Soledad, pensar en la soledad, incluso solo escuchar la palabra a lo lejos de cualquier habitación me producía un pánico, donde mis manos sudaban, y mi piel se erizaba, la soledad no iba conmigo.

Depender de alguien no es tan malo, aprendes a leer la mente de los demás con una mirada, sabes cuál será el siguiente movimiento, conforme van pasado los días aprendes más de esa persona, aprendes a tratarla, a verla más allá de la ropa y la mirada distraída, sabes lo que le molesta y lo que le apasiona. La dependencia no es tan mala, o al menos eso creía hasta que un día desperté y me encontraba solo. Fue esa mañana que me di cuenta que la única persona que en mi vida estaba, y que me daba ese sentimiento de juventud y de esperanza había partido, había cerrado los ojos para no volver a abrirlos, y ahí me encontraba yo, solo en la mesa de cocina para dos, tomando café y fumando, sin nadie frente a mí.

Ese primer día fue brutal, veía a mi alrededor y nadie hablaba, en esa pequeña casa de un piso, no se escuchaba ni las ratas pasar, solo mi respiración, había tanto silencio que de momentos podía escuchar el latido de mi corazón, y con cada latido que retumbaba en mis oídos se aumentaba un latido por minuto, con ese acelere de mi corazón, mi mente se ansiaba, pensaba que ese preciso momento podría ser el último de mis días. Llevaba horas sentado en la mesa con una taza a medias de café frío, escuchando mi corazón acelerarse, de momento escuche como de mis mejillas salía un sonido, era mi barba crecer, podía escuchar como mi barba crecía.

Llego la noche y con ella mi sueño, me levanté de la silla con las piernas entumidas, pasee por la casa un par de minutos y me dirigí a la habitación. Fría habitación donde un peculiar olor se empezaba a percibir, di las buenas noches a mi antiguo amigo, cerré los ojos y un profundo sueño se apoderó de mí.

La mañana siguiente, sabía que para mantener la casa debía deshacerme del cuerpo de mi amigo, el patio trasero podría ser una buena despedida, acomodar un espacio para él junto a las rosas que él tanto cuidaba y apreciaba, decía que cuando crecieran lo suficiente se las daría a la chica de la oficina de correos junto con una tímida petición para cenar, nunca llevo tal fecha para él. Quede horas sentado en pie de la tumba donde descansaba mi dependencia, las lágrimas brotaban de mis ojos con fluidez y mi mente se llenaba de recuerdos, recuerdos que dolían pero que no se detenían por más que lo intentaba. Me recodaba a mi mismo mientras la noche llegaba una vez más que tal vez, solo tal vez ese sería mi pronto destino, ya no me queda nada aquí por lo cual quedarme, por el cual levantarme todos los días, solo quedo yo, y no hay nada que pueda hacer solo, nada que valga la pena.

Las semanas pasaban mientras planeaba mi descanso, pensaba en mil maneras de dejar este mundo, de salirme de aquí, cada que acudía a la tienda y no sabía comprar, cada que elegía el lado equivocado para caminar, cada que quería comprar un helado o ver una película y escogía algo que al final no me gustaba, mi mente se aclaraba y sabía que tenía que hacerlo pronto, que no resistiría mucho tiempo sin alguien como compañía, sin alguien que me dijera que ese no me iba a gustar, y lo sabía porque me conocía. Las tardes en la casa eran más que tortura, el consumo de café y cigarrillos se elevó, estaba experimentado mi lenta caída, y no había nadie que me pudiera levantar.

Una mañana al hacer mi rutina de ir al mercado, comprar la comida y regresar, hice algo mal, me fui por el camino equivocado, el camino me llevó al sur, a las afueras de la cuidad, yo vivía a las afueras del norte. Al percatarme de mi error mi mente se nubló y lo único que podía ver eran árboles, no veía camino, mis piernas temblaban y eran demasiado débiles para caminar, me senté y empecé a llorar. Con cada lágrima que caía la angustia aumentaba, tomaba la bolsa de las compras con ambas manos como si se fuera a escapar, como si me fuera a abandonar. Me arrodillé y mi corazón latía fuerte, cada vez más rápido, en un instante mi pecho ardió y un dolor se apodero de mí, me recosté y vi el sol brillando, filtrándose entre las hojas que se movían con delicadeza con el aire, el pasto cálido y esponjoso; sonreí, estaba muriendo. El dolor se hacía cada vez más fuerte y la sonrisa en mi rostro se hacía cada vez más grande. Pasaron solo unos segundos cuando sentí cómo mi corazón daba su último esfuerzo.

Al final acogido por el bosque, morí.


Etiquetas: cuento drama viaje

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