Las aldeas Mistuky eran las mayores aldeas indígenas del sur de algún remoto continente del mundo. El cacique de la aldea más evolucionada entre todas sus hermanas era el cacique Romiki. Un sabio guerrero que había tenido una dura vida como campesino antes de convertirse en líder de su aldea y de las aldeas Mistuky. Un hombre nacido para competir.
Su hija, la descendiente de su linaje y sucesora de la aldea Karoki, se llamaba Kutiti, que en su extraño y poco matriculado lenguaje significaba sabiduría.
Durante el solsticio de estío, los caciques de todas las aldeas se habían reunido para debatir cosas de caciques: acerca de la siembra, los recursos, los desgastes y sobre todo de las guerras con el hombre blanco.
Kutiti se había encubierto entre las sombras de la gran carpa de conferencias de los caciques y chamanes de todas las aldeas. Nadie más estaba permitido, pero la chamán de su aldea era amiga de Kutiti y la había ayudado a introducirse con sigilo en aquella charla política.
Había cinco caciques en el lugar. Los chamanes, además de ser los médicos espirituales y físicos del pueblo, eran usados como consejeros de sus caciques debido a sus grandes influencias y conocimientos. Muchos caciques solo llevaban a sus chamanes como signo de decoro y respeto pero nunca les pedían consejo.
Los cinco caciques eran Fireth, la única cacique mujer, Karico, Tilima (quien no le caía muy bien a Kutiti), Tarimoc y su padre, Romiki.
La conferencia comenzó con mucho respeto ante las tradiciones y rituales de los chamanes. Cuando todo eso acabó, la fogata dentro de la carpa brillaba con mayor intensidad y Kutiti se encontró más arrinconada que nunca en su sombrío espacio.
-El hombre blanco quiere nuestras tierras, Romiki -dijo Tilima-. Si dejamos que se apoderen de ellas, destruirán todo lo que consideramos sagrado. Vendrán a profanar nuestras tierras y su gente, cambiarán nuestro estilo de vida, arruinarán nuestros templos y escupirán a nuestros Dioses a la cara.
-Tiene razón, Romiki -asumió Tarimoc-. He visto lo que pueden hacer, tienen armas que escupen fuego del infierno y rostros pálidos sin sangre, creados y siempre listos para destruir -Romiki y Fireth tenían rostros pensativos. Karico escuchaba atentamente lo que su hermosa chamán le susurraba al oído.
-Tenemos que destruirlos antes de que ellos nos destruyan a nosotros -continuó Tilima, algo inquieto por no conseguir la aprobación inmediata de todos-. Romiki, necesitamos tu ayuda en esta guerra para sobrevivir como pueblo libre.
-¿Guerra?-cuestionó Romiki-¿Quién aseguró que esto era una guerra? ¿Acaso te atreves a hablar de guerra solo por tenerle miedo a alguien que parece ser más fuerte que tú, Tilima?- Kutiti pensó en lo bien que estaba liderando su padre el imprevisto plan de ataque de Tilima contra el hombre blanco-Si recibes a tus invitados con antorchas y flechas… con mensajes de guerra, guerra es lo que te devolverán.
-Ya han atacado las aldeas de Rimoctok y todo el este de su costa ¿Por qué supone, oh señor, que no harán la misma devastación y masacre con nosotros? -ahora, era Fireth quien consultaba con su corpulento chamán de piel morena y grandes ojos pardos que parecían haber visto a Kutiti entre las sombras hace ya bastante tiempo.
-¿Que no fueron las aldeas de Rimoctok quienes le dieron la bienvenida al hombre blanco con sus lanzas y fuego? -preguntó Fireth. Tilima, parado en medio de los cinco tronos de la carpa, enrojeció con irritabilidad contenida.
-Hasta donde sé -comentó Karico -, mi primo Rutaya, cuya aldea se encuentra al este de la costa, me comentó algo acerca del hombre blanco cuando buscaba cobijo de la derrota. Es cierto que llegaron en paz, pero cuando lo hicieron, el temor a lo desconocido de las aldeas de Rimoctok no fue escaso; eran cautelosos y atentos. Nuestros hermanos comenzaron el ataque pero el hombre blanco ganó todas las batallas con armas, que dicen, fueron forjadas en el inframundo.- Tilima se decepcionó del comentario de su amigo, pero no tardó en tomar la ventaja de su discurso.
-El hombre blanco nunca había pisado estas tierras -continuó Tilima- ¿Qué hay de su miedo? Su primera impresión fue un ataque sorpresa de nuestra gente ¿y quién quiere de invitado a alguien cuyo armamento precede de llamas infernales?
-Las aldeas de Rimoctok decidieron seguir su propio camino lejos del consejo de las aldeas Mistuky. No tienen que ver con nosotros.-Intervino Fireth.
-Pero eso ellos no lo saben ¿O sí? -todos quedaron en silencio unos instantes. Kutiti pensó que su padre intervendría pero también dejó que sus pensamientos vagaran en aquella carpa junto con los de sus caciques y chamanes. Tilima aprovechó su oportunidad-Esos hombres vienen a robar, destruir y profanar. Por el mismo miedo que nosotros les tenemos, ellos tarde o temprano atacarán y más les vale estar preparados para defender nuestra patria, hermanos.
-Concuerdo con Tilima. -decidió Tarimoc.
-¿Patria?-dijo Kutiti dejándose ver entre aquellos gigantes políticos- Incluso ya hablas como ellos, Tilima -el chamán de Fireth se limitó a sonreír cuando la vio aparecer, su padre murmuró su nombre pero fue casi ineludible para todos allí. Así que, continuó-¿Qué es la patria, Tilima? ¿Cultura, religión, un simple pedazo de tierra dibujada con límites en un mapa? Yo nunca vi esas marcas en la tierra -todos estaban atentos a las palabras de Kutiti. Tarimoc estaba desconcertado porque nadie hacía nada respecto a la intromisión de aquella niña en una discusión de adultos-. Según nuestros investigadores astrónomos el mundo es redondo, y hasta donde entiendo, no lo hemos descubierto todo. Las masas azules van más allá de lo que alcanza nuestra vista ¿No es así? Oí decir que el hombre blanco viene de otra tierra, cruzando las masas… ¿Acaso no son parte de nuestro mismo mundo?-Kutiti comenzó a caminar alrededor de los tronos con las manos en la espalda cual adulta, Tilima ya se había sentado escuchando el interesante monólogo de la niña Kutiti- De ser así, todos venimos de la misma tierra ¿Qué es la patria? ¿La patria es cultura y religión? ¿Moda? ¿Qué es la cultura, religión o la moda? ¿De qué depende? Hasta donde sé, las mujeres de los hombres blancos se visten con ostentosos vestidos de colores brillantes y usan sombreros grandes y abiertos para cubrirse del sol porque sus madres se los enseñaron… nuestras madres nos enseñaron a trenzarle el cabello a nuestros guerreros y es algo que seguiremos haciendo, se lo enseñaremos a nuestros hijos… Si todos los hijos siguieran las tradiciones de sus padres, mi padre no estaría aquí siendo cacique de caciques… no estarían oyéndome hablar. No es porque vengamos de lugares diferentes, tan solo aprendimos cosas diferentes ¿Qué nos detiene a abrir las mentes y aprender de ellos y que ellos aprendan de nosotros?
«Todos venimos del mismo mundo, todos buscamos lo mismo… paz y prosperidad ¿Por qué no unirnos todos para lograr nuestros objetivos sin dañar al otro? Aprender del otro para permitirnos crecer…de eso creo que se trata todo…evolucionar -los caciques quedaron absortos con las palabras de la pequeña Kutiti. Su padre, con lágrimas en los ojos, advirtió que su difunta esposa estaba en lo cierto; aquella, su hija, estaba destinada a cosas más grandes que ellos. Tilima estrechó la mano de su contrincante admitiendo su derrota. Tiramoc siquiera se dignó a saludar antes de retirarse de la carpa. Karico le dijo que necesitaban más almas y mentes como la suya en todas las aldeas de Mistuky. Fireth abrazó a la niña y le deseó la vida más larga y feliz que pudiera tener. Es una lástima que el resto de su vida no fuera ni larga ni feliz.
La masacre del hombre blanco contra las aldeas Mistuky comenzó al alba de ese mismo día a pesar de que todos los indígenas dedicaron el resto de su noche a cosechar un festín para su bienvenida. Kutiti y su padre esperaban sus últimos alientos ocultos entre las sombras de la selva Mistuky. Las últimas palabras de Kutiti fueron las disculpas hacia su padre quien respondió a ellas con sabias palabras de un digno y honrado líder: «Una niña no debería cargar con el peso de la falta de razón del hombre en el mundo. Que su brutalidad no te lleve a perder tu luz. No aprendas de esto, Kutiti. Conserva tu inocencia».
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