Vivimos en el vaivén de la conciencia y el olvido. A veces nos creemos separados, aislados, como hojas que tiemblan en el viento preocupadas por el clima, la lluvia o el paso de una hormiga, sin recordar que también somos el árbol, la raíz, la tierra el cielo y el sol que lo nutre.
Hoy exploramos algo que va más allá del pensamiento: la posibilidad de estar presentes, tanto en el mundo que llamamos real como en el que llamamos sueño. Hemos notado que en ambos escenarios —el dormido y el despierto— es fácil perdernos en una corriente de pensamientos automáticos, (casi al 100% en el dormido pero el despierto no muy lejos de ahi) en una narrativa que nos arrastra. Y sin embargo, también en ambos mundos, es posible despertar.
El presente no es un estado de rigidez ni de vigilancia forzada. No es suprimir los pensamientos ni convertirse en una estatua de atención. El presente, como comprensión , lo contiene todo. Pensamientos, emociones, ruidos, silencios, recuerdos, proyecciones: todo surge y desaparece ahí, como nubes que cruzan un cielo que no se inmuta. Ese cielo somos nosotros cuando dejamos de identificarnos con las formas pasajeras.
En el mundo dormido hablo de sueños lúcidos, y cómo en ellos podemos descubrir que la conciencia puede crear sin límites cuando está despierta dentro del sueño. ¿Y si eso también fuera cierto en nuestra vida diaria? ¿Y si el mundo que vemos también es un sueño que creemos real solo porque estamos dormidos dentro de él?
Quizá los milagros no sean más que esa conciencia despertando en sí misma. Cuando dejamos de lado la rigidez del tiempo y del espacio —como ocurre en los sueños—, tal vez se abran las puertas a un mundo donde lo imposible deja de serlo.
La verdadera pérdida no es el dolor, ni el miedo, ni el fracaso. La verdadera pérdida es perder la oportunidad de vivir. No porque la vida no esté ocurriendo, sino porque nos hemos dormido dentro de ella, perdiendonos el momento presente.
Pero aun en ese sueño, no dejamos de ser la conciencia. Como la hoja que no sabe que es el árbol, también nosotros olvidamos que somos el todo manifestándose, pensándose, explorándose.
Hoy recordamos que no somos lo que creemos ser. No somos la historia que nos contamos, ni las etiquetas que nos colgaron. Somos lo que está consciente de esa historia. Somos eso que observa, que despierta, que abraza.
Y en ese recordar, quizá solo haya silencio, paz, y una profunda sensación de estar donde siempre hemos estado: en casa.
Ese es el verdadero milagro.
Y si aún dudas, mira una hoja caer, y pregúntate: ¿Dónde termina?
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