Daniel era su ancla, su mapa de regreso. Él lo sabía. La abrazó con la fe de quien lucha contra la oscuridad con las manos desnudas. Sabía que Dora era más fuerte de lo que ella misma recordaba.
Repiró hondo y se llenó de paciencia. El no presentía presencias como sus hijas, pero accidentalmente había encontrado el diario de la abuela Daría, ese que Denise le había dado Diana y que ella guardaba con esmero. Allí encontró algunas respuestas a todo aquello que le llamaba la atención y muchas más preguntas de las que quisiera tener. Daniel sabía perfectamente cuál era el papel que tenía que desempeñar en este momento y pondría su mejor esfuerzo en ello, especialmente por su familia.
En otro punto del planeta, Denise no había parado ni un segundo. Aún sin saber que los Vigilantes estaban en camino, había logrado algo extraordinario: una coalición internacional sin precedentes.
—Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Canadá, España… —repasaba mientras le hablaba a Everlinda—. ¡Y eso sin contar a los países del sur que se nos están uniendo ahora!
—Tú los inspiraste, Denise —dijo Everlinda, firme—. Nadie se mueve si no hay una voz que los despierte. Y tú has sido esa voz.
Todos esos países se había unido a una causa común: la lucha contra la tiranía. Y es que mientras los aliados libraban una batalla contra los rebeldes en escenarios intergalácticos, los habitantes de la Tierra habían encontrado una causa común por la qué unirse y luchar: la libertad. Denise estaba convencida de que todo esfuerzo sumaba y estaba en lo correcto.
—¿Y Diana? ¿Sabemos algo de ella?— preguntó Everlinda curiosa
—Solo que sigue resistiendo. Como tú. Como todos.
Denise sintió que algo se acercaba, pero no sabía qué. Y sin embargo, su instinto le decía que debía seguir. Que estaba cerca del final… o del principio. Se había convertido, junto a Everlinda, en una pieza clave de apoyo a los habitantes de Cardenales que luchaban por la libertad y a la vez era una pieza clave en la lucha de los aliados.
En el refugio David, Diana, Duarte y Patricia esperaban con paciencia el momento de la,activación. En silencio se miraban, unían sus manos y oraban. Dios estaba con ellos y todo tenía que salir bien.
De repente, la cámara de energía empezó a emitir una luz intermitente y un sonido como de alarma. Todos se voltearon hacia la cámara de energía y luego se miraron entre sí. El momento había llegado y entonces , el mundo tembló.
Una grieta de luz se abrió en el cielo. Un estruendo sacudió el refugio. Las alarmas sonaron por todo el complejo. Duarte se puso de pie de un salto.
—¿Qué fue eso?
David no necesitó mirar por los monitores.
—Han llegado.
Los Vigilantes del Umbral cruzaban la atmósfera como una tormenta de fuego, energía y juicio. Su llegada no era sutil. Era un evento cósmico. Pero nadie lo podía ver, solo los extraterrestres y Diana.
Cardenales se llenó de caos. Naves, sirenas, gritos. Soldados corriendo sin rumbo. Algunos huían, otros se escondían. El cielo parecía abrirse en dos. Los gusanos verdes fosforescentes salían de sus escondites y buscaban otro refugio. Era una escena digna de ser descrita: Los humanos de la Tierra seguían su vida normal, como cualquier otro día pero a su lado emergía el caos y la desesperación, los gritos y las sirenas mientras el cielo se abría en dos, como las aguas ante Moisés.
Diana miró hacia arriba, guardó silencio por unos segundos y dijo:
—Ya no hay vuelta atrás.
Relato 21: No es el final
Canelón, encerrado en su búnker, escuchaba el revuelo. Sabía que habían venido por él. Pero no se sentía indefenso. Desde mucho antes de desertar de la autoridad de Zathea, había preparado un ejército de robots para protegerse. Los zathenianos eran una raza avanzada en tecnología, y él había contado con la ayuda de Damián Calito y Mauricio Alan para crear su escudo mecánico. Ahora, sin aliados, se defendía solo con esa tropa artificial.
Cuando Damián Calito fue a buscarlo al búnker, era de los pocos que sabía cómo encontrarlo. Fue a pedirle refugio. Tenía pánico. Pero Canelón se negó a abrir la puerta. Lo dejó a su suerte. Damián no lo podía creer. La traición fue tan clara como un cuchillo. “Me las vas a pagar”, murmuró antes de desaparecer en un día que parecía una noche.
En lo alto del cielo, los Vigilantes del Umbral aparecieron. Posados en las nubes, enviaron un torbellino que comenzó a succionar todo a su paso: soldados, gusanos, formas amorfas, todo era arrastrado hacia una gran nave. No era momento de hacer preguntas. Solo de disparar. Las preguntas vendrían después.
Desde el refugio, Diana realizaba un esfuerzo sobrehumano. Con la ayuda de las llaves, mantenía un escudo protector sobre sus aliados, con el fin de que los Vigilantes se llevaran solo a los rebeldes. Patricia y Duarte la sostenían por las manos, dándole apoyo emocional. Los tres formaban un círculo de energía invisible pero poderosa. Diana debía mantener el encendido de todas las llaves para que funcionara el escudo protector. David se encargaba de mantener la energía fluyendo hacia el exterior y el gusano lo ayudaba. Era un trabajo en equipo para proteger a Cardenales. Y es que si Canelón triunfaba en su despropósito, sería el inicio de una reacción en cadena hacia otros países en los que los tiranos recibirían el mensaje: la tiranía es posible. Por eso, Diana se mantenía conectada con todas sus fuerzas, sin desfallecer. El mundo debía ser liberado de mentes como Canelón y de intentos de invasión.
Mientras tanto, en Francia, Denise también lo sintió.
—Everlinda, algo está pasando —le dijo con el corazón en la garganta.
Sin perder tiempo, buscaron refugio en lo más profundo de las catacumbas de París, haciéndose pasar por turistas. Desde su escondite improvisado, Denise pensaba en su hermana y rezaba por ella en silencio.
—¿Hasta cuándo estaremos aquí? —preguntó Everlinda.
—No lo sé. Solo sé que tenemos que estar aquí por ahora.
En otro refugio, Daniel y Dora permanecían tranquilos. Daniel no percibía ningún cambio, pero sabía que debía esperar hasta que Nathaniel fuera por ellos. Mientras tanto, ayudaba a su esposa a recordar, evocando recuerdos juntos y de la familia. Los avances de Dora eran extraordinarios. Había logrado recordar a sus hijas y a sus cuñados, a los que quería como hermanos.
El torbellino arrasaba con todo. Mauricio Alan, Kov’ret y Damián Calito fueron absorbidos por la fuerza de los Vigilantes. Nathaniel, en cambio, fue protegido por un campo magnético emanado por las llaves activas. El ejército completo de robots creado por Canelón fue también succionado y desapareció en cuestión de segundos.
En casa de los Claver, Mocca se escondía debajo de la cama de Daniel y Dora. Golpeaba el techo con las patas, maullaba desesperadamente, pero no salía de allí. Parecía entender que corría un serio peligro y que era mejor mantenerse segura. Siempre la protegió ese desarrollado instinto que la hacía una gatita especial. Al cabo de un tiempo, dejó de flotar pero se mantuvo quieta. Sabía que el peligro aún no había pasado. Se había quedado sola desde que se llevaron a los Claver, pero sabía que su misión era cuidar la casa como un león, y eso hacía.
Y en su búnker, Canelón… no fue tocado. Acurrucado debajo de su escritorio, temblaba. Estaba muerto del pánico y, por haberle dado la espalda a todos, ahora estaba completamente solo. El tornado no lo alcanzó. Pero se enteró de todas sus bajas y se dio cuenta de que estaba solo. Aun así, decidió no rendirse. Los Vigilantes no podrían con él. Ahora era que tenía recursos para oponer resistencia. Lo que no sabía es que, en sus intenciones macabras por seguir en su lucha, solo había dejado muchos enemigos que vendrían a cobrárselas.
Al cabo de un rato, la paz comenzó a invadir el lugar. Un tenue rayo de sol comenzó a calentar la faz de Cardenales, algo que no había pasado en dos años. Y la tierra estéril y desteñida de la ciudad comenzó a adquirir color. Era como si estuviera cubierta por una manta gris que empezaba a levantarse para permitir la entrada de la luz.
Tal como llegaron, los Vigilantes se fueron. El cielo se cerró. Pero todos sabían que aquello no era el final.
Diana cayó de rodillas, exhausta. Las llaves aún brillaban, pero con una luz tenue, como si también hubieran entregado lo último de sí. Patricia y Duarte la ayudaron a levantarse. Nadie hablaba. Solo se escuchaban los ecos del viento, el silbido lejano de lo que alguna vez fue un torbellino destructor y ahora era brisa suave.
—Lo lograste, Diana… —susurró Duarte, sin saber si decirlo en voz alta atraería el desastre de nuevo.
—No, Duarte, lo logramos. Fuimos todos —dijo Diana con firmeza.
David apareció entre las sombras. Se le notaba más envejecido, como si hubiera pagado un precio por mantener el flujo de energía. El gusano que lo acompañaba parecía más grande, más despierto. Diana lo miró con gratitud, y por un instante se sintió en paz. Pero esa paz no era completa. No todavía.
—Nos dieron tiempo —dijo David con seriedad—. Pero no una victoria definitiva.
Diana asintió. Sabía que lo peor podría estar por venir. Canelón seguía vivo. Los Vigilantes solo se habían llevado lo que ya estaba corrompido. El corazón del tirano aún latía, aunque fuera solo en la oscuridad de un búnker vacío.
Muy lejos, en un rincón del mundo, una figura observaba todo a través de un cristal negro. Sonrió. No por placer, sino por reconocimiento. Alguien más había interferido. Los Vigilantes no respondían a cualquiera.
—La niña está lista —susurró la figura—. Que se prepare el Consejo. La segunda fase puede comenzar.
Y entonces, el cristal se apagó.
Relato 22: Adiós a Canelón
Todo vuelve a la calma. En Cardenales ya no llueve, pero el cielo sigue gris. Un rayo de sol se cuela entre las nubes, tenue pero constante. Los aliados comienzan, poco a poco, a salir de sus refugios. Sin embargo, la vida en el planeta continúa como si nada.
En el refugio, Diana se desmaya exhausta. Duarte la sostiene antes de que caiga al suelo y la coloca sobre una camilla habilitada como cama. Patricia le pone un paño de agua fría en la frente para ayudarla a relajarse. La labor ha sido ardua.
David conversa con Duarte y Patricia mientras Diana permanece inconsciente. Les dice que los Vigilantes no se han ido, que esto apenas ha comenzado, y que no descansarán hasta atrapar a Canelón. No han logrado localizarlo y están realizando una búsqueda exhaustiva, incluso entre los aliados. Duarte y Patricia quedan llenos de dudas.
—¿Cómo será esa segunda búsqueda? —pregunta Patricia.
—Pues mucho más selectiva —responde David.
De repente, un zumbido. David queda mirando al horizonte. Es Nathaniel. Le comunica que todo está en calma y que los padres de Diana están a salvo. Ellos quieren regresar a su casa y proponen un encuentro. Nathaniel está convencido de que Dora y Daniel serán cruciales como apoyo para Diana en su lucha. Deciden reunirse todos en la casa. Allí estaba Mocca, escondida pero tranquila. Al sentir la llegada de todos, sale alegre a recibirlos. Está feliz de ver a su familia de regreso.
En Francia, Denise sale del refugio con Everlinda. La tranquilidad se siente en el ambiente. Lo primero que hace es comunicarse con David y se entera de lo sucedido. Está feliz al saber que Diana y sus padres están bien. Ahora sabe que puede regresar a Cardenales. Denise y Everlinda comienzan a preparar el viaje de vuelta.
Los Claver se reencuentran en la casa. Diana se emociona al ver a sus padres y saber que Denise viene en camino. Mocca no puede creer que Diana haya regresado: le salta encima y le ronronea, feliz. Duarte se alegra de ver a su hermano y a su cuñada. Los abraza con fuerza, sabiendo que aún no es el final.
Tras el reencuentro familiar, Diana, David y Duarte deben volver al refugio. Esta vez, Mocca va con ellos; no se quedaría sola otra vez. David comenta que el Consejo de los Aliados se ha comunicado con él. Han observado toda la labor de Diana, pero la guerra aún no ha terminado. Vuelven por Canelón, y Diana debe ayudarlos con las llaves. Damián Calito ha hablado y les ha dado la ubicación exacta.
El Consejo ha seguido de cerca a Diana y su lucha. Ven en ella a la nueva integrante del consejo, representando a la Tierra. Creen que ya está lista para asumir esa misión. Lo supieron al verla actuar frente a los Vigilantes del Umbral. David lo sabe, pero aún no se lo ha dicho.
De regreso en el refugio, David anuncia:
—Ya tienen ubicado a Canelón. Vienen a buscarlo.
Aclara que esta vez no será necesario activar las llaves, pero que hay que mantenerse alertas y ocultos. Al llegar al refugio, Mocca comienza a explorar. Se encuentra con el gusano verde fosforescente y se hacen amigos.
Todo Cardenales espera la salida de Canelón. Los aliados confían en que los Vigilantes lo capturarán. El resto de los habitantes también lo desea: una coalición de países democráticos está lista para intervenir en defensa del pueblo.
Todos están a la espera del desenlace. De pronto, la cámara de energía se enciende. Un leve zumbido anuncia que todas las luces están activadas.
—¡Llegaron! —grita alguien—. Los Vigilantes han vuelto.
Todos aguantan la respiración. No pueden hacer nada, solo rezar para que la operación sea exitosa. Durante horas esperan. David monitorea la búsqueda. Es como ver todo en tiempo real. Así descubren que, al llegar al búnker, Canelón no estaba. Encuentran un túnel secreto que conduce a un hueco profundo. Allí está él, escondido como una rata, muerto de miedo. Finalmente, cuando lo atrapan, no ofrece resistencia.
Los Vigilantes del Umbral se lo llevan, y con eso terminan de limpiar Cardenales de todo vestigio rebelde. Tan silenciosamente como llegaron, se van, y el cielo vuelve a cerrarse.
En el refugio, la cámara de energía emite un fuerte ruido. Todas las luces se encienden y luego se apagan.
—Se han ido —dice David—. La operación ha sido un éxito.
En el refugio todos se abrazan. Diana, Patricia y Duarte celebran aliviados. Pero no son los únicos. El sol comienza a brillar como nunca antes en Cardenales. La gente sale de sus casas y se abrazan en las calles, incluso sin conocerse.
Los chicos salen del refugio y se dirigen a la casa de los Claver. Mocca y el gusano verde fosforescente los acompañan. En el camino, ven cómo la alegría se ha apoderado de todos. Cuando llegan, Diana se reencuentra con sus padres y con Denise. El momento es épico. Hay llantos, risas y muchos abrazos. Dora ha recuperado la memoria y vuelve a ser la de antes. Todo comienza a volver a su lugar.
Hasta el gusano verde fosforescente se convierte en mascota, pero no de los Claver, sino de David, que ha encontrado en él un amigo.
Pero aún queda algo por resolver. Y tras unas horas de reencuentro, David está a punto de soltar una bomba.
Relato 23: La invitación
Los Claver estaban todos reunidos. Dora había preparado un almuerzo sencillo, pero cálido, y la casa estaba impregnada de un aroma a sopa y jengibre que recordaba a otros tiempos. David y Patricia también estaban allí. La conversación fluía con naturalidad hasta que David, con gesto sereno pero firme, apartó a Diana y le pidió que lo acompañara al jardín.
Estaban los dos sentados en el banco junto al árbol de mango, en el jardín de la casa. David la miraba con esa ternura que había aprendido de ella.
—Hay algo que debes saber —le dijo con voz suave.
Diana lo miró intrigada. David, mirándola fijamente como quien guarda un secreto importante, habló pausadamente
—El Consejo de los Aliados ha tomado una decisión. Han seguido tus pasos muy de cerca: tus acciones, tu forma de liderar, tu capacidad para conectar con lo desconocido… Están convencidos de que eres la persona indicada para representar a la Tierra. Consideran que estás preparada para dar un paso al frente.
Diana sintió que el aire se hacía más denso a su alrededor. Muchas ideas pasaron por su cabeza. No podía entender claramente qué significaba eso.
—¿Representar a la Tierra?
—Sí. Quieren que seas parte del Consejo. Que hables por tu planeta. Que estés en la mesa donde se toman las decisiones que afectan a múltiples sistemas estelares. La sede está en el planeta Centauro, del sistema Velmara.
El silencio la envolvió. Diana tragó saliva. Se sintió honrada, sí, pero también abrumada. El corazón le latía con fuerza. La asaltaron miles de temores: ¿Podría hacerlo? ¿Estaban seguros de que ella podía llevar a cabo esa misión? ¿Tendría el valor de dejar a su familia?
—No estoy lista para dejar a mi familia —murmuró—. Esto es… demasiado.
David asintió con comprensión.
—No tienes que decidir ahora. Solo quiero que sepas que el lugar está ahí, si lo eliges. Y que el Consejo de los Aliados espera una decisión de tu parte
Mientras tanto, en la sala, la vida seguía su curso. Don, que se había enterado del regreso de Denise, llegó sin previo aviso. Al verla, no dudó en abrazarla. Fue un abrazo largo, de esos que no necesitan palabras. Le dijo cuánto la había extrañado y cuánto la quería. Denise se ruborizó, pero no se apartó. Había algo en él que siempre la hacía sentir a salvo. Y el amor, el sentimiento que mueve al universo, se hizo presente.
Dora, por su parte, se sentía al borde del desborde. Todo pasaba demasiado rápido: David era de otro planeta, su hija podía convertirse en una líder, los gusanos verdes, las llaves, las revelaciones… Y ahora, Daniel apareció con una sorpresa más.
—Darío me llamó. Mis hermanos quieren volver a Cardenales —anunció, mientras le entregaba a Dora una carpeta con planos y dibujos.
—¿Volver?
—Sí. Queremos abrir un restaurante de sushi. Se llamará Hari. Es un proyecto familiar… para reconstruir lo que se perdió.
Dora miró el proyecto. Era hermoso. Colorido. Y, sobre todo, lleno de esperanza. No podía ser más claro. Demasiadas revelaciones para tan corto tiempo, pero todo apuntaba hacia un futuro prometedor.
Nathaniel también llegó esa tarde. La casa parecía latir con historias cruzadas. Reunió a todos en el jardín y anunció su partida: lo habían asignado a una misión en un planeta lejano, pero prometió volver. Se abrazaron con afecto, en especial con Diana, quien lo miró con ojos húmedos.
—Me enseñaste a ver —le dijo ella.
—Y tú me enseñaste a sentir —le respondió él.
—Gracias por protegerme a mí y a mi familia —le dijo visiblemente conmovida.
—Fue un placer trabajar por una chica tan valiente como tú.
Se dieron un gran abrazo. Diana estaba segura de que era el comienzo de una amistad irrompible, basada en el respeto, el amor filial y la confianza. Estaba segura de que se volverían a ver.
—Cuando vuelvas, no dudes en venir a visitarnos —le dijo Daniel con afecto.
Y, tomando su camino, Nathaniel se marchó.
Esa noche, Diana no podía dormir. Se sentó frente al diario de la abuela Daría. Lo abrió por una página que parecía esperarla:
“A veces el camino se presenta antes de que estés lista para andarlo. Pero si la voz del universo te llama por tu nombre, no tienes que entenderlo todo, solo da el primer paso.”
La frase la atravesó. Salió al jardín, buscó a David y lo miró a los ojos.
—Acepto. Dile al Consejo que acepto.
David no dijo nada. Solo sonrió. Desde su bolsillo, sacó una pequeña caja con un broche metálico: era un símbolo del Consejo. Cuando lo abrió, las llaves de Diana, guardadas en su bolsillo, comenzaron a brillar sutilmente, como si aprobaran su decisión.
Desde una sombra lejana, una figura observaba todo. Sus ojos, fríos y calculadores, parpadearon. En su oído sonó una voz distorsionada
—Confirma: ¿la muchacha se va?
—Sí. Pero no estará sola.
La figura desapareció entre las sombras.
Relato 24: Epílogo
El amanecer en Cardenales era distinto. Ya no había lluvia, ni nubes espesas cubriendo el cielo. Una calma nueva se extendía como un manto delicado sobre las calles, ahora heridas, pero llenas de esperanza. Había llegado el momento de la reconstrucción.
En la casa de los Claver, el ambiente era sereno, pero cargado de emoción. Diana, con los ojos brillantes y la voz pausada, reunió a su familia. David la acompañaba en silencio, como un faro constante a su lado.
—He tomado una decisión —dijo Diana, rompiendo el silencio—. Aceptaré la invitación del Consejo de los Aliados. Me convertiré en la representante de la Tierra. Seré una embajadora interestelar.
Hubo un instante de quietud. Dora bajó la mirada, luchando con su instinto de madre. Daniel respiró hondo. Ambos sabían que su hija ya no era solo suya, que pertenecía ahora a algo más grande. Y, sin embargo, la tristeza no podía ocultarse del todo.
—Nos sentimos orgullosos de ti —dijo Daniel, con una sonrisa que temblaba—. No será fácil dejarte ir… pero sabemos que estás donde tienes que estar.
Dora la abrazó fuerte, como si pudiera guardar su olor, su energía, sus risas. Como si pudiera congelar ese momento. No hubo palabras, solo sentimientos.
Denise, a un lado, no contenía las lágrimas.
—¿Y ahora con quién voy a hablar de cosas raras a medianoche? —bromeó entre sollozos—. Te voy a extrañar, pero el universo te necesita. Y yo siempre supe que eras diferente.
Sonrió y le dio un fuerte abrazo, con ese sello irrompible que siempre hubo entre ellas. Diana le respondió con otro aún más fuerte.
Mocca, en silencio, con el hocico apoyado en sus piernas, parecía entenderlo todo. Lamió su mano una y otra vez, despidiéndose a su modo.
Mientras tanto, Duarte preparaba todo para inaugurar el restaurante Hari junto a sus hermanos. Aunque trataba de mostrarse ocupado, también sentía un hueco con la partida de su sobrina. Había estado con ella desde que era una niña, y ahora se iba a recorrer galaxias. No lo podía creer.
—Te cuidarás, ¿verdad? —le dijo con la voz grave y un guiño—. Y si puedes, ven a probar el sushi interestelar cuando regreses.
Los Claver, tal como Cardenales, también se preparaban para su propio renacer. Con la caída definitiva de Canelón y un nuevo liderazgo justo, sabían que quedaba un trabajo largo por delante. Pero algo había cambiado. Había fe. Había unión.
Los hermanos Claver regresaron a la ciudad con energía renovada, listos para construir y sembrar. Todos estaban allí para despedir a Diana. Todos sabían ahora que su sobrina era una líder galáctica, y estaban muy orgullosos.
También estaba Patricia, su querida amiga. Diana y Patricia se abrazaron fuertemente y no ocultaron su tristeza.
—Amiga, cuídate mucho y vuelve pronto. Por aquí te extrañaremos, pero seguiremos de cerca todo lo que hagas —le dijo Patricia, visiblemente conmovida.
Diana la abrazó con fuerza y le dijo:
—Te encargo a mi familia.
En los últimos momentos antes de partir, Diana se despidió de Mocca. La gatita no quería separarse, pero David le entregó una pequeña esfera luminosa que contenía un mensaje de voz grabado de Diana y el aroma de su piel. Algo que la acompañaría hasta su regreso. Mocca quedó feliz con su pequeña esfera e inmediatamente se la llevó a su cama.
El gusano verde fosforescente, silencioso testigo de tantas aventuras, también se preparaba para partir con David. Había cumplido su propósito en la Tierra y regresaba a su origen. Mocca y él cruzaron miradas. Nadie entendió cómo, pero pareció una despedida.
David y Diana subieron a la nave. No era una nave imponente ni futurista. Era pequeña, discreta, como ellos. Antes de despegar, ella miró una vez más a su familia, al cielo de Cardenales, a la Tierra.
—Volveré —dijo—. Lo prometo.
La nave despegó dejando una estela dorada en el cielo gris que empezaba, al fin, a tornarse azul.
Pero mientras una historia se cerraba, en otro rincón del universo, una nueva se tejía en la oscuridad.
Los Vigilantes del Umbral habían liberado a Mauricio Alan y a Damián Calito. Nadie supo por qué. Tal vez como advertencia. Tal vez como prueba.
Los dos hombres se miraron en silencio mientras la cápsula descendía rumbo a la Tierra. Sus ojos ardían con el fuego de la revancha.
—Es hora de volver —dijo Damián Calito, sonriendo de lado—. Y esta vez, no fallaremos.
El cielo de la Tierra brillaba. El verdor volvía a los jardines de Cardenales y las flores, ya botones, prometían ser frondosas en poco tiempo. Los habitantes de Cardenales se habían dedicado a reconstruir su ciudad. Todos habían salido a la calle a barrer, pintar y embellecer todo de nuevo.
El renacer apenas comenzaba.
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