La becaria

Por Elisa Juárez Popoca

Para variar, Azucena estaba regresando a su casa tarde, había caído la lluvia y qué mejor oportunidad de refugiarse junto con Andrea y Tere en el túnel del centro donde está uno de los tianguis más entretenidos por las cosas asombrosas y raras que ofrecen. Había un dije raro con doble imagen por un lado tenía un santo “San Ignacio de Loyola” con relieve y por otro lado el “Santo enmascarado de plata”.

— ¡Qué cosa más rara! — Les decía a sus amigas.

—Sí, hay que seguir viendo, al fin está la lluvia fuerte, sugirió Tere.

Y así seguían de manera divertida, y en ratos conversaban sobre las novedades de la escuela y la forma como Armando el pretendiente de Tere no daba el “paso uno” para lograr acercarse a ella, o sobre el próximo partido de básquetbol, donde era necesario considerar las estrategias del equipo de segundo B, que era contra el que iban a jugar el viernes en el campeonato interno, para de ahí ir al estatal. Había tanto que comentar y no alcanzaba el tiempo y habría que llegar algo tarde a la casa.

Como todos los días, Rosario estaba dando el último toque de limpieza a la oficina de la Psicóloga Fernanda, quien fungía como directora del colegio Nuevo Cambridge, una de las preparatorias de más prestigio en la ciudad.

—¡Rosario! Qué bueno que te encuentro aquí— Le dice Fernanda con entusiasmo al llegar antes de que saliera de la oficina.

—Dígame doctora, ¿se ofrece algo?— Contesta Rosario con una expresión de disponibilidad, levantando las cejas bien marcadas en su tez morena combinada con unos pliegues recién formados por la edad, que representa a una mamá cuya hija mayor, Azucena tenía 16 años, todo en conjunto, daba una señal de que respondiera para seguir escuchando.

—Voy a darte una noticia, mira, después de haber tenido una reunión con el Consejo Técnico, se aceptó que a tu hija se le otorgara una beca para que haga aquí sus estudios, ¿qué te parece? Tú has dado mucho a esta institución y es lo menos que podemos hacer. —le dice con un tono mostrando empatía sin perder la compostura formal que la caracterizaba impecable con su traje con trazos exactos a la medida de su cuerpo que le daban una elegancia en cada movimiento.

—¿De verdad, doctora? Esa ha sido una de mis ilusiones. Ya quiero ver la cara de Azucena cuando le diga, sé que le va a dar gusto.

Ese día a Rosario se le hizo largo el tiempo para llegar a su casa y contarle a su hija que próximamente estaría en uno de los colegios de más prestigio en la ciudad de México.

Cuando Azucena llegó a su casa, no recibió regaño alguno por la tardanza, pues su mamá no quería “aguar» el momento para darle la sorpresa.

—Hija te tengo una noticia.

—¿Qué pasó, cuando menos es algo bueno?

—Te darán una beca para que puedas estudiar en la preparatoria donde trabajo, no tendremos que pagar nada.

—Pero mamá, yo no quiero ninguna beca, yo no la he pedido, me siento contenta en la escuela donde estoy, tengo mis amigas.

—¿No te das cuenta? Es una gran oportunidad.

Azucena, en lugar de sentarse a comer con los demás; que aparte de Rosario, estaban Beatriz y Saúl, sus hermanos menores de doce y nueve años, subió a encerrarse en su habitación, poniendo la música a todo volumen. Quería estar sola, ni los mensajes de celular quería ver.

Ya casi finalizaba el primer año de preparatoria, la idea de Rosario era que iniciando el segundo grado, Azucena ingresara a la escuela que le otorgaba la beca, sin considerar lo que opinara su hija, quien incluso con sus amigas ya tenían el plan de seguir unidas en la Universidad.

Fueron días recurrentes de insistencia por parte de Azucena, tratando de convencer a su mamá de no aceptar la beca y de que la dejara en la escuela donde ya estaba, pero fue inútil, a falta de su papá tenían carencias económicas, y el argumento era que por egresar de esa preparatoria ella iba a tener más elementos para poder ingresar a la Universidad, una cosa que no le dijo es que ella pensaba que al estar ahí su hija, iba a rodearse con gente de bien, educada, alejados de sectores delincuenciales o de adicciones, como llegó a escuchar sobre casos con estas características varias de las preparatorias públicas.

Azucena prometió a Andrea y a Tere, que no iba a dejar de comunicarse con ellas, las tres estarían preparándose para entrar a la universidad, y tomarían un curso de inglés para estar juntas por las tardes, a las tres les gustaba la música en inglés y pensaron que era una buena idea estudiar el idioma más en serio, entre tantas cosas que querían hacer.

Desde el primer día en la preparatoria donde recibió la beca, Azucena extrañaba a sus amigas, en cada oportunidad les mandaba mensajes de Whatsapp para decirles de su nueva escuela, empezaron las clases y todo parecía estar bien. La situación empezó a verse irregular cuando en el momento de formar equipos, sintió que nadie quería estar con ella, considerando incluso que no era la única recién llegada que viniera de otra escuela.

La maestra Selene, desde un inicio sintió empatía por la nueva alumna e intentaba contrarrestar el hermetismo que a veces se sentía en el grupo ante su incorporación.

—Qué pasa azucena, ¿por qué no te has integrado en ningún equipo?— Dijo la maestra Selene dándole una palmada en el hombro, mientras Azucena disimuló que estaba distraída y no se daba cuenta que ya estaban formando equipos.

— Ah, sí ya voy.

La maestra la tomó de la mano y la integró a un equipo.

—Chicos, Azucena se incorporará en este equipo, pónganse de acuerdo sobre el proyecto que van a realizar.

Eran Silvia, Isabel, Andrés y Ricardo los del equipo y nada más se cruzaron miradas entre sí, pero no dijeron nada.

Para el proyecto, tenían que hacer un reportaje, por lo que tenían que visitar el museo Soumaya, y hacer entrevistas y fichas de algunas obras de arte. Quedaron de verse el sábado a las diez de la mañana

—¿Saben? Hay que estar puntuales, saliendo podemos ir a las tiendas de la Plaza Carso, en Polanco ¿Cómo ven?— Lo dijo de manera contundente Ricardo.

—Órale wey, va— contestó presurosa Silvia.

Para Azucena fue el principio de un viacrucis de acoso silencioso, siendo chilanga, amante de la ciudad de México, conocedora de la gente, nunca se había sentido tan incómoda andar con sus nuevos compañeros, desde que llegaron al museo, las miradas de cómo iba vestida con sus pantalones de mezclilla desgarrados, su playera que claramente no se veía que fuera de “marca” como las que ellos usaban “ o sea, qué atrevimiento salir así”.

Cuando entraron al museo, pareciera que no iban con Azucena, ella conversaba consigo misma a través de su libreta deslizó el lápiz como un desahogo que en lugar de dar golpes a una almohada, encontró sabor a lo que escribía. Al final no le encontró sentido haber ido juntos, se supone que tendrían que conversar sobre sus opiniones al arte y fue totalmente ignorada. Pensando en que esa incomodidad iba a desaparecer, que tal vez ella se estaba sugestionando, siguió con ellos en el centro comercial de al lado del museo, pues fue peor.

—¡Hola Richie!

—¡Qué tal Catherine! Mira, te presento a Isabel y a Silvia— Le contestó Ricardo al encontrarse con su amiga e ignorando por completo a Azucena, que estaba en ese instante volteando hacia donde estaba una tienda de deportes.

Catherine saluda, sin dirigirse a Azucena, confirmando esta última que lo que había empezado en el museo iba a continuar así, y se complementó con diálogos entre ellos hablando de lo que les gustaba de las tiendas y de los últimos celulares, como si ella no estuviera, por lo que decidió desaparecer de ahí.

Azucena elaboró su informe para la tarea y la entregó a la maestra.

—Era en equipos— Aclara Selene.

Azucena, sólo se queda sin decir nada, al mismo tiempo que deja el trabajo en el escritorio.

En el receso, se empezaron a formar grupos para platicar y Azucena, nuevamente seguía sola, pero se sintió bien cuando su mamá pasó llevando unos materiales de la dirección a un salón, fue tal el gusto que le dio, que se acercó a ella, tomó una parte del material y le ayudó.

—Mira esta loca, se pone a trabajar con Chayo, la intendente ja ja ja

—Sí es muy extraña, mejor debería de regresar a su rancho, aquí no la va a hacer.

Pasaron seis días cuando se enteraron que era hija de la intendente

—Ya viene la superintendente, perdón, la subintendente— dijo Alfredo, otro compañero soltando una carcajada.

Era cierto que en esa escuela no se veía en apariencia que los alumnos fueran agresivos como agarrarse a golpes, insultar a compañeros, amenazar, cortar el pelo o esconder las cosas, nada de eso, era una forma que no iba a poder explicar a su mamá de cómo se estaba sintiendo.

—Mamá, ya no quiero ir a la escuela. No me siento a gusto. Extraño a mis amigas.

—Pero qué te hicieron, dime si te han insultado, puedo hablar con la directora.

—Ni se te ocurra, no seas ridícula, ya parece que voy a ir de chillona, simplemente no soy feliz en la escuela, ¿No es suficiente?— Aunque no era fácil explicarlo, una referencia que tenía era que de manera indirecta era humillada por ser la hija de la intendente, sentía que si le platicaba era como darles voz, cuando ella reconocía el trabajo digno que hacía su mamá con tanto esmero, y no la quería lastimar con prejuicios tonto de otros, ella consideró nada más decir que no estaba a gusto y con eso bastaba.

—Pues no me convencen tus argumentos y te aplacas— Cerró la conversación Rosario cerrando la puerta del cuarto donde estaba Azucena.

Lo extraño es que los estudiantes se llevaban bien con Rosario, la saludaban, le pedían favores, era un tanto popular, llegaba a contar algunas anécdotas, sabían que sus padres originarios de un pueblo de Guerrero, Tetipac, llegaron a la Ciudad de México cuando era una niña, pero al parecer, les incomodaba que su hija estuviera en su grupo, era como el rompimiento de algo, pues no tenían en su pensamiento esa película en su cotidianidad.

Para colaborar en la revista digital de la escuela, las secciones fueron distribuidas a los equipos, y la maestra, vuelve a notar que nadie había considerado a Azucena incluirla en su equipo, hasta a ella le incomodaba que lo hicieran de manera forzada, por lo que decidió darte una tarea para realizarla de manera individual.

—Azucena, a ti te voy a encargar que hagas la editorial de la Revista, ¿De acuerdo?

—Está bien—Respondió Azucena.

Estas fueron las dos únicas palabras con las que contestó, y siguió escribiendo, era lo que hacía siempre o leía cuando ya no quería seguir con la conversación.

No todas las actividades tenían que hacerse en equipos, Azucena mejor disfrutaba del trabajo individual, en la clase de matemáticas donde el maestro Rafael, sólo se concretaba en poner un problema matemático a resolver, y cada uno se tenía que concentrar en resolverlo, no tenía que soportar el rechazo no hablado que le tenían. Era como una especie de preparación para el examen que ya se aproximaba, donde se les presentarían problemas matemáticos similares.

—Concéntrense muy bien, porque no quiero reprobados, ya saben que si se van al extra les va a costar trabajo salir— Les advertía Joel, el maestro de matemáticas.

Azucena extrañaba al maestro Martín, de la anterior escuela, por la forma divertida de enseñar matemáticas, donde no tenían que competir, cada quien resolvía su problema y decía cómo lo había logrado a los demás, reflexionaban sobre ello, lo analizaban como unos detectives en busca de explicaciones y de ahí salían nuevas estrategias de solución, luego ponía retos tomando en cuenta las medidas del salón u otros espacios dentro y fuera de la escuela, ¡hasta del espacio! formulaba una ecuación de segundo grado, o búsqueda de resoluciones trigonométricas a través de problemas y proyectos.

De estas cosas platicó Azucena con Andrea y Tere, cuando se vieron en la Alameda, lo decía con mucha nostalgia y continuó.

—¿Saben? No me insultan pero claramente me rechazan, me ven como “la rara», y lo sentí aún más cuando todos supieron que mi mamá es la intendente. Yolanda que es la que un poco me habla, me comentó que han tenido varias reuniones entre amigos y a mí no me invitan, critican también la colonia donde vivo.

—A mí me pasó algo parecido, bueno no a mí, a mi mamá, pero tengo la misma sensación— Aseveró Andrea.

—Pues qué pasó— Apresuró a contestar Tere.

—Resulta que mi mamá trabaja en un residencial de Santa Fe, y tienen la disposición en ese lugar como acuerdo entre vecinos que las trabajadoras domésticas no pueden andar en las calles ni en los jardines que “embellecen” el lugar.

—¡No mames! eso es indigno, eso va contra los derechos humanos, ¿y nadie hace nada? —contesta con impotencia Tere.

—¡ja! nada más falta que digan que no quieren verme en la escuela. Bueno en el salón, porque en la escuela tal vez si les caiga bien si hago el quehacer junto con mi mamá.

—¡Qué ridículo!

—Y mi mamá dice que la quieren en la escuela, tanto alumnos como maestros. Sí, mientras les haga el quehacer y limpie lo que ensucian— continuó acongojada Azucena.

—Se sienten superiores sólo por tener lana, ¡Están engañados de una realidad que no es!— le secundó Andrea.

—No todos son así, pero la mayoría se suma a esa inercia. No dejan de verme como una persona inferior, no se vale, viven en su burbuja. Muchos de ellos, sólo hablan de las empresas de sus papás a la que ellos se van a hacer cargo. Con decirles que hay quienes nunca se han subido a un transporte público.

—No me digas wey, que aburrido, ¡De lo que se pierden! —Continúa Tere con una carcajada.

—Conociendo lo que traen en sus entrañas, no quiero ni mendigo su aceptación, no me identifico, más bien me dan lástima de gente tan vacía que ni conocen su historia — Concluyó Azucena.

Lo que para Azucena fue el colmo, sucedió al día siguiente, ella reconocía que no todos los de la escuela la discriminaban, pero eran cómplices porque por quedar bien con ellos no le ofrecían su amistad, sólo la saludaban o platicaban cosas banales, deseaban ser aceptados por la mayoría, se dio cuenta que se trataba de un fenómeno que de igual forma se daba en muchos sectores de la sociedad, pero no lo había vivido tan directamente. ¡Están dormidos! Necesitan ayuda. Ellos están mal.

Así fue cuando no soportó una plática que se generó en el salón, cuando empezaron a hablar esta vez no de marcas de productos, sino de cómo trataban a las trabajadores domésticas en su casa, cada uno habló de una de ellas, hasta mencionaron apodos, y que se acababan el yogurt, otro que sus chanclas, y el último remedando cómo hablaba una de ellas, que era una india, haciendo una actuación. Azucena salió corriendo del salón y sin avisarle a Rosario se fue a su casa.

Aunque ya había sucedido en varias ocasiones, su cuarto se convirtió en una gran refugio, nuevamente quería estar sola, se puso a escuchar su música, tenía una deuda de libros que le habían prestado, y empezó a tomar uno tras otro, sin parar, recogió otros que le habían regalado, no quería casi ni comer y seguía y seguía leyendo sus novelas, cada vez sentía un caparazón más grande que la protegía, había una novela que le estremeció, con la que se identificó, se trataba de un adolescente, que su mamá tenía cáncer, y se hacía amigo de un monstruo, ¡ah sí! así se llama el libro “Un monstruo viene a verme” de Patrick Nessel, el protagonista tenía trece años estaba sumido en una depresión y para colmo en la escuela lo molestaban, y ese monstruo le daba fuerzas, que lo hacía sentir gigante, “qué trágico lo que le pasa a Conor, el de la novela” se dijo a sí misma. “Su mamá va a morir, no se vale, es muy triste”, y empezó a llorar a más no poder.

Ella sabía que la mejor manera de salir adelante era no tener miedo, no sentirse insegura, como pasó con Conor, tenía la inteligencia, una arma poderosa que la acompañaría para enfrentar cualquier situación, confirmó que los que tenían el problema eran los que la hacían sentir mal. Entonces ¿por qué sentirse mal si ellos son los que necesitan ayuda? ¿Será que se necesita pensar en cómo ayudarles para comprenderlo?¿A dónde los dirige esta superficialidad? ¿Cómo eliminarán la brecha que tienen para ser humanos de verdad?

En la reunión donde se citó a padres de familia, los alumnos tuvieron que esperar afuera, mientras jugaban algunos basquetbol, otros con el celular, o simplemente platicando, en esta ocasión Azucena prefirió no esperar a su mamá e ir a ver a sus amigas. En esa reunión Rosario estuvo presente como madre de familia, quienes asistieron en su mayoría eran mujeres, y muy pocos hombres, algo extraño fue que cuando llegó Rosario se le quedaron viendo de una manera diferente que a las demás personas que iban llegando, conforme se movía como si se tratara de una cámara de video, con sus miradas, seguían el movimiento que daba, algunos se veían entre sí, moviendo la cabeza como preguntando qué hacía ahí la intendente de la escuela.

En toda la reunión Rosario se sintió extraña, nunca había experimentado tal comodidad, se escuchaban cuchicheos de personas que la volteaban a ver, ya quería que terminara. Ni siquiera intentó opinar, se le vinieron a la mente imágenes de Azucena en diferentes formas, como una especie de flashazos, su semblante y las diversas formas para decirle que no era feliz, sin poder explicarlo bien. Lo había entendido, qué fuerte saber que había escenarios así, que incomodan, no le dirigieron la palabra ni para salir de la curiosidad de por qué ella estaba ahí, no se quisieron tomar esa molestia, pero lo supusieron y eso no les era de su agrado.

Cuando terminó la reunión Rosario respiró mejor, ya quería llegar a su casa para darle la noticia a Azucena, pero esta ocasión para decirle, que en cuanto ella quisiera, decidiera cuándo regresar a su escuela anterior.

No lo pensó dos veces Azucena, con gritos les llamó a sus amigas para darles la noticia. Antes de dejar la escuela, subió su trabajo para la revista virtual que le había encargado la maestra Selene. El día que se publicó, todos los del grupo se apresuraron a entrar a la página, pues ahí subiría el maestro Joel el nombre de quien iba a representar a la escuela en el concurso nacional de matemáticas, pero todavía fue mayor el intercambio de Whatsapp entre ellos para compartir la sorpresa de que Azucena era la que había obtenido la más alta calificación y era ella la que tendría que participar, no lo podían creer.

—¿Ya vieron quien va al concurso de Matemáticas?— Comentó Silvia poniendo un emoticón de admiración.

—No es posible, debe haber un error—Afirmó Ricardo con otro emoticón de desconcierto y un sticker de un dragón moviendo la cabeza de no aceptación y echando fuego.

Pero eso no quedó ahí, al final tenían que seguir con sus intercambios de opiniones, emoticones, stickers y gifs cuando leyeron el texto que había colocado Azucena en la donde iba la editorial de la revista virtual de la escuela:

A quien corresponda.

Me llevo de esta escuela grandes enseñanzas, aprendí que así como en “La guerra de las galaxias” cada quien tiene que construir escudos para la defensa, sé que el plan de la escuela las violencias que viví, eran parte de su programa, sé que lo hicieron con buenas intenciones, el dejar que los demás se burlaran de mi condición económica y origen, de venir de un pueblo, querían señalar para sentirse superiores, pero mis otras escuelas, mis amigas, mi mamá, el pueblo de donde uno es, es un gran tesoro de sabiduría y encantos que no han tenido la oportunidad de conocer, les agradezco porque reconocí quién soy, tengo material para escribir una historia. Siento solidaridad por la gente tan pobre en virtudes, inteligencia y sabiduría, todos tenemos una carrera importante a la que vamos a llegar, es el poder lograr formarnos como un ser humano o humana, y siento decirles, ustedes son víctimas, aquí también hay tesoros pero no lo han descubierto, pero van a poder lograrlo, por lo pronto gané el que reconocí quién soy gracias a ustedes, me han ayudado, pero ustedes también tienen esa posibilidad.

Mis recomendaciones; un tour a los pueblos de alrededor de la ciudad, es algo así como la película “Juego de tronos” la infinidad de aventuras que encontrarán, ir a nadar a alguno de sus ríos, caminar entre montañas, subirse al transporte público, ir a los mercados, a los tianguis, será una gran hazaña, y verán la cantidad de anécdotas que podrán encontrar y contar, cambiarán sus ideas si estos los combinan con una de las novelas como “El héroe perdido” o como “Los tres mosqueteros” vaya que son aventuras. Anímense. Me voy de la escuela pero cuenten conmigo, los invito a un paseo a mi escuela, y al pueblo de mis ancestros, a los pueblos de sus ancestros, otra gran hazaña, similar a las emocionantes andanzas de “Avatar”, van a reconocer las dimensiones de este mundo y los valores de nuestra tierra, la magia y entendimiento de lo que somos, lo propondré a la dirección de esta escuela. Gracias por compartir conmigo. Atentamente Azucena. P.d. Este mensaje no va dirigido a todos, sino a quien corresponda.

Pasó el tiempo y Azucena se convirtió en una escritora reconocida, tenía un blog literario con cientos de seguidores, donde muchos de los asiduos visitantes esperando sus novedades eran sus compañeros de la preparatoria que marcó su vida.

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