Las aventuras de Super Perico
Un amo digno de su sirviente
Duodécimo movimiento: No tentarás al Señor tu Dios
Versión en audio:
¿Le harán daño las balas a Super Perico? El héroe no lo sabía. Contra sus oponentes en el reino animal, nunca se había sentido en verdadero peligro. Todo lo contrario, estaba acostumbrado a actuar como si fuera invulnerable. No tenía temor a sufrir daño ni mucho menos a una derrota aplastante.
Pero los rumores entre los pajaritos afirmaban la existencia de armas terribles entre la raza humana, probablemente invencibles para el reino natural. Las advertencias al respecto eran casi unánimes: un enfrentamiento directo contra el hombre sería su perdición.
—No sé si las balas me hacen daño —confesó el perico con ingenuidad infantil a los sirvientes del Amigo.
—Te invitamos a nuestro laboratorio para unos experimentos completamente inofensivos. —El empleado continuó con su extraño interrogatorio. Mientras los demás aguardaban indecisos, esperando alguna señal—. Por supuesto, gratis… Garantizamos un mejor servicio que el gobierno; sino es así, les devolvemos su dinero —repitió la última frase, como si recitara algún panfleto publicitario.
Dejó escapar una mueca por despecho, al percibir cierta contradicción. Tanteaba a la supermascota intentando conseguir algún progreso para sus fines. Pero el ave se opuso rotundamente:
—No creo que el ángel protector de mi bandada apruebe estos ensayos. Sé que no le agradaría que pusiera mi vida en peligro inútilmente.
—Te garantizamos tu completa seguridad.
—¡Qué no!
La discusión estaba pronta a estallar en forma abierta e irreversible. Finalmente, a una seña del Amigo, saltó la chispa. El auxiliar cambió de tono:
—Me ofrezco de voluntario para hacer el experimento. Lo haré yo mismo. Comencemos con el tratamiento alternativo de una vez.
El hombre terminó la frase empuñando su pistola. Sin más dilación disparó varios proyectiles desde su arma de fuego.
—¿¡Y qué!? ¿Le afectan las balas o no? No puedo ver si le has acertado —preguntó uno de los guardias que custodiaban la reunión.
—No le he acertado nada. Es demasiado rápido —explicó el tirador.
Así era, el periquito volaba y esquivaba las balas a tal velocidad, que ninguna le había acertado.
Super Perico, con todo y acrobacias, razonaba sobre la situación: si el ángel de la bandada le diera oportunidad, pensaba interrogarlo con muchas dudas acerca de sus superpoderes.
Su madre le había sugerido que esa ignorancia bien podría estarle salvando de toda clase de males. Quizá, Dios en su providencia, le habría ocultado intencionalmente algunos detalles por su propio bien.
Ignorar si las balaceras te hacen daño o no; ¿podría ser la mejor alternativa? No tenía mucho sentido, pero su corazón le susurraba que su madre perico tenía razón. Llamémosle una corazonada. Presentía que no saberlo era pedagogía divina.
¿Qué ocurriría si una bala impactara en Super Perico y no le hiciera daño?
«Si no me hace daño, pierdo la oportunidad de ser un ave más valiente y mejor entrenada».
Pero al no saberlo:
«Podría condenarme a muerte por no tomar las suficientes precauciones, por una duda mal calculada. O a comportarme con mayor cobardía de lo necesario».
La ignorancia en general es mala: no debía pues tener miedo a la verdad, ya fuera la vida o la destrucción.
Pero… tenía la oportunidad de encontrar en su corazón un tesoro, que podría ser mucho mayor si confiaba en el ángel de las bandadas.
«Que sea el ángel quien me diga si las balas me hacen daño o no. Puede que planee educarme como un héroe honorable, y ese honor será mi tesoro».
Fue la decisión definitiva a sus razonamientos sobre experimentar con balas:
«No dejaré que ningún otro haga experimentos, quiero que sea el ángel quién despeje mis dudas cuando así lo decida. A menos, que estos brutos me acierten antes con sus disparos».
Bien resuelto gritó a los presentes:
—¡He tomado la decisión de que no me acertarán con sus balas! No me ofrescáis más experimentos.
La decisión podrá parecer absurda a los lectores. Pero implicaba que renunciaba intencionalmente a conocer los límites de su verdadero poder, en nombre de su confianza en Dios y en los ángeles.
¿Una buena idea? No estaba seguro. Los humanos acostumbran decir que confiando en Dios no hay imposibles. Si el origen de su poder estaba relacionado con la confianza: ¿no provocaría el experimento un círculo vicioso? Como el experimento de volar sin plumas al borde de un abismo y esperar que Dios lo rescate…
Los delincuentes por su parte, también aprovechaban para sacar sus propias conclusiones:
—Si las esquivas es que si te hacen daño—afirmó el subalterno que inició el tiroteo. —Es absurdo tanto esfuerzo inútil.
—Si es verdad que le hacen daño las balas. En cuanto alguna acierte, será nuestro.
Pero el ave respondió:
—No sé si las balas puedan herirme. Pero no soy tan idiota para hacer un experimento tan inútil y peligroso. No creo que los ángeles lo aprueben.
Tres de los malhechores, los que presumían de mejor puntería, disparaban tranquila y abiertamente a nuestro periquito. Pero sin ningún éxito, no hubo manera que pudieran acertarle.
—Te opones al progreso de la ciencia de los super animales —se burló uno de los pistoleros.
El ave ya había perdido la paciencia. Decidió no malgastar más tiempo en parloteos temerarios y se arrojó a golpear decididamente a los hombres del Amigo.
Con gran habilidad evitó todas las balas. Comprendió que su zumbido era mortal y le asustaba. No le interesaba resolver las dudas de los demás. Sus enemigos no fueron capaces de igualar ni su velocidad ni sus fuertes golpes.
En pocos momentos, había tumbado a varios. Dominó fácilmente al primero que alcanzó. Lo arrojó al piso con gran fuerza, dejando al hombre adolorido y casi inútil para seguir peleando. Los otros dos que seguían con sus descargas, desesperaban de no atinar absolutamente nada. Era demasiado rápido y existía más probabilidad de acertar a alguno de sus aliados que a nuestro pajarito. Tal era su agilidad para esquivar los ataques.
Cuando los tres quedaron vencidos en el suelo, otros más se unieron a la escaramuza.
Sin embargo, estos relevos no alcanzaron a iniciar sus agresiones. El Amigo se dirigió a los presentes con la más completa tranquilidad. Actuaba como si estuviera anunciando el siguiente número en un espectáculo bien sincronizado:
—Estimados compañeros, siento un gran pesar por lo que parece un grave malentendido de mi apreciado amigo, Super Perico.
Ante sus palabras todos guardaron silencio. El delincuente esperó unos segundos para cerciorarse de la atención de los demás. Entonces continuó:
—Con mucho dolor en mi corazón, no tengo otra alternativa que invocar el poder de la amistad verdadera. Nuevamente les pido que demuestren su lealtad hacia mi.
El héroe se abstuvo de golpear a nadie más y lo mismo hicieron todos. Las palabras absurdas del Amigo, tuvieron el efecto inmediato de llevar la paz al salón, al menos temporalmente.
—No entiendo nada de lo que dices —admitió el ave.
—Si entendieras mis palabras, no te portarías tan salvajemente y con tanta furia injustificada. Pero te perdono con toda mi alma. Señores policías, con mucho dolor quiero solicitarles por el bien común y seguridad física de los presentes, que arresten a mi amigo Super Perico.
—Bajo qué cargos —preguntó el sargento Joel.
El Amigo respondió con su habilidad histriónica de siempre:
—Les preguntó a todos ustedes: ¿no es verdad que yo invite a almorzar a Super Perico? Este de mala manera ha rechazado mi amabilidad.
»Que yo he aceptado el arresto.
»Que sin motivo aparente (aunque me figuro cual pudo ser la causa) se ha puesto a golpear con furia incomprensible a tres buenos y respetables caballeros de Egeria. ¿Es cierto o no lo que estoy diciendo?
Los demás no se hicieron esperar para seguirle el juego:
—Completamente cierto —asintieron con absoluta hipocresía.
—Es la verdad… —agregó uno de los golpeados que apenas podía hablar del dolor.
Super Perico intentó razonar con ellos, aunque sus esfuerzos fueron inútiles:
—Si existe causa. Existe una AAC, o sea, una autorización de arresto —defendió el perico su comportamiento violento.
—¿Para arrestar a quién? —preguntó el oficial Simón.
—El Amigo.
—Pues estas golpeando a la persona equivocada —aseveró el oficial.
El patrón se puso a gesticular y dar aspavientos casi ininteligibles, con el objetivo de reforzar su interrupción:
—Por favor, señores policías. No le pidan a Super Perico que me golpee. Me temo que no soportaría los golpes y me podría matar con su furia incontrolable.
—Por supuesto que jamás le pediríamos tal cosa —aclaró el oficial.
Super Perico, no comprendía lo que ocurría delante de sus ojos. A su juicio el diálogo era completamente absurdo e incoherente. ¿Pretendían enredarlo con trabalenguas? No sabía que camino tomar.
—¡Por Dios y los ángeles! es que en Egeria tienen los humanos que dejarse matar. Le disparan a uno y no pueden hacer absolutamente nada —se quejó el héroe.
—No entiendo lo que dices —afirmó el sargento con evidente cinismo— ¿alguno de ustedes entiende lo que dice este pájaro loco?
—Yo no —le siguió Simón.
—Yo tampoco —asintieron los demás.
—Estos hombres me dispararon y por eso los he golpeado. —Super Perico se sentía mareado ante la extraña actitud de los demás, confuso miraba espantado hacia unos hombres que a sus ojos, se convertían en monstruos. Ya sabía que eran delincuentes, pero hasta ahora comenzaba a comprender el significado de la maldad.
—Yo no ví ningún disparo —se divertía ahora el Amigo inventando teorías—. Creo que alguno de ustedes estornudó, ¿alguien escuchó el estornudo?
—Fui yo el que estornudó, pero no creo que su sonido pudiera confundirse con un disparo.
—Mentirosos… bufones…. ruines malvados que mentís descaradamente —estalló en protestas el pajarillo.
Tomó la palabra uno de los pistoleros que ya se había recuperado. El mismo, que planteara inicialmente el supuesto experimento.
—Disculpen policías. Pero observo que este animal no se encuentra ni mínimamente despeinado. Si le hubieran disparado como asevera, debería tener alguna señal en su cuerpo.
—Es verdad —asintió el oficial Simón—. Me convenzo que este pájaro imagina e inventa cosas.
—Creo conocer la causa de su furia —el Amigo, muy divertido, continuaba inventando teorías.
—¿A qué supone se deba tanto enojo? —interrogó el sargento Joel.
—Se ha enterado Super Perico, que estos hombres normales compraban gasolina ilegal a un precio más barato a como lo vende el gobierno. Un delito que comete el 50% de la población. Le ha enfurecido ver como tanto delincuente permanece sin castigo y exponen su maldad con absoluta tranquilidad —expuso fingiendo el tono de voz, como si fuera su abogado defensor—. Ha tratado entonces de resolver el problema con sus propias alitas. Pienso que eso debe haberle enfurecido. Mi amigo Super Perico es un justiciero que ha enloquecido por tanta venta ilegal que corrompe y destruye nuestro país.
—Pero un pájaro no nos puede golpear por delito tan insignificante —defendió el pistolero, que ya le había encontrado el gusto a su propio cinismo.
—Les pido perdón en nombre de mi invitado. Su amor por la justicia, lo ha llevado a excederse —concluyó el Amigo su fingida defensa.
—¿Es eso verdad Super Perico? —preguntó el policía al ave. Decidido a llevar la peligrosa broma hasta el final.
—Por supuesto que no…, los he golpeado por que me atacaron con balas.
—¿Cuáles balas? Me temo que no existen pruebas de ninguna provocación ni del delincuente AAC, ni de los hombres que se encontraban presentes por casualidad. Tenemos que arrestarte.
El sargento Joel se acercó al héroe. En voz muy baja y cuidando que no pudiera ser escuchado por ningún otro. Le suplicó:
—Por favor periquito, por supuesto que todos estamos fingiendo. Te suplico que nos sigas la corriente. Tu eres super y puedes bailar en medio de un tiroteo. Pero nosotros no podemos seguir tu ritmo y moriremos asesinados. Si no quieres que nos maten, ten piedad por nuestras vidas y síguenos el juego.
—Yo no puedo mentir. Mi ángel me castigaría.
—No necesitas mentir. Solo tienes que aceptar el arresto y guardar silencio en adelante.
Sin esperar la respuesta del héroe. Joel con voz fuerte y clara se dirigió a todos los presentes:
—Super Perico me ha dicho que se declara inocente de las acusaciones que se le dirigen. Pero que como buen ciudadano cooperará con la policía y permitirá su arresto. ¿Permiten ustedes que nos retiremos para llevarlo a la comisaría?
—¿Es verdad que aceptas el arresto? —preguntó el Amigo dirigiéndose al héroe.
—Sí, acepto el arresto —respondió el periquito conteniendo su rabia.
—Siendo así, nos damos por satisfechos. Pueden retirarse en paz —terminó el Amigo sin perder ni un ápice su sobreactuado papel de bueno en su propio teatro.
Mas antes de abandonar el salón. Super Perico dirigió al delincuente unas últimas palabras:
—¿Por qué eres tan malo?
—Por que mis padres nunca me pegaron —respondió en broma.
—¿Y eso que tiene que ver? —interrumpió el oficial Simón.
—Si no te pegan, crees que tus padres no saben ser padres. Si pudieran decir la verdad: ¿a quién elegirá el que no le pegan? Habrá algún corazón que perdone y elija al que hizo lo que hizo…
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Ver también: Un amo digno de su sirviente, Arte Lancelot
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