Debajo de la piel, directo al torrente sanguíneo,
te infiltras como incendio, obstruyendo el paso del fluido vital,
asfixiando el pulso que sostiene la cordura.
Mis neuronas, en apnea, extasiadas, olvidan su propósito
y sucumben al vértigo de tu roce.
Alborea el instinto más puro: salvaje, primigenio, bestial.
Arde el fuego, la fricción se intensifica,
cada músculo se tensa,
los sentidos se afilan hasta el límite.
Escucho tus colores atravesando el silencio,
veo tu tacto temblar sobre mi piel,
saboreo tus gemidos como un manjar exquisito.
Ascendemos a la cúspide, beso el monte Olimpo,
desciendo por los valles secretos.
que solo las deidades conocen y resguardan.
El pensamiento se desvanece,
disuelto entre vapores de felicidad genuina y efímera.
Llega la hondonada: una ola ciega barre con todo,
nos arrastra al instante en que tocamos juntos el cielo.
No se nos permite la entrada; todo se volatiliza de súbito.
Regresamos al viscoso pantano de la vida,
donde los sentidos son sepultados por el barro
y el recuerdo arde, sordo, en el fondo.
Entonces sales de mí, te marchas y quedo, lento,
aguardando otra vez el momento preciso para intentarlo de nuevo.
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