Cassandra abre la puerta y un sonido de campanas anuncia su llegada. A su alrededor, hay atrapasueños colgando de distintos colores, un reloj de pared gigante con forma de búho y esculturas de madera en varias repisas, como si la caravana no ha sido ordenada en años. Pero son meros cachivaches para ella.
Una luz tenue acompaña a Cassandra a medida que se abre paso hasta una especie de oficina hippie y siente un cosquilleo en su tobillo. Se trata de un lindo gato siamés que busca consuelo en ella, y Cassandra piensa que no se diferencia tanto de él.
—Parece que le caes bien. —Una oscura voz inunda el lugar y aparece entre las persianas una abuelita. Alba es una reconocida vidente, poniendo a prueba sus clientes cada vez más seguido. Aseguran que nunca miente y que todos sus problemas se arreglan con un chasquido de dedos. Hoy, Cassandra viene para comprobar si eso es cierto. Pero antes de que pueda presentarse, Alba continúa—. Así que tú debes ser la viuda.
Cassandra frena su paso al escuchar el estruendo del cierre de la puerta. Qué extraño, ella
jura haberla cerrado. Toma asiento quedando frente a frente con Alba, cuyos ojos verdes son los más brillantes que haya visto jamás. Una bola de cristal separa a ambas mujeres, de la misma forma que impide que Cassandra vea a su marido, o al menos eso es lo que ella cree. Típico de una vidente barata poner tal objeto en el centro de la mesa.
—Supongo que esa soy yo —responde Cassandra, dando las gracias cuando Alba le ofrece una taza de té. Pareciera como un club de gitanas a punto de cuchichear si no fuera por lo que Cassandra está a punto de preguntar—. ¿Y entonces con eso me puedes ayudar?
—¿Cómo crees, niña? ¡Eso es de adorno! —una risa seca se escapa de Alba y sus centenares de pulseras revolotean al son del movimiento de sus brazos. Al parecer, la señora no se reía hace meses—. De todas formas, no creo poder ayudarte. Mis manos están atadas.
—¿Qué quiere decir? —por un momento, Cassandra tuvo esperanzas de ser rescatada de este mundo sin su marido. Agarra sus cosas y se dirige a la puerta. Esta vez, se asegura de tener precaución con ella—. Mire, olvídelo. Esto fue una pérdida de tiempo. —Se agacha para despedirse del gato, cuando otro portazo más la hace saltar. Su bolso se desparrama por todo el suelo y un sobre se alcanza a asomar por entre el tumulto de cuadernos que lleva Cassandra. Ha llenado un aproximado de tres concentrados en investigaciones que ha hecho, preguntándose qué pudo haber salido mal esa noche con Aarón. Nada le ha hecho sentido y llenar esas hojas se convirtió en un mecanismo de defensa para ella. El problema es que le había entregado todo y ahora, pobre Cassandra, se ha quedado sin alma y con dos cuerpos que lamentar.
El gato siamés se acerca rápidamente y acuchilla con sus colmillos el sobre. Se devuelve a la mesa, presentándoselo a Alba. Antes de abrir el sobre, lo premia con una caricia bien merecida. Consiste en una foto de Aarón y Cassandra en su día de bodas, divirtiéndose en la pista de baile: uno de los recuerdos más felices para ella. Llevando consigo esa foto, lo recordará tal y como era. Su memoria seguirá viva y no juntando polvo en un cuadro cuya paz, ahora está rota.
En un intento de arrebatar el recuerdo de las manos de la vidente, siente que una fuerza sobrenatural la hace rendir sentada en la silla. Tal como una estatua, sus mismas piernas le impiden moverse. Su mirada fija en Alba y sus pupilas no responden. No puede ver nada. ¿Qué está pasando? Una punzada invade su cabeza plantando una imagen.
El cuerpo de Cassandra por fin responde, pero ya no se encuentra en la caravana. Despejando su mirada, se da cuenta de que tiene puesto un vestido de novia. No. Su vestido de novia. Y está más consciente que nunca de sus pies, adoloridos por aquellos zapatos blancos que heredó de su mamá, quien estaba extasiada al enterarse de la noticia que su única hija por fin se iba a casar. Y su cabeza. El dolor pasó, pero fue reemplazado por un largo velo que impide movimientos bruscos y se acuerda que no le importaba saltarse un par de números de baile con tal de usar este velo. Ahora se da cuenta de que está bailando de la forma más cuidadosa que puede. Con una copa de champán en la mano levantándola para responder al brindis de un familiar que Aarón le presentó alguna vez, cuyo nombre es lo menos importante en su día. Y al subir la mirada, él.
—Mi amor, ¿todo bien? ¿Necesitas que tome tu velo? —la ensordecedora música hace caso omiso a las palabras de Aarón; es todo lo que Cassandra puede oír en este momento. Pero se quedó sin palabras. ¿Cómo es que está aquí? Ya no es un recuerdo, se volvió presente. Aun sin creerlo, ella sigue bailando. Quiere con todas sus fuerzas abrazar a su marido, después de todo son recién casados y está en su derecho de acercarse a él en cualquier momento, pero todo está estático. El señor del brindis sigue esperando que alguien responda y ella sin poder decir algo. La punta del velo se mueve de un lado en otro recursivamente. Y sus pies, en cualquier momento, se llenarán de ampollas.
Antes de que Aarón pueda repetir por quinta vez la pregunta, Cassandra deja de escucharlo. Y se queda pendiente de la música. Por el rabillo del ojo mira a su familia, que aplaude hace quién sabe cuánto tiempo. Se centra en el lugar: la capilla del pueblo donde creció. El mismo escenario donde una vez cantó para toda la comunidad. Congelada en el momento, por siempre.
Cuando está a punto de mirar de nuevo a Aarón, la interrumpe la realización de que el segundo acabó. Vuelve a estar sentada en la caravana. El gato siamés está en su regazo ronroneando y Alba dice:
—Espero que hayas aprendido a desear con cuidado después de esa experiencia —con una sonrisa, la abuelita se desvanece a través de las persianas con el propósito de ignorar el berrinche que acaba de soltar Cassandra, demandando una explicación por lo que acaba de vivir… que ya vivió antes.
—¿Qué fue eso? —grita la viuda, espantando al gatito al botar la silla. Se derrumba en el piso y en un intento de agarrarse de la mesa, se cae la bola de cristal. Los millones de cristales envenenan el piso, y secándose una lágrima, continúa: —perdone, señora. No quise hacer eso. Pero, por favor, entiéndame. Primero me dice que no me puede ayudar y después me encuentro con mi marido, diecisiete años atrás.
Alba regresa y coloca unas gafas en la mesa, ignorando por completo su bola de cristal hecha añicos. Rápidamente, sube al gato para que no se lastime con el desastre.
—Cassandra, te seré sincera. Te podía ayudar, pero necesitaba estar segura de que estabas lista para esto. Lo que pasará ahora depende de ti y de lo que te mostraré a continuación —las gafas tienen un aspecto único: los gigantescos marcos cubren la totalidad del objeto y cuentan con una banda plástica que sirve para ajustar su ancho—. Estas son las más recientes gafas de realidad virtual de Microsoft —continúa Alba—, el creador afirma que tienen la capacidad de ver aquello que solo existe en tu memoria. Y vivirlo otra vez. Si bien, lo que te hice ver fue solo usando mis técnicas, estoy segura de que no fue suficiente para ti.
Estar atrapada en un segundo por toda la eternidad es lo peor que le ha pasado a Cassandra.
—No, Alba, no fue suficiente. Y no más trucos. Dime qué tengo que hacer para estar con él de nuevo.
—Entiendo que no puedas verbalizar aquello que más quieres. Así que, será mejor que te lo muestre.
En un pestañeo, Cassandra tiene puestas las gafas y esta vez sí se puede mover. Instintivamente, sale de la caravana, pero su visión está oscura. ¿Será que se demora en cargar el recuerdo? Sus pies avanzan inconscientemente a la misma calle por donde llegó, pasando por alto la comodidad de su auto. Ahora está trotando y se mueve cada vez más rápido. Lo único que siente es la presión del aparato en su cabeza, mas cada músculo está dormido. Y siente que puede flotar. Abandonar este lugar y estar con él.
Su cuerpo vuelve a responder y siente que se está deteniendo en tierra húmeda. Pero la espera terminó y por fin puede ver a través de las gafas. Una imagen aterradora de la noche de la muerte de Aarón llena su campo de visión y puede verse a ella misma derrotada en el suelo mientras su marido da su último respiro en un infarto.
El ataúd cae lentamente por entre un agujero en la tierra y un solo poste de luz alumbra la ceremonia. Se arrodilla y besa la tumba de Aarón. No es una despedida, piensa ella. Es un hasta pronto. Está segura que lo verá de nuevo. Quizás no hoy, ni mañana, ni en la caravana de Alba, pero siempre y cuando lo recuerde, su alma responderá a su llamado. Finalmente, las gafas se desprenden por sí solas y no puede creer sus ojos.
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