Él sepultó su fantasía efímera e inmarcesible,
concibiendo detener la clepsidra,
mientras al unísono sus horas
anunciaban una triste melodía.
¡Tiempo nómada de presente errante!,
no busques en la liturgia del atardecer,
porque, quizá, es que no quieres ver;
quizá es que tus ojos se vaciaron de luz, de gotas…
y mueres sin ella cada crepúsculo.
Mas ella, en otros lares, donde nadie la señala, donde nadie la mira,
ruega a no sabe que Dios:
“Enséñame a ser dichosa lejos del dolor, de mi dolor que es el tuyo,
lejos, te lo imploro, del tormento de mi sinrazón”.
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