W. Black //W. N. G. S.

W. Black //W. N. G. S.

An_17

10/12/2025

S«Leyendas, historias perdidas en el tiempo…»

Sus pasos dejaban huella en la blanca nieve, la brisa invernal invadía sus pulmones a medida que seguía corriendo…

«La humanidad se ha encariñado demasiado con contar historias sobre héroes y villanos, en una lucha sin fin…»

Desesperado, ignoraba el dolor creciente en su pecho a causa del frío, cargando en su espalda un rifle de caza viejo, desgastado, con algo de óxido, amarrado firmemente a él con un cinturón de cuero…

«Pero olvidan con facilidad lo que todos somos en realidad: Remanentes. Subproductos de un pasado olvidado…»

«Por favor…» Pensó, mientras su mirada recorría ansiosamente los alrededores. Se había descuidado solo un momento y ellos desaparecieron, dejando pequeñas huellas en la nieve que le servían como guía…

Lástima que esa misma noche habría una tormenta de nieve que, lentamente, borraría aquel leve rastro…

«El hombre, nacido del polvo y cenizas, era fuerte, inteligente y contaba con abundantes recursos…»

Corrió y corrió hasta que, finalmente, vislumbro a la distancia un par de pequeñas siluetas. “¡Hana, Liam!” Grito los nombres de sus hermanos con las pocas fuerzas que le quedaban, pero cuando se acercó un poco más, pudo distinguir una tercera silueta que yacía oculta entre los árboles del bosque…

«Sin embargo, tuvo la desdicha de nacer en un mundo gobernado por la oscuridad, donde criaturas que carecen de alma buscan llevar la existencia del hombre al abismo…»

«Reciben el nombre de…»

Grimm” Susurró, aterrado.

Era alto, de complexión robusta, con una gran similitud a un lobo, pero más monstruoso y cubierto de placas de hueso en su cabeza, mandíbula y hombros, su cuerpo cubierto de un denso pelaje color negro. Sus ojos inyectados en sed de sangre fijos en los niños a medida que lentamente se acercaba a ellos…

En respuesta, el chico llevo las manos a su espalda y preparo el arma que llevaba consigo, sacando un cartucho de su bolsillo que brillaba tenuemente en color celeste, y lo coloca en la recámara…

«Aunque el mundo era cruel y despiadado, el hombre hizo uso de su ingenio y los abundantes recursos que tenía, logrando crear una chispa de esperanza en forma de cristales con poder elemental…»

El depredador se lanzó a por su presa, los niños se aferraron el uno al otro con fuerza mientras cerraban los ojos, esperando el dolor que se avecinaba, pero en ese momento una detonación hizo eco en el bosque…

«Llamados apropiadamente como “Dust” …»

Un proyectil estalla contra la mandíbula abierta del monstruo y, de inmediato, una oleada de cristales de hielo brota del punto de impacto, soldándole la boca con un chasquido brutal. El monstruo ruge, ahogado por su propia furia, y retrocede, tambaleándose mientras araña desesperado el hielo con sus garras. Antes de que pueda liberarse, otro proyectil lo golpea de lleno en el cuello, y un collar rígido —tan grueso y frío como una mordaza glaciar— se forma alrededor de él, aprisionándolo aún más…

¡Corran!” Los niños se giran paralizados, con los ojos desbordados de miedo. “¡No miren atrás, solo corran!” Sin pensarlo más, ambos se levantan y echan a correr con todas sus fuerzas. Mientras tanto, el joven mantiene la mirada fija en el monstruoso lobo, que ha logrado liberarse de sus ataduras. El chico descarga la recámara de su rifle, preparándose para luchar

«Con el poder de la naturaleza en sus manos, la humanidad enfrento al abismo, abriéndose paso hacia un futuro próspero, lograron alzar civilizaciones, gozar de paz y, sobre todo, de vida…»

«Pero mientras la luz siga existiendo…»

Cuando intenta recargar, el aterrador monstruo ya ha saltado sobre él, derribándolo y forzándolo a un brutal forcejeo. Se ve obligado a interponer el rifle entre las fauces de la bestia y su propio cuello para evitar que lo despedace. El peligro latente aviva el miedo en su corazón…

«La oscuridad también lo hará, esperando el momento para volver…»

Y, aun así, entre el temblor de sus brazos y el gruñido viscoso que le retumba en los oídos, algo dentro de él se niega a rendirse. La criatura del Grimm presiona con una fuerza imposible, acercando sus fauces centímetro a centímetro, hasta que el metal del rifle comienza a crujir entre los colmillos…

Él desvía el rostro, siente el aliento caliente y nauseabundo rozarle la mejilla. Las garras del monstruo se clavan en el suelo a ambos lados de su torso, aprisionándolo. Cada segundo pesa como una eternidad…

Cerró los ojos con fuerza y, pronto, las lágrimas comenzaron a aparecer. Se estaba quedando sin fuerzas y el aire gélido del invierno no hacía más que empeorar su condición. Le dolían los pulmones; estaba agotado de caminar por la nieve y, lentamente, sus brazos comenzaron a ceder. Era su fin, él lo sabía. No estaba en condiciones para un enfrentamiento con uno de esos monstruos, fue imprudente el atacarlo sin pensar en lo que pasaría después…

«Hana… Liam…», susurró en su mente, sintiendo como el mundo se desvanecía a través sus ojos anegados en lágrimas de culpa. «Perdón… lo siento tanto…» El temblor de su voz interior se confundía con el rugido de la criatura que se acercaba para reclamar su vida. Durante un instante, acepto su destino; sintió la fría certeza de que no volvería a ver a sus hermanos, de que los estaba dejando solos en un mundo implacable…

Pero entonces, en medio de aquella oscuridad que ya lo envolvía, un destello celeste atravesó su mirada. Parpadeó, incrédulo. Allí, a pocos pasos, un pequeño cartucho de Dust brillaba sobre la nieve como si una estrella hubiera caído solo para él, ofreciéndole una última chispa de esperanza…

No había espacio para pensar. Ni para respirar. Todo su mundo se redujo a un único latido desesperado que retumbaba en su pecho como un tambor de guerra. Con un rugido que brotó desde lo más profundo de su alma, empujó al monstruo con las piernas, no por fuerza, sino por puro instinto, por esa chispa testaruda que se niega a apagarse incluso cuando todo está perdido…

El mínimo respiro que ganó fue una bendición arrancada al destino. Giró sobre la nieve con un jadeo herido y comenzó a arrastrarse hacia el cartucho como si su vida—como si la vida de Hana y Liam—pendiera literalmente de esos centímetros robados…

Cada movimiento era una tortura. La nieve lo mordía, el frío le arañaba los músculos, el miedo le comprimía la garganta. Pero siguió. Siguió porque detenerse significaba aceptar la muerte… y él no aceptaba eso. No aún…

Detrás de él, el aire vibró con un rugido tan profundo que le erizó la piel. Un segundo después, el peso monstruoso cayó sobre su espalda como una avalancha viva. Las garras se clavaron con brutalidad, arrancándole un grito cargado de dolor, rabia y pánico. El monstruo mordió su hombro y sacudió arrancando un pedazo de su abrigo. El mundo pareció romperse alrededor suyo. El aliento se le escapó de los pulmones en un jadeo que no era humano ni animal, sino la mezcla agónica de ambos.

Las lágrimas brotaron, no de miedo, sino de impotencia. La imagen de sus hermanos apareció en su mente. ¿Era ese su final? ¿Así terminaría? ¿Solo, perdido en la nieve, sin poder volver a ver las sonrisas de sus hermanos?…

¡No!” Grito con fuerza, ni siquiera seguro de si fue su voz o su alma…

A ciegas, tembloroso, con el corazón retumbando como un tambor frenético, palpo el suelo hasta sentir la dureza de una roca bajo su mano. Fue un milagro pequeño, improbable, casi absurdo. Pero era suficiente. Era todo lo que necesitaba…

La levanto y con ella golpeo a la criatura con una fuerza que no sabía que poseía, un golpe nacido del amor, de la desesperación y de la promesa silenciosa de no morir allí. El impacto resonó en el bosque como un trueno contenido…

La bestia retrocedió, aturdida. Fue apenas un breve suspiro, un instante de descanso…

Pero para él… ese breve segundo era el mundo entero. Era la diferencia entre vivir o morir. Era la oportunidad que había implorado entre lágrimas…

Y no iba a desperdiciarla…

Con un último esfuerzo, extendió la mano temblorosa, sintiendo como cada fibra de su cuerpo gritaba de agotamiento. Sus dedos rozaron el cartucho y, con un temblor que le hacía doler hasta el alma, lo inserto en la recámara del desgastado rifle. Cada segundo se sentía eterno.

Cuando se giró, el lobo ya estaba sobre él, un torbellino de furia y colmillos que parecía devorar el aire mismo. El corazón le latía con fuerza ensordecedora, como si quisiera escapar de su pecho. Todo a su alrededor se desdibujaba; la nieve, la criatura, el frío cortante… todo reduciéndose a un único momento, a un instante decisivo…

Con el miedo y la determinación fundiéndose en un mismo grito lleno de emociones. Alzó el rifle con manos que apenas obedecían, apunto al monstruo y apretó el gatillo…

El disparo retumbó como un trueno, rompiendo el silencio helado y haciendo temblar la nieve bajo sus pies. Por un instante, todo pareció congelarse: el rugido del lobo se mezcló con el eco del cañón, creando un instante suspendido entre la vida y la muerte…

El proyectil impactó en la cabeza, perforando la máscara de hueso, y del punto de impacto surgieron cristales de hielo que se expandieron como un destello mortal, apagando de inmediato la furia del monstruo…

El chico se cubrió instintivamente al ver el cuerpo inerte caer hacia él, pero antes de que pudiera siquiera rozarlo, este se desvaneció en una lluvia de partículas negras, como si nunca hubiera existido. Permaneció inmóvil, con el corazón latiéndole a toda prisa y la respiración entrecortada, mientras la incredulidad lo paralizaba… hasta que un pensamiento, repentino y urgente, le recordó algo vital…

Hana… Liam…” susurró con voz temblorosa, mientras luchaba por incorporarse. Cada músculo le dolía, pero debía avanzar, debía encontrarlos. Comenzó a caminar tambaleante en la dirección en que los niños habían huido. Colocó una mano temblorosa sobre su hombro herido; la sangre se filtraba a través de la tela del abrigo, recorriendo su espalda desde los profundos cortes que le habían dejado las garras del lobo. El dolor era punzante, pero la preocupación por sus hermanos menores ardía más fuerte que cualquier herida…

No sentía sus manos, y sus piernas apenas respondían, como si cada paso fuera un préstamo que su cuerpo ya no podía pagar; la vista se le nublaba en oleadas, pero aun así avanzaba, aferrado a un solo pensamiento que lo mantenía consciente: sus hermanos. Necesitaba verlos, escuchar sus voces, saber que estaban a salvo. Ese deseo era lo único que lo sostenía mientras la sangre se le escapaba en un hilo cada vez más lento y frío. Con cada movimiento, sus pulmones ardían y el dolor le desgarraba el pecho, pero el miedo de no llegar a tiempo dolía aún más…

Y aun al borde de la oscuridad, siguió adelante, impulsado por el amor que se negaba a soltar…

De repente, un grito agudo desgarró el silencio. Le bastó un segundo para reconocerlo, y en ese instante un escalofrío helado le recorrió la columna, paralizando su aliento por un latido…

No… no, no, no… por favor…” murmuró, casi sin voz, mientras el pánico le oprimía el pecho. La súplica se le escapó como un susurro roto…

Ignoró el dolor que punzaba en cada rincón de su cuerpo y echó a correr, impulsado por un terror que lo consumía. Cada paso era una lucha, pero la urgencia de alcanzar el origen de aquel grito—un sonido tan reconocible como aterrador—lo arrastró hacia adelante, como si su vida dependiera de ello…

La desesperación lo cegaba. No vio la raíz que sobresalía del suelo hasta que su pie se enganchó en ella y cayó de bruces sobre la nieve. El golpe le arrancó un quejido ahogado, pero el dolor apenas le importó: se obligó a levantarse, temblando, resbalando, luchando por alzar la cabeza…

Y entonces la vio…

La imagen cayó sobre él como un mazazo al pecho, aplastándole el aliento. Por un instante, su mente se negó a entender lo que tenía frente a los ojos. Pero la realidad, cruel y despiadada, terminó por imponerse. Sus pupilas se dilataron de puro horror…

Los cuerpos de sus hermanitos yacían inmóviles sobre la nieve, pálidos, fríos… rodeados por un círculo de criaturas del Grimm que acechaban como sombras vivientes, respirando un silencio antinatural…

El mundo pareció quebrarse en un solo segundo…

Sintió cómo algo dentro de él gritaba, algo primitivo, desesperado, devastado. El terror le paralizó las piernas… pero el amor lo obligó a moverse. Las lágrimas le brotaron sin control, ardientes, mientras daba un paso, luego otro, tambaleante, roto emocionalmente…

Ignoró a los monstruos por completo; ya no existían para él. Solo caminó, tambaleante, con la mente entumecida y el corazón desgarrándose a cada paso, hasta llegar a donde yacían sus hermanos. Cuando los vio de cerca, las fuerzas simplemente lo abandonaron. Cayó de rodillas, y con manos temblorosas los tomó en sus brazos, alzando sus pequeños cuerpos contra su pecho en un abrazo desesperado…

Estaban fríos. Demasiado fríos…

Sus pieles, pálidas como la nieve, mostraban los rastros crueles de la hipotermia. Y aun así él los sostuvo con la esperanza irracional de que quizá, solo quizá, sintieran su calor y regresaran…

Las criaturas del Grimm no se movieron. Observaban en silencio, inmóviles, como si aquella escena —su dolor desnudo, su llanto quebrado, su voz ahogada— fuera un festín para ellas, una fuente de alimento más poderosa que cualquier presa…

Porque, al final, los Grimm se nutren de la desesperanza

Del dolor

Del odio

De la tristeza que ahora lo consumía por completo

Las bestias avanzaban un paso, luego otro, y otro más, cada movimiento un golpe que retumbaba en su pecho. La nieve crujía bajo sus garras, y el aire frío parecía solidificarse a su alrededor, atrapándolo en un instante eterno de terror.

El chico levantó la cabeza, la garganta ardiendo, y gritó con toda la fuerza que le quedaba…

¡Váyanse! ¡No se acerquen!

Su voz se quebró en un hilo ahogado, perdida entre el silencio mortal de la escena. Los monstruos no escuchaban. No podían comprender su miedo, ni su dolor… ni la culpa que lo estaba devorando…

Dolor, desesperación, tristeza, rabia… y culpa…

Culpa por no haber llegado a tiempo, por no protegerlos, por permitir que la pesadilla que temía se convirtiera en realidad. Cada lágrima que caía sobre la nieve ardía en sus mejillas como brasas, cada respiración era un recordatorio de su fracaso…

Las criaturas continuaban acercándose. Cada paso retumbaba como un martillo sobre su alma, y él sentía el peso de su impotencia aplastándolo. Temblaba, pero no podía rendirse; no podía dejar de gritar, de golpear el aire con el rifle que apenas podía levantar, como si ese gesto desesperado pudiera detener la oscuridad que avanzaba…

El frío mordía su piel, la sangre que aún corría por su cuerpo parecía helarse, y aun así su corazón latía con un solo propósito: protegerlos, aunque el mundo entero pareciera empeñado en arrebatárselos. Cada segundo era un tormento, cada segundo lo acercaba más al límite, mientras el horror de la escena se grababa en su mente con la fuerza de un puñal…

Las criaturas finalmente se abalanzaron sobre ellos, un torbellino de garras y furia. No tuvo tiempo de pensar; cubrió a sus hermanos con su propio cuerpo, dispuesto a soportar lo que fuera necesario con tal de que ellos vivieran. El estruendo del ataque se redujo de pronto a un murmullo distante mientras cerraba los ojos con fuerza, esperando el dolor inevitable… pero este no llegó…

El tiempo pareció estirarse…

Un segundo… dos… cinco.

Nada…

El silencio que siguió era antinatural, tan denso que lo obligó a contener la respiración. No se escuchaban gruñidos, ni pasos, ni siquiera el jadeo de las criaturas. Solo… silencio…

El corazón le latía con tanta fuerza que casi le dolía. Algo estaba mal. O quizás… algo había cambiado… algo despertó dentro suya…

Con una mezcla de miedo y necesidad, alzó la mirada lentamente, como si el más mínimo movimiento pudiera romper aquel frágil instante. Al principio solo vio humo, polvo suspendido en el aire… y un suave resplandor azul que no debería estar ahí…

El resplandor tomó forma…

Y entonces lo vio…

Un lobo erguido entre él y las criaturas que deberían haberlo matado. Su silueta le resultó extrañamente familiar, pero ahora era distinta, transformada. Su pelaje negro parecía hecho de sombras, cada hebra ardiendo como una llama siniestra. Las placas óseas que cubrían su cabeza, hombros y espalda no tenían ya la crudeza siniestra de los monstruos de Grimm; ahora se asemejaban a la armadura de un guerrero antiguo, pulidas por un brillo sobrenatural…

Una aura color zafiro rodeaba a la bestia, pulsando como un corazón gigante, empujando la oscuridad hacia atrás. Las sombras retrocedían, temerosas de acercarse…

El joven sintió cómo la sorpresa lo atravesaba, helándole la sangre; era el mismo lobo que había matado minutos antes…

Pero ahora estaba ahí… imponente, protector… vivo de un modo que desafiaba toda lógica. No debía existir, y aun así su presencia era tan real como el frío que mordía la piel. Era como si algo profundo dentro de él—algo nacido del terror, del instinto más puro y del deseo ardiente de proteger a sus hermanos—hubiera llamado al espíritu de aquella criatura…

Y esta había respondido…

Aun así, por alguna razón, no podía sentir tranquilidad. Había algo inquietante—casi primitivo—en la forma en que aquella criatura se mantenía a su lado, como si la frontera entre aliado y amenaza fuera demasiado delgada…

Los Grimm retrocedieron primero unos pasos, gruñendo con recelo… y luego huyeron, desvaneciéndose entre los árboles cubiertos de nieve, como sombras expulsadas por una luz demasiado brillante para soportarla…

El lobo se giró entonces hacia el chico. Sus ojos brillaron con un fulgor antiguo mientras él, instintivamente, abrazaba a sus hermanos con todas sus fuerzas…

Y fue allí, en el silencio absoluto que quedó tras la retirada de los monstruos, que el lobo se disolvió. Su cuerpo se quebró en fragmentos de oscuridad que cayeron al suelo y, en un parpadeo, se fundieron en una sombra líquida que corrió veloz hacia los tres niños… hasta unirse con la sombra del chico, como si siempre hubiera pertenecido a ella…

Fue en ese momento que lo comprendió, aunque una parte de él deseara no hacerlo: había despertado su Semblanza. Un poder único nacido del aura, la manifestación física del alma… algo que debía ser un reflejo de los ideales, sueños y convicciones de su portador…

Pero si aquello era un reflejo de su alma… ¿por qué había tomado esa forma?

El chico permaneció allí, paralizado, con el rostro desencajado por el terror. No había espacio para el asombro ni para la emoción que otros sentirían al descubrir su poder. Solo miedo. Solo el recuerdo frío del momento en que ese mismo lobo—esa criatura huesuda, luminosa y terrible—había estado a un segundo de arrancarle la vida…

¿Cómo podía aceptar que ahora era su compañero?¿Cómo podía confiar en algo que aún le hacía temblar las manos solo con recordarlo?

El aura que lo envolvía debía reconfortarlo… pero lo único que sentía era un nudo en el estómago, la insistente negación de aceptar que aquel monstruo—la bestia que casi lo había matado—había salido de dentro de él. Las cicatrices, tanto las visibles como las que llevaba grabadas en lo profundo, eran demasiado recientes, demasiado dolorosas, como para abrazar aquella verdad…

Y mientras su sombra permanecía unida a la del lobo, él no podía evitar sentirse traicionado por su propio poder… como si su alma hubiese elegido la forma más cruel para manifestarse…

En el instante en que estuvo a punto de colapsar bajo el peso de tantas emociones, un sonido rompió el silencio. Pasos. Lentos, firmes. Su cuerpo reaccionó antes que su mente; se tensó, el corazón le dio un vuelco y giró la cabeza hacia la fuente del ruido, temiendo que otro monstruo hubiera aparecido…

Pero no vio una criatura…

Vio a un hombre…

Alto, de cabello canoso, con un par de anteojos que reflejaban la tenue luz del bosque nevado. Su porte era recto, casi elegante, y su ropa formal desentonaba por completo con la crudeza del entorno, como si perteneciera a otro mundo… o como si nada de lo que ocurría a su alrededor pudiera afectarlo.

El chico abrió la boca para hablar, para pedir ayuda o tal vez para exigir respuestas, pero el hombre fue más rápido. Su voz sonó tranquila, como si hubiera llegado exactamente en el momento que esperaba.

Al fin te encuentro, William Black…”





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