EL LADRÓN QUE VINO A CENAR

EL LADRÓN QUE VINO A CENAR

Rubén Moreno

18/07/2024

Y esa niña de
largos silencios volaba tan alto que, 

mi mirada quería
alcanzarla y no la podía ver.

La paraba en el
tiempo pensando que 
no debería
crecer, pero el tiempo me estaba engañando,

…mi niña se
hacía mujer. “

Víctor apagó el
viejo tocadiscos que le había dejado su padre al morir. La letra de
la canción “De niña a mujer” de un vinilo que encontró de
Julio Iglesias, no paraba de resonar en su cabeza. Le recordaba el viejo Seat 124 en el que cada verano enfilaban la carretera camino de Cadaqués a la playa. Ahora que tenía justo la edad en que su padre murió se acordaba mucho de su infancia. Veranos en la Costa Brava, escalivada y arroz con mariscos de la abuela Montse para comer, el vermut de las dos con el tío Alberto, un viejo republicano que vivió exiliado muchos años en Burdeos y un Bitter Kas con rodaja de limón para el niño…

Miró a su alrededor y sintió como si la foto de la
pared, le hablara:

-¡Víctor, Víctor! no empieces- resonaba en su cabeza. Frunció el ceño y pensó para sí: «Ojalá ella estuviera aquí”. Ella
siempre sabía qué hacer en cada caso. Ahora sentía que la echaba de menos más que a nada en el mundo. Maldito cáncer de pulmón.

Papá, esta
noche vengo a cenar con Álex, un beso. Ingrid»
…un sudor frío le recorrió
la frente cuando leyó la nota. ¿Álex? ¿Quién demonios era Álex?

Hacía solo cinco
minutos que la había tenido en sus brazos aprendiendo a decir su
primera palabra. Aún recordaba el olor a bebé, a toallitas y a papilla de frutas. Aquellos
primeros pasos de su pequeña por el parque, agarrando el dedo de su
padre como quien se aferra a la vida para no caer…todo era solo ya,
un vago recuerdo encapsulado en alguna que otra fotografía.

La arena del reloj
caía irremisiblemente, ya era demasiado tarde, esos días jamás regresarían, no había vuelta
atrás. ¡Qué paradoja el tiempo! No queremos que se detenga pero
tampoco que avance.

Resignado, se sentó en el viejo sofá y echó un vistazo al salón, que en penumbra
parecía aún más triste. El perfecto ejemplo de la derrota, de la
pérdida. Agarró el libro que tenía entre manos, una vieja novela sobre la fundación de Barcelona y se puso a leer.
Todo le era ya ajeno en aquel hogar desde que Greta no estaba. Ella había sido siempre el faro en que alumbrar su travesía desde que se conocieron en un festival de música alternativa, en Ibiza, a finales de los ochenta. Desde entonces toda la vida juntos, luego nació Ingrid y el mundo perfecto de Víctor saltó por los aires cuando aquella mañana de hace cuatro años la parca se asomó y se llevó a Greta. Le regaló el mejor año de su vida, su única dedicación fue hacerle más fácil el último viaje. Desde entonces aún le cuesta entrar en casa y sigue sin acostumbrarse a llegar y no verla sentada en el sofá leyendo, escribiendo algún cuento o dibujando algún retrato. Ella era creativa, inteligente, sarcástica, mordaz, profundamente positiva y además le preparaba el mejor vermut de toda Europa…¿A quién iba a pedirle consejo ahora?

Víctor había sido siempre un tipo huraño, no le gustaba demasiado la gente en general, Greta era todo lo contrario, sociable, amistosa, optimista, …siempre veía el lado bueno de las personas y sobretodo de la vida. Además sabía cómo resolverlo todo siempre. Reinaba en el caos como nadie para emerger brillando como una estrella cuando había que organizar una comida familiar. Nadie como ella para preparar una buena cena o esa tarta de limón que tanto les encantaba a Ingrid y a él.

Movió la cabeza negando y se encendió el cigarro que se
fumaba a escondidas cada tarde mientras Ingrid estaba en clase de
teatro. Se acabó la taza de té que se había preparado instantes antes de leer la nota y con gesto cansado se fue a la cocina a terminar de fumar mientras no paraba de preguntarse, quién sería ese tal Alex.

No paraba de pensar en que por fin había llegado ese momento en la vida de cada padre en el que aparece un tipo a robar el corazón de tu hija, un ladrón que viene a cenar y a sustituirte para siempre como el hombre más importante de su vida.

Empezó a imaginarlo, …conociendo a su hija seguro que ella se había dejado engañar por uno de esos chicos de media melena, barbita de tres días, gafapasta pseudointelectual preocupado por el medio ambiente y la cultura japonesa. No lo conocía y ya lo odiaba. Estaba listo si pensaba que se iba a llevar a su hija así como si nada. ¿quién se había creído que era?

Volvió al salón y de nuevo miró la fotografía de Greta y casi implorando consejo con la mirada pareció escuchar dentro de su cabeza

-«Víctor, deja de hacer el imbécil»-

Entonces rozó una vieja caja de galletas danesas y cayeron un montón de fotografías de su interior. Con evidente disgusto se agachó y las fue colocando de nuevo dentro cuando una de ellas le llamó la atención por encima de las demás. Era una foto de verano del 91 en Palafrugell, en la casa de verano de los padres de Greta, del día en que conoció a sus futuros suegros. Casi ni se reconocía en la foto, llevaba el pelo largo y un collar que le había comprado Greta en Ibiza. Ella sonreía mirándolo con toda la inmensidad que tiene el amor a los veinte años. Estudiaba Lengua y Literatura y ese verano lo pasaron juntos en la casa familiar, Can Ricart, una casa junto a la playa donde todas las noches, Ingrid se escapaba de su cuarto para ir a verlo al de invitados.
Una sonrisa asomó a su rostro cuando descubrió el detalle más importante de la foto, la cara de póker del padre de Greta, don Ricart Molins i Serra, abogado y asociado principal de la firma Molins y Ribó, miraba con cara de asesino en serie a Víctor. La mirada del padre que sabe que un ladrón ha venido a robarle el corazón a su hija y a llevárselo para siempre y entonces,  una mueca de comprensión asomó a su rostro y como si escuchara a Greta en su interior, ella le recordó como don Ricart acabó adorando a aquel muchacho canijo de pelos largos y mirada tímida que en el verano del 91 apareció con una camiseta de Jim Morrison para no irse jamás de sus vidas. Aún a años luz del profesor y escritor en el que luego se convertiría, no era más que un ladrón que juntaba letras de vez en cuando en algún poemario y que no parecía ofrecerle ningún futuro prometedor a la única hija de don Ricart, su Greta.

Entonces, casi de forma inconsciente puso otro de los viejos discos de su padre, y sonó la voz inconfundible de Joan Manuel Serrat cantando «…Ese con quien sueña su hija. Ese ladrón que os desvalija, de su amor. soy yo, señora…»  apuró la última calada a su cigarro, abrió la ventana para que el olor a tabaco saliera y  sonriendo puso otra cerveza más en la nevera para Alex.


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