Londres
La niebla había dado paso a un cielo plomizo en el que se recortaban los edificios decimonónicos de Picadilly Street. En la parada situada en el cruce con Arlington Street esperaba la chica con su boina púrpura, el abrigo mostaza y las botas altas que la protegían del frío matinal. En aquellos momentos rememoraba otras mañanas yendo en el autobús en asientos separados pero ya comiéndose con los ojos; entrando en el hotel Trípoli e inscribiéndose como los señores Smith y luego estando en la habitación, una vez solos, devorándose como si cada vez fuera la última. A su pesar esta mañana iba a ser muy diferente…
Ticó su billete y por la angosta escalera subió a la primera planta descapotable. En la parte trasera estaba él mirándola intensamente, con su sombrero ligeramente inclinado y aquella gabardina que tan bien le quedaba. Ella se acercó y se sentó a su lado, percibió por el rabillo del ojo la perplejidad en el otro (aquello no era lo convenido).
-Buenos días John.
-Deberías… -comenzó a decir el hombre cuando Alice lo interrumpió -No voy a cambiarme de asiento, tengo que hablar contigo –
-Luego podremos hacerlo, no es prudente que nos vean juntos -.
-Me importa un bledo lo prudente, eres un embustero John – contestó con voz trémula Alice.
-¿En qué soy un embustero? -.
– ¿No piensas divorciarte verdad?
-De esto ya hemos hablado, tengo que encontrar el momento oportuno. Ahora las Navidades están muy próximas. No quiero darles este disgusto a mis hijos en fechas tan señaladas – afirmó John con un hilo de voz, no quería que Alice explotara y montara un escándalo en un lugar público.
-Nunca va a llegar el momento oportuno John. Además ¿Qué hacías ayer por la tarde flirteando con la rubia del departamento de contabilidad? –
-Alice estás viendo fantasmas donde no los hay. Raquel es una chica simpática, nada más.
-John en la próxima parada me bajaré. En casa tengo la maleta preparada. Me voy a la costa. Allí iniciaré una nueva vida. Ya tengo donde alojarme y un nuevo trabajo apalabrado. No quiero saber nada más de ti. Ah, pero te he dejado un regalito de despedida: tu esposa recibirá una carta mía en la que le explico lo mentiroso y sinvergüenza que eres.
John se giró hacia Alice, sus ojos tenían un destello metálico –Te has equivocado conmigo querida- dijo el sujeto, su expresión era fría como un bloque de hielo. -Tú no vas a jugármela, y no vas a abandonarme, ninguna mujer me ha dejado, soy yo siempre el que las deja, pero hoy tú vas a ser la excepción-. Y en un movimiento rápido agarró con todas sus fuerzas el cuello de Alice. La chica le golpeó, le arañó las manos, pero el lazo era cada vez más fuerte. Ella sentía que se ahogaba, la vida se le escapaba y un temor profundo la impelía a gritar, pero por su boca era imposible que saliera ningún sonido. Su mano derecha toco el moño recogido con la boina y de él extrajo el alfiler chino. Sin pensarlo se lo clavó en el rostro a John. Éste profirió un fuerte chillido y aflojó las manos que ahogaban a Alice, ella aprovechó para salir corriendo, en aquel momento no había nadie más allí arriba. Bajó los escalones intentando serenarse y ya en el nivel inferior solo vio a dos personas que dormitaban en sus respectivos asientos. El autobús llegó a la siguiente parada y abrió las puertas. Alice se arregló como pudo el pelo, se caló la boina y bajó a la acera. Luego se perdió en la primera bocacalle que encontró siendo engullida por la ciudad.
El autobús siguió su trayecto, en el piso superior un hombre con el rostro ensangrentado permanecía inmóvil en su silla.
Cuento incluido en la colección AZUL, VERDE y NEGRO, inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual.
Azul, verde y negro
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