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En el vasto cielo de Tiānmù, tres reinos dominan la tierra: »Tianzhou, Yanluo y Qinxue». 

Estos tres reinos, unidos por un pacto ancestral, mantuvieron a través del tiempo una paz frágil pero duradera, mientras las sectas de cada región cultivan el cuerpo, el alma y el espíritu, en busca de dominación y poder.

Tiānmù es un mundo antiguo y vivo, que respira en sus bosques sin fin, sus montañas que tocan los cielos, y sus ruinas milenarias que susurran nombres olvidados.

Hoy, los cultivadores más audaces recorren esas ruinas, buscando encontrar tesoros y herencias que las antiguas sectas dejaron atrás, buscan rastros y fragmentos de sabiduría olvidada, que les permita trascender.

En los lugares más remotos y antiguos, la maleza oculta caminos que no figuran en ningún mapa. Donde los árboles murmuran en lenguas muertas, como si recordaran antiguas culturas y sociedades extintas.

………

Capítulo I. Un corazón que no teme romperse

La brisa lleva consigo fragancias de loto y bambú fresco en el aire, y los rayos de luz se filtran a través de los arboles trayendo consigo el olor a primavera.

………………………

En un rincón olvidado, donde la peor escoria y el olvido asota las aldeas, existe un pequeño orfanato en lo profundo de una de las zonas más olvidadas del reino de Tianzhou, donde decenas de niños luchan por sobrevivir.

El aire del orfanato olía a humo, y sopa de algo que nadie quería nombrar. Mo Tian caminaba despacio, con la mirada fija más allá del jardín de moras, como si pudiese ver más allá de la aldea.

—Mo Tian… ¿alguna vez has visto a un cultivador volar? —preguntó Qian Lei, con los ojos encendidos por una mezcla de asombro.

—No, al igual que tu, solo he visto cultivadores en el primer reino, El Reino Del Templado Corporal, decía Mo Tian, mientras seguía caminando en el jardin, buscando raíces y moras.

—En uno de los libros del orfanato también leí que cuando un cultivador alcanza el último reino, El Reino de la Ascensión Inmortal, pueden caminar sobre el viento, volar mas rápido que las aves e ir a donde quieran. Imagina… cruzar los cielos, ir a cualquier lugar sin que nadie lo impida.

Mo Tian quedó en silencio, pero sus dedos se cerraron con fuerza sobre el saco donde almacenaban las raíces y moras. Se acercó a Qian Lei, bajando la voz como si fuese a compartir un secreto prohibido.

—Estoy cerca de ese reino.. pronto me iré volando por los cielos, recuerda mi nombre.

—!No!… —susurró, con la voz temblorosa—. No te atreverías a dejarme sola, Mo Tian… 

Sus ojos se llenaron de una mezcla de miedo y ternura.

—Sabes que un día me casaré contigo. Aunque tengas alas, aunque te vayas lejos… yo te seguiré.

Mo Tian sonrió, quedó sin palabras y sonrojado.

—Si encuentras una raíz milenaria que me ayude a empezar a cultivar mis meridianos, nos casamos hoy mismo. 

—Entonces prepárate, Mo Tian. Porque si algún día encuentro esa raíz… no tendrás dónde esconderte.

—Esperaré ver ese día, y bueno, creo ya tenemos suficiente en el saco, vámonos, ya la comida debe estar lista, y si llegamos tarde como la última vez nos tocará sopa de berru, dijo Mo Tian.

Mo Tian era el mayor de todos los niños del orfanato. La mayoría rondaba entre los ocho y doce años. Ser el mayor no era lo único por lo que se distinguía; Pues el conocía los secretos más oscuros de la aldea, y los más inquietantes tenían como protagonista al director Lin, el hombre que dirigía y sostenía el orfanato. Tal vez por eso, o precisamente por eso, el director lo mantenía cerca, como su asistente para todo. Le encargaba todo tipo de mandados: comprar especias, cargar sacos de batatas, o entregar las solicitudes más extrañas en lo más profundo de la aldea. Obedecía en silencio, aunque sus ojos parecían saber demasiado.

Mo Tian, casi todos los días recorría la aldea con una bolsa de tela y los pies polvorientos, pero siempre se robaba unos minutos antes de cumplir las tareas que le habían asignado, durante esos mandados, solía detenerse frente a una antigua casa en el centro de la aldea. Allí vivía un anciano extraño, un viejo de barba larga y blanca, que nunca hablaba más de lo necesario.

Un año atrás, cuando el anciano llegó a esta aldea olvidada, dijo que sólo necesitaba refugio. Explicó que sus meridianos habían sido destruidos en una pelea, y que ya no podía cultivar. Trajo consigo una bolsa de oro, suficiente para comprar aquella casa y tener el favor del ministro de la aldea para quedarse aun siendo un extranjero. Desde entonces, vivía allí, en silencio, como una sombra que nadie molestaba.

Mo Tian, desde aquel día, lo buscaba con insistencia. Cada vez que lo veía, le lanzaba mil preguntas: sobre el Dao y artes marciales. De cual era la mejor arma: La espada o el sable, la alabarda o la lanza, la porra o el maso. Sobre las diferentes sectas. Muchas veces también le preguntaba sobre técnicas y el Qi. 

El anciano nunca respondía. Sólo lo miraba con ojos que se perdían, nublados en pensamientos profundos.

Una tarde, mientras el sol se lanzaba con afán sobre los viejos tejados. Mo Tian no solo le hizo vanas preguntas, se sentó frente a él con los puños apretados y le dijo: »Lo único que he aprendido en estos años, es saber cuando alguien miente». Y usted, anciano sin verguenza… usted no es un mendigo ni un ermitaño en sus últimos dias. Usted fue maestro en alguna secta poderosa. Lo sé, puedo sentirlo, me miente… Por favor, enséñeme algo, no le pido alguna técnica secreta, solo enséñeme el comienzo de la cultivación… Tengo un corazón puro, nunca lo usaría para el mal.

El anciano no dijo nada. Ni siquiera parpadeó. 

Mo Tian se levantó. Su voz temblaba y muchas lágrimas bajaban por su rostro. Sabía que el tiempo de los forajidos llegar al orfanato ya estaba cerca.

Ya entiendo, anciano.. usted viene de una secta que usa técnicas de sacrificio, o algún método de cultivación demoníaca. Y al decirle que sólo lo usaría para el bien, no quiere tenerme como discípulo, nisiquiera le ha pasado por la mente enseñarme. Pero si es así, el destino se burla y me sigue, me cierra las puertas una vez más, siempre lo supe. Suele venir a verme la cara, trata de robarme lo que queda de mi alma. Nos matarán mientras huimos del orfanato, apresaran a muchas para ser entregadas a los sucios forajidos. Yo lucharé hasta el final. Sin cultivación ni esgrima, romperé mis huesos contra sus técnicas de cultivación. Lucharé contra este maldito destino que me trajo a este infierno de aldea. No dejaré que violen a las niñas, debo matar aunque sea uno, aunq-ue.. s..sea uno… 

Esas últimas palabras, estaban sumergidas en llanto y dolor, por las niñas que los forajidos se habían llevado hace un tiempo como parte de sus pagos. 

Mo Tian dejó de mirar al anciano, pensando en que talves si era algún ermitaño que no tenía idea de lo que era el Dao. Roto y sin aliento, comenzó a caminar hacia el orfanato, sabía que era incapaz de vencer a esos forajidos que cada cierto tiempo venían a elegir niñas, como si estuvieran eligiendo frutas en el mercado. Hace mucho tiempo atrás, fueron discípulos de algunas sectas, pero al ser expulsados por una cultivación estancada, se convertieron en simples mercenarios de pequeñas aldeas, fueron incapaces de cultivar a un reino superior. Pero para cualquier persona común, les era imposible vencerlos, habían logrado llegar al reino del templado corporal, donde sus cuerpos podían ser endurecidos más que el mismo acero.

El anciano, que por todo un año había permanecido como piedra ante las súplicas de Mo Tian, tras esas últimas palabras sintió un temblor en su pecho que no reconoció. Como un fuego carmecí en su mente, le recordó su pasado, peleando en contra de su propio destino. Era el rugido de un mundo que había dejado atrás. Recordó cuando batalló en otro plano, cuando su nombre era temido y respetado, cuando su puño podía romper montañas y su sola presencia, doblegaba rodillas en el Tianghu. Recordó discípulos que lo traicionaron, enemigos que lo admiraron, y un cielo que nunca le dio descanso.

Pero ahora, al ver ese joven marcharse con los ojos llenos de fuego, y en contra de su destino, entendió. Mo Tian pudo haberse ido todos estos años y dejar el orfanato atrás, no se había ido de la aldea porque quería protegerlos.

El anciano pensó… talvez todos estos logros en el Tianghu y el Dao no fueron para él. Tal vez… cada técnica, cada herida, cada reino alcanzado… fueron para este momento. Para un último discípulo de una aldea olvidada. Para un corazón que no temía romperse para proteger a otros.

El anciano se levantó. Su cuerpo crujió, desatando sus huesos y músculos adormecidos. Caminó hacia Mo Tian. Y con una voz que parecía venir desde lo profundo de una tormenta, dijo:

«Ven, entra.»

Tian Mo se detuvo al instante.

Sus ojos, aún nublados por lágrimas y furia, se abrieron lentamente. Su cuerpo tembló, sentía una sensación, un ardor en su pecho que lo conmocionaba, parecía como si el destino perdía ante él esta vez.

Giró la cabeza con lentitud, como si temiera que al voltear, todo fuese un sueño.

Y entonces lo vio.

El anciano ya no parecía un mendigo. Su espalda, antes encorvada, se erguía como un árbol recto. Sus ojos, que siempre habían estado apagados, ahora brillaban con un fuego dorado, como soles antiguos que habían visto los confines del mundo. Su túnica, desraigada por los años, ondeaba con una energía invisible, como si el Dao mismo la acariciara.

Mo Tian dio un paso atrás, sin poder evitarlo. Su corazón latía con fuerza y miedo.

—¿Ancian…? —susurró, sin poder terminar la frase.

El anciano extendió su mano. Una que había salvado y destruido sectas completas e imperios.

—Ven —repitió, con una voz que resonaba con el viento—. El Dao no escoge a los fuertes. Escoge a los que no temen romperse por otros. No todos tienen el fuego que tú llevas ni son elegidos por el Dao. No todos se atreven a desafiar al destino con los huesos desnudos.

Mo Tian…  No solo yo te llamo, el Dao te llama. 

—En este vasto mundo de cultivadores, los maestros escogen discípulos por múltiples razones. Algunos lo hacen por la afinidad del joven con el Qi, por su capacidad innata de absorberlo como si el cielo mismo lo alimentara. Otros, por recomendación de cultivadores de renombre, que ven en el discípulo una chispa digna de ser encendida. Hay quienes buscan meridianos limpios, abiertos como ríos sin piedras, listos para fluir sin resistencia. Y están los que, tras muchos años de búsqueda, encuentran un genio entre los genios, un talento que desafía los límites del entendimiento.

Pero hay ocasiones como esta, aún más raras, y sin embargo, más profundas. Cuando un maestro ha alcanzado un reino superior, cuando su alma ha tocado los bordes del Dao, no es él quien elige… es el Dao quien señala. Una sensación lo invade, sutil pero ineludible, como una brisa que sopla solo para él. Entonces sabe, que debe guiar a esa persona, que debe transmitir sus métodos, no por voluntad propia, sino porque el Dao ha hablado.

—Entiendo.. pero hoy no podría quedarme… ¿quién protegerá a Qian Lei? —dijo, con la voz quebrada—. ¿Quién cuidará de los demás niños? No sabemos cuándo volverán los forajidos. Puede ser mañana, puede ser esta noche. Si me voy contigo, los dejo solos.

El anciano guardó silencio. No por falta de palabras, sino porque entendía. Porque había visto ese tipo de dolor antes. Porque sabía que el verdadero poder no nace del deseo de aprender, sino de la necesidad de proteger.

—Qian Lei aún tiene pesadillas —dijo Mo Tian, con los ojos clavados en el suelo—. Me llama por las noches. Me dice que los forajidos volverán. Que nadie vendrá a salvarla. Y yo… yo no puedo fallarles.

El anciano observó a Mo Tian con una mirada que parecía como la de un padre a su hijo. Luego, con mucha calma le dijo:

—Entra. Resolveré ese problema mañana al amanecer, desde hoy eres mi discipulo, tu problema es mi problema.

A la mañana siguiente, el cielo estaba cubierto por nubes blancas. Mo Tian se levantó temprano, su corazón latiendo con una mezcla de ansiedad y determinación. El anciano ya lo esperaba fuera, de pie, con una espada envuelta en tela negra sobre su espalda.

Caminaron juntos hacia el orfanato. Al llegar, el ambiente era denso, casi irrespirable. En la entrada del orfanato, el director Lin los esperaba con una sonrisa retorcida, rodeado por 8 forajidos. En el aire solo emanaba la perverción y la burla.

—Vaya, vaya… —dijo Lin, alzando la voz—. El mendigo y su perrito. ¿Vienes a suplicar por los niños, Mo Tian? ¿O quieres alguna ganancia porque hoy venderé a Qian Lei? 

El anciano se inmutó a entablar conversación. Solo dio un paso al frente y desenvainó la espada. 

—Mo Tian —dijo el anciano, sin voltear—. ¿Cómo quieres matarlos? ¿Rápido… o lentamente?

Mo Tian tragó saliva, creyendo en la habilidad del anciano. Su voz salió temblorosa:

—Que sientan lo que es perder la esperanza, como les hicieron a aquellas niñas hace unos años.

El anciano asintió, habló a Mo Tian:

—Recompensa el bien con justicia, y el mal con rectitud.

El director Lin escupió al suelo y dio un paso al frente.

—¿Justicia? ¿Tú? ¿Un mendigo y un niño llorón? Por desobedecer, Tian Mo, venderé a Qian Lei al forajido más salvaje, puede que no viva mucho tiempo estando con él, esta noche la escucharás gritar mientras … 

En un parpadeo, el anciano desapareció.

Un instante después, el aire se llenó de llantos desagradables: carne desgarrándose, huesos quebrándose, gritos de locura. Cuando Mo Tian volvió a enfocar la vista, los 8 forajidos y el director Lin yacían en el suelo, retorciéndose. No tenían piernas, no tenían brazos, solo restaban cuerpos sin extremidades, una pesadilla de tortura, murieron mientras el día pasaba en un dolor indescriptible.

En los siguientes días, el anciano salió de la aldea, dejando a Mo Tian encargado del orfanato y a todos los niños bajo su mando. Habló con varios patriarcas de sectas de renombre, los convenció de admitir a los niños del orfanato en sus respectivas sectas, no tuvo que decir mucho, los patriarcas no pudieron descifrar el reino de su cultivación, y esto lo colocaba como un protector de sus sectas, al aceptar recibir a los niños.

 Antes de partir, Qian Lei se acercó a Mo Tian en silencio. El orfanato ya estaba vacío, salvo por ellos dos. Los demás niños habían subido a los carruajes de las sectas, guiados por el anciano.

Ella llevaba una túnica nueva, con el emblema de la secta ‘Monte Flor Xua’ bordado en hilo plateado. Mo Tian, en cambio, seguía con su ropa de siempre, manchada de tierra y raíces.

—¿No vendrás conmigo? —preguntó Qian Lei, con la voz temblorosa.

Mo Tian negó con la cabeza, sin mirarla directamente.

—Entonces prométeme que nos veremos. En unos años. Cuando seamos más fuertes.

Mo Tian sonrió, con ese gesto que solo ella sabía leer.

—En unos años iré a verte, cuando mi nombre tenga algo de valor en el tianghu, espero que cuando vaya a verte, tengas en tus manos una raíz milenaria.

Ella rió entre lágrimas, y lo abrazó con fuerza.

—Te esperaré, aunque tenga que mirar el cielo todos días.

Y sin decir más, subió al carruaje. Mo Tian la vio partir, sin moverse, con un nudo en la garganta. Pero no podía apartarse del anciano, por fin había encontrado un maestro dispuesto a enseñarle.

Los niños del orfanato gracias a la extraordinaria recomendación del anciano, fueron reubicados en dos sectas de renombre, que por necesidad o ambición, solicitaban nuevos discípulos. Al ser introducidos por el anciano, los patriarcas de cada secta, cultivadores en El Reino De Ascención Inmortal, presintieron que estaban ante un verdadero experto oculto bajo los cielos. No se atrevieron a preguntar su nombre ni su origen. Solo inclinaron la cabeza, y admitieron a los niños como discípulos internos, un privilegio reservado para pocos. Qian Lei y otras niñas fueron aceptadas en el Monte Flor Xua, famosa por sus técnicas de cultivación entre cerezos florecidos y su doctrina de armonía interior. Otros fueron enviados al Pabellón Del Norte, donde entrenan en un fuego que purifica tanto el cuerpo como el alma.

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Cinco años habían pasado. 

El anciano hacía circulos con sus pies descalzos sobre la tierra roja, su túnica ondeando al pasar del viento.

Mo Tian se acercó, y comenzó a hacer mímicas de sus movimientos al unísono, mientras entablaban una conversación sobre los reinos en la cultivación.

—Escucha y aprende sobre como funcionan las cosas en el mundo marcial. Las sectas dividen a sus discípulos en tres niveles: Los discípulos externos; realizan tareas básicas y entrenan fuera de los salones principales. Los discípulos Internos; cultivadores con talento y lealtad que acceden a técnicas avanzadas, pudiendo practicar dentro de los salones especiales. Finalmente están los discípulos Directos; elegidos por el patriarca o el alto mando de las sectas, considerados herederos del linaje y entrenados personalmente para liderar en el futuro, explicaba el anciano.

—Mo Tian… este mundo,  apenas conoce los primeros pasos del verdadero camino. Aquí, el Qi apenas florece. Alcanzar el sexto reino ya es motivo de reverencia. Quien llega a la Ascensión Inmortal puede convertirse en patriarca de una secta. Y alcanzar el séptimo reino, el Retorno al Origen. Alcanzar este reino en este mundo, te permite ser un fundador de clanes y sectas.

Pero yo vengo de otro mundo… uno donde la cultivación no se detiene en siete reinos. Donde el Qi abunda y florece sin fin. Allí, los reinos se extienden más allá de la comprensión.

Lo que aquí llaman cima… allá es apenas el comienzo.

Mo Tian permaneció en silencio y confusión por unos segundos. Entonces alzó la mirada, con los ojos abiertos por una mezcla de asombro.

—¿Entonces… me has llevado al sexto reino en solo cinco años? —preguntó, con la voz llena de dudas—. ¿Al reino en el que están los patriarcas de las grandes sectas?

El anciano asintió, como si lo que acababa de lograr no fuera más que el primer paso.

—Sí. En Tiānmù, eso te coloca por encima de casi todos. Solo unos pocos patriarcas, o fundadores que han tocado el séptimo reino, podrían enfrentarte sin temor.

Mo Tian apretó los puños. No por orgullo, sino por la responsabilidad que sentía crecer en su pecho.

El anciano continuó, con voz firme:

—Recuerda: hasta el quinto reino, cada uno tiene nueve niveles. Pero desde el sexto en adelante, solo tres. Cada uno de esos tres pasos es como escalar una montaña sin cima. Y tú… ya has puesto el pie en la primera cumbre.

—¿Y después? —susurró Mo Tian—. ¿Qué hay más allá?

El anciano sonrió, pero sus ojos se tornaron serios.

—Después… viene el séptimo reino; El Retorno al Origen. Y si llegas allí, ya no serás un discípulo. Serás un fundador. Un creador de caminos. Podrías fundar una secta, un pabellón o lo que quieras.

El camino del cultivo está dividido en reinos. Cada uno, una puerta hacia lo imposible.

  1. Primero: El Reino del Templado Corporal. El cuerpo se convierte en vasija. Músculos, huesos, piel… cada fibra debe resistir el Qi, o será destruida por él.
  2. Segundo: El Reino del Elemento Inicial. El Yuan Qi despierta. Es la semilla del poder. Sin él, no hay camino, sólo polvo.
  3. Tercero: El Reino de la Transformación de Qi. El Qi fluye fuera del cuerpo. Aprendes técnicas, formas. Pero aún eres un niño frente al Dao.
  4. Cuarto: El Reino de Separación y Reunión. Cuerpo y alma se refinan por separado, luego se funden. Si fallas… te dispersas para siempre.
  5. Quinto: El Reino del Elemento Verdadero. El Yuan Qi se transforma en esencia elemental. Fuego, agua, viento, tierra… cada cultivador encuentra su verdad.
  6. Sexto: El Reino de la Ascensión Inmortal. Rompes tus cadenas mortales. Formas tu Pequeño Mundo interior. Un universo en miniatura que responde sólo a ti.
  7. Séptimo: El Reino del Retorno al Origen. Refinas ese mundo. Lo estabilizas. Y entonces… comienzas a comprender el Dao. No con palabras, sino con existencia.

—Hasta el quinto reino, cada uno tiene nueve niveles. Desde el sexto en adelante, solo tres. Pero cada paso es como cruzar un abismo.

«Tian Mo… en Tianmu, los grandes sabios de las sectas más antiguas y poderosas, enseñan que existen seis reinos en el camino del cultivo. Se habla del Templado Corporal, del Elemento Inicial, de la Transformación de Qi, de la Separación y Reunión, del Elemento Verdadero y de la Ascensión Inmortal. Cada uno con sus niveles, sus pruebas, sus técnicas. Y aunque esos seis son reales… no son todo lo que existe.»

El anciano alzó la mirada hacia el cielo, como si sus ojos atravesaran las nubes.

«De donde yo vengo… el camino es más largo, más profundo, más peligroso. Son doce los verdaderos reinos. Doce niveles de existencia que separan al mortal del creador. Te los diré, Tian Mo, para que los grabes en tu alma como fuego en piedra.

Primero: El Reino del Templado Corporal.
Aquí comienza todo. El cuerpo se convierte en vasija. Músculos, huesos, piel… cada fibra debe resistir el Qi, o será destruida por él. .

Segundo: El Reino del Elemento Inicial.
El Yuan Qi despierta. Es la semilla del poder. Sin él, no hay camino, sólo polvo. 

Tercero: El Reino de la Transformación de Qi.
El Qi fluye fuera del cuerpo. Aprendes técnicas, formas. Pero aún eres un niño frente al Dao. 

Cuarto: El Reino de Separación y Reunión.
Cuerpo y alma se refinan por separado, luego se funden. Si fallas… te dispersas para siempre.

Quinto: El Reino del Elemento Verdadero.
El Yuan Qi se transforma en esencia elemental. Fuego, agua, viento, tierra… cada cultivador encuentra su verdad.

Sexto: El Reino de la Ascensión Inmortal.
Rompes tus cadenas mortales. Formas tu Pequeño Mundo interior. Un universo en miniatura que responde sólo a ti.

Séptimo: El Reino del Retorno al Origen.
Refinas ese mundo. Lo estabilizas. Y entonces… comienzas a comprender el Dao. No con palabras, sino con existencia.

Octavo: El Reino del Rey del Vacío.
El espacio ya no te limita. Puedes romper dimensiones, caminar entre planos. El vacío te obedece… o te devora.

Noveno: El Reino del Emperador.
Controlas las leyes del mundo. Se divide en tres órdenes: Primera, Segunda y Tercera. Cada una más cercana al dominio absoluto.

Décimo: El Reino del Gran Emperador.
Dicen que el mundo mismo reconoce a quien alcanza este reino. Su poder es casi invencible… dentro de su universo. Pero yo… yo nunca he visto uno. Sólo leyendas, ecos de batallas que estremecieron los cielos.

Undécimo: El Reino del Cielo Abierto.
Aquí se rompe el Dao. El cultivador puede viajar entre mundos. Nueve rangos lo dividen, cada uno más vasto que el anterior. Pero nadie que haya llegado allí ha regresado para contarlo.

Duodécimo: El Reino de la Creación.
El que se cree el último. El cultivador crea leyes, mundos… altera la realidad misma. Es el sueño de los cultivadores, el fin del camino… o quizás su comienzo.

El anciano se inclinó hacia Tian Mo, sus ojos brillando como brasas antiguas, cada reino tiene 9 niveles dentro de ellos, hasta el sexto reino, despues todos tienen 3 niveles, a diferencia del último, que es otro caso más interesante y ambiguo.

«Ahora lo sabes. Lo que en Tianmu llaman cima… es apenas la mitad del sendero. Cada paso que des será una lucha en el Dao… o una caída al abismo. ¿Estás listo para caminar entre los verdaderos reinos, Tian Mo?»

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