Y sin embargo, me volví a encontrar frente a la siniestra y torcida imagen de un vaco medio vacío, tal vez si no fuera por el conocimiento y el recuerdo que veo en el reflejo del hielo medio derretido en la ginebra, juraría que hace un momento se encontraba lleno… ¿Cuantas veces pedí?
Una hora… un minuto, si me hubieran preguntado en mi momento de sobriedad si volvería a estar detrás de la barra sucia de madera, diría con un gesto nervioso, pero optimista, que no. Pero esa negativa se vuelve infantil al verme ahora.
Las sombras detrás, imagino que se agitan en son de una canción que ya no recuerdo, o tal vez, no escuché nunca. Aunque las personas las bailan en un ritmo apegado y feliz, mis dormidos sentidos veían siluetas convulsionando en la oscuridad.
Volví a pensar en el vaso, un poco más vacío. Mis labios secos y mi boca húmeda, mis ojos estaban rojos y esta vez no había nada más que alcohol en mi interior.
Mi mente volvió a viajar en los recuerdos de una adolescencia precoz, donde mi hermana me regañaba por estar a todas horas con una botella de alguna bebida que sinceramente, no recuerdo ni su sabor.
Y por eso estoy aquí, mientras hago la señal de un Gin… o uno de los whiskys, cualquier cosa menos la cuenta. Comienzo a recordar lo que estoy intentando ahogar. Mi hermana perdió una dura batalla con alguna enfermedad de esas, de las que están de moda… no puedo recordarla, pero se la comió viva.
Me volví a sumir en el alcohol intentando olvidar su voz, su nombre, su rostro… la promesa que hice el día que se internó y que, desgraciadamente, rompí apenas su monitor produjo un sonido constante.
Nunca pensé que la muerte tendría un sonido tan… aplastante, ¿Me explico? Era ese sonido que todos sabemos que significa, que graciosamente asemeja una flecha que te atraviesa y perfora el corazón al recordar su significado.
Ella había muerto, me sorprendí.
Y la vez no.
Aunque ahora mismo escapo de esa realidad, ahogándome tanto metafóricamente como en la realidad: en un vaso, y sin la fuerza suficiente para romper el cristal que me encierra…
Vuelvo a pedir otra copa.
El barman me pide que me retire, insulto va e insulto vuelve, me levantó y caminó por el bar hasta la salida. Las sombras que bailaban ya se habían ido, mientras el sol de apoco se asoma por las ventanas marrones y oscurecida de la cantina… o bar, de mala muerte.
Recorrí el estacionamiento, esquivando vómitos de iguales, abrí mi auto torpemente y me senté. Apreté las manos en el volante y lloré.
No podría decirte exactamente hasta que hora estuve ahí sentado, llorando, pero puedo decirte que el estómago me gruñía y la oscuridad de la noche se había transformado en la inclemente tormenta de septiembre.
Había venido a seguir el tratamiento de Evelyn al sur de la tierra, y el clima era extraño aquí. No recuerdo el nombre del país o de los médicos, tampoco lo que tenía exactamente, pero si su rostro consumido.
Nunca había visto a mi hermana tan distraída, adormilada por analgésicos y morfina, sus ojos perdidos y los labios sangrantes, su cuerpo… Estaba tan fría, tan triste. Pero su sonrisa jamás se borró y creo que eso fue la única razón por la que la iba a visitar.
No importaba el diagnostico errado y repetitivo o como iba decayendo, ella sonreía. Mi hermosa hermana estaba tan alegre de verme, y yo era tan feliz de ello.
No he visto a mis padres desde entonces y no quiero verlos. Porque no sé cómo explicarles.
¿Cómo puedes decirles a tus padres que después de la muerte de su hijita, su hijo mayor condujo el auto en estado de alcoholismo y directo hacia una pared?
No sé ni cómo explicarles que pise el acelerador, y cerré los ojos.
OPINIONES Y COMENTARIOS