Vanesa estaba insoportable, en qué momento se le había ocurrido aceptar a esa niñata en el coche, ya se lo había dicho Velasco, que para un viaje tan largo, acabaría mal la cosa, aunque tampoco podía decirle a Vanesa que no subiera al coche… supongo.
Ella no paraba con la retahíla “Victor, eres un raro, la gente te mira raro, incluso la chica de la gasolinera. Todos la hemos visto, te ha mirado como el bicho raro que eres”. Victor sentía vergüenza, sabía que lo que Vanesa decía era verdad, pero no quería oírlo.
Menos mal que Velasco salió en su defensa, aunque sin término medio, como siempre. “Cállate de una vez o te juro que reviento la cabeza de un puño. La tipa de la gasolinera no era más que una guarra, como todas, mirando por encima del hombro a los hombres, lo que se merece es que le demos una lección, ya verás como ya no mirará igual”.
Hubo silencio durante un momento, pero Victor sabía que duraría poco. El cuarto pasajero, el más callado de todos, quería decir algo; y cuando él, Vicente, hablaba, todos callaban. “Tal vez Velasco no vaya tan desencaminado con lo de darle una lección; porque es verdad lo que dice Vanesa, la zorra de la gasolinera lo miraba mal, como si fuera un bicho raro. Puede que tengamos que ir a demostrarle lo que realmente es ser un bicho raro, y las cosas que un bicho raro puede hacer.”
Victor no quería más bronca, intentó persuadir a Vicente de no volver. “Tengamos la fiesta en paz, solo era una chica jóven, muy jóven, no creo que tuviera mala intención, podemos seguir y así llegaremos antes de que anochezca, todavía nos queda mucho por hacer.”
Pero Vicente ya estaba maquinando, calculando, trazando un plan. Cuando llegó la oportunidad de dar la vuelta, le dijo a Victor que cogiera la salida y no hubo discusión, porque cuando Vicente tomaba una decisión, no había nada que decir.
Un turismo gris que a la joven del mostrador le resultaba familiar paró en la gasolinera. Lo miró fijamente, porque su instinto le decía que algo no iba bien. Entonces vio al conductor. No le había gustado antes, tenía la mirada huidiza, y sudaba demasiado, como alguien que esconde un secreto. Sin embargo ahora entraba en la tienda con seguridad, mirándola fijamente con una frialdad que le heló la sangre.
Ella intentó mantener la calma. “Hola de nuevo, ¿en qué le puedo ayudar?”
“Oh no, no te confundas guapa, antes conociste a Victor, no nos gustó cómo le miraste. Yo soy Vicente, y te voy a presentar a Velasco, que tiene ganas de decirte algunas cosas.”
Vicente observó divertido a la joven, que dirigió la mirada a la puerta y luego al coche a través de la ventana, esperando ver a alguien más. La confusión de la chica era su premio, saber que pronto lo entendería todo, pronto sabría que la única otra persona que quedaba en el coche estaba en el maletero y era un cadáver al que ella haría compañía muy pronto.
La impaciencia por provocar el sufrimiento en aquella criatura tan ignorante de lo que se le venía encima provocó el cambio; y cuando ella volvió a mirarlo, el hombre que tenía delante, con ojos delirantes y sonrisa macabra, era otro.
Entonces lo entendió “Eres Velasco”.
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