Hoy una parte de mí ha muerto.
Quizás es la parte que nunca debe morir dentro de cada hombre.
La del niño que siempre debe ser, la del niño convertido en adulto, pero que nunca debe olvidar.
La esperanza, la ilusión.
Cada vez era menos, pero nunca debía morir, como una veladora de débil fuego pero que su luz por tenue que era persistía.
Hoy, mientras fumaba un cigarrillo en la cuneta, supe que lo que esperaba no llegaría. Nunca llegaba, pero siempre repetía la esperanza con ilusión.
Hoy, esa parte ha muerto.
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