No sirvieron las espadas

No sirvieron las espadas

MoniVillasenor

08/01/2025

No sirvieron las espadas aquella noche en que hundiste tu daga en mi corazón. Su filo, tan certero, no dejó rincón sin herir. El dolor se extendió como una sombra interminable, un río oscuro que me arrastró hasta un abismo donde ya no supe distinguir si lo que corría por mis mejillas eran lágrimas o sangre.

No sirvieron las espadas cuando te vi por primera vez. Tu rostro iluminaba el lugar como un faro ineludible, y supe, en un instante, que mis defensas no bastarían. Enfundé mis cuchillos, confundiendo la rendición con la confianza, creyendo que quizás, esta vez, el peligro no era real.

Desde niña las espadas fueron mis aliadas, el eco afilado de un alma que se negó a ser desarmada. Forjé con ellas mi escudo, mi voz, mi refugio. Eran mi manera de enfrentar un mundo que parecía más dispuesto a herir que a abrazar. Y así, cada filo era una promesa de que estaría a salvo, de que no habría nada ni nadie capaz de atravesar las murallas de mi piel.

Pero no sirvieron las espadas. No hay filo capaz de cortar el vacío que se queda, ni metal que resista el peso de las palabras. No hubo duelo final; solo un desplome silencioso, un latido quebrado que marcaba el fin de todo.

No sirvieron las espadas, no me protegieron. Ni siquiera recordé que las tenía conmigo.

Salí herida en un duelo que desde un principio estaba perdido. Pero no fue tu daga la que finalmente acabó conmigo, sino las mil heridas que yo misma me infligí al creer que debía luchar siempre, al pensar que la protección era un acto solitario y no un lazo.

No sirvieron las espadas ante la lucha del amor. Finalmente me rendí. Dejé caer las espadas que había atesorado tanto tiempo. Fueron mis manos vacías las que finalmente aprendieron a soltarlas.

No sirvieron las espadas. Ahora, sin ellas, me descubro ligera, caminando descalza hacia una vida que no exige protegerse, sino abrirse. Y por primera vez, no temo.

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