Estamos frente a la casa, la verdad es que no creo en cosas de fantasmas, pero al estar aquí y verla hace que se me erice la piel.

Mis amigos echan a andar y yo los sigo, no quiero quedarme solo.

Nos detenemos en la puerta, la luna brilla, se puede visualizar la casa en su totalidad, las ventanas parecen pozos a los que no se les ve el fondo. Alrededor de la casa hay arbustos y raíces. El bosque que la rodea le confiere un aura aterradora.

Miguel es el primero en animarse y estira la mano hacia la puerta, al abrirla caen polvo, telaraña y bichos muertos que se han ido acumulando con el tiempo.

Desde niños hemos escuchado historias sobre esta casa. Hace mucho, cuando el pueblo apenas se estaba desarrollando, murieron las personas que vivían aquí, a partir de ese momento se cuentan historias; hablan de gente desaparecida cuando entran en este bosque por la noche, de apariciones dentro de la casa.

Siempre he pensado que son cuentos para asustarnos y mantenernos alejados de este lugar, pero estando aquí el miedo se está apoderando de mí.

Un largo pasillo, unas escaleras desvencijadas y un par de puertas. La casa no se veía tan grande por fuera.

Ana abre la puerta más cercana, las nubes cubren la luna y nos dejan a oscuras por unos segundos, se escuchan rechinidos de puertas, un golpe fuerte que me aturde por unos momentos.

La luna vuelve a brillar, mis amigos no están, solo fueron unos segundos en que la luna dejó de brillar, pero mis amigos han desaparecido.

—¡Salgan! ¡Dejen de jugar! —me adentro en el primer cuarto, enciendo mi lámpara y la puerta se cierra tras de mí. En el suelo hay huesos y en las paredes escurre un líquido oscuro.

El corazón está a punto de explotarme y salgo corriendo, abro la puerta.

Salgo, pero llego a otro cuarto, el corredor ha desaparecido, hay una cama, una ventana donde se pueden ver las copas de los árboles, un cuerpo está recostado en la cama.

Todo pasa muy rápido, algo cae del techo, el ruido que hace es insoportable, me tira hacia atrás, siento un líquido viscoso en la cara, se levanta una nube de polvo.

Recojo la lámpara y me acerco al cuerpo que está en la cama, se dispersa el polvo y no encuentro rastro del objeto que cayó del techo. Reviso el cuerpo y no puedo evitar gritar.

Miguel está inmóvil en la cama con la cabeza destrozada, el objeto que cayó se la aplastó, me limpio la cara con los dedos temiendo lo peor, el líquido que me había salpicado era su sangre.

Llorando, busco por cada rincón del cuarto, pero no puedo encontrar el objeto que le cayó en la cabeza.

Una fuerza me arrastra fuera del cuarto, me lleva a un lugar totalmente oscuro, no veo ventanas alrededor, me llega un olor a putrefacción. Alumbro el suelo, ratas muertas, montones de huesos, cráneos.

No entiendo que pasó, busco una salida, a lo lejos veo un bulto, es una persona, ahora escucho sus sollozos. Me acerco, es Carmen, está temblando, la trato de levantar, pero ella no responde, la trato de incorporar. Mis ojos se quedan clavados en donde deberían estar los suyos. Ahora, en lugar de ojos, quedan solo dos agujeros a los que les escurre sangre.

—¿Qué te pasó? ­—digo entrecortadamente por el llanto.

Ella no responde, está en un estado de shock, la trato de levantar, se escucha un gran estruendo que me lanza lejos, cuando logro recuperar el sentido me doy cuenta de que ya no estoy en ese sótano oscuro y entre mis brazos solo tengo la cabeza de Carmen. Necesito salir de aquí.

Veo una ventana, estoy en la parte alta de la casa, no me importa romperme algo, cualquier cosa es mejor que seguir aquí, la intento abrir, está atorada, escucho ruidos del otro lado de la puerta.

La ventana está cediendo, ya está abierta por la mitad, una fuerza me arranca de la ventana y me deja tirado en el suelo de otra habitación que no logro reconocer.

Me doy cuenta de que me arrancaron las manos, estoy chorreando sangre, corro por el cuarto, la fuerza me vuelve a golpear, caigo en otro cuarto, todo es oscuro, no veo nada, intento seguir corriendo y choco a cada paso que doy.

Pienso en Ana, supongo que ella ha tenido el mismo destino que los demás, solo espero que su muerte haya sido menos dolorosa de lo que está siendo la mía.

La fuerza me vuelve a alcanzar y me avienta cuarto tras cuarto, en cada sacudida siento como me va arrancando partes, cada sacudida me hace gritar hasta que me extirpa la lengua, ya está todo perdido, lo único que me queda esperar es que esta maldita casa decida terminar con mi vida.

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