Ondas en el lago

Sentada en la orilla, jugaba con una vara. Dándole vueltas, removía piedras, salpicando la orilla.

Como de costumbre, estaba rumiando con mis pensamientos, como si tuviera la cabeza debajo del agua. Enfocada únicamente en la profundidad, ignorando el ruido de alrededor.

El sol se colocaba por encima de mí y hacía que mis cabellos se volvieran de color dorado. La arena estaba algo seca pero agradable. No pensaba en nada. Giré la cabeza para observar el movimiento de un cangrejo que se alejaba de mi pierna.

De repente algo se removió en el agua. Sentí una vibración. Volteé la cabeza rápidamente. Casi como si mi mente hubiera hecho una conexión que aún no había nombrado del todo. Una extraña sensación regresó a mí. Mi corazón simplemente se detuvo.

Esperé quieta mientras escudriñaba el lago. Lo recorría con los ojos. Buscando alguna señal. Algún movimiento. El aire se volvió pesado. Olía a peligro. Real e inminente.

Los vellos de mi brazo se erizaron. Mi piel empezó a quemarme por dentro. Como si mi cuerpo tuviera memoria de un eco del pasado.

Volví la vista. El segundo movimiento. Esta vez lo ví muy claro. Ondas venían hacía mí, replicándose desde una orilla desconocida. Alcé la vista nuevamente. No podía vislumbrar de dónde provenían. Solo sentía cómo me habían alcanzado.

Me replegué casi por inercia. Saqué los pies del agua y corrí a tierra firme. Las aguas seguían temblando.

Alguien había ocasionado aquel tsunami silencioso. Alguien había lanzado una piedra desde territorio enemigo. Era una señal. Una amenaza. Palabras que viajaban en el aire sin tenerse que pronunciar: “Aquí estoy, ¿te acuerdas de mí?”

Aunque estaba a salvo sabía que mi santuario había sido invadido. Volví a endurecer la mirada. Volví a acercarme a la orilla. Lentamente, mi cuerpo fue sumergiéndose dentro del lago. Primero una pierna, luego el dorso, hasta que el agua cubrió mis hombros por completo.

Esta vez, me sumergí completamente. Allí, debajo de la superficie, tomé una piedra del fondo, la primera que mis pies tocaron.

Al salir del lago, escribí mi nombre con ella y la guardé para siempre. Como un tesoro oculto. Una piedra que no necesita estar en movimiento para ser valiosa.

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