El Baúl del Príncipe Azul.

En una habitación que había sido olvidada, oculto en sombras y atrapado en polvo, yacía un pequeño baúl que contenía la verdad de una vida sin ella.

Lucía estaba dispuesta a desentrañar los misterios que contenía ese baúl que tanto llamaba su atención cuando su abuelo lo usaba. Aprovechando la desventajosa noticia de la muerte de aquel, se dirigió a su casa que había estado desocupada durante meses debido a su larga estancia en el hospital; por lo tanto, estaba cubierta de polvo. Y entró. Allí sintió el olor particular de la casa, pero esta vez combinado con la humedad de las paredes blancas y con la soledad que se sentía.

A medida que se adentraba en el lugar, la soledad se hizo más evidente. Recordaba a su abuela, quien se esmeraba por mantener la casa limpia y bien decorada, lo que le daba cierta vitalidad al ambiente. Sin embargo, parecía que el abuelo nunca había intervenido en la casa tras la partida de su esposa.

A veces, Lucía pensaba que la esencia de su abuelo habitaba en el cuerpo de su abuela, y que, al enterrar el cuerpo de ella hace un año, también se sepultó la vida de él junto a ella.

Mientras profundizaba en las habitaciones, se detuvo en la cocina al ver un plato roto que nunca se había recogido, ironía que le arrancó una sonrisa, ya que con la abuela esa situación sería imposible.

Luego, se topó con una habitación particular, que yacía más descuidada que las demás, donde había telarañas colgando y una capa pesada de polvo que rodeaba todo el lugar. Cuando abrió la puerta y después de persuadir la neblina de polvo, encontró en la esquina, el baúl café.

Tan pronto como ella le preguntaba a su abuelo por esa caja, él jugueteaba con la verdad y la confundía. Un día en especial le dijo que allí guardaba una vieja historia que escribía, pero que no estaba terminada. Le prometió que cuando lo estuviera, se la mostraría. Pero nunca lo hizo.

Se puso en cuclillas, sopló el polvo que había cubierto el cofre y lo abrió.

El baúl se quedó estancado antes de destaparse, ella tuvo que tomarlo con sus dos manos temblorosas, sostenerlo con una y con la otra tirar la tapa con fuerza. El baúl se abrió de golpe, resonando por toda la habitación desolada y dándole un susto.

En él se encontraba un cuaderno, con las hojas sueltas y amarillas. A simple vista, estaban escritas demasiadas cosas, pero al verlo con más detenimiento, no era así.

Las primeras lecturas databan de 50 años atrás. En ellas se podía percibir juventud ya que las letras eran seguras y relajadas. También se notaba cómo a medida de los años, la sabiduría e inteligencia de la escritura aumentaban.

No había un patrón de escritura, pero en promedio, ella pudo calcular que las cartas eran escritas cada 4 o 6 años. Se preguntó si esas distancias eran a propósito, si algunas cartas habían sido removidas o si se habían perdido.

“No odio lo que hice, ni lo que soy ahora porque ni siquiera comprendo qué estaba pensando. Yo la amo con intensidad y no puedo ni pude imaginarme una vida sin ella. Estamos a punto de tener un hijo, no podía permitirme perderla. Un día le prometí que haría cualquier cosa por ella, y ella pensó en lo romántico que era y me abrazó. Ahora estoy tratando de explicarle que ese acto fue por amor y que no entiendo por qué ya no lo ve romántico.”

Lucía dedujo que “ella” era su abuela.

A medida que corrían las fechas, las cartas cambiaban: En las primeras se notaba culpa por algo, se apreciaba cómo él trataba de justificarse de algo aparentemente malo que no lo dejaba en paz.

“Quise confesarme con un cura, pero al intentar hacerlo, supe que me juzgaría y entonces no lo hice. No necesito que me miren como un monstruo porque no lo soy, sólo luché por amor. ¿Está mal?”

Mientras leía, su mente se inundaba de imágenes de amor de cuando sus abuelos estaban juntos, cuando él le daba flores cada aniversario y ella agradecía.

“Nuestro hijo ya puede hablar y cada vez que lo escucho, sé que lo amo con todo mi ser y que daría mi vida por él. Tengo miedo de que sepa lo que hice, pero mi única esperanza es pensar que él me entenderá, porque me ama.

Cada vez percibo que mi esposa se reconcilia con lo pasado y siento que, de a poco, me está amando de nuevo.”

Se notaba que las palabras estaban llenas de tensión y que era palpable la angustia que en ellas había.

Sumergiéndose en la incertidumbre, Lucía se transportaba al pasado, recordando los momentos en el que veía a su abuelo escribir en aquel cuaderno y cuando él la miraba y le sonreía. Nunca se imaginó que podría estar pasando por un momento difícil.

Luego, se logra apreciar una transición, muy sutil, que duró años en lograrse, donde ya no se sentía desgarrado por la culpa.

“Estoy seguro de que mi esposa me ama. Estos últimos años ha estado más cercana y ya no me esquiva tanto. De verdad, presiento que ya olvidó ese suceso y que está agradecida. Nuestro tercer hijo nació y ya tiene dos años. Cada vez siento que todo valió la pena.”

Ninguna de las cartas dejaba claro de qué trataban. Lucía se preguntaba en qué se basaba su abuelo para escribirlas, pero la respuesta seguía siendo un misterio.

Después de guardar las cartas en el cofre, Lucía se puso de pie y se estiró. Estaba tensa después de leerlas y se estresó un poco al no saber a qué se referían. En un momento consideró que si era solo una historia que nunca se terminó.

A punto de cerrar la habitación, vio un papel debajo de la cortina detrás del cofre. Dudó si era una carta que ya había leído, así que se acercó y la leyó.

De repente, Lucía no pudo pensar con claridad, sentía que todo el polvo que había la estaba nublando y la estaba atrapando en la verdad absoluta.

Un dolor en el pecho empezaba a surgir cada que las letras se dibujaban ante sus ojos llorosos. Evocó los recuerdos de su abuela y se cuestionó nunca haber notado nada fuera de lo común en ella. Un sentimiento de culpa le atravesó su cuerpo erizándole los vellos y, entonces, la imagen de su abuelo se fue desvaneciendo en su corazón.

Desde su confusión, lo primero que dedujo fue que la carta fue escrita por su abuela minutos antes de fallecer; Lo segundo, le costó reconocerlo, pero pudo comprender que esas palabras eran dirigidas al abuelo.

Con la mente nublada y sus manos sudadas, Lucía entendió que el abuelo leyó la carta justo después de la muerte de la abuela y que aquella le había desmoronado toda la percepción que tenía de su vida. Por esa razón, sentía que su esencia había muerto ante la verdad en ese momento.

Vio que había algo escrito por el abuelo en la parte trasera de la hoja.

“Nunca supe cómo te sentías de verdad, y, Dios, cómo desearía volver a verte para, aunque me odies, pedirte perdón.

Le invadió una sensación de vacío al terminar de leer, sintió como de su cuerpo le habían arrebatado su pasado. Tratando de evocar los bellos momentos de sus abuelos juntos, su corazón palpitaba con dolor. Le estaba dando la cara a la verdad y al desgarrarse el alma pensando que todo era una farsa, no pudo hacer más que liberarse en llanto.

Cuando su cuerpo se tranquilizó, pero su corazón seguía doliéndole, Lucía dejó la carta abierta encima del baúl, como un símbolo de que la verdad se había descubierto.

En ella se podía leer:

“Querido príncipe azul.

Es extraño llamarte así, nunca lo mereciste. No eras protagonista de mi cuento de hadas, más bien, eras mi villano.

Recuerdo cuando éramos jóvenes, yo con dieciséis años y tú, con la madurez aparente que dan los años, éramos imparables, nos amábamos.

Pero quedé embarazada, y todo lo bonito decayó. Mi padre fue nuestro obstáculo, con ira y rabia decidió que no debíamos vernos más. Ahora entiendo que mi padre siempre supo algo de ti que yo no. Él supo ver tu maldad y yo no supe salvarlo de ella.

Con la piel de gallina, recuerdo el día en que tu traje se manchó de rojo y mi padre, con el puñal en la espalda, conoció tu verdadero ser. Un acto atroz del que te justificaste, sugiriendo que la muerte de él sería nuestra resurrección.

Pero al ver a mi padre tendido allí, también me habías matado a mí.

Desde aquel momento, viví la pesadilla más larga de todas. Cincuenta años en los cuales sentí temor cada noche al acostarme a tu lado. Lo único que no despreciaba de ti, fueron los tres hijos que me dejaste.

Ahora me encuentro en las puertas del infierno, escuchando mi grito para entrar, pero te aseguro, que el infierno ya lo viví contigo.

Príncipe azul, te dejo esta carta para decirte que nunca te perdoné y que deseo encontrarme contigo. Sé que no sientes miedo del infierno, pero deberías hacerlo de mí.”

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