A LOVE TO FORGET

A LOVE TO FORGET

_JMVV_

29/09/2024

PASO UNO DE AMOR.

La vi y conocí que era el amor…

Mirando su teléfono, ella iba por el pasillo del colegio, caminando contra la corriente de estudiantes, a quienes chocaba, ignorando su presencia. En su espalda llevaba una gran maleta que parecía pesada, incluso para mí. Pequeña, parecía medir uno sesenta. Supuse que era de mi misma edad: ojos cafés, cabello negro, usaba gafas grandes y la falda del uniforme era más larga de lo que decían las reglas.

—¿Te gustó? —me preguntó el inútil de mi mejor amigo.

—Supongo —dije mirándolo.

—No me mires de esa manera que me enamoras —dijo burlándose de mí.

—¿Cuál es el problema? —le pregunté acercándome a él—. ¿Nos besamos? —dije, poniendo mi mano en su hombro.

—Casi no me lo pides —dijo acercándose a mí.

Me perdí en sus ojos azules; sus labios rosados me incitaban a besarlo. Su cabello rubio se movía con el viento que entraba por la ventana. Me hipnotizaba verlo, su cuerpo estaba bien trabajado, era delgado, pero definido. Quería ser rodeado por sus brazos promedios. Con una sonrisa nerviosa me miró, y sentía como nuestros corazones latían cada vez más fuerte…

—Disculpen —dijo confundida la voz de una mujer—. ¿Saben dónde está el A3? —preguntó.

Al verla, me puse nervioso, sentía sus ojos atravesarme a través de sus grandes lentes. A pesar de no dejar de ver su teléfono, estaba despeinada, aunque parecía que no le importaba. Miré al estúpido de Fumio, quien hacía una mueca para que hablara con aquella mujer.

—Sigue derecho hasta el final del pasillo y gira a la izquierda —dije, sin poder dejar de mirarla.

—Gracias —respondió sin levantar la mirada. Al darme cuenta, ya se había marchado.

Sentí la mirada de decepción de Fumio pesando en mis hombros. —Eres un estúpido y homosexual —dijo, dándome una palmada en la espalda.

—Tú lo eres más —le dije.

—¿Por qué no la llevaste al salón? —preguntó.

—No quería parecer desesperado —dije, empezando a caminar—. ¿En qué salón nos toca? —pregunté viendo a ese imbécil quieto.

—En el A3 —dijo soltando una pequeña risa.

Solté un gran bostezo mientras me estiraba. —Bueno, no entraré a clases —dije, empezando a caminar sin rumbo.

—No —dijo Fumio, deteniéndome—. Ya has faltado mucho —añadió, arrastrándome al salón.

—Llegan tarde —exclamó la profesora al vernos pasar. Nos disculpamos y caminamos a nuestros asientos, que estaban en extremos contrarios del aula, ya que hablábamos mucho, o eso decían los imbéciles de los profesores, lo cual era verdad.

Al sentarme, empecé a buscar a mi alrededor a aquella mujer. Por más que miraba, no lograba verla. Tal vez se había perdido por mis indicaciones o se había equivocado al preguntarnos sobre el salón. Existían millones de posibilidades que cruzaban por mi mente, lo cual era extraño, ya que era la primera vez que me pasaba. Las clases terminaron y no había prestado atención, algo que era normal, pero esta vez era por una razón diferente. Me acerqué a mi imbécil, quien siempre tardaba en empacar las cosas en la mochila. Al estar frente a él, me miraba extrañado, ya que siempre me iba sin despedirme.

—¿Cómo sé que estoy enamorado? —le pregunté sin vacilar.

—¿Por qué me preguntas a mí? —preguntó confundido.

—Tú siempre dices que estás enamorado —dije confundido.

—Es solo una expresión, aparte no sé cómo explicarlo —dijo con una gran sonrisa—. Es la primera vez que compartes algo de tus sentimientos —añadió.

—No me sirve —pensé, alejándome de él.

—¿Por qué no le hablaste? —preguntó, lo cual hizo que me detuviera extrañado.

—No la vi —contesté confundido.

—Estaba a tu lado —dijo soltando una risa—. Sabes, siempre pensé que eras gay, incluso pensé en una forma de rechazarte gentilmente —agregó.

—No soy homosexual —dije—. Y si lo fuera, no me enamoraría de ti. Me das asco —añadí, sacándole el dedo.

—Me heriste —dijo llevándose la mano al pecho—. Has roto mi corazón, ya no volveré a amar —gritó, dando un golpe en la mesa con su puño.

Lo ignoré, despidiéndome con la mano. Siempre se me había hecho raro que siguiéramos siendo amigos, aunque teníamos gustos musicales, videojuegos, humor e incluso comida en común. Él era querido por casi todo el colegio, era imposible no escuchar de él al caminar por los pasillos, mientras yo era uno más del montón. Era verdad que lo único que nos diferenciaba, aparte de que él era rubio, de ojos azules, y yo peli negro, de ojos cafés, era el esfuerzo. Mientras los dos habíamos iniciado varias actividades juntos, él seguía en ellas mientras yo solo duraba unas pocas semanas. Nunca entendí por qué le ponía tanto empeño a las cosas, pero lo envidiaba.

Llegué a casa. Aunque quería descansar, no podía. Corriendo, entré en mi habitación, tomé la ropa más cómoda que tenía y salí de inmediato. Comencé a correr unas cuantas cuadras para llegar lo antes posible a una cancha de baloncesto que le prestaban a mi padre y a sus amigos del trabajo. No me llamaban la atención los deportes, pero era algo que tenía que hacer para poder sobrevivir en la sociedad, o al menos eso me repetía mi papá.

—Llegas tarde —me reprochó con autoridad mi padre—. Da cincuenta vueltas a la cancha —me ordenó, aparentando enojo.

Empecé a trotar lentamente, esperando que el tiempo pasara. El sonido de la pelota botando se hizo presente junto con el chillido de los zapatos al frenar. Normalmente, aquellos ruidos mezclados con los gritos de mi padre y sus amigos no me permitían perderme en mis pensamientos, pero hoy era diferente. No podía dejar de pensar en ella y en su voz, la cual no lograba recordar bien, así que empecé a imaginar cómo sería. Después de un rato, terminé de dar las vueltas. Me senté en un lugar apartado de todos para no molestar. Lo único que podía hacer era esperar a que alguien se cansara y me diera el cambio, lo cual nunca sucedía. Todo terminó sin que pudiera jugar, lo cual no me molestaba. Ayudé a trapear el lugar y salí de la cancha. La noche estaba hermosa, habia luna y estrellas. Mientras esperaba a mi padre, me pregunté si ella también estaría mirando el cielo. Las risas de mi papá con sus amigos interrumpieron mi monólogo romántico. Al salir de la cancha, hizo una seña para que lo siguiera, lo cual hice, despidiéndome de todos.

—¿Viste el triple que marqué? Nadie me podía parar —dijo rompiendo el silencio.

—También vi cómo te caíste —dije con malicia.

—¿Por qué eres tan cruel con tu viejo padre? —preguntó con un suspiro—. Siempre he pensado que te cambiaron de bebé. Tu madre era pura bondad, yo soy alegría, pero tú… eres un viejo amargado atrapado en el cuerpo de un joven de diecisiete. Si tu madre estuviera aquí, habría gritado de emocion cada pase y cada punto que hacía. ¿Por qué no eres como tu madre? —añadió, triste.

—Si fuera como ella, ya te habría dejado por tu mejor amigo —dije. Nos miramos fijamente. Tras un corto silencio, ambos empezamos a reír.

—Sí, mejor no seas como ella —dijo él.

—No lo seré —respondí—. ¿Cómo lograste enamorarla? —le pregunté, a lo que me miró confundido.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó, extrañado.

—Es que tú eres tan feo y ella es tan hermosa que…

—Disculpa por interrumpirte, pero no te refieras a tu madre como hermosa; siento que te gusta, y eso es raro. Segundo, no soy feo, tú eres feo —dijo, dándome un golpe en la cabeza—. Aparte, ¿te gusta alguien? —añadió, curioso.

—Se puede decir que sí, aunque aún no lo sé —respondí, un tanto incómodo por lo feliz que se mostraba al escucharme.

—¡Por fin maduraste! —exclamó con felicidad—. ¿Quién es el afortunado? —preguntó.

—Es una mujer —dije.

—Ah, siempre pensé que te gustaban los hombres —dijo sorprendido—. ¿En serio te gustan las mujeres? —preguntó.

—Sí —respondí, dándole un golpe.

—¿Seguro, seguro? Mira que te acepto tal y como eres, no tienes que ocultar tus verdaderos gustos por miedo —agregó, intentando darme un abrazo, el cual evité.

—Me gustan las mujeres —dije, cuestionándome lo que estaba sucediendo.

—Si no te gustan los hombres, olvídate de que soy tu padre —dijo, señalándome con firmeza y mirándome fijamente a los ojos—. No desperdiciaré las horas que pasé leyendo libros sobre cómo brindarte apoyo si fueras homosexual, ¡así que sé gay!

—No.

—Pero… leí mucho.

—No.

—Al menos un poco gay.

—No.

—¿Bisexual?

—No.

—¿Pansexual?

—¡Que no!

—¿Por qué eres así? ¡Sé algo!

—No, ¿por qué insistes? —pregunté.

—Ya les dije a todos mis amigos que eras homosexual. No quiero ser un mentiroso —respondió.

—No lo soy, así que tendrás que decírles —dije.

—Ah, ya entiendo. Comprendo, comprendo. Eres homofóbico. Estoy decepcionado de ti, hijo. Pensé que te habíamos criado mejor…

Seguí caminando, ignorando cada palabra que decía para convencerme de que me gustaran los hombres. Cabe aclarar que no lo hacía por ser homofóbico, simplemente no me gustaban. Siempre se me había hecho alguien extraño, quizá por eso estoy tan traumado. Aunque no era un mal padre, no comprendía su forma de actuar. No importaba todo lo que nos había hecho mi madre o cómo lo trató; él siempre se refería a ella con cariño. Cada vez que hablaba de ella, sus ojos brillaban, nunca la insultaba ni hablaba mal de ella. Era raro.

Al darme cuenta, habíamos llegado a casa. Abrí la puerta y entré rápidamente, dejándolo afuera.

—¿Por qué tanta insistencia? —pregunté desde detrás de la puerta.

—Quiero apoyarte…

—Di la verdad —lo interrumpí.

—Aposté con un amigo si eras homosexual o no. Yo dije que sí, y él que no. Así que, por favor, ayuda a tu viejo padre.

—Di la verdad —repetí—. Conozco cuando mientes —añadí.

—El hijo de mi jefe es bisexual. Pensé que si tú lo eras, podrían enamorarse, casarse y sacarnos de pobres…

Al escucharlo, apagué la luz de la sala, ignorando sus súplicas y gritos. Me bañé antes de dormir. Sin importar lo que hiciera, no podía sacármela de la cabeza —¿Esto es el amor? —me pregunté sin ninguna preocupación.

Desperté al escuchar la alarma. Normalmente, madrugar me resultaba difícil, pero hoy estaba animado solo de pensar en volver a verla. Había soñado con ella. Me sentí una especie de acosador. Era la primera vez que me sucedía algo así y no comprendía por qué. Odiaba la sensación de ser perturbado por algo que no podía controlar, pero era inevitable. Había decepcionado a Zenón.

Me arreglé para ir a estudiar y me dirigí a la puerta de la casa. —¿Qué es el amor? —pregunté abriéndola. A un lado estaba mi padre, durmiendo en posición fetal. Lo moví con el pie para despertarlo, a lo que él respondió mirándome y soltando un gran bostezo.

—¿Qué? —pregunto, confundido.

—¿Qué es el amor? —volví a preguntar.

Levantándose del suelo, se estiró. —Depende de a quién le preguntes —dijo, entrando en la casa—. Actualmente, para mí, es una mierda. Se van con tu ex mejor amigo, se llevan la mitad de tus cosas, pero no a su hijo.

—Gracias —dije.

Sirviendo cereal con leche en dos platos, añadió —Te amo, pero si no estuvieras, tendría un PlayStation.

—Es comprensible —respondí, tomando uno de los platos.Un silencio se hizo presente, solo interrumpido por el sonido que hacíamos al masticar. Aún se me hacía raro comer solo nosotros dos. Normalmente, era mi madre quien ponía la conversación, siempre con una gran sonrisa. Aún me pregunto por qué se fue con otro hombre. No me molestaba, pero quería saber el motivo. Era extraño seguir viendola en fotos todos los días, fotos que ninguno de los dos tenía el valor de quitar.

—Gracias por todo —dije, marchándome del lugar.

—Solo esfuérzate, seguro la enamorarás —dijo con una sonrisa—. Cuando vuelvas, lava los platos —añadió, buscando en la despensa el alcohol.

—No bebas mucho —dije, devolviéndole la sonrisa.

Comencé a buscar alguna señal, un recuerdo, algo mientras caminaba que me ayudara a explicar la situación. Quería saber si lo que me estaba pasando era normal o si debía preocuparme. Todo a mi alrededor había cambiado. Solo quería verla a ella. Me sentía como un acosador, quizá así comenzaban los asesinos en serie. La última vez que me había sentido tan confundido fue cuando mi madre se marchó. Comencé a buscar una explicación, una verdad donde solo había mentiras. No quería terminar como mi padre, destrozado, llorando cada noche, bebiendo a escondidas, odiándome y odiando a la persona que más había amado en la vida. Me había prometido que no me enamoraría, que no mostraría mis sentimientos a otra persona. ¿Qué me pasó?

PASO DOS DE AMOR.

La vi y me pregunté qué es el amor…

No dejaba de pensar en ella, en sus hermosos ojos, en su dulce sonrisa que no había escuchado, pero que imaginaba, lo cual aceleraba mi corazón. Quería escuchar su voz de nuevo, mirarla una vez más, sentir su respiración, compartir el mismo vaso, hablar por horas. No sabía qué me pasaba, pero me sentía bien solo con pensar en ella. —¿Es amor? —me pregunté, buscándola a mi alrededor—. ¿O me está dando un infarto? —me cuestioné al no verla.

—Tienes cara de estúpido —dijo Fumio, tocándome la cara con su dedo índice. Lo miré sin prestarle atención, ignorándolo. Me sumergí en mis pensamientos, preguntándome dónde estaba ella—. La tienes enfrente —me susurró Fumio, lo cual me puso alerta, aun sabiendo que era mentira. Sentía que el corazón se me saldría; un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mis manos se pusieron rígidas y sentí un vacío en el estómago.

—¿Qué quieres? —le pregunté a Fumio, intentando disimular mis nervios.

—Estoy aburrido —dijo, tocándome la cara en repetidas ocasiones.

Las primeras horas de clase se habían cancelado por algún motivo desconocido. Aunque todos queríamos irnos a casa, no podíamos hacerlo por alguna razón. Fumio no soportaba quedarse sin hacer nada o se aburría rápidamente, lo cual lo volvía fastidioso, como si fuera un niño. Era raro, ya que eso solo sucedía cuando estaba conmigo. No me molestaba, pero siempre me parecía extraño.

—¿Nos vamos? —pregunté, esperando que por primera vez aceptara mi propuesta de escaparnos del colegio—. Llegaremos cuando retomen las clases —agregué, esperando su respuesta. Normalmente, se negaba por algo traumático de su infancia, pero hoy sería el día en que lo introduciría al mundo del mal.

—Sí, pero prométeme que llegaremos antes de la siguiente clase.

—Lo prometo —dije, poniéndome de pie, feliz de finalmente corromper su alma y llevarlo por malos pasos. Salimos del salón y comenzamos a dirigirnos a la salida del colegio. Fumio miraba a nuestro alrededor, alerta, como si alguien nos persiguiera. Era divertido verlo nervioso-. Tranquilo —dije, intentando calmar a Fumio—. Estamos en un colegio público; a nadie le importa si salimos de aquí.

—Eso dices —respondió, escéptico—. Si nos ven, saldré corriendo, te aviso —agregó, tranquilizándose un poco.

—Tranquilo, yo te haré caer para escapar —dije en tono de burla. Ambos sonreímos, sabiendo que cumpliríamos nuestras amenazas si llegaba el momento.

—¿Y qué haremos? —preguntó Fumio—. ¿Vamos a fumar, a beber o a robar? —añadió con entusiasmo.

—¿Qué te pasa? —le reclamé—. Eso es malo para la salud. Vamos a tocar el timbre en casas de desconocidos y salir corriendo —dije con una sonrisa orgullosa.

—¿Eso es lo que haces cuando te saltas las clases? —preguntó, decepcionado.

—También como helado —dije, bajando la cabeza. Un silencio incómodo se hizo presente, llevándose consigo el poco respeto que Fumio tenía hacia mí—. Cierto —exclamé, rompiendo el silencio—. Siempre me dices que te pasó algo traumático, y por eso no te gusta faltar a clases. ¿Qué te pasó?

—Pensé que no te interesaba —dijo.

—Realmente no, pero no hay nada más interesante, así que cuenta, cuenta —dije, zarandeándolo de un lado a otro.

—Era un día normal. El muro de Berlín había caído, se escuchaban disparos afuera de mi casa, pero todos tenían esperanza de que el mañana sería un mejor día. No fue sorpresa cuando empezó la primera guerra…

—¿Tu mamá había perdido la cita del aborto en la Primera Guerra Mundial? —pregunté, provocándolo.

—La tuya aún te quería —respondió, siguiéndome el juego.

—La tuya aún me quiere —exclamé, sabiendo que era mentira.

—Quiere que seamos pareja —dijo.

—¿Qué? —respondí, sorprendido.

—¿Qué? —repitió Fumio.

—¿Qué?

—¿Qué?

—¿Qué…? —remató Fumio, quedándose en silencio un rato. Sonriendo levemente, respiró—. Un día cualquiera me dio pereza ir a estudiar.

—¿Estás contando lo que te pasó realmente? —pregunté, interrumpiendo.

—Sí, así que calla —respondió seriamente. Tenía una expresión tranquila, pero afligida, algo que nunca había visto en él. Normalmente tenía cara de bobo y siempre llevaba una sonrisa, pero por primera vez en nuestros años de amistad, escuché atentamente lo que decía—. Un día cualquiera me dio pereza ir a estudiar, así que fingí estar enfermo. Era un niño pequeño, lleno de esperanzas y sueños; no sabía que la vida era tan difícil. Sé que mi madre se dio cuenta, pero me dejó faltar por algún motivo que desconozco hasta el día de hoy. Pero fue lo mejor que me pasó en la vida: dormí hasta tarde, comí helado, vi mi programa de televisión favorito y no me bañé en todo el día. Me jacté de todo lo que hacía mientras me reía al imaginarme a mis compañeros sentados en esa clase aburrida. Tras vivir el mejor día de mi vida, dormí muy tranquilamente. Al día siguiente, fui a clases con normalidad. Al entrar al salón, sentí todo raro; un escalofrío recorrió mi cuerpo, avisándome de aquello que iba a suceder. Al parecer, nadie se había enterado de que había faltado. Aunque parecía que no me importaba, me senté en mi asiento esperando que alguien se acercara a preguntarme por qué había faltado, qué me había pasado o cómo estaba… pero no pasó, y me puse triste. En la hora de descanso, se acercó un compañero y me preguntó qué me había pasado, lo cual me hizo feliz. Se me ocurrieron mil cosas que decirle, pero no pude. Él, con una gran sonrisa, me miró y, con una voz siniestra, comenzó a contar cómo Spider-Man y otros héroes habían estado en la clase jugando y dando dulces. Pensé que era una broma, así que empecé a preguntar; todos me decían que era verdad y agregaron que también habían dado pizza… —no podía aguantar las lágrimas; la voz comenzó a entrecortársele—. Si hubiera ido ese día, hoy sería feliz, probablemente millonario, jugador de fútbol o algo más, pero falté, y ahora estoy junto a un imbécil.

—Pensé que te habían tocado o algo —dije, algo enojado.

—¿Por qué pensaste eso? —preguntó confundido.

—Eres muy rarito —respondí.

—Tú eres el rarito…

—Es raro que estuvieran adultos disfrazados dándole dulces a niños —dije, cuestionando toda la situación.

—Tú no entiendes, eran héroes jugando con niños —dijo, triste.

—Sigue siendo raro —añadí.

—Tu cara es rara —exclamó.

Seguimos insultándonos; cada insulto era peor que el anterior, pero nos ayudaba a pasar el rato. Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos fuera del colegio, lo cual sorprendió a Fumio.

—Eres un hombre libre —exclamé, dándole una palmada en la espalda.

Mirándome sorprendido, dijo —Pensé que sería difícil.

A lo cual respondí, enfatizando aquello que le había dicho —Te dije que estamos en un colegio público; ¿qué esperabas?

—Es verdad —dijo con una sonrisa—. Ya que soy un criminal, ¿qué haremos? —preguntó.

—Iremos al paraíso de los vagos y malaventurados —respondí, comenzando a caminar. Fumio, en silencio y confundido, empezó a seguirme. Nos dirigíamos a un lugar muy conocido por los estudiantes de los distintos colegios de la zona: un centro comercial estratégicamente ubicado en el centro de la mayoría de las escuelas, apodado «el centro de los vagos». Era un lugar donde todos aquellos que no querían ver clases llegaban a gastarse su dinero o a pasar el rato. A veces había peleas entre las pandillas de los distintos colegios, pero era raro. Aunque existían varios rumores que rodeaban el lugar, nunca les presté atención.

Llegamos al centro comercial rápidamente. Todo el camino estuvimos callados, como si ambos apreciáramos algo al caminar. No era un silencio incómodo; era más bien uno tranquilo, que nos rodeaba y llenaba de miedo a dañarlo. Nos quedamos un rato afuera, apreciando el majestuoso lugar. No importaba cuántas veces estuviera en aquel sitio; nunca me cansaba de verlo. Fumio miraba sorprendido, y yo me preguntaba si él miraba aquello que mis ojos veían o si sentía lo mismo.

—¿Crees en el destino? —preguntó Fumio con una sonrisa.

—Depende —respondí.

Mirándome sin dejar de sonreír, apuntó discretamente —Empieza a creer.

Al verla, me volví a preguntar si era amor lo que sentía. No podía apartar mi mirada de ella. Me sentía incómodo al pensar que la pondría incómoda al mirarla tanto, pero simplemente no podía dejar de hacerlo, y más al verla con otro hombre. Sé que no era nada mío; probablemente ni se acordaba de mi existencia, pero al verla reír con aquel hombre, un sentimiento punzante se hizo presente en mi pecho.

—¿Estás bien? —preguntó mi amigo, trayéndome a la realidad.

—Sí, ¿por qué preguntas? —dije, mirando a mi alrededor confundido al notar que estábamos sentados dentro del centro comercial, a unas cuantas mesas de donde ella estaba.

—Estás distraído, más de lo normal —respondió Fumio, dándole una mordida a su hamburguesa.

—¿Parezco un acosador? —dije, desviando la mirada.

—Sí, pero es tierno verte así —dijo, dándome un suave golpe en el brazo y otra mordida a su hamburguesa—. Quedó claro el plan, ¿no? —me preguntó, con la boca llena.

Confundido, lo miré. Quería fingir que todo estaba bien y que nada malo pasaría, pero lo más probable es que todo saliera mal. Por eso quería saber si realmente él estaba de acuerdo —¿Seguro que lo quieres hacer? —pregunté.

—¿Estás nervioso? —dijo, dándole otro mordisco a su hamburguesa—. Hoy saldrá bien el RFH, Robo Fingido para que seas un Héroe Dos.

—Lo mismo pensamos la última vez —dije, mirándolo con duda.

—Tranquilo, la última vez cometimos algunos errores, pero hoy será diferente.

—Hoy no me toca a mí, así que está bien —dije, dejando de dudar—. ¿Sabes? Creo que así se llama una enfermedad —añadí.

—¿Robo Fingido para que seas un Héroe Dos? —preguntó confundido.

—¿RFH? ¿Por qué una enfermedad se llamaría «Robo Fingido Dos»? —pregunté, extrañado.

—Robo Fingido para que seas un Héroe Dos, no te olvides del nombre que te hará besarla —exclamó Fumio con entusiasmo.

Sabía que lo que estábamos por hacer me convertiría en un acosador, pero imaginarla cerca de mí me volvía irracional. Aunque, en el fondo, también deseaba que el plan saliera mal, solo para poder reírme de Fumio, tal como él lo hizo conmigo en su momento. Al percatarnos de que ella se había levantado del asiento, dejando a aquel muchacho solo en la mesa, la vi caminar tranquilamente hacia donde estábamos. Fumio, con un intento de disimulo pésimo, volteó la cara rápidamente, mientras yo la seguía con la mirada descaradamente. Una parte de mí imaginaba que ella se detendría a hablarnos; realmente deseaba que eso sucediera. Pero simplemente pasó de largo, ignorando por completo nuestra existencia. Saludó a una chica de otro colegio como si fueran amigas de toda la vida y comenzaron a charlar.

—Es la hora —dijo Fumio, poniéndose un pasamontañas—. Recuerda, si crees que todo saldrá mal, haz sonido de ave —añadió mientras se levantaba rápidamente del asiento. Corriendo a gran velocidad, le arrebató el teléfono de las manos a ella. Ella ni siquiere se inmuto, pero su amiga gritó pidiendo ayuda.

—¡Muajajaja! ¡Nadie podrá detenerme! —gritó Fumio, dándome una vergüenza ajena increíble. Me levanté para perseguirlo, pero antes de eso, sentí que tenía que decir algo ingenioso para que ella notara mi presencia.

—Tranquila, ya te traigo lo que te pertenece —dije, intentando hacer una voz seductora. Al instante me arrepentí al ver su expresión de confusión. La miré fijamente, sintiéndome incómodo y deseando que la tierra me tragara. Sin saber dónde mirar o qué hacer, el silencio envolvió todo el centro comercial—. Ya voy por tu teléfono —dije, observando cómo una señora tacleaba a Fumio y, sin soltarlo, empezó a golpearlo sin parar.

—¡Cucú, cucú! —grité, mientras ella y su amiga me miraban extrañadas. Los guardias que llegaron por la emergencia decidieron no llamar a la policía, ya que tomaron lo sucedido como una broma de mal gusto entre compañeros de clase. Incluso, uno de los guardias comentó, con tono burlesco, que Fumio había aprendido la lección tras recibir tremenda paliza de aquella señora, quien parecía disfrutar mientras lo golpeaba.

Al darme cuenta, estábamos los cuatro juntos. Fumio se encontraba sentado en una banca, siendo atendido por la amiga de ella, quien había conseguido un botiquín que le prestaron los guardias. Mientras tanto, ella y yo estábamos de pie, en silencio. Sentía los nervios, las axilas me sudaban y aunque quería hablar, decir algo, no podía.

—¿Y cómo se llaman? —preguntó la amiga.

—Soy Fumio, y ese guapo de ahí es Ren —dijo, logrando que la amiga sonriera—. ¿Y tú cómo te llamas? —le preguntó.

—Hola —dije, pero fui ignorado.

—Soy Yukiko —respondió ella con una sonrisa.

—Discúlpenos por asustarlas; pensamos que sería una buena broma —dijo Fumio, haciendo gala de sus encantos—. Las invitamos a comer algo por las molestias —añadió, confiado.

—Aceptamos —respondió rápidamente Yukiko—. Aunque ahora mismo no puedo. ¿Les parece a las ocho? —preguntó.

—Sí —respondió Fumio.

—¿Tú qué dices, Izumi? ¿A las ocho te queda bien? —le preguntó Yukiko.

—Sí —respondió Izumi, sin ánimos.

En ese momento, el chico con el que estaba Izumi se nos acercó. Ignorando a Fumio y a mí, saludó a Yukiko con un beso en la mejilla. Apartándome de al lado de Izumi, empezó a hablar con ella. Sin saber qué hacer, saqué mi teléfono del bolsillo para fingir que hacía algo con él, moviéndome de una aplicación a otra, entrando y saliendo ocasionalmente de la galería o de cualquier otra cosa. Mientras pasaban los minutos, me preguntaba si podría hacerla tan feliz como la hacía aquel sujeto; si siquiera podría hacerla reír como lo hacía él, o lograr que me mirara como lo miraba a él.

—Ya está, amor —le dijo Yukiko a Fumio tras terminar de curarlo los golpes.

—Gracias —respondió Fumio—. Eres muy buena en esto. ¿Quieres ser doctora? —le preguntó.

—Sí —dijo, sonriendo—. Pero ya tenemos que irnos —añadió, levantándose de la banca.

—Vale, nos vemos en la noche; te recompensaré por tu gran trabajo —dijo Fumio, levantándose también.

La tensión era evidente. Realmente quería darles una patada a ambos, sentía envidia y frustración solo de verlos. Yukiko, Izumi y aquel chico se marcharon, dejándome otra vez solo con Fumio.

—Pues…

—Cállate —lo interrumpí.

—¿Volvemos al colegio? —preguntó. A lo cual respondí asintiendo con la cabeza.

—Te golpeó una señora de cuarenta —dije, burlón.

—Eso nunca pasó, ¿entiendes?

PASO TRES DE AMOR.

Todo en exceso es malo: comer, dormir, sentarse, incluso amar…

Llegó la noche. El tiempo pasó sin nada importante que mencionar. Todo me era extraño; sentía que en cualquier momento despertaría o que mi corazón explotaría, lo cual no sabía si considerarlo malo o bueno. Me movía histéricamente de un lado a otro buscando la ropa que iba a utilizar. Sudaba descontroladamente, no podía hallar una de las medias que había tenido en mis manos hacía un par de segundos. Por mi mente pasaban diversos pensamientos, desde cambiar mi nombre a Paco, huir a México, casarme con una mujer con cinco hijos y olvidarme de mi actual vida, hasta fingir mi muerte.

A punto de escribirle a Fumio una excusa para no ir, me detuvo un mensaje amenazante de él, que juraba acabar conmigo si no iba. Resignado, me senté en el mueble soltando un gran suspiro. Aún faltaban un par de horas para la cita. Mi mente no dejaba de divagar, creando un escenario peor que otro.

—Es raro verte así —dijo mi padre de forma burlesca. Con dos copas y una botella de vino, se sentó a mi lado.

—Todo es nuevo para mí —dije tomando una de las copas—. Es raro que tenga miedo —le pregunté.

—No, aunque no puedo dejar de pensar que es mi culpa por no hablarte sobre mujeres —dijo, llenando las copas. Los dos le dimos un largo trago y suspiramos al mismo tiempo—. Por fin tendremos la charla de los bebés —añadió con una sonrisa.

—Sé de dónde vienen —dije llenando las dos copas. Al escucharme, me miró con una cara exagerada de sorpresa.

—¡Así que has visto porno! —exclamó sin quitar aquella extraña cara—. ¡Mi hijo ve porno, Dios! —gritó.

—Lo siento, padre, te he fallado —dije siguiéndole el juego tras tomar un poco de vino.

—No te perdono. Vete de mi casa —gritó, empezando a llorar.

—¿Cómo puedes llorar a voluntad? —pregunté sorprendido.

—Es fácil. Algún día lo desarrollarás —dijo, tomándose todo el vino de su copa. Tras llenar otra vez las copas, dimos un trago largo y nos quedamos en silencio unos segundos. —Siempre has sido raro…

—No, gracias por quererme tanto —dije, riéndome.

—Calla —dijo, tomando más vino—. Aún recuerdo cuando me preguntaste por qué el cielo es azul. Para salir rápidamente, dije que era porque Dios lo quiso así, pero tú me detuviste dándome una explicación sobre la atmósfera, dispersión y no sé qué otra cosa. —Dándole otro trago a su copa, sonrió levemente—. Tenías cinco años y me dio miedo. En ese momento llamé a mis amigos para lincharte por brujería. ¿Qué clase de niño de tu edad sabe eso? Estaba seguro de que eras el anticristo. Tu madre me detuvo. Quedándose en silencio un par de segundos, me miró con los ojos vidriosos. Con dolor en su tono de voz, añadió: —Si te viera tu madre estaría muy feliz. Siempre me detuvo de sacrificarte por ser raro. Sabes, me alegra verte tan nervioso por una cita, aunque no deberías. Eres una gran persona, algo raro, malo para los deportes, no sabes cocinar, a veces ni te bañas, pero con todos esos defectos estoy orgulloso de que seas mi hijo. Aunque… usa condón. No quiero ser abuelo todavía. Aquella mujer es afortunada de que te fijaras en ella. Ve por ella, tigre.

Nos tomamos todo el vino. En su mayoría, había sido mi padre, el cual se quedó profundamente dormido en el mueble mientras balbuceaba un par de cosas que no logré entender. Le puse una almohada debajo de la cabeza, lo arropé con una de sus sábanas, recogí las copas y la botella, y tras dejarlas en la cocina, me marché de la casa al terminar de arreglarme.

Faltaba una hora para poder verla de nuevo, pero no lograba quedarme quieto, me estaba dando sueño, así que decidí caminar. Llegué al parque donde nos encontraríamos todos. Estaba repleto de personas, las cuales parecían felices, aunque me era difícil saberlo. Me senté en una banca vacía; no lograba ver ninguna estrella en el cielo, aunque la luna estaba hermosa, como era habitual en ella. Ya hacía tiempo que no la veía. Me preguntaba si se sentía sola o solamente era observada por alguien más.

—¿Por qué tan reflexivo, amor mío? —preguntó Fumio sentándose a mi lado.

—¿Qué haces aquí? Aún falta media hora —pregunté.

—Quería venir antes, pero fue imposible —dijo soltando un suspiro—. Es gracioso verte así.

—¿Cómo? —le cuestioné.

—Nervioso y precioso —dijo con una risa.

—Nervioso estoy, precioso solamente usted, rey.

—Estamos preciosos, disculpa por llevarte la contraria, amor. Ellas tienen suerte de salir con nosotros —dijo con una seguridad envidiable, aunque falsa, lo cual me hizo reír.

—No sé qué diré cuando lleguen —dije. Los dos nos quedamos en silencio por unos minutos.

—Mientras no les pegues un puño y salgas corriendo, todo irá bien —respondió Fumio rompiendo el silencio.

—¿Cómo se te hace tan fácil hablar con mujeres? —pregunté.

—Me crié con mujeres. Es una habilidad que viene por defecto. También la homosexualidad, pero esa no la tenía hasta que te vi así vestido —respondió Fumio, acariciando mi rostro suavemente—. ¿Por qué eres tan hermoso? —preguntó, poniendo la voz gruesa.

—Tú no estás nada mal —dije, poniendo mi mano en su pierna—. ¿Y si huimos? —pregunté, acariciando su pierna. Acercando suavemente nuestras cabezas de arriba, nuestras narices se tocaron.

—Dejemos todo esto y seamos felices —replicó Fumio.

—Sí —dije, dejándome llevar por aquellos ojos tan hermosos…

—Disculpen por interrumpirlos otra vez —dijo aquella voz que me detuvo la respiración. Sentí que morí en ese instante. Al verla, me quedé sin palabras. Se veía hermosa con aquel vestido que resaltaba su figura. Estaba un poco despeinada; sus labios pintados de rojo llamaban mi atención. Llevaba zapatillas y un bolso negro donde guardó su teléfono. No podía apartar mi mirada de Izumi. Fumio la saludó casualmente, mientras yo solo me quedé en silencio, apreciando a aquella hermosa mujer. —Mi Yukiko dice que se tarda un poco; le surgió algo —añadió Izumi con pena e incomodidad.

—No pasa nada —exclamó Fumio maliciosamente—. Me da tiempo para ir por algo y volver —agregó, levantándose de la banca. Sin saber qué pasaba, lo miré confundido. El miedo invadió mi cuerpo. Quería agarrarlo de la mano para que no se fuera, pero no pude. Estaba a punto de llorar. Marchándose con una gran sonrisa, me miró levantando el pulgar en señal de que todo iba a estar bien.

Al darme cuenta, Izumi estaba sentada a mi lado mirando al cielo con gran admiración. Yo me retraje, intentando no ocupar más espacio del necesario para no incomodarla.

—¿Cuánto llevan juntos? —preguntó, haciéndome ahogar con mi saliva. Al verme toser sin parar, empezó a darme suaves palmadas en la espalda, lo cual hacía que mi corazón se acelerara.

—No somos gays —dije, todavía tosiendo. Sorprendida al escuchar mi respuesta, se puso roja.

—Lo siento, pensé que eran novios —dijo incómoda.

—No pasa nada —dije, calmándola—. No eres la primera persona que lo piensa.

—¿En serio? —exclamó con mucha curiosidad.

—Sí —dije—. La mamá, hermanas y tías de Fumio me odian. Creen que lo llevo al camino de la homosexualidad. Por eso no lo dejan salir conmigo.

Sin aguantar la risa, me miró fijamente a los ojos, lo cual me encantó. —A mí también me odian —dijo con una gran sonrisa—. En mi anterior colegio, tras unas largas vacaciones, escuché a uno de mis compañeros hablar sobre el embarazo de una compañera. Al entrar al salón, rápidamente noté a una compañera más gordita rodeada de varias personas, lo cual era raro, ya que ella solía estar sola. Así que me acerqué y puse mi mano en su barriga, preguntándole cuántos meses tenía. Lo cual la hizo llorar. Resulta que solo había engordado por depresión, y todos empezaron a odiarme por insensible.

Al escucharla, me quedé unos minutos en silencio, sin saber cómo reaccionar. Al instante, empecé a reírme sin poder parar. Sentía su mirada, la cual no sabía interpretar. Estaba seria o enojada, me pregunté volteando a mirarla. Su mirada estaba clavada en mí, con una gran sonrisa. No podía apartar mi mirada del café de sus ojos. —Tenemos algo en común: somos odiados —dije con tranquilidad.

—Sí —dijo sin quitar aquella hermosa sonrisa—. Eso es bueno —añadió, mirando de nuevo al cielo. Levanté la mirada y, con seguridad, señalé un lugar. —Ahí debería estar la Osa Mayor —dije.

—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Izumi, curiosa.

—Por el viento y la tangente de los continentes —respondí, sintiéndome a la vez estúpido e inteligente.

—Esa de allá es la Osa Mayor —me corrigió, señalando al lado opuesto al que había apuntado—. Y por allí debería estar el cinturón de Orión —añadió.

—Confieso: no sé nada de estrellas —dije, lo cual provocó una carcajada en ella.

—Lo noté. No te preocupes, guardaré tu secreto.

—Gracias, así no tendré que matarte —respondí sin pensar. Al darme cuenta de lo que había dicho, me alarmé. Pensé que la había arruinado, pero Izumi seguía tranquila, sin apartar la mirada del cielo.

—¿Por qué miras tanto el cielo? —le pregunté.

—Porque es hermoso —respondió—. A veces me pregunto si las estrellas tienen complejos o si alguien las odia.

—Son hermosas. Alguien las tiene que odiar —dije.

—Buena respuesta —dijo, sonriendo.

La noche había sido diferente a lo que imaginé. Aunque aún era posible que me pusiera una demanda por acoso o me robara un riñón, me sentí cómodo hablando con Izumi. No fue una larga charla, pero solo haberla visto sonreír valió la pena.

Al cabo de un rato, llegó Yukiko. Al verla, Izumi se levantó y la saludó con un beso en la mejilla. Yo solo miraba en silencio, intentando pasar desapercibido. Con Yukiko llegó aquel hombre del centro comercial. Al verlo, algo dentro de mí se molestó. Un dolor punzante se hizo presente en mi pecho, y una gran envidia me invadió. Esa envidia se transformó en rabia que rápidamente se apagó convirtiéndose en tristeza; una tristeza tan grande que dolía. Ver cómo alguien más besaba aquellos labios rojos era insoportable.

De repente, Fumio apareció de la nada, saludando a todos como si los conociera de toda la vida. Mirándome con orgullo, me dio una palmada en la espalda, como si quisiera abrazarme. Por un momento, imaginé que nos había estado observando, escondido en algún lugar.

Además del sujeto, llegó una mujer que no conocía. Me miró de pies a cabeza, poniendo una cara de desagrado tras detallarme. Ignorando todo lo que la rodeaba, empezó a escribir en su teléfono, sin ninguna expresión en su rostro.

—¿A dónde vamos? —preguntó Fumio con una sonrisa.

PASO CUATRO DE AMOR.

Sentí algo en el mismo instante en que la vi.

Habíamos estado caminando un buen rato, con la promesa de Yukiko de llevarnos al mejor restaurante de la ciudad. Todos aceptamos sin saber que estaba lejos, aunque ninguno parecía enojado o afligido por caminar tanto, excepto yo. Fumio caminaba al lado de Yukiko con una gran sonrisa; ambos reían de estupideces que alcanzaba a escuchar y de otras cosas a las que no prestaba atención. Era raro verlo tan feliz; normalmente pasaba estresado por todo lo que le tocaba hacer.

Izumi reía a la par de aquel sujeto, mientras yo me deleitaba con su hermosa sonrisa. Era diferente a la que me había mostrado antes: más hermosa, más genuina. Sus ojos brillaban al verlo, y yo solo sentía envidia. Quería volver a mi casa; no soportaba verla de la mano con él. Me molestaba que ella tuviera tanto poder sobre mí. Comencé a cuestionarme y, al mismo tiempo, a odiarme por sentir.

—Se ven felices —dijo aquella mujer sin apartar la vista de su teléfono. Me sorprendió, ya que era lo primero que me decía en toda la noche.

—Sí —respondí, mirándola sin poder ocultar mi sorpresa.

—¿Te gusto o qué? —preguntó de mala manera.

—Un poco —respondí sin nada que perder.

Tras hacer un gesto de disgusto, siguió escribiendo en su teléfono. Me cuestioné con quién hablaba tanto y si era normal responder tan rápido, ya que para mí lo cotidiano era enviar un mensaje y recibir respuesta en cinco o diez días.

—Qué asco me dan los hombres —dijo con enojo, lo que me hizo alejarme un poco al sentir una fuerte aura asesina—. ¿Te gusta alguien? —preguntó de repente.

—¿Por qué te interesa? —le cuestioné.

—Solo quería saber si eras honesto, aunque es muy evidente que te gusta ella —dijo mirando a Izumi. Era la primera vez que despegaba la mirada de su teléfono, lo que me hizo fijarme en sus ojos azules.

—Ja, le atiné —dijo tras recibir un par de mensajes. Al leerlos, su expresión cambió. Cada que respondía, llegaba un nuevo mensaje que parecía enfurecerla más. De pronto, quedó inmóvil durante unos minutos; parecía afligida por algo. Me detuve a su lado.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Ella nunca te hará caso —dijo, dejando de mirar su teléfono.

—¿Por qué lo dices? —le cuestioné, con miedo.

—No eres su tipo de hombre —respondió—. Todos conocen a esa puta y el tipo de persona que le gusta, y tú no lo eres.

Aquel dolor en mi pecho volvió, mucho más fuerte, haciéndome marear por un par de segundos. —¿Cuál es su tipo de hombre? —pregunté.

—Sí que te gusta —dijo acercándose a mí—. Te lo diré si me prometes algo —añadió.

—¿Cómo sé que lo que me dirás será verdad? —le cuestioné.

—Mira aquel tipo: es alto, tiene buen físico, su corte de cabello es algo común, pero le queda bien, y se viste a la moda. Ahora te tenemos a ti: no eres muy alto, vistes como niño regañado, solo te dejas crecer el cabello y no tienes un físico destacable. En resumen, eres basura y ella no está en tu rango. —Por más que su forma de hablar me molestaba, sabía que tenía razón. Sentía que todo saldría mal, pero cualquier idea era buena para mí.

—¿Qué tengo que hacer para gustarle? —le pregunté, queriendo hacer un pacto con el diablo.

Ella esbozó una sonrisa grotesca que me provocó escalofríos, los cuales desaparecieron al ver lo hermosa que era. Me quedé sin pensamientos, sintiendo calma en medio de una tormenta de celos. Ella se acercaba, y yo la observaba sin poder resistirme. Mirándome fijamente a los ojos, me dio un beso leve en los labios, mordiéndolos con fuerza. Una moto pasó a gran velocidad, haciendo zumbar mis oídos. El sabor de la sangre llenó mi boca. Ella seguía con aquella sonrisa perversa. Al darme cuenta, todos nos estaban mirando. Fumio me sonrió levantando el pulgar, mientras los demás eran indiferentes a lo sucedido. Ella se acercó a mi oído y me susurró: —Por ahora, solo hazme caso.

Seguimos nuestro camino mientras me cuestionaba lo sucedido. Aquel sabor no se iba de mi boca, ni aquella sensación de sus labios sobre los míos. —¿Por qué me ignoras? Sabes que no estás a mi nivel, ¿cierto? —dijo, generándome una repulsión inmediata. Era raro: desde el momento en que la vi, sentí algo que había estado ignorando toda la noche. Un sentimiento que había guardado exclusivamente para alguien. —Te ayudaré con ella si ganas —añadió, sin borrar aquella sonrisa que me generaba asco. La ignoré, perdiéndome de nuevo en mis pensamientos. Me pregunté si Izumi había sentido aquel dolor punzante en el pecho o, al menos, un poco de celos al ver aquel beso.

Por fin llegamos al restaurante. Todos parecían normales, tras caminar media ciudad, pero yo estaba al borde del colapso y no podía dar un paso más. Al ver la fachada del lugar, supe que no pertenecía allí, que no debía entrar. Era una zona muy elegante; podía sentir cómo las personas que pasaban nos juzgaban con la mirada. Sin embargo, a los demás no parecía importarles.

El teléfono de ella sonó con aquel horrible tono que anunciaba un nuevo mensaje. Al verlo, sonrió, dandome escalofríos. Mis oídos zumbaron, haciéndome doler la cabeza por un breve momento. El sabor a sangre se hizo más fuerte, provocándome ganas de vomitar. No podía respirar. Sentí que la cabeza me iba a estallar. De repente, una moto con dos pasajeros se detuvo bruscamente a nuestro lado. Todos miramos perplejos, excepto ella, que no dejaba de sonreír. —Así te quería ver, hija de puta —gritó un hombre al bajar de la moto—. ¿En serio me engañas con ese tipo? —preguntó, señalándome. Se acercó a ella y me empujó con el hombro—. Por eso tardas tanto en responderme —añadió, agarrándola de la muñeca.

Fumio me miró e hizo una seña para que actuara. Yo solo suspiré, cuestionándome lo que hacía. —Suéltala —dije, cambiando mi tono de voz para parecer más imponente.

—¿Y tú quién eres? —gritó el hombre, acercándose a mí.

—Tu peor pesadilla —respondí.

—Qué pena —intervino Fumio.

—La verdad, sí —añadió Yukiko.

—Lo siento, me puse nervioso. Se acercó mucho y pensé que me iba a besar —exclamé.

—Yo pensé lo mismo. Casi me pongo celoso —dijo Fumio—. No pasa nada, intenta de nuevo, aunque arréglate un poco el cabello.

Me acomodé el cabello y lo miré fijamente. Con mi mano formé un puño y… —No sé qué decir —murmuré, intentando que se me ocurriera algo, lo cual no sucedió por los nervios del momento.

—Dile que eres su papá —sugirió Fumio.

—¿Por qué no le dices «qué te importa»? —añadió el que manejaba la moto.

—Me gusta, gracias —respondí, levantándole el pulgar al sujeto de la moto, quien hizo lo mismo.

—¿Por qué mierda lo ayudas? Tú eres mi amigo —le reclamó el tipo enojado.

—Quería que fuera más interesante —respondió el de la moto.

—¿Podemos hacer todo de nuevo? —pregunté. Nadie respondió. Un silencio incómodo se hizo presente, y aproveché para alejarme un poco del sujeto.

Acercándose otra vez a mí, preguntó: —¿Quién eres? —A lo que respondí, mirándolo fijamente a los ojos: —Qué te importa.

—Estuvo mejor, ¿cierto? —pregunté, mientras todos los hombres levantaban el pulgar. Las mujeres nos miraban confundidas, como si algo raro estuviera pasando.

—¿Van a pelear? —reclamo Yukiko algo molesta—. Es que tengo hambre —añadió.

—Yo no sé pelear —dije—. Pero él pelea por mí —añadí, señalando a Fumio.

—No pelearé por ti —exclamó él.

—Mal amigo —grité, mientras buscaba con la mirada hacia dónde correr—. ¿Y si hablamos mejor? —pregunté.

—Sí —respondió, sorprendiéndome.

Aquel sabor desaparecido, dándome tranquilidad, la miré a ella, la cua se acercaba hacia nosotros, ignorando al hombre. Me habló al oído: —Mírala —dijo. Inmediatamente volví a mirar a Izumi, apreciando el brillo de sus ojos al verme. Un sentimiento de felicidad invadió mi cuerpo. Quería besar sus labios, estar a su lado, necesitaba que me amara. —Pelea. Es la única forma en que ella te mirará con esos ojos —dijo, encendiendo algo dentro de mí. alejanodse de mi tras darme un beso, aquel horrible sabor volvió a penetrar mi boca, haciéndome olvidar todo lo que sucedía a mi alrededor. Al darme cuenta, sangraba de la nariz por un golpe que me dio aquel sujeto. Me lanzó otro puño que esquivé por suerte. Me acomodé y le atiné un golpe en la cara. El sonido que produjo me dejó atónito, motivándome a golpearlo otra vez. Entré en un estado de éxtasis que nunca había experimentado, no comprendía si era por la adrenalina del momento o porque Izumi me miraba solo a mí. Lanzé otro puñetazo, pero él lo esquivó fácilmente, dándome de lleno en la boca sin que pudiera recomponerme. Recibí otro golpe, que me hizo retroceder. Desesperado, lancé una patada que él atrapó, tirándome al suelo. Sentandose sobre mí comenzó a golpearme sin parar. Sin saber qué hacer, solo reía mientras recibía cada golpe. No sentía la cara, creía que había perdido algunos dientes, pero no quería que Izumi dejara de mirarme. Moviéndome histéricamente, lo desacomodé y le conecté un golpe de inmediato. Lo quité de encima y lo derribé al suelo, comenzando a golpearlo sin detenerme. Él me respondía con golpes desesperados, que recibía sin dejar de golpearlo. Después de un rato, me detuve, levantándome. No sentía mi cara y mi corazón latía a mil. No podía ver bien por la sangre que me cubría los ojos, pero crucé miradas con Izumi, quien me sonrió con un brillo hermoso.

—Lo siento por arruinar su cita —dijo el muchacho de la moto.

—No pasa nada —respondí con una sonrisa.

—Me caíste bien, tenemos que salir en otra ocasión —exclamó, mientras ayudaba a levantar a su amigo del suelo.

—Estaría bien —respondí.

—Diviértanse —dijo, marchándose.

Miré a Fumio, que se acercaba preocupado. Lo detuve con una sonrisa. —Disfruten su cita, yo me voy a casa —dije, marchandome del lugar.

Empecé a caminar, tambaleándome de un lado a otro. Sentía dolor en todo el cuerpo, pero me sentía más vivo que nunca. No podía sacar aquella sonrisa de mi mente. Estaba seguro de que significaba algo, que el brillo en sus ojos era más grande que el que tenía con él. Respiré hondo; la ciudad estaba en calma. De nuevo estaba solo, pero las miradas de las personas que me veían con desprecio y asco no me preocupaban. El frío de la noche recorría mi piel con cada paso que daba. Limpié la sangre de mi cara con mis manos y miré al cielo, lo cual me hizo sonreír. La luna, cansada de ser vista por alguien más, había vuelto conmigo.

Llegué al parque. El camino de regreso me había parecido más corto. Mis ojos se cerraban solos, y ya me había acostumbrado a las miradas de las personas. Me senté en la banca, que de nuevo estaba vacía. Era raro, sabiendo que el lugar estaba lleno de gente, pero daba igual. No podía respirar bien. Sentía que perdía el conocimiento. Tenía hambre y frío, pero el cielo estaba hermoso.

—Te tardaste mucho —dijo aquella mujer, sentándose a mi lado.

—Disculpa, no sabía que me esperabas —respondí, mirando sus hermosos ojos azules.

—¿Y qué pensaste? —preguntó, con su risa perversa.

Era raro lo que ella me hacía sentir. No era amor ni atracción. No me sentía cómodo a su lado. Aunque era hermosa, me generaba repulsión, pero quería seguir hablando con ella por alguna extraña razón. —Te odié en el mismo instante en que te vi —le dije, sonriéndole.

—Normal. Soy espectacular —respondió, sin importarle mis palabras.

—¿Qué tengo que prometer? —pregunté.

—Solo promete que no te enamorarás de mí —dijo, poniéndose seria.

—Si me conviertes en la clase de hombre que a Izumi le gusta, te prometo lo que quieras —respondí.

—Prométeme que no te enamorarás de mí —repitió.

—Te lo prometo —respondí, con una risa.

—Tenemos un trato —dijo, volviendo a sonreír.

Ya no me quedaban fuerzas. Tenía un ojo cerrado, y el otro poco a poco cedía. Cada instante se me hacía más difícil respirar.

—Descansa —dijo, dándome un beso en la boca, el cual me acompaño en mis sueños.

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