Querida Celestina:
Con amor te escribo esta ingenua carta, ya que me acorde de una conversación que tuvimos una vez sobre nuestro romance. Cuando solíamos ser amantes, antes que la desesperación y tragedia en tu familia nos obligó a separarnos.
Si pudiera comparar tu amor con una planta, no sabría decir exactamente cuál es, porque simplemente no se me hacen sinónimos o si quiera antónimos. ¡No tiene nada que ver una cosa con la otra!
Pero, tú eras como una rosa, Celestina. Las rosas son suaves, brillantes y majestuosas, pero a la vez también son seres vivos llenos de espinas y dispuestas a defenderse a pinchazos en vez de dejarse tocar. Dejarse amar.
Aunque quisiera que hubieras sido como un árbol. Aquel que se planta con cariño y se riega con paciencia, se le da tierra fértil llena de comprensión para que crezca fuerte y alto. No daña, y si esperas lo suficiente te da frutos y sombra en los momentos donde el mundo te irradia de calor y tormento. El árbol está ahí, cuidándote.
Las rosas no son eternas.
No éramos eternos.
Atentamente, tu ex amante.
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