Estoy sentado frente al espejo, sé que es mi reflejo quien me devuelve la mirada, pero no logro reconocerme. El hombre que está del otro lado parece haber recibido una paliza; el morado de sus ojos es enormes, su boca se está descarnando, como si llevara días caminando por el desierto. Sus pómulos parecen estar a punto de rasgar la carne de sus mejillas.

Levanto la mano para asegurarme que soy yo, el hombre del espejo imita el movimiento. No me queda más opción en confiar que ese reflejo me pertenece…

Hoy es un día especial, no me podría vestir como en cualquier otro día, los resultados son evidentes, la elegancia resalta en ese hombre del espejo. Una camisa negra y encima se ve una corbata de colores oscuros a rayas, un chaleco color vino que hace juego con el saco y el pantalón.

Me siento en una silla, frente de mí queda el espejo y debajo de él una mesa. En la mesa está mi cepillo, debo arreglar mi cabello para hacer juego con la elegancia de mi vestimenta, y, a lado del cepillo, está mi taladro con una broca HSS lista para actuar.

Termino de peinarme, a pesar de lo demacrado que se ve el hombre del espejo, no se puede negar su porte.

Agarro el taladro, juego con él, lo enciendo, dejo que la broca gire, el movimiento es hipnótico. De la broca se desprenden destellos y el sonido que hace me tranquiliza. Ese sonido me recuerdas que todo está por mejorar.

El ruido se hace cada vez más fuerte, llega un momento en que se hace casi insoportable para mis oídos…

Camino por una larga avenida, tomada de mi mano está ella, la volteo a ver, sus ojos resplandecen y su sonrisa es tan rutilante que debo entrecerrar los ojos para apreciarla por completo. Cuando estoy con ella todo lo demás desaparece, es la única presencia que puedo notar cuando está a mi lado.

Una tarde, ella se me acercó mientras compraba un cómic en un puesto de periódicos. Ese día siempre está en mi mente. Caminaba con pasos saltarines, una risa estridente pero melodiosa, su falda blanca ondeaba con cada salto que daba y su top rosa que le resaltaba las chapas de sus mejillas.

Cuando llegó a mi lado, me arrebató el cómic de las manos, lo pagó y me lo regresó, se me quedó viendo y me dio un papel con su teléfono. Me dijo que ahora estaba obligado a contarle de que trataba y se fue tan rápido como vino.

Al llegar a casa lo primero que hice fue leerlo para poder concretar una cita lo antes posible con esa mujer tan misteriosa.

Acordamos de vernos en el puesto de periódicos, lleva quince minutos de retraso, estoy empezando a ponerme nervioso. ¿Qué me hizo suponer que una mujer así se iba a fijar en mí? Tal vez fue solo una broma o su buena acción del día.

Estoy a punto de irme cuando la veo doblar por la esquina, con el mismo andar saltarín y esa sonrisa que parece siempre la acompaña.

Camino a su encuentro y lo primero que sale de su boca es que no suele ser una persona puntual, no le gusta estar atada a los tiempos. Al escuchar su voz, mis nervios y mi enojo se esfuman, siento que una calma me invade y todo se me olvida.

No me da tiempo de contestar cuando ella ya me tiene agarrado de la mano y me lleva casi a rastras.

Cruzamos a través de un lago por un puente colgante y llegamos a una especie de foro cultural, esta zona es la que transito todos los días y no sabía de la existencia de este lugar. Entramos y la música hace su aparición, en la entrada ella toma un folleto y me lo extiende. Lo primero que veo es su foto devolviéndome la mirada.

La volteo a ver y ella me explica que es parte de un colectivo de mujeres DJ y que hoy tienen una presentación en ese lugar. Me quedo sin palabras y vuelve a llevarme a rastras.

Me lleva hacia la barra, me da una cerveza, un beso en la mejilla y me pide que la espere ahí. La veo alejarse. Se ve tan segura de sí que no puedo evitar sonreírle a esa desconocida que cada vez me intriga más.

La primer DJ termina su set y ella es la siguiente en subir. Su música pone a bailar a todos, el lugar no está completamente lleno, pero aun así siento como las personas hacen temblar el suelo con los saltos que provoca la música de aquella mujer.

Termino mi cerveza y me pido otra, los nervios y la tranquilidad pelean para ver cuál es la que logra invadirme.

La mujer anónima se baja del escenario y llega a mi lado, su sonrisa es aún más grande, si es que eso se puede. Está cubierta de sudor y el rojo de sus mejillas resalta aún más y eso la hacer ver todavía más hermosa.

—Tu música es increíble —por fin logro tomar la iniciativa.

Ella pide dos cervezas y me entrega una. Me dice que eso es lo que más le apasiona; estar frente al público tocando las canciones que compone.

—Me llamo Juan Carlos —le extiendo la mano, ella me la estrecha y me dice que se llama Ileana.

Esa noche la acompaño a su casa, vive cerca del lugar, así que vamos caminando. Por fin podemos tener una plática normal.

A partir de ese momento la acompaño a todos sus conciertos y ella siempre pasa a buscarme cuando salgo del trabajo en el mismo puesto de periódicos de la primera vez.

Los días que paso a su lado se me hacen muy cortos, las horas no me son suficientes para estar con ella…

El taladro ahora aparece en el espejo, gira de prisa, es divertido verlo. Mi mirada se concentra en el rotar del taladro…

¿Cómo podría describir a Ileana?, necesitaría las habilidades del mejor poeta que haya existido para poder rasgar la superficie de lo que es ella.

He pasado seis meses con ella y cada día que pasa me voy dando cuenta que aún me queda mucho por descubrir de ella y cada día me dan más ganas de seguirla descubriendo. Ha llegado a mi vida para arrancarme de la monotonía y el aburrimiento…

­—Ayer te estuve marcando todo el día, ¿Qué pasó? —Miro fijamente los ojos de Ileana.

—Solo no quería contestarte y me cansé de tanta insistencia —Ileana juega con su cabello sin interés.

—Últimamente has estado muy rara… muy distante.

Ileana se aleja, se sirve un vaso con agua y lo bebe.

—¿No piensas contestarme? —mi respiración es agitada y elevo mi voz casi a los gritos.

Ileana sale corriendo y yo me quedo clavado sin saber que hacer.

La paso a buscar a su casa, no está, le llamo y no responde. No sé qué hacer, hace días que no sé de ella. La otra vez vi su silueta por la ventana, pero no respondió ni me abrió…

Una serpiente escarlata baja reptando por un costado de la cara del sujeto en el espejo, pero en su rostro no se refleja sentimiento alguno…

Mañana ella va a tocar, la voy a ir a buscar, llevo semanas sin saber de ella y creo que merezco una explicación.

Ileana está en el escenario, ella no me ha visto, estoy en la barra dónde ella me invitó mi primera cerveza.

Baja, camina en mi dirección, creo que me vio.

Antes de que pudiera acercarme a ella la veo abrazando a alguien, un hombre. Trato de no perder la calma, eso no significa nada, puede ser cualquier persona.

Ileana lo besa…

—¿Qué está pasando? —me acerco a ellos mientras me invade una ira incontrolable.

Ileana me voltea a ver, se logra distinguir un poco de miedo en sus ojos, pero a los pocos segundos se logra controlar.

—Esperaba que después de tanto tiempo sin hablar hubieras entendido la indirecta —Ileana sonríe burlonamente…

El hombre del espejo se me queda viendo fijamente. Su mano sigue levantada, el taladro sigue girando y suelta destellos en el espejo, una mano lo agarra firmemente.

Un pequeño charco rojo se va acumulando en el suelo, pero en las ropas no se notan las manchas, la selección de los colores fue la mejor.

El hombre del espejo y yo nos miramos fijamente y las lágrimas recorren nuestras mejillas.

Y el taladro gira y gira para nunca más detenerse.

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