Canto I. El Principio
En el principio un mar oscuro e infinito. Caos era su nombre. Antiguo como antiguo puede significar la palabra. Más antiguo aún que su significado.
En una pequeña semilla, flotando en la inmensidad, dormía Orden. Arropado por un tibio silencio. Y así era y así fue. Durante tiempos y tiempos (sin existir el tiempo). Pero algo germinaba en su interior. Lento, constante, inexorable: un principio creador, una fuerza luminosa, un principio constructor.
Y despertó. Pequeño y frágil el retoño extendió sus brazos. Y abrazó a Caos, y se nutrió de él, y sus raíces se extendieron y se arraigaron en él. Y Caos sintió en sus entrañas la llegada de este extraño ser. Y levantó sus olas y envió sus vientos y fluyó sus ríos, pero Orden no luchaba, se dejaba mecer impasible por ese flujo constante. Y crecía.
Crecía nutrido por las olas, el viento y los ríos.
Y afirmó sus raíces, y fortaleció su tronco, y extendió sus ramas. Y ordenó las olas, dirigió los vientos y encausó los ríos.
Orden ganaba la batalla.
Verde y frondoso, luminoso su follaje.
Y llegó el tiempo de los frutos (y el tiempo no era más que el flujo de las olas , el viento y los ríos). Y produjo mucho fruto. Y Caos sintió envidia. Y nuevamente envió sus olas, y sopló los vientos y mandó los ríos.
Y Orden se mecía pero no luchaba. Entregando sus frutos al viento, regalando sus frutos al mar.
Y sus frutos flotaron en la inmensidad de ese mar alejándose hacia lo oscuro e infinito. En su interior dormía la semilla: un principio creador, una fuerza luminosa, un principio constructor. Era solo cuestión de tiempo (y el tiempo no era más que la batalla entre el caos y el orden).
Y en una de esas semillas dormía la vida y despertó y creció y conoció que el orden era bueno.
Y en otra semilla dormía la luz y despertó y creció y mostró que el orden era bueno.
Y en otra semilla estaba la palabra y despertó y creció y dijo que el orden era bueno.
Y el tiempo pasó, las olas se aquietaron, los ríos se calmaron. El viento se movía ahora entre los árboles y todo era un jardín. Y criaturas luminosas jugaban en el jardín y entre los árboles. Y comían de sus frutos.
Y el principio creador era la esencia de cada criatura. Y se deleitaban en lo creado.
Entonces Orden vio que era bueno lo creado y se regocijó y quiso compartir ese gozo con sus criaturas y dijo hagamos al hombre. Y el hombre fue creado por ellos.
Y el hombre era un ser tierno y pequeño. Débil en su inocencia, vulnerable.
Y Caos sintió envidia y quiso ser como Orden, y una noche, cuando el hombre dormía, sembró en su corazón una semilla…
Canto II. Nicte Ha
«Nicte Ha» (flor de agua) acomodó la canasta en su espalda, secó el sudor en su frente con el dorso de la mano y echó un último vistazo al hermoso paisaje que se ofrecía ante sus pies.
Perfectas e imponentes terrazas cortadas y moldeadas en la falda de la montaña. vertientes cristalinas que serpenteaban por doquier guiadas por senderos cortados en la roca que alimentaban cantando a los pródigos campos que colgaban del gigante rocoso; los simétricos muros de bella mampostería, que cual guardianes fieles parecían vigilar el crecimiento de «chuqui» el de los dorados granos.
Aspiró profundamente, mientras cerraba unos oscuros ojos bordeados de espesas pestañas, una bocanada del fresco aire que descendía de la cordillera, llenando sus pulmones como si quisiera tragarse el paisaje. Extendió sus manos abriendo los brazos e inclinó haca atrás la cabeza dirigiendo su rostro hacia el dorado dador de luz. Su pecho se ciñó contra la humilde túnica insinuando entre sus morenos hombros, como corona de la sinuosa geografía de su cuerpo dos perfectas y turgentes montañas.
Era ya casi mediodía. «Inti» el dorado disco se imponía sobre todo el reino y las señas y voces de sus amigas invitándola a acercarse la sacaron de su contemplación. No pudo evitar sentirse insignificante y una especie de vértigo la recorrió de pies a cabeza al descubrirse parte de la grandiosidad de aquella obra producto de la sabiduría de los señores del cielo.
Hacía ya casi veinte lunas que había llegado a aquellas tierras. Vino desde el norte, siguiendo a los dioses. Las disputas por el control de las tierras habían comenzado casi inmediatamente después de la partida de los «Hunab Ku», los señores del cielo. Porque aunque estos se habían esmerado en entregarles las enseñanzas de «Itzamná» a los hombres, el corazón humano había demostrado no ser tierra fértil para recibir esa semilla.
Una parte esclavizados, una gran parte muertos, su pueblo diezmado por la guerra ya no existía. Había perdido a toda su familia y ahora solo «Ketzaly» (bella), su inseparable compañera de aventuras era lo único que le quedaba como recuerdo de su antigua vida.
Descendió ágilmente las escaleras de piedra talladas en la roca que conducían hasta el nivel en que se encontraba el grupo y se unió a la procesión que se dirigía a los límites del complejo de terrazas. Alzó la mirada y alcanzó a contemplar los hermosos diseños que con bloques de piedra de diferente tonalidad, estaban dispuestos en los murallones superiores para representar figuras zoomorfas de distintos tipos entre los que destacaba una tierna familia de llamas que en actitud de marcha, parecían disfrutar de la vista, tal como lo hacía ella cada vez que estaba en el lugar.
Cada uno trajo su carga ante el capataz de turno, el encargado de llevar la cuenta de cada día de cosecha. Los vistosos «quipus» que ostentaba como pectoral eran no solamente una indicación de su cargo y su estatus social sino que constituía principalmente un complejo sistema de registro de todo tipo de información contable mediante el uso de grupos de nudos dispuestos a distancias estratégicas sobre una serie de cuerdas de colores . Registros utilizados en este caso para el seguimiento de la implementación de mejoras en el sistema de producción agrícola. Para la distribución eficiente de los recursos entre las distintas familias y para el pago de los trabajadores.
Por supuesto que este sistema de control y registro había nacido como la necesidad de un pueblo que ya no dependía del cultivo doméstico o de la recolección de productos silvestres estacionales, sino que era capaz incluso de mejorar las variedades naturales mediante la hibridación de las semillas.
Y estos conocimientos y técnicas, además de otros como la construcción y el moldeado en piedra, el registro del tiempo a través del estudio de los astros, los efectos medicinales de las plantas, etc. Habían sido un regalo dado a los hombres por los señores del cielo. Ahora habitantes de las altas cumbres, donde habían erigido su último refugio antes de su partida definitiva, la ciudad prohibida: «Hanaq Llaqta».
La estación de verano ya se hacía sentir, la cosecha del maíz acabaría en un par de semanas y esta especie de «escuela en terreno» que tanto disfrutaba Nicte Ha finalizaría coincidiendo con el festival del «Cápac Raymi», para agradecer a la tierra y dar inicio al nuevo año agrícola.
Se reunieron cerca de una hermosa fuente, cortada al pie de la montaña, nutrída por algunos de los numerosos hilos de agua que descendían de la cordillera guiados por antiguos canales, finas arterias diseñadas por los «Hunab Ku», algunas incluso perforadas profundamente en la roca, daban la impresión de estar desangrando al maciso rocoso extrayéndole el vital elemento de sus mismas entrañas.
Primorosamente labrada, o quizás deberíamos decir «moldeada» (el lector comprenderá mas adelante la precisión)´contra una pared de roca, completaba su forma un muro de mampostería sin argamasa que se extendía como un cinto a lo largo del pie de la montaña a ambos lados de la pileta y que aunque construido con bloques irregulares, cuyas uniones semejaban las uniones de un rompecabezas, o mejor aún, la disposición de los granos en una mazorca de maíz, sin denotar imperfecciones en sus junturas se encontraba perfectamente aplomado y nivelado.
Como la mayoría de las veces no utilizaron los bancos de piedra esculpidos alrededor de la fuente para el propósito de descanso. Se sentaron en el suelo sobre una alfombra de grama protegida por los frondosos árboles de los implacables rayos del sol del mediodía.
Un grupo misceláneo de jóvenes, algunos inmigrantes como ella, la mayoría hijos provenientes de familias que pertenecían a la nobleza, eran enviados al lugar como parte de su preparación para aprender los oficios del reino.
Dispuestos en semicírculo y después de haberse refrescado con las frias aguas que la fuente les prodigaba se prepararon para tener su colación.
Era también el momento en que el «Amawtakuna» aprovechaba para interrogarlos con el propósito de averiguar el estado de sus conocimientos y cuanto habían sido capaces de aprender ese día.
-Buenas tardes jóvenes- saludó el honorable personaje y se sentó frente al grupo. Su forma de hablar, sus finas vestimentas, un colorido «quipu» sobre su pecho y su edad avanzada eran señales características de un noble sabio.
-Buenas tardes maestro- respondió en coro el grupo.
-Puedo ver por su forma de alimentarse que su jornada estuvo bastante agitada- y rubricó la frase con una sonrisa.
-Y si estuvo tan productiva como agitada me gustaría saber cuanto han aprendido hasta ahora-. y dirigiendo su atención hacia uno de los muchahchos preguntó:
-Dime «Kunturi», ¿Cuántas cosechas podemos obtener con este sistema de terrazas en un año?-
La respuesta no tardó -Podemos obtener hasta tres cosechas en un año maestro- replicó Kunturi.
-¿Y que tipo de vegetales cultivamos en estas terrazas Ketzaly?-
-Principalmente maiz, camote…- La muchacha pareció dudar un poco, – porotos, quinoa, calabazas…- se detuvo.
-¿Algún otro producto?- El «amawtakuna» se dirigió al resto del grupo.
-Pallares y maní señor- Respondió un muchacho con aire satisfecho.
Una serie de otras preguntas y entonces, ya mas relajados el grupo de muchachos comenzó el contraataque. Lo asediaban con consultas de todo tipo pero era el momento que el anciano maestro mas esperaba.
Luego de poco mas de una hora y antes de concluir, fijando su mirada en «Nicte Ha» inquirió:
-Muchacha, tu nombre es de origen maya no es cierto?-
-Así es maestro- respondió la joven un poco cohibida.
-¿Aún conservas el conocimiento de tu lengua materna?-
-Por supuesto Maestro- Afirmó «Nicte Ha» ahora mas segura y con cierto orgullo.
-¿Conoces el significado de tu nombre, su procedencia?- La auscultó el anciano que ya conocía la respuesta porque la familia noble que la habia acogido jamás la hubiera adoptado de no haber tenido certeza del origen real de esta «princesa maya»
-Fui llamada «Nicte Ha», o flor de agua, como la flor de loto blanca que crece en nuestros cenotes porque a mi madre le encantaba la leyenda que lleva ese nombre. Ella solía contármela cuando yo era pequeña- y al decir esto sus oscuros ojos se tiñeron con un aire de tristeza.
-Entonces- Solicitó cortésmente el anciano -¿Serías tan amable de relatarnos esa leyenda en nuestro idioma para que todos podamos conocerla?
Canto III. La leyenda de la flor de agua
Las miradas se posaron sobre la muchacha, los murmullos se acallaron, el jugueteo de la tibia brisa sobre el follaje de los árboles por un momento cesó, el eco del trinar de las aves se perdió entre las profundas quebradas y hasta el poderoso Inti pareció detenerse para oír la historia.
Nicte Ha asintió con su cabeza, peinó con sus manos los mechones azabache que colgaban porfiadamente sobre su frente, inspiró lentamente y dirigiendo su mirada mas allá del pequeño valle, donde el azul del cielo se fundía en un abrazo con el trazo gris de las montañas, como si en esa distancia física pretendiera reencontrarse con su pasado, con tono suave pero seguro comenzó:
«Mucho tiempo hace ya,
el cantar de los ancianos perpetúa la memoria,
cuando el maíz era tierno y los lluvias abundantes,
el capricho de los dioses quizo escribir esta historia.
Vivió en Naan Chan Kaan un joven y noble príncipe
Chak Tzitzib su nombre, de rojo significado
como púrpuras sus ropajes,
rojo el color de su amor,
como bermeja su sangre,
Los arreglos habían sido hechos,
glorioso sería su destino, poderoso su imperio
desposaría a la princesa de un extranjero reino.
Mas la mano de los dioses señalaba otro camino,
y el poder de una mirada puede torcer el destino.
la mas bella flor blanca, flor de la fuente como su nombre,
cuando la vio subir de las aguas su corazón cayó preso,
hija del guardián del cenote, el de las aguas sagradas,
un abrazo es fuerte lazo cuyo nudo ciñe un beso,
Y ese fue su refugio, el testigo de su amor
las aguas de aquel cenote conocieron de sus sueños,
pero como todo sueño acaba, el amanecer llegó
ese amor era prohibido, de sus vidas no eran dueños,
el único fin posible? cumplir un deber mayor.
La urgencia es mala consejera, mas el amor no sabe de espera,
la desposaría en secreto, en el pozo de sus citas,
y cuando consumado todo estuviera
sus padres habrían de aceptarlo,
con el favor de los dioses la unión ya sería bendita.
El sol brillaba en lo alto, el agua pura y cristalina,
ella vestía un hipi blanco y él la túnica mas fina,
roja como su nombre, como el color de su amor,
como el color de la sangre en el pecho de su flor,
que una flecha envenenada,
de sus brazos amorosos, violentamente arrancó.
Y cual sacrificial ofrenda
Las aguas de aquél cenote recibieron a la novia,
arrastrándola en su abrazo a las moradas eternas.
Las lágrimas del joven príncipe
sumergíanse en el pozo
como siguiendo a su amada
su desgarro dando paso al anhelo mas sincero
elevaba esta plegaria, como su único ruego
«estar con ella por siempre, solo eso es lo que yo quiero».
Y el dios de las aguas puras
enternecido por el llanto del muchacho,
devolvió a Nicte Ha
transformada en un bello nenúfar,
cuyo hogar sería por siempre ese cristalino espejo,
y el señor de los pájaros
le concedió a Chak Tzitzbib
visitarla cada mañana
convertido en un vistoso cardenal bermejo.»
-Espero que la traducción haya estado a la altura del hermoso canto original- concluyó Nicte Ha.
-Se entendió perfectamente jovencita- afirmó el «amawtakuna» – No están de acuerdo muchachos?- preguntó dirigiéndose al grupo. Los murmullos de aprobación no se dejaron esperar. La mayoría confirmó asintiendo con su cabeza.
-Entonces es todo por hoy- exclamó el anciano -es hora de volver a casa.
El sendero, que zigzagueaba a largo de la quebrada cortando la cintura de la montaña, había sido testigo de sus múltiples juegos y bromas durante los últimos tres meses. Serpenteaba un par de kilómetros descendiendo hacia la villa principal que, compuesta por algunos centenares de casas, sin tener la presencia de una ciudad importante, era considerada un asentamiento estratégico en la región y por lo tanto, estando gobernada por un «curaca», poseía además una pequeña avanzada militar consistente en una fortaleza o «pucará» desde la que se dominaba casi todo el valle.
-Ya tienes el vestido para el festival?- Y era claro por la sonrisa en el rostro de Ketzaly que ella ya tenia ese problema resuelto.
-No aun- Respondió Nicte Ha, con la mirada fija en un grupo de muchachos que se entretenía mas adelante en espantar, lanzándoles piedras, a las bandadas de loros que, curiosos, y muy poco discretos, salían a su paso y revoloteaban sobre sus cabezas en espera quizás de algún resto de alimento olvidado.
-Pero todavía hay algo de tiem…- No pudo a decir más. Porque con el rabillo del ojo alcanzó a divisar una mano furtiva que, desde atrás y sosteniendo un pequeño animalito, intentaba introducirlo en la bolsa que colgaba de su hombro. Con un ágil movimiento cogió al bromista por la muñeca, lo encaró de frente y, con su otra mano, liberó suavemente el pequeño lagarto verde pálido que Kunturi había atrapado.
Hijo primogénito de una noble familia, Kunturi había crecido rodeado de las comodidades que su posición le garantizaban. Y si bien había demostrado ser un estudiante aplicado, también es cietrto que poseía un carácter que lo hacía amigo mas bien de largas caminatas y exploraciones con sus compañeros que de sentarse a estudiar las lecciones del día, o, en un futuro próximo, de controlar y menos administrar las posesiones de su familia. Y sus padres aceptaban esto pacientemente achacándolo a un estado pasajero producto de la energía juvenil.
-Eres tan infantil Kunturi. Y tan poco original. No se te ocurrió una broma mejor? Ya sabes que estas criaturitas no me dan miedo. Además aun no eres lo suficientemente rápido para mi.- Y Nicte Ha intentó decir esto con el aire más grave y circunspecto que en ese momento podía fingir, logrando a duras penas disimular la risa que le producía el rostro de Kunturi al verse descubierto.
El muchacho tenía claro que la broma era tonta. Y tampoco ejecutó el movimiento con la certeza de que pasaría inadvertido. Es que Nicte Ha ya había demostrado en ocasiones anteriores que no era una chiquilla fácil de burlar. Y conocía de sobra el amor de la muchacha por toda clase de criaturas. El solo buscaba un pretexto para ser notado y para entablar una charla de manera casual, exenta de cualquier formalidad que pudiera delatar su interés por la muchacha. Y Ketzaly, que hace tiempo ya se había dado cuenta de que el muchacho miraba a su amiga con ojos de quien sueña despierto, retrasó sutilmente su paso como para concederles espacio, pero no tanto como para no alcanzar a escuchar los pormenores de la conversación.
Los detalles de la charla no importan. Bastaría con describir cualquier momento entre dos jóvenes como estos, que se encuentran en condiciones similares, de cualquier cultura y en cualquier lugar del planeta, para darse cuenta de que entre ambos comenzaba algo más que sólo una amistad. Y el rostro complaciente de Ketzali, cada vez que Nicte Ha volteaba buscando apoyo en su mirada, intentando disimular la sonrisa que Kunturi pretendía robarle con algún chiste repetido, le confirmaba, como el rayo de sol que acaricia al tierno retoño que lucha por emerger del áspero suelo que lo ha cobijado, el despertar de este nuevo sentimiento.
Lejos, en el norte, en la imponente ciudad fortaleza de «Hanaq Llaqta», rodeada de altas cumbres que parecen surgir de las selvas que las rodean cual leviatanes emergiendo de las aguas, se estaba realizando un consejo, en el que se habrían de tomar importantes decisiones, una de las cuales cambiaría para siempre los destinos de estos inocentes jóvenes.
Canto IV. El Cápac Raymi
La pequeña villa, que había acogido al grupo de estudiantes durante el periodo de la cosecha, bullía de actividad. Visitantes de los pueblos y villorrios cercanos habían venido para participar durante los tres días de festival. Veíanse por doquier vistosos trajes, llamas cargadas con productos, familias enteras en busca de algún lugar donde alojar, y las casas que se hacían pequeñas, aunque la hospitalidad de los lugareños en estos casos era grande, al igual que los patios de sus casas donde acomodaban a la mayoría de los afuerinos.
El «Unanchayanaq» (teniente) detuvo su paso. Detrás de él los dos «Aukaq Runa» (soldados) hicieron lo mismo.El grupo de personas, delante de ellos, continuó impertérrito, rodeando a una pareja que se empeñaba en sanjar una discusión que parecía tornarse cada vez más acalorada, mientras un rio de gente subía y bajaba a lo largo de la que, siendo sin duda una ancha avenida, se hacía angosta para darle cobijo a la feria que servía para intercambiar los productos que los visitantes traían de lejanos lugares.
Hermosas conchas provenientes de los pueblos de las costas, exóticos tocados de plumas, plantas medicinales, piedras semipreciosas, frutos secos, granos, telas , tinturas, sacos, alforjas, bolsos, unkus, todo tipo de orfebrería, vasijas de barro cocido y todo lo que la imaginación de los comerciantes pudiera considerar como un producto transable era exhibido en los coloridos puestos a lo largo de la calle.
El teniente hizo una seña a sus dos acompañantes para que apartaran al grupo pero antes de que estos ejecutaran la orden el gentío se abrió para dejar ver a un par de hombres que, el uno agarrado fuertemente de la manga del otro que luchaba inútilmente por liberarse, discutían impetuosamente.
Las miradas de todos convergieron en los tres guardianes y esta pequeña distracción bastó para que uno de los hombres, safándose rápidamente del agarre de su captor, echara a correr por entre la multitud.
La reacción de los soldados no se hizo esperar. Los dos guardianes se lanzaron tras el fugitivo antes de que el teniente diera la orden de «¡A él!, ¡No permitan que escape!
Abriéndose paso entre la multitud y dando voces al que huía para que se detuviera, los dos guardianes parecían perder la batalla contra la marea de gente que, aunque sorprendida, intentaba darle paso a los persecutores. Y los puestos tumbados a propósito a su paso por el hábil fugitivo, no ayudaban mucho en la perrsecución.
Fue en ese trance, intentado sortear los artículos desperdigados en el suelo, las mesas volcadas y los comerciantes tratando de recuperar sus mercancías cuando los dos cazadores perdieron de vista a su presa. El rastro de objetos tirados, y la agitación de la gente acababa en la interseccion de dos estrechos pasajes que se abrían, el uno a la derecha y el otro a la izquierda, detrás de algunos puestos de mercaderías colocados estratégicamnete como para dejar una olgura al que quisiera transitar por las angostas callejuelas. Bastó el gesto de un vendedor, que señalando con su mano el pasaje que se encontraba a su espalda, simulaba ordenar sus productos mientras les regalaba un guiño cómplice a los dos soldados, para que la persecución retomara su vértigo.
Se internaron a toda carrera por el estrecho callejón, y cuando ya llegaban al final, consiguieron a ver al prófugo que, a una distancia de unos cincuenta metros, alcanzaba la falda de una escarpada colina que, adornada por aquí y por allá con varias especies de cactus florecidos, se encontraba coronada por un frondoso bosque de molles.
La reacción de uno de los vigilantes fue instantánea. Se lanzó a toda velocidad hacia su presa, mientras llevando su mano a la cintura y con un rápido ademán liberaba un cinturón echo de tres cuerdas de cuero de llama que terminaba en sendas bolas de piedra tallada.
Cuando se encontró a distancia de tiro, y revoleando diestramente sobre su cabeza el artilugio. lo lanzó certeramente hacia el fugitivo, quien terminó rodando por la pendiente con las piernas apresadas por el firme abrazo de estas boleadoras incas.
Continuará…
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