No observamos con mirada cómplice; siento perderme en tus ojos redondos y brillantes, los cuales parecen no caber en tus diminutas cuencas. Unos ojos tan bellos que veo reflejada mi mirada algo insidiosa, desconfiada y retadora. Me cautivaste. Te ríes con facilidad de cada chiste o comentario desatinado, me haces sentir especial. Maldita, sabes lo que haces, sabes que me tienes enganchado, pero no quiero soltar el anzuelo; quiero seguir mordiéndolo con más fuerza, no me quiero liberar. Tú da la orden y me pongo la soga al cuello.
Alma mía, la bruma del cigarro es densa; pareces no estar acostumbrada. Cada uno en parejas, en la misma sala; nadie mira al costado, nadie comenta lo ajeno, nada sale de aquí. Todos somos cómplices. La música ensordecedora disipa los comentarios pícaros. No sé si me estás escuchando, pero me doy cuenta de que sí al ver tus mejillas ruborizadas. Hace tiempo me siento muerto, por eso te bauticé como Alma, porque eres mi complemento, y cuando nos fusionemos, al fin estaré completo. No quiero hacerlo, más bien, no debo hacerlo, pero el mayor pecado sería retroceder.
No me merezco tu perdón, mi niña, no espero redención alguna. Sería un acto de misericordia divina ir a lo más profundo del infierno. Yo merezco ser olvidado en el eterno limbo. Es mejor ser castigado con propósito que vagar sin rumbo. No merezco ser recordado como un pecador; solo debería desaparecer con la esperanza de subsanar el daño hecho, el daño que te hice a ti, mi niña. Alma no me obligó a nada, ella lanzó la carnada y la atrapé, la sumergí en mi pecado. No puedo arrepentirme de lo que hice; mi vida se reanudó cuando la conocí y terminará esta noche.
Cara a cara, nuestra respiración entra en un bucle cíclico, uno con otro. Eres mía, Alma. No me importan los daños colaterales, que sufra quien tenga que sufrir. Crédulos del amor eterno, merecen sufrir por su arrogancia. Yo soy el más humilde pecador; jamás juré eterna fidelidad. No existe ninguna promesa mía a la eternidad. Es desbordante la pasión que me generas. Mi felicidad va de la mano con el pecado. Estoy condenado.
Esto es cíclico, Alma mía. Nunca seremos felices. Agonizaré lentamente hasta morir inevitablemente, y mis restos putrefactos se levantarán en busca de su Alma para volver a sentirse completo.
Gabriel
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