La desgracia de nacer en una familia religiosa, incluso integrista,
es que Dios no va a abandonarte jamás, porque esa familia, la madre
fervorosa, el padre benevolente, van a crear a Dios para ti. Crecerás,
dejarás de creer en mitos infantiles, pero nunca dejarás de creer en el
mito de Dios. Por mucho que te declares maduro, emancipado, agnóstico
(el agnóstico es el peor, cree, pero se engaña con que no sabe, es como
el librepensador, oh sorpresa, siempre es conservador, pero no es capaz
de salir del armario). Cuando por fin te atrevas a aceptarte como ateo,
todo saldrá mal, desgracia tras desgracia te va a suceder, no porque
Dios te haya abandonado, sabes que Dios no existe, sino porque el dios
de tus padres te ha hecho emocionalmente apegado a él, y sin ÉL, no
sabes desenvolverte en la vida.
Tu padre te gritará con
indignación y furia al principio, sus ojos antes benevolentes ahora de
un negro brillante, demasiado brillante, su sonrisa luminosa, inocente,
convertida en un rictus tenso, aterrador. La madre estará en su cuarto,
rezando el rosario por la salvación del alma de su hijo descarriado.
Después vendrá la compasión. La compasión viene después de que se hayan
desahogado en ti, una vez que han descargado sus décadas de
resentimiento en ti. Es entonces cuando el padre, benevolente una vez
más, dirá que eres un buen chico, que te quieren, y que SABEN, en el
fondo, que tú no eres ateo. “Date un tiempo”, te dicen, date un tiempo
para volver a pensar, a ser, a sentir como nosotros queremos que lo
hagas, como nosotros lo hemos hecho, porque queremos lo mejor para ti, y
lo mejor para ti es que seas una extensión de lo que nosotros somos,
eso es lo que realmente te están diciendo. “Volverás, la oveja vuelve al
redil, solo estás confuso, tienes que encontrarte”. Y así es.
Yo ya no puedo escapar.
Los cánticos religiosos, los rezos
monótonos del rosario, el olor a cirio, la expresión beatífica,
el peinado como si tuviera un gato acostado en la cabeza, el jersey
verde fango de la abuela, la mojigatería insoportable. Me han atrapado.
Los cánticos no se van. Murmuro padrenuestros y avemarías para espantar a
los demonios, porque ella tenía razón, siempre la ha tenido. Donde no
está Dios, está el Enemigo. Ya es tarde para mí, he aceptado que mi
destino es ser un hermoso mártir. Pero si
tú estás leyendo esto, puede que no sea tarde para ti. Escapa, escapa
ahora, con lo puesto, sin pretextos, lo más lejos que puedas, y no mires
atrás.
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