Las aventuras de Super Perico
Un amo digno de su sirviente
Décimo octavo movimiento: Valoración del arte
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Super Perico llegó al hospital mucho antes de la hora de visitas. El personal le pidió retirarse y esperar hasta el timbre de cambio de hora, pero no obedeció. El ave, que todavía no entendía bien los reglamentos humanos, prefirió esconderse hasta encontrar a Astrid.
No fue fácil avanzar sin que lo vieran. Sin embargo, cuando entraron los visitantes a la hora permitida; el periquito, que no había adelantado gran cosa con su travesura, tuvo más ánimo como para pedir explicaciones a los recién llegados. La mayoría no le dio importancia a su presencia.
Entró en la habitación de la niña a escondidas. No quería llamar la atención de alguna enfermera que le obligara a marcharse pese a ser la hora de visita.
Había resuelto insistir y ofrecer sus servicios con completa honestidad. Presionar un poco, y luego retirarse con amabilidad. Aunque tenía intenciones de ayudar, luego de meses de rechazos, tampoco esperaba ningún progreso con el club de niñas.
La pequeña no estaba sola. El ave se escondió insegura de sus intenciones. Estaba consciente de su mala educación al oír conversaciones ajenas. Lo que escuchó le afectó profundamente y no pudo resistir, para bien o para mal, la tentación de permanecer atenta…
—Odio a esa maldita Jade —protestaba Astrid.
—El odio es pecado. Los médicos solo quieren evitar que te hagas daño —Mariazinha, la niña más llorona del CPAN, intentaba ser comprensiva con las irregularidades del hospital.
El reglamento estudiantil de la Escuela para niñas Dayamai establecía que toda niña hospitalizada debía ser visitada una vez al día habilitado. Sin embargo, en la práctica cotidiana, se consideraba que dos visitas semanales era suficiente. En el caso de Astrid su ejecución era responsabilidad de la tesorera del grupo de sexto, que debía crear un presupuesto y calendario para los encuentros.
Las integrantes del club se ofrecieron de voluntarias para tales visitas; aunque por supuesto, no fueron las únicas en llegar. Las chicas del CPAN eran indiscutiblemente, a ojos de la escuela, sus amigas más directas y las visitantes más asiduas con o sin agenda.
Pero Astrid estaba enfurecida por su prisión. Explicaba e inventaba sus planes de evasión para sí misma, con poco interés en lo que dijeran sus compañeras de la Dayamai.
—Planeo escapar de este hospital a la primera oportunidad. Buscaré a mi madre en las montañas de Egeria. Según la estafa de Chloe con sus recompensas, es el mejor lugar donde buscar…. Me escaparé y la encontraré.
—Solo harás que te maten —advirtió Mariazinha.
—¡Me vale!, ya decidí morirme este año —el tono de sus afirmaciones había encendido luego de la última discusión con la enfermera Jade.
—No hables así. ¿Qué pretendes decir con eso?
Mariazinha estaba terriblemente asustada. Nunca había escuchado a nadie que hablara con tanta frialdad de su propia destrucción. Las palabras de su amiga le resultaban insoportables por su profundo dolor y sinceridad.
—Que todos tienen razón. Soy una inútil… cuando por fin logré encontrar a los secuestradores; solo haré el ridículo y lo único que conseguiré será que me maten.
«He resuelto hacer todo lo posible para que eso ocurra, me parece un plan estupendo. Es lo que todos dicen, solo sirvo para jugar a las muñecas. Me parece una muerte romántica y artística. ¡Pienso que me encantaría morir así!»
Mariazinha no soportó más y rompió a llorar.
—No hagas una locura. No sirve de nada —las palabras apenas salían; pues el llanto ahogaba casi por completo su voz.
—¿Por qué lloras? No te entiendo, creo que preocuparse es una tontería. En las caricaturas dicen que una muerte grande lo que prueba es la grandeza de tu propia vida.
«Tengo delante de mi un final estupendo, y pienso aprovechar la oportunidad de brillar con una muerte realmente hermosa.»
—No sigas —respondió como pudo sin parar en sus sollozos.
—¿Qué más puede pedir una hija que tener la oportunidad de morir por su madre? Dímelo con sinceridad, si serías capaz de pintar con tu propia vida un cuadro de mayor magnificencia.
—¿Es que no entiendes por qué lloro? —Mariazinha sentía deshacerse por dentro con las palabra de su querida amiga.
—Así es, no lo entiendo. He encontrado la llave que me transformará en una obra de arte. La creación de una hija realmente maravillosa. Acaso no es una forma elegante de superarme a mi misma. Detenerse por la nimiedad de la muerte, me parece un absurdo.
«Te desafío, dime al menos una razón que me convenza que hay motivos para llorar ante la oportunidad de la grandeza.»
Mariazinha no paraba en sus quejidos y no encontraba fuerzas para responder. Al escuchar a su amiga expresarse con tales razones, le invadía un profundo dolor. Aún así consiguió, con grandes esfuerzos, pronunciar algunas palabras entrecortadas.
—Tengo derecho a llorar porque no morirás sola —fue más un susurro que palabras. Pero nacían de la verdad y la lealtad.
Super Perico quedó conmovido con tales promesas. Iba a intervenir antes, pero le preocupaba ser rechazado con otra negativa; como todas las que había recibido hasta entonces. Se le ocurrió un plan: ofrecería estar presente justo en el momento que fueran asesinadas. El se encargaría de arreglar las cosas con sus superpoderes. Tan encantadora petición; a sus propios ojos era muy razonable y confiaba que por fin sería aceptada.
—No hay necesidad que dos encantadoras señoritas se hagan matar, para eso Dios creó a los periquitos. ¡Hola, valientes muchachitas! Yo soy Super Perico, y con mis superpoderes rescataré a la madre de esta niña.
—¡Fabuloso! ¡Maravilloso! —respondieron las dos niñas compitiendo por demostrar mayor entusiasmo.
—Pero hay una condición.
—¿Cuál condición?
—Que me expliquen cómo se rescata a una mamá secuestrada.
Ya no solo Marizinha, sino también Astrid rompieron a llorar. Ninguna de las dos sabía cómo rescatar mamás. Con dolor, admitieron ser unas inútiles que no podrían encontrar una muñeca extraviada en su propio cuarto. Pedirle tal condición a el CPAN, era pedirle peras al olmo. Una segura pérdida de tiempo.
—Olvidemos lo de la condición. Rescataré a tu mamá de todas formas, pero les confieso que no sé lo que estoy haciendo…
Aunque Astrid hubiera estado más que dispuesta a olvidarse completamente de Chloe o de Melody si fuera necesario. No así Marizinha que recordó que el reglamento del CPAN exigía unanimidad para admitir un nuevo miembro. Las reglas no mencionaban en absoluto a las mascotas, mas como era tan obediente de los preceptos solicitó consultar con las demás integrantes.
Super Perico no presentó inconvenientes. Prometió hablar con Chloe, aunque admitió su fracaso inicial en el parque. Hablaría con ella a la primera oportunidad.
No tuvieron que esperar mucho tiempo para reencontrarse con la chica de la falsa miopía. Mariazinha arregló una entrevista en el mismo parque donde el perico había conocido a Chloe. En esta ocasión en vez del desagradable pizarrón policial, se reunieron en la fuente principal y sus elegantes bancas.
Asistieron Super Perico, Mariazinha y Chloe. Pese al gran entusiasmo de los dos primeros, la chica de lentes insistía en sus negativas.
—Nos matarás a todas, pajarito. Si razonas con lógica eres el villano de la historia por la irresponsabilidad de tus actos —Chloe rechazaba con frialdad y decisión todas las propuestas del periquito.
—Pero ustedes mismas crearon el CPAN. Las estoy ayudando a cumplir con la misión que ustedes eligieron.
Como ninguno de los dos, ni ave ni niña, se dieran por vencidos. Chloe cedió en aclarar algunos secretos que guardaba celosamente.
—Supongo que es justo explicarte la verdad y a ti también Mariazinha. Aunque pienses que soy una traidora. Hemos engañado a Astrid todo este tiempo…
«Le hicimos creer que ella ingenió lo del Club de policías aficionadas para niñas. Pero en realidad, no fue así. Lo creamos en la escuela: la maestra de liderazgo en el hogar, el padre de Astrid y yo. Los dos primeros juraron la señal del conejo, si saben lo que significa.»
—No —respondieron ambos.
—Mejor así, no es nada bueno. A mí me resultan ambos seres repugnantes. Que Astrid me perdone por expresarme así de su padre. Pero no quiero que nos maten o enfermen a todas por una empresa imposible.
Cuando los habitantes de Haram juraban la señal del conejo, se convertían en perseguidores descarados de los policías aficionados. En su fanático hostigamiento no dudaban en inducir enfermedades para deshacerse de ellos.
—¡No deberías hablar así del papá de una amiga! ¿Y qué opinas de mi padre el sargento Joel? —preguntó Mariazinha. La niña estaba escandalizada por el espectáculo de una compañera de escuela hablando con tanto desprecio de los padres de sus amigas cercanas. No es que nunca hubiera escuchado hablar a nadie en ese tono, pero aún así le impresionaba y afectaba.
—Tu padre, el sargento Joel, será nuestro as bajo la manga si pierdo el control de la situación. Me cae bien… —respondió como si jugara una partida en un tablero de mesa.
En cuanto Super Perico escuchó hablar del sargento, sintió como Chloe un arrebato de desprecio. Prefirió no decir nada, ni advertirles de su mala experiencia con el sargento. Entre aves se honra el derecho a hablar bien de los familiares, peor sería ver un polluelo renegando de su parentela. Si los humanos pensaban igual, lo respetaría…
Entonces la niña de la falsa miopía tomó un respiro. Luego, con un gesto de resignación, inició un relato que más parecía un informe de actividades que una confesión:
—El verdadero objetivo del CPAN siempre fue encerrar a Astrid en sus propios compromisos.
-Siguiente entrega disponible el 15 de agosto del 2025
-Libro completo disponible en octubre del 2026
Ver también: Un amo digno de su sirviente, Arte Lancelot
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