Me subyuga la inocencia
que desata al pecado cuando lo deja ser.
Me asusta adentrarme en la dulzura del odio
cuando rasga la encendida oscuridad.
Me paraliza presentir al castigo
lindando con el espacio prisionero entre tu suelo y mi cielo.
Me ciega el ángulo de tus ojos cuando
rozan mi reverso.
¡Ay! Jirones de picardía que tropiezan en tu nube errante,
que despojan al cielo de olvido y que sepultan en el suelo de espinas
al estigma en que me has desleído.
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