La estación central de Atlas City latía en el corazón de la noche, sus luces derramándose como lava ardiente sobre las plataformas vacías. Los armatostes mecánicos de los trenes se alineaban en fila, como soldados esperando una señal, bajo un cielo turbio que reflejaba un leve tono anaranjado. Nova Bass, o al menos la imagen de ella misma que había llegado a creerse, caminaba entre los rieles, atrapada en el eco de una canción ausente. Había un tipo de magia en las estaciones de tren, un remolino de tiempos y lugares, de idas y regresos. Era como si el simple acto de estar allí la conectara a las redes de vías, de vidas y destinos hilados por las vías que se extendían hasta el horizonte. Nova solía visitar la estación en sus días de descanso, buscándose a sí misma entre las paredes de concreto y los ecos, intentando distinguir quién era realmente entre los fragmentos de un personaje que la ciudad había moldeado con su fama. En su uniforme blanco de heroína y modelo, con el logo del Circuito Estelar bordado en oro, Nova casi no encajaba en la grisácea estética de la estación, pero de alguna manera, sentía que aquella era su verdadera armadura: un lugar donde no había cámaras, donde no importaba quién fuera en las pasarelas o en los reportajes televisados. Allí, entre los trenes de acero y los andenes vacíos, se sentía una visitante extraña, buscando respuestas en los destellos de las farolas y el leve temblor de las vías.
Fue en una de esas visitas nocturnas, mientras las luces de la estación parpadeaban y el viento soplaba entre los andenes. En ese instante, Nova escucha una voz familiar. Al principio, pensó que era un recuerdo, un eco de su mundo natal, Axion, llamándola desde la inmensidad. Pero cuando giró, encontró a un joven de mirada intensa, alguien de su mismo planeta. Él era IO, un enviado de su hogar, su presencia allí, en la estación de tren, prometía cambio en el estatus actual de la situación.
«El último tren de las once», dijo IO, señalando un reloj oxidado en la pared. «Está por partir, Nova. Es el único camino de regreso».
Nova miró a IO, y el peso de sus palabras hizo sentir temblar la estación entera, según ella. El último tren, una idea tan simple y tan definitiva, hizo que una oleada de memorias y dudas la envolviera, como si las palabras abrieran un portal hacia todo lo que había dejado atrás. Su vida en Axion, su entrenamiento, sus ideales de heroísmo puro, ahora parecía más distantes y nebulosos, como una estación que ya había quedado atrás.
«¿Regresar?» repitió Nova en un susurro. El viento entre las vías se hizo más fuerte, llenando el aire con una vibración metálica, como si los mismos trenes susurraran secretos antiguos, recordándole que en algún lugar, en algún tiempo, había sido alguien distinto.
IO asintió, sus ojos reflejando una comprensión profunda, casi triste. “Este mundo te ha cambiado, Nova. Aquí eres otra persona, una heroína y modelo, pero, al fin de cuentas, también una pieza en el engranaje de esta ciudad. Allá… Allá, eres nuestra esperanza. En Axion, necesitan a Nova Bass».
Ella miró sus propios reflejos en el suelo de mármol, imágenes quebradas de una figura que ya no reconocía por completo. Había pasado tanto tiempo en la Tierra, entrenando, adaptándose a las luces de las pasarelas y a las expectativas humanas, que apenas recordaba el eco de sus propios pensamientos. Aquí, en la Tierra, su nombre era conocido, y con cada misión, cada desfile, parecía perder un poco más de esa niña que alguna vez corrió por los campos de Axion, mirando las estrellas con ojos llenos de sueños y anhelos.
“IO, no sé si puedo regresar,” dijo finalmente, sus palabras arrastradas por la tristeza que le pesaba en el pecho. “La Nova que conociste… no estoy segura de que exista”.
IO colocó una mano suave en su hombro. “Nova, las estaciones cambian, pero las vías siguen siendo las mismas. Lo que fuiste y lo que eres ahora son partes de un mismo camino. Quizá pienses que te has perdido, pero es solo una pausa en tu viaje. Es solo… esta estación”.
Justo en ese momento, el sonido de una bocina lejana rompió el silencio. Desde el fondo de la estación, el tren que IO había mencionado comenzó a acercarse, arrastrando tras de sí una densa nube de vapor. Sus luces amarillentas bañaban los muros de concreto y proyectaban sombras alargadas que parecían danzar en el ritmo de los últimos latidos de su duda. Nova sintió que algo en su interior se agitaba. Esa decisión —subir al tren y abandonar la vida que había construido aquí— era la despedida de quien se había convertido. Pero también, entendió, era la bienvenida a una nueva etapa, a una posibilidad de redescubrirse. Las estaciones eran así: transitorias, necesarias. Un espacio entre los puntos de partida y los destinos finales.
«Entonces, ¿volveré a Axion siendo quien fui?» preguntó, pero la respuesta estaba ya en la sonrisa de IO.
“Volverás como quien siempre has sido, Nova. Solo que ahora, lo verás con claridad».
El tren detuvo su marcha, y su gran puerta plateada se abrió con un siseo lento. Nova miró una última vez la estación, las luces parpadeantes que eran tan familiares y extrañas a la vez, y dejó que el eco de las voces, de la ciudad, se quedara detrás de ella. Con un último paso decidido, subió al tren.
Mientras buscaba su asiento, mirando entrecortadamente el paisaje que comenzaba a desfilar ante sus ojos, comprendió que esa estación no era solo un lugar en la Tierra, sino un símbolo de cada duda, de cada elección. La estación se alejaba ahora, pero la sensación de cambio, de destino, se le quedó grabada como una melodía que solo podría comprender mucho después, al final de su viaje.
Al giró sobre sus talones y observó cómo el tren se perdía en la distancia. Una brisa fría atravesó el andén, agitando el polvo y haciendo eco del final de algo importante. Para él, esa estación, vacía y en silencio, era la promesa de un regreso eterno.
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