Cada noche de viernes, después de llenar mi copa de vino y hacer que suene Nina Simone a mis espaldas, miro por la ventana y me pregunto:

Aquellas personas que caminan frente a mi casa o en sus coches pasan, ¿sienten la misma desolación que yo? ¿La sintieron alguna vez? ¿La sentirán en el futuro?

Y me pregunto, ¿cómo lidiarían ellos con estos sentimientos en mi lugar?

¿También se pondrían frente a su ventana a ver la gente pasar con una copa de merlot en mano a preguntarse cómo transitan aquellos extraños sus penas? 

Entonces, cierro mis cortinas, 

y me pierdo en el vino; y la música de jazz que suena de fondo.

Mis ojos se cierran y de repente ya no pienso; y solo soy con el momento.

Quizá el próximo viernes obtenga esa respuesta que tanto anhelo.

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