JUNTO AL CAMINO

JUNTO AL CAMINO

Kayo

26/09/2024

JUNTO AL CAMINO

Solo bastaba que escuchara un momento para que lo convenciesen, pero Lucifer estaba decidido en traicionar.

Abdul Le Machine esquivaba los charcos que la tormenta había dejado la noche anterior. Si bien pensaba en ello al momento de caminar, uno de sus pies entro profundamente en la superficie cristalina mojándole los calcetines marrones y el zapato de Charol. Se detuvo unos segundos al sentir la humedad en la piel, pero continuo su camino de inmediato al darse cuenta de que no le importaba para nada.
Unas calles más arriba de la ciudad se levantaban unos enormes pinos azulados. La lluvia los había inclinado hacia un costado dando la impresión de que se iban a caer. Las puntas señalaban la carretera pobremente asfaltada, donde algunos coches se divertían en bocinazos y gritos. Abdul noto el barullo y se acercó a la caravana motorizada. Por la ventana de un descapotable se alzaba una pareja de recién casados. La novia sonreía a mas no poder, regalando maquetas dentales a todo el mundo. Por su parte el novio se veía más nervioso y retraído, solamente levantaba el brazo para saludar.
Una anciana que pasaba a su Colley se detuvo a su lado mientras la pareja se paseaba en esos momentos dorados.

  • Que noble juventud, mire esas sonrisas cargadas de sueños.

La anciana tenía el cuerpo arqueado por la vejez, casi tanto como los pinos azulados. Su Colley era igual o más vieja que ella y notaba síntomas de querer regresar a casa.

  • ¿Usted está casado? — pregunto.

Abdul no la miro, siguió contemplando la lenta caravana que se iba hundiendo en el interior del trópico. Cuando estos desaparecieron de su radar, retomo su andar como si nada, sin darle importancia a la anciana que casi ciega solo escuchaba los sonidos acuosos del Charol alejándose. Una vez dejo de oírlos dirigió su vista a donde creía que podía estar su perro.

  • Pobre muchacho — le dijo.

El perro no la entendió, tenía el cuerpo cansado y creyó que iba a morir, por lo que la guio rumbo a casa.

  • ¿Por qué el apuro? Oh da igual, ¿mañana saldremos otra vez no es cierto?

La masa peluda no quiso escucharla, solamente siguió andando.

Cerca de un viejo tanque de agua Abdul de Machine encontró una sala de seminarios. Los participantes estaban sentados en sillas de plástico color mármol, mientras escuchaban a un hombre que parecía ser una especie de pastor. Todas las personas que se encontraban ahí parecían enfermas o lastimadas. Vio muchos yesos y muletas entre la multitud.

  • Desde acá no podrá escuchar nada — le dijo alguien de repente.

Abdul lo miro, era un hombre de anteojos que tenía una pierna envuelta en varios trapos.

  • Es el trabajo en la carbonera, es como dicen “impredecible” un día trabajas con alegría y al día siguiente una bolsa cae encima tuyo — explico el hombre al notar que Abdul miraba su lesión — se lo que piensa, acá no hay fábricas de carbón. Quizás intente robar a alguien y me lastime en el proceso. No importa, para el hombre en el escenario todos somos iguales, nos puede curar a todos.

El hombre estaba ilusionado se le notaba en la voz y en los ojos.

  • ¿Y esas heridas? ¿De que son? — preguntó mirándole la cara.

El rostro de Abdul estaba cubierto de varias vendas y curitas que solo le dejaban la vista una cierta parte. Lo poco que se veía estaba arañado, por lo que una segunda capa de piel tímidamente empezaba a nacer. Abdul no respondió a la pregunta del hombre, se alejó del seminario y de las sillas blancas aun cuando el hombre lo llamaba desde atrás:

  • ¡No se valla! ¡Ya le dije para el somos todos iguales! ¡Lo curara igual…!

Antes de llegar al límite la ciudad Abdul se detuvo ante un pequeño almacén de luces verdes. Al presionar la puerta sonó una campanilla que alertaba al dueño del local.

  • ¿Qué va llevar? — se oyó en la nada.

Abdul señalo los cigarrillos de tabaco puro, que estaban expuestos en una caja marrón improvisada.

  • ¿Algo fuerte para el frio eh?

Tenía un saco negro algo viejo, rebusco en los bolsillos y saco un puñado de monedas.

  • No me pondré a contar, lléveselo, cortesía de la casa. Quizás nos crucemos más tarde en el seminario — exclamo el dueño señalándole un vendaje en la panza — Fue un puma, acá abundan.

Abdul abandono el local y cuando ya estaba en la carretera saliendo de la ciudad prendió uno de los cigarros. Al momento de hacerlo se escuchó un fuerte trueno, posteriormente el agua comenzó a caer de nuevo en forma de gruesas gotas. Si bien no le importaba mojarse los pies, la cosa cambiaba si era el cuerpo entero, por lo que pensó en regresar a la ciudad a buscar refugio. Unos gritos lo detuvieron.

  • ¡Venga para acá! ¡Oiga venga!

No se había dado cuenta, pero sobre la carretera se hallaba una choza de chapa de donde provenían ruidos de gallinas y cerdos junto a la voz que lo llamaba. Entro lentamente en la propiedad. Lo primero que vio fue un gallinero con la puerta abierta, no dudo en entrar aun cuando se vio que el techo podía volarse con facilidad. Una vez allí desde la choza salió un hombre gordo, que vestía bastante formal, quien se acercó hasta el gallinero.

  • Métase más para adentro hombre, que hay lugar — le indico, adentrándose el también — Menos mal que lo vi, si no se le arruinaría el saco.

El hombre tenía la voz ronca y parecía haber estado tomando algo de alcohol.

  • ¿Usted no es de por acá no?

Abdul negó con la cabeza

  • ¿Sabe cómo lo note? Por los cigarros, acá nadie fuma, son todos evangelistas, le temen al castigo divino y esas cosas.

Abdul miro a donde estaban las gallinas, en la oscuridad las aves parecían monstruos emplumados listos para atacarlo. El suelo estaba lleno de paja y estiércol indicando que los cerdos también dormían ahí.

  • Si se pregunta por los chanchos los mande a matar, hoy es un día especial, mire esta pilcha. Parezco un conde.

Tenía una ropa de gabardina azul que se había manchado un poco de barro. Los dos se quedaron en silencio mirando la lluvia, Abdul fumaba y el hombre gordo miraba como lo hacía como si fuera la primera vez que veía alguien hacerlo. Después de un tiempo cuando la lluvia todavía no había parado el hombre gordo comenzó a llorar, fueron unos espasmos solamente que resolvió pasándose la mano por el rostro.

  • ¡No sabe cuánto agradezco haberlo visto! Estaba por hacer una estupidez — exclamo— y en un día tan importante.

Abdul saco un cigarro de la caja y se lo ofreció, el hombre negó con la cabeza.

  • No gracias el alcohol es suficiente para mi — respondió —¿Puedo preguntarle porque vino a la ciudad?

La lluvia estaba lejos de parar y el agua comenzaba a sobrepasar el pequeño umbral del gallinero, los gallos estaban nerviosos y murmuraban entre ellos.

  • Busco una casa — respondió Abdul.
  • Aahh comprendo ¿Algún familiar no? Si bueno[U1] , más para allá no hay más casas, esta es la última, si quiere lo puedo llevar hasta donde se aloja.

En ese momento el hombre le señalo un coche estacionado no muy lejos de ahí. El poste del gallinero no se lo había dado ver a Abdul de primera mano. Era un auto blanco seminuevo al que le faltaba un espejo. Se lo quedo viendo mientras el hombre le seguía hablando.

  • Es lo menos que puedo hacer, ¡no sabe a estupidez que estaba por hacer! Hoy se casa mi hija, va ya se casó, ya deben estar viniendo para acá con el novio, me pasan a buscar y de ahí tenemos que ir a la iglesia ¡Ya se ¿¡Porque no viene conmigo!? Va haber comida y baile, puede buscar a sus parientes mañana cuando el clima mejore…mi hermana es enfermera le puede ayudar con las heridas….

Abdul lo volteó a ver con ojos cansados, tenía ojeras por llorar mucho y dormir poco. Las vendas mojadas estaban flojas por los que se las saco de un tirón, dejando a la vista unas heridas profundas pero que ya habían dejado de sangrar. Aquel color sangriento también era visible en la parte delantera del auto, aunque lo habían tratado de limpiar la sangre seca podía verse en los faroles. Si el hombre no se lo habría indicado nunca lo hubiera visto. Lentamente metió una mano en el bolsillo para luego sacar un cuchillo no muy grande.

El hombre gordo pareció atar cabos rápidamente, corrió hacia el auto, pero el barro hizo que tropiece dentro de un charco. En el suelo sintió un dolor horrible en la espalda que repitió varias veces hasta notar como el agua debajo suyo tomaba color bordo. Lo último que vio fue el cigarro de tabaco puro caer y apagarse en el charco al igual que su vida.

Abdul entro un momento a la casa. En la sala había un sillón marrón y apoyado en él una escopeta de caza. La levanto y en efecto noto que estaba cargada. Dejo todo como estaba y salió rumbo a la carretera aun con la lluvia cayendo sobre él. Los sonidos de las gotas suicidadas sobre el piso le recordaban a una melodía.

Escucho bocinazos cerca, el descapotable con la novia y el novio paso a su lado sin siquiera verlo, envueltos en alegría de sueños y felicidad.

Solo volteo una vez para ver las luces de atrás meterse en el interior de la choza, luego siguió el camino dispuesto a atravesar la ciudad nuevamente.

[U1]

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS