Sinestesia: Dos dimensiones

Sinestesia: Dos dimensiones

Kuro

01/06/2024

Mi consciencia despertó primero que mi cuerpo, que permanecía inmóvil. Mis ojos eran dos persianas cerradas que sólo me mostraban oscuridad. Tenía el vago recuerdo de estar corriendo, ese era mi recuerdo más claro ¿pero corriendo de qué? Cuando por fin mi cuerpo comenzó a reaccionar, fue claro que estaba adolorido y enviaba claras señales de eso a mi cerebro.

Aturdido, fui tratando de reincorporarme poco a poco, mis manos notaron la textura arenosa de la superficie ¿dónde estaba? La arena me abrazaba y se escabullía por mis ropas. Por fin fui capaz de abrir los ojos y ante mí, un enorme desierto se extendía hasta donde alcanzaba la vista ¿cómo podía estar en un desierto? Un par de cactus eran mi única compañía en medio de mi desconcierto mientras mis pupilas apenas se empezaban a acostumbrar a la intensa luz del sol en lo más alto de un pulcro cielo azul sin nubes.

Mi estado era, debo decirlo, bastante patético. Pero por más que intentaba buscar una explicación, no encontraba ninguna respuesta plausible para entender mi presencia en ese extrañísimo lugar árido que jamás había visto en mi vida y que, hasta donde pudiese recordar, ni siquiera estaba cerca de mi ciudad. Me resigné temporalmente a las explicaciones razonables.

No me quedaba nada más que hacer que levantarme y comenzar a vagar entre la fina arena y buscar un refugio para resguardarme de aquel sol hirviente. Con suerte, tal vez podría encontrar algún pueblo ¿qué tan lejos podría estar la civilización? No estaba muy seguro de querer saberlo. Me saqué la chaqueta que tenía puesta, la sacudí para quitarle la arena y cubrí mi cabeza, cuello y hombros con esta. La arena era tan fina que dificultaba mis pasos, pero incluso con esa dificultad añadida, consideré que caminar era mi mejor opción, entonces continué; lo hice apenas descansado unos cuantos minutos cada varias horas, de modo que, el tiempo pasó particularmente rápido y antes de que pudiera darme cuenta, una noche desértica, helada y seca se había instalado en la atmósfera de ese desconocido mundo de arena.

Confundido, extraviado, con frío y con hambre, continuaba caminando en medio de la noche sin un objetivo claro, ya ni siquiera recordaba que estaba caminando, sabía que en cualquier momento todo mi cuerpo sedería a la variedad de factores que amenazaban mi vida y simplemente caería a esperar mi inminente muerte. Sin embargo, no contaba con una nueva desgracia. Sin saber de dónde ni cómo, algo me atacó por la espalda y el golpe retumbó en mis oídos desorientándome, entonces caí amortiguado por la arena.

– ¡Atrápenlo ahora! – Una imponente voz se alzó en medio de la oscuridad y pude sentir cómo un sinfín de piernas se aglomeraban en derredor.

Mi cuerpo se enredó en una red que lanzaron sobre mí y de la cual intenté desesperadamente liberarme hasta el preciso momento en que un nuevo golpe, ahora en mi cabeza, desvaneció mi consciencia rápidamente.

No sé cuánto tiempo estuve en ese estado.

– ¿Quién eres! ¡anda! ¡responde! – Gritaba un hombre una y otra vez en cuanto intentaba recobrar el conocimiento.

Finalmente, el hombre pareció hartarse de mi estado y decidió que traería mi lucidez a bofetadas mientras me gritaba sin parar. Funcionó, pero apenas podía hablar.

Nos encontrábamos en una tienda de campaña que era iluminada por unas toscas lámparas de aceite.

– Enrri, Enrri es mi nombre.

– ¿Huh? ¿eso es un nombre?

– Es el mío.

– Cada vez son más patéticos – suspiró el hombre – vas a decirme ahora mismo dónde están tus compañeros y luego te ejecutaré. – Desenvainó de su cintura una filosa espada que posó sobre mi cuello.

Espabilé, ya no podía darme el lujo de estar inconsciente.

– ¡Espere, espere! No sé de qué habla, lo juro, no sé de qué compañeros me habla – tragué saliva – estoy solo, estoy solo y perdido en este desierto.

El hombre frunció el ceño y acercó su rostro al mío, escrutándolo sin escrúpulos, buscando en mí alguna señal que delatara alguna posible mentira. Pero yo no mentía.

– Lo cierto es que no tienes cara de ser uno de ellos. – Pensó en voz alta mientras me miraba a los ojos.

Tomó un recipiente con agua y la tiró sobre mí.

– Levanta, si no eres de ellos, entonces te he salvado de una muerte inminente. Ahora serás uno de mis soldados, así pagarás tu deuda.

Aún sin saber qué diablos pasaba, supuse que tener una deuda con aquel hombre era mejor que morir patéticamente en el desierto. Asentí con la cabeza y cuando salió de la tienda de campaña donde nos encontrábamos, intenté beber el agua de mi camiseta mojada.

Unos minutos después, otro hombre, que claramente era un subordinado del primero, entró a la tienda y me ordenó salir. Ahí afuera, descubrí todo un campo de tiendas dispuestas ordenadamente sobre la arena, pero solamente algunas mostraban tenues luces en su interior. Seguía a este hombre sin tener claro cuál sería mi destino ¿sería un soldado? ¿de quién? la idea claramente me desagradaba, pero vistas mis opciones, al menos por el momento, no me quedaba de otra más que aceptar ese destino.

– Dime ¿tienes alguna habilidad? – Cuestionó aquel sujeto.

– ¿Habilidad?

– Mocoso ¿acaso eres tonto? Te estoy preguntando qué sabes hacer.

– Soy bueno con la tecnología.

– ¿La qué? ¿de qué rayos hablas, mocoso?

Entonces realmente me preocupé.

– No tengo ninguna habilidad, señor. – Confesé para evitar confusiones.

– Entonces ¿para qué nos servirás? – bufó – a veces es tan blando – comentó para sí mismo en referencia a su líder.

– Disculpe, haré mi mejor esfuerzo. – A esas alturas, debía aferrarme a aquella gente hasta encontrar una salida.

Él no emitió ningún tipo de comentario, entonces me atreví a hacer por fin la pregunta que tenía atorada en mi garganta desde el primer momento en que interactúe con esas personas.

– ¿Puedo hacerle una pregunta? – Aún caminábamos entre las tiendas, en el camino, muchos hombres con semblantes duros, y trajes desconocidos para mí, se hallaban sentados recibiendo el frío de la noche.

– Pregunta entonces.

– ¿Dónde estamos? ¿qué es todo esto?

– ¡Ah, claro! – reprochó, como si mis dudas le hubiesen aclarado algo muy obvio que merecía ser reclamado – ¿qué se puede esperar de un hombre que no sabe dónde está parado? – Sentenció mientras daba un par de pasos hacia adelante, entonces viró y quedó frente a mí.

– Este es el desierto Amull, en el centro del reino de Mikar, y esto que ves, es la Armada Legendaria del reino.

¿Mikar? ¿reino? Pensé. Jamás había escuchado un reino con ese nombre, y mucho menos que existiera en la actualidad. Para mí sonaba a una broma de mal gusto, pero era innegable que algo de verdad tenía que haber en esas palabras.

– ¡Frosh! – Exclamaron tras de mí.

El hombre que me guiaba enseguida se irguió e hizo una reverencia para quien llegaba.

– ¡Señor!

– Déjame el resto, quiero comprobar que Ámitar no ha cometido un error. – A diferencia de los dos primeros, este se veía mucho más relajado e incluso mostraba una leve sonrisa.

– Como usted ordene, me retiro entonces.

– Buen trabajo.

«Frosh» se marchó sin decir una palabra más. La nueva persona se puso frente a mí y sonrió, era una sonrisa auténtica, pero esa persona, de alguna manera, imponía más respeto que su subordinado, mucho más serio y rígido.

– Soy la mano derecha de Ámitar, el líder de nuestra Armada, mi nombre es Cohí. – Aclaró.

En ese punto no me quedaba más que hablar como si en verdad creyera lo que el tal «Cohí» decía.

– ¿Y qué hacen aquí? En medio del desierto. – Indagué.

– Buscamos a algunos rebeldes que atacaron y saquearon uno de nuestros puestos de vigilancia cerca de la capital.

– ¿Rebeldes? – repetí – cada vez entiendo menos. – Dije para mí mismo.

¿Qué podía decir o hacer? Apenas podía recordar el nombre del desierto y del supuesto reino donde nos encontrábamos y ahora este sujeto me hablaba de rebeldes y saqueos. Pero, tenía claro que mi mejor opción era seguir la corriente a lo que decía y ver hasta donde me llevaba eso.

– ¿Cómo dijiste que te llamabas, niño?

– Enrri.

– Dime, Urry, qu…

– Enrri. – Interrumpí y corregí.

– Sí, eso, ¿qué hacías vagando en Amull? Esa es una muerte segura ¿sabes?

– Como he dicho antes – di un vistazo a las tiendas – no tengo la menor idea de cómo llegué aquí, mi memoria ha fallado desde que me descubrí en este desierto.

– Pero recuerdas tu nombre. – Advirtió Cohí con seriedad.

– Recuerdo quién soy, casi todo – cavilé – o eso creo, pero no recuerdo cómo di a parar aquí.

Él escuchó con atención mi respuesta y luego pareció analizarla unos instantes, como si quisiese comprobar que todo lo que decía concordaba con mi mirada, mis gestos y el tono de mi voz.

– No estoy seguro de qué rayos pasa contigo, niño, pero lo dejaremos pasar por ahora – hizo una leve pausa para de cambiar de tema – supongo que Frosh te lo ha preguntado, pero lo haré de todas formas, dime Urry ¿de qué nos servirás?

Miré hacia el desierto, después las tiendas y por último su rostro, que permanecía estoico y sereno.

– No sé si pueda serles útil de algún modo, pero si debo pagar por haber sido salvado, lo haré. – Dije, a sabiendas que realmente tenía planeado escapar a la primera oportunidad que se presentara.

Cohí se tomó el mentón con una de sus manos en un claro gesto pensativo.

– Estarás a prueba – decidió – Ámitar generalmente no se equivoca, y no te veo madera para pertenecer a Igríon, así que tendrás que adaptarte a esta vida y mientras más rápido, mejor para ti – sugirió y entonces entró a una de las tiendas y sin intercambiar palabras con los habitantes de esta, tomó una manta – eres un desconocido, tendrás que arreglártelas hasta que los demás de reconozcan aquí, con una manta bastará y también necesitarás esto – dijo arrojándome dos grandes trozos de pan seco que, sin embargo, fueron sin duda la comida más exquisita que había comido jamás en mi vida.

Dormí entonces a la intemperie esa primera noche, no obstante, el cansancio de mi cuerpo era tal que, no tardé en caer rendido en medio de aquella noche desértica. A la mañana siguiente, muy temprano, pues el sol todavía no terminaba de salir, el bullicio de hombres que iban y venían me despertó. Las tiendas estaban casi todas recogidas, los soldados preparados, también había caballos y por primera vez pude ver las espadas filosas que aquel extraño ejército portaba. Cuando todos se pusieron en marcha, no tuve más opción que unirme al grupo en el que claramente resaltaba a simple vista. Se trataba de cientos de hombres equipados con armaduras livianas pero resistentes, espadas, lanzas, algunos portaban escudos y caballos.

Nadie me miraba, ni me hablaba, pero tampoco me juzgaba, era casi como no existir, pero claramente estaba siendo vigilado en todo momento. Avanzamos hacia lo que para mí era un rumbo desconocido durante casi todo el día, de vez en cuando compartían agua y un trozo de pan de los que yo también probaba en cantidades apenas necesarias y ya durante la tarde, noté que formaban grupos más pequeños que se dividían con la intención de rastrear aparentes huellas de sus objetivos. A pesar de ello, un pequeño grupo siempre se quedaba unido y con ellos permanecía yo, sin hablar, pero para mí, por los momentos, era mi única opción de sobrevivir.

Al acercarse la puesta del sol, vi a Cohí viniendo hacia mí junto con otros dos hombres, uno de ellos tenía el aspecto de una bestia: era enorme, tosco, desaliñado y mirada salvaje, lleno de cicatrices y una presencia aplastante, mientras que el otro, no menos temible, era Ámitar, el líder.

– ¡Enrri! – exclamó el líder, enseguida me sobresalté, intimidado – ¡ese un nombre patético!

– ¡L-Lo siento! – Me disculpé sin saber por qué.

Se acercó a mí y detalló cada aspecto, en sus labios había una evidente mueca de decepción al ver mis pobres atributos físicos. Nada especial. Mi contextura promedio y la delgadez habitual de un chico de dieciocho años de un mundo pacífico no eran algo para presumir en medio de ese desierto. A su lado, yo no era más que una mota de polvo, fácil de aplastar si así quisiera.

– ¿Qué edad tienes, mocoso?

– Dieciocho. – Respondí sin hacer contacto visual.

– Cohí ha dicho que hablas sinsentidos todo el tiempo ¿qué tienes qué decir?

– Perdón. – Volví a disculparme.

Suspiré.

– He sido honesto.

– Verdad o no, no podemos permitirnos tener invitados aquí, así que oficialmente te haré parte de nuestra Armada.

Esa fue una noticia que me heló la sangre ¿qué clases de cosas tendría que hacer como soldado de ese reino? ¿cuánto riesgo correría mi vida? Temí lo peor, pero al mismo tiempo, no tenía ninguna otra opción. No podía simplemente decir: no, gracias e irme. Podrían matarme al considerarlo una ofensa o peor, dadas las circunstancias, podrían abandonarme en medio del desierto y dejarme morir de inanición y deshidratación.

– Ya conoces a Cohí – continuó el líder – y este – dijo señalando al hombre de aspecto bestial – es Nirko, ambos te enseñarán lo básico para sobrevivir. Considérate afortunado, no muchos tienen el honor de ser capacitados por dos de los tres líderes supremos de la Armada Legendaria, pero este es un caso excepcional y ellos dos son los únicos cuyas labores pueden ser interrumpidas con cierta intermitencia y han aceptado.

Cohí se acercó y tocó mi hombro.

– Generalmente son otros quienes se encargan del entrenamiento de novatos, pero debido a que esta es una misión, no hay tutores y el resto está atareado en distintas ocupaciones. Por ahora serás parte de la Armada, pero al volver, te integrarás a los reclutas, con los que entrenarás.

Fingí una sonrisa.

Caída la noche, aún no contaba con una tienda ni con nadie que me permitiera compartir una, así que comencé a vagar entre las tiendas plegadas a lo largo de la arena para estirar las piernas e intentar encontrar alguna oportunidad, me sentía perdido y desesperanzado. Después de dos días seguía sin tener certeza de donde estaba y cómo había llegado hasta ahí ¿de qué iba todo aquello de Mikar y su armada? Había decidido seguir el juego, sí. No obstante, el juego me tenía agotado. La noche era inusualmente clara y alcé la mirada para contemplar el cielo nocturno de Amull, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando ahí, estacionadas como dos faros radiantes y fijados en el firmamento se alzaban dos lunas.

– ¿Dos lunas! ¿dos lunas! ¿dónde rayos estoy! – Mi corazón se aceleró y sentí sus latidos en mi sien.

Me acuclillé y cubrí mi cara con ambas manos lamentando mi mala suerte ¿cómo me había metido en eso? ¿cómo había ido a parar a un lugar donde cuelgan no una sino dos lunas en el cielo? Descubrí mi cara y eché un vistazo al par de lunas. Una de ellas reposaba en el horizonte tras unas dunas de patrones ondulados y era por lo menos, el doble de grande que la luna que yo conocía y brillaba de un color azulado. La otra en cambio sí tenía un tamaño más familiar, pero su luz era de un rojo brillante que le hacía resaltar en la negrura de la noche, esta, además, colgaba en lo más alto del cielo.

– Pareces sorprendido. – Dijo alguien tras de mí.

– Lo estoy. – Convine mientras volteaba.

– Eres el viajero del que todos hablan, ¿no?

– ¿Viajero? – no me consideraba un viajero, un viajero sabe a dónde va – bueno, podría decirse.

Mi interlocutor era un chico contemporáneo, de unos gestos más amigables, más abiertos a mi evidente debilidad. Me escudriñó con la mirada un fugaz instante y después continuó hablando.

– ¿Y tu nombre es…?

– Mi nombre es Enrri.

Alzó la vista para admirar la pequeña luna roja, pareció un poco desconcertado al verla, por alguna razón, y después preguntó – ¿Qué es lo que te sorprende, Enrri? ¿no hay Dioses de donde vienes? –

– ¿Dioses? – Repetí confundido.

– Sí, eso mismo – entonces señaló la luna roja y posteriormente la azulada – Dioses.

– Oh… ¡La luna! – comprendí – de donde vengo hay una de esas, pero solamente una, es un satélite natural.

El chico me miró confundido como si lo que acababa de decir fuera la cosa más absurda que hubiese escuchado en su vida.

– ¿El Dios Luna? Jamás lo he escuchado. – Sonrió.

– No, eso no… – entendí que no tenía caso insistir – sí, es algo así.

¿Dioses? La posibilidad de que hubiese viajado en el tiempo cruzó por mi cabeza, pero ¿en qué momento de la historia el mundo había tenido dos lunas? Comenzó entonces a hacerse obvio que no estaba pisando la tierra.

– ¿Cómo se llaman? – Curioseé.

– El que se esconde entre las dunas es Khimiro, Dios regente de la vida – acto seguido señaló a la pequeña luna roja – y esa de ahí es Namy, Diosa regente de la muerte.

– Khimiro y Namy ¿eh? – Nunca había escuchado algo semejante.

– Y yo soy Poul – dijo el chico extendiendo su mano – mucho gusto, Enrri.

Estreché su mano; su saludo fue amable pero firme, completamente amistoso. Acto seguido se marchó sin decir una palabra más. Lo observé hasta que su silueta se distorsionó entre la noche y las decenas de tiendas instaladas en la arena. Sin otra cosa que hacer más que aceptar mi destino, me envolví en la manta que Cohí me había facilitado la noche anterior, busqué una carpa cercana y me tumbé en la arena, justo al lado, para sentir un espejismo similar a la protección de estar rodeado de otras personas, hasta que al fin caí dormido.

A la mañana siguiente, mientras aún dormía, Nirko tomó mi manta por un lado y tiró de ella con toda su fuerza haciéndome girar y caer en la arena tibia.

– ¡Levanta! Tu entrenamiento inicia hoy.

Espabilé de inmediato – ¡Sí! ¡enseguida! –

Lo dije surfeando todavía en mis sueños, pero sabía que aquel hombre bestial no tendría reparos en darme una paliza para ahuyentar cualquier rastro de sueño. Me levanté inmediatamente.

Fijó su mirada en mí por unos segundos comprobando quizá que mis cinco sentidos ya estaban despiertos y que mi atención no era solamente una fachada, entonces arrojó a mis pies una armadura sencilla, de menor calidad que la que llevaba el resto de los soldados. Me lo puse detrás de una de las tiendas de campaña cuidándome de no ser visto. El material era extrañamente flexible y se ajustaba a mis proporciones, al mismo tiempo, el tejido de la tela se sentía grueso y resistente. Sobre este, había que ponerse un segundo traje de malla metálica que contaba con la protección de unas placas de un metal ligero en las zonas vulnerables. El calzado, por otro lado, eran una botas de cuero de color marrón con ojetes y cordones ajustables hasta cuatro dedos bajo las rodillas. Claramente no era el mejor de sus trajes, pero sería suficiente. Dejé mi ropa apenas doblada sobre la arena.

Hacía un calor infernal, pero quisiera o no, debía hacer lo que aquellas personas me ordenaban, seguía sin opciones ni posibilidades de valerme por mí mismo en esas circunstancias. Al regresar, Nirko y también Cohí me esperaban.

– ¡Mira nada más! – Cohí reposó las manos en la cadera – creo que hemos acertado con la talla ¿no crees, Nirko? – este apenas prestó atención – como sea, escucha, chico: Nirko será quien te enseñe lo básico de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Yo en cambio, me ocuparé de tu talento con las armas, ojalá te gusten las dagas y las espadas, a mí me encantan – sonrió – ya veremos si nos sorprendes.

El combate cuerpo a cuerpo podría sobrevivirlo, estaba claro, los recuerdos de mi pasado, que comenzaban a parecer de un tiempo lejano, muy distante de cualquier cosa vivida hasta ahora, me decían que algo de aquello sabía, que no era totalmente desconocido para mí, ni para mi cuerpo. No es que fuera escandalosamente bueno, pero sobreviviría, ahora… ¿armas? ¿cómo iba a resistir a eso?

– E-Entendido. – Esbocé sin mucha convicción.

– Nirko, te lo encargo, su cuerpo debe ser capaz de resistir una pelea de hombres antes de empuñar una espada.

– ¿Espada?

– ¡Claro! ¿qué esperabas? Un soldado necesita una espada para defenderse, Urry.

Sin más, Cohí se marchó dejándome solo con el hombre bestial al cual no estaba seguro de si sobreviviría. En cuanto se alejó, Nirko hizo sonar sus nudillos y se arrojó sobre mí.

– ¡Veamos tus movimientos, mocoso! – Esbozó sin dejarme reaccionar.

Enseguida me tuvo prisionero, me tomó del cuello y comenzó a aplastarlo entre su bíceps y su antebrazo, sin piedad.

– ¡Esp-! ¡Espera! – Palmeaba sus brazos implorando que me soltara.

– ¿Así vas a morir!

Comencé a sentir que mi respiración se bloqueaba, realmente planeaba asfixiarme, no cabía duda, si no lo detenía pronto caería desmallado o en el peor de los casos me mataría. Estaba seguro. Entonces forcejeamos hasta que logré separarme unos centímetros de su torso y aproveché para clavar mi codo entre sus costillas con todas las fuerzas que me quedaban, enseguida la fuerza de su agarre se debilitó, pero persistía; aproveché eso para patear con mi talón su tibia, esto hizo que por fin me soltase y enseguida viré y lo empujé a un lado. Caí sobre la arena, tosiendo y jadeando.

– Ya veo – habló Nirko recomponiéndose – piensas rápido, no reaccionas tan mal como creí.

A pesar de esas palabras, lo que vino a continuación fue una danza de golpes, llaves de lucha despiadadas que no me daban respiro. Mis reflejos, aunque rápidos, no podían esquivar toda esa avalancha de fuerza bruta en su totalidad. Recibía golpes con la cara, los brazos, las manos, las piernas y luego esquivaba los que podía. Me atrapaba en maniobras de inmovilización, entonces forcejeaba, luchaba, golpeaba, resoplaba con la arena hasta la nariz y lograba liberarme, para inmediatamente continuar con una nueva serie de golpes, patadas y cualquier cosa que aquella bestia pensase que sería útil para liquidarme de una vez por todas. Sí, definitivamente no era una criatura indefensa a pesar de mi apariencia corriente; mis recuerdos eran difusos, pero no irreconocibles, no estaba acostumbrado a luchar por mi vida, evidentemente, pero tenía la capacidad de defenderme de una situación de aquellas, aunque comenzaba a temer que apenas sería capaz de salir respirando al finalizar la jornada.

Los días comenzaron a pasar entre jornadas de golpizas matutinas, pan seco y agua, golpizas por la tarde, hasta que la puesta del sol y más pan seco y agua. Durante mi entrenamiento, apenas era capaz de golpear en contadas ocasiones a Nirko, eran golpes débiles, conectados en sitios improductivos que no le debilitaban en absoluto, no obstante, cada vez, tenía la sensación de que era capaz de afinar mis reflejos para evitar la mayor cantidad de golpes posible, o al menos, los más destructivos para mi desgastado cuerpo. Perdí la noción del tiempo y la sensación de dolor constante se volvió una cuestión rutinaria, por momentos no concebía la vida sin esos dolores punzantes que me acongojaban el cuerpo entero, aunque, he de decir, que Nirko cuidó siempre de no golpear en demasía partes de mi cuerpo que pudieran recibir un daño letal ¡la bestia tenía escrúpulos!

Una noche, sentado en la arena delante de mi tienda, una pequeña, apenas para una persona, comía mi ración de pan seco y bebía agua de una cantimplora que Nirko me había cedido el día de mi primera paliza, y mientras observaba a Namy cuyo brillo era ahora menos intenso, aunque continuaba siendo rojizo, colgada en el firmamento y opacando la luz de las estrellas a su alrededor, llegó Poul.

– ¡Oye! ¿cómo van las palizas?

– Pronto no seré capaz de sentir dolor – dije medio en broma medio en serio – así que creo que bien.

– Algunos apostaron, creyeron que no durarías dos días, pero aquí estás. Incluso tienes energías para bromear – dijo dando una palmada en mi hombro – creo que lo estás haciendo bien.

– Gracias. – El dolor que me produjo su inocente palmada, me caló hasta los huesos.

Ambos estuvimos contemplando a Namy por unos minutos, hasta que interrumpí el silencio.

– Poul ¿puedo preguntarte algo?

– Claro.

– ¿Hasta cuándo durará esta misión? A veces pienso que sólo nos movemos en círculos en el desierto.

– Han pasado tres semanas desde que partimos de la capital. Las huellas que los rastreadores no nos han servido de nada y no hemos tenido contacto con ningún enemigo. Solamente contigo. Y las provisiones deben estar cerca de agotarse, entonces creo que pronto regresaremos. – Adivinó.

Durante mis noches de dolores interminables y las madrugadas de insomnio intentando curar los moretones de rostro y el resto de mi cuerpo, había dilucidado que efectivamente la forma más eficaz de escapar de aquel infierno era encontrando la civilización. Si podía encontrar pueblos, ciudades con gente suficiente, sin duda sería capaz de huir de la Armada Legendaria.

– Ojalá y tengas razón. – Suspiré.

– No te preocupes – aconsejó él – cuando regresemos a la capital, seguramente te asignarán a una de las bases para los soldados de clase D.

– ¿Clase D?

Poul reía, mi ignorancia parecía divertirle.

– Los clase D son novatos, como tú, que apenas empiezan a servir a la armada.

– ¿Y tú qué clase eres?

– Soy clase C, estoy muy lejos aún de la élite de la armada o la guardia real, pero continúo avanzando. Creo que eso es lo que importa ¿qué dices?

– Que sí – sonreí, pero enseguida entendí que eso también dolía – tienes razón – volví a mirar a Namy – por otro lado – dije sin dejar de mirar aquella luna – no tengo a donde ir, así que supongo que no tengo más opción que ir a una de esas bases de las que hablas. – Mentí.

– Estarás bien, Enrri, no le des tantas vueltas.

Una vez más, la noche dejó caer su silencio sobre nosotros mientras ambos contemplábamos la arena.

– Oye ¿por qué no me cuentas cómo es el lugar de donde vienes? – Curioseó Poul.

Lo miré un poco sorprendido de que alguien en un lugar tan rudimentario sintiera curiosidad por algo ajeno a su supervivencia. Entonces, cuando intenté hacer uso de mis recuerdos me di percaté de que estos parecían cada vez más lejanos, como si no fueran míos, como si todo lo vivido antes de esa nueva y despiadada experiencia no fuera más que un rumor del tiempo, incluso, para recordar simples trivialidades, mi cabeza debía realizar un esfuerzo tremendo.

– No es muy distinto. – Repuse sin querer dar muchas explicaciones.

No lo sabía con certeza, es decir, sabía que había grandes y claras diferencias, como que de donde venía solamente colgaba una luna en el cielo. Eso era, por ahora, una certidumbre. Pero ya no era capaz de discernir todas las obvias diferencias que había entre uno y otro mundo ¿mi mundo tuvo siempre una luna? Ya no estaba seguro ¿y si era yo el problema? ¿podría ser que siempre había vivido en un mundo con dos lunas y en un ataque furtivo de algún malhechor hubiera perdido la razón y comenzara a imaginar todo eso a lo que ahora consideraba como mi vida pasada?

– Espero que puedas regresar pronto a cualquiera que sea tu hogar.

– Gracias.

Poul se levantó y antes de marcharse dio unas palmaditas en mi hombro, otra vez – Si no, creo que te acostumbrarás rápido a Mikar – sonrió – por cierto, finges bastante bien ante el dolor, pero no te exijas demasiado – así se marchó, como si le hubieran contado la cosa más graciosa del mundo, mientras yo me retorcía internamente de dolor.

Me quedé un rato más sobre la arena escuchando el silencio del desierto desvanecerse entre balbuceos y susurros de los soldados en sus tiendas aledañas. Charlaban de nimiedades que les despejaban de las labores diarias y ahí, frente a mi tienda, mi cuerpo se negaba tajantemente a moverse, pero eso ya era normal a esas alturas. Mientras reunía las fuerzas para arrastrarme al interior de la carpa, creí entender la cuestión en sí, la de mis recuerdos. Resultaba obvio que, mientras más tiempo permanecía en ese mundo, sí, había decidido que ese no era mi mundo, más se apartaban mis recuerdos de mi mente. Esta idea me angustió y por un instante dejé de sentir la pesadumbre en mi cuerpo, cosa que aproveché para por fin arrastrarme hasta el interior de mi pequeño refugio y dejarme caer, cediendo al cansancio.

La mañana siguiente, los soldados encargados de despertar a toda aquella tropa gritaban:

– ¡Hora de despertar! ¡nos vamos a casa! ¡los últimos limpiarán los establos en la base por un mes! ¡a moverse!

Di un vistazo afuera y todos recogían sus tiendas de campaña, se embolsillaban cualquier pertenencia, se colgaban las espadas o alistaban cualquiera fuera el arma que portaban y después se avanzaban en grupos armando formaciones específicas que alguno de los tres líderes les había asignado. Enseguida me sacudí el sueño y los dolores, recogí rápidamente mi tienda y me puse en marcha uniéndome a una de las formaciones e intentando seguir el ritmo de la marcha. El viaje de regreso, que para mí más que un retorno era una ida, nos tomó otros dos días. Dos días con descansos perfectamente establecidos. Nadie se quejaba cuando estaba cansado, nadie chistaba cuando los líderes tomaban decisiones, cualquiera que fueran. Todo debía hacerse según lo ordenado, ese era evidentemente su adiestramiento.

Temprano en la mañana del tercer día, por fin, desde la última fila de la formación, divisé a la distancia los enormes muros de lo que parecía una ciudad. Las murallas lucían robustas, se elevaban unos doce metros y tenían garitas con sus respectivos centinelas, además de muchos otros soldados que patrullaban en lo alto. Cuando nos encontrábamos a unos escasos cientos de metros, Poul comenzó a ceder el paso a sus compañeros con movimientos disimulados hasta llegar a la última fila, justo a mi lado.

– Esa es Raucer – avisó – la capital de Mikar. Eres afortunado de poder acceder a ella, Enrri, a muchos soldados de pueblos lejanos les toma años poder visitarla y hay quienes nunca lo logran.

Di otra mirada a las murallas de la ciudad y levanté las cejas sorprendido, supuse que, dadas las circunstancias, las palabras de Poul tenían algo de razón, podría haber ido a parar en un lugar de poca monta o hundido en la miseria que, en ese mundo repleto de precariedad, sería lo más cercano a una sentencia de muerte. No obstante, tenía una idea bastante clara que, incluso siendo una ciudad desarrollada, no se compararía con las de mi mundo o del mundo que creía conocer en mi vida anterior, entonces mis expectativas volvieron a desplomarse.

– Tienes razón. – Mentí.

– Estoy seguro de que podrás adaptarte a nuestro reino y sus costumbres, tiene sus defectos, igual que los otros, pero es un gran lugar para vivir.

– ¿Los otros?

– Los otros reinos, claro.

– ¿Y es que hay más? – enseguida bajé el tono de mi voz para no llamar la atención – ¿cuántos hay?

– ¡Claro que hay más! – dijo divertido – ¿qué pensabas? ¿que todas las tierras habitadas pertenecían a Mikar? – mi nuevo amigo se reía de mí discretamente – vamos, no bromees así, no creo que en tu pueblo no hablen jamás de los reinos, debes provenir de alguno de ellos ¿no? ¿sino de dónde?

– No se habla de muchas cosas en mi pueblo. – Decidí seguir la corriente para no entrar en detalles de mi ignorancia sobre aquel mundo.

Él no pareció demasiado satisfecho con mi respuesta, pero pareció entender que no tenía intenciones de contar mucho sobre mis orígenes.

Cuando por fin alcanzamos las puertas de las murallas, dos enormes portones de madera y metal se abrieron hacia lados opuestos, liberando el paso hacia el interior. Una vez dentro, mis ojos entornados observaron una enorme ciudad feudal repleta de vida, comercio, bullicio y gentes. Habíamos entrado por la entrada principal, que justo daba a la enorme zona comercial de la capital, donde se negociaban compras y ventas de mercancías de todo tipo, provenientes y destinadas de lugares que nunca en mi vida había escuchado y que probablemente jamás conocería en viva imagen; los hombres se amontonaban y comerciaban medio hablando medio gritando el precio de esto y aquello, mientras que las mujeres, muchas de ellas criadas, se dedicaban a las compras a menor escala, comprando lo que les parecía razonable según su presupuesto para las comidas del día, de algunos días o de la semana según fuera el caso.

El grupo continuó avanzando sin dispersarse entre aquel bullicioso mercado que, inmediatamente abría paso a los soldados, comerciantes y clientes por igual, todos cedían la calle a la Armada Legendaria mientras transitaba la zona comercial de la capital. Lo mismo ocurrió cuando abandonamos esa parte de la capital y nos adentramos en otras, caminamos por calles principales de piedra que dejaban mucho que desear para tratarse de una dichosa capital de un dichoso reino, también nos abrimos paso por calles más angostas, pero muy vivas, hasta que, veinte minutos después dimos con una enorme plaza tímidamente conservada, falta de gracia, con escasos árboles, y algunas bancas de piedra para reposar a lo largo y ancho. Desde ahí, giramos a la derecha y continuamos caminando por otros diez minutos hasta por fin llegar a una fortaleza aislada del casco central de la ciudad. Habíamos llegado por fin a la base de la armada.

Lo que antes veía como mi vía de escape acababa de mutilar completamente mis opciones de regresar a mi mundo ¿cómo podía existir aquella ciudad? ¿y cómo podría yo siquiera salir de ese mundo amurallado? Justo entonces me invadió otra cuestión ¿valía la pena salir de ese lugar para enfrentarme al inclemente desierto? Mis pensamientos, impulsados por el desazón de mis cada vez más escuetos recuerdos, comenzaron a tomar en cuenta con bastante seriedad las palabras de Poul, tal vez, era hora de aceptar el hecho de fuere por las razones que fuere y que se escapaban completamente de mi entendimiento mortal, ahora esa era mi realidad y no tenía más remedio que adaptarme a sus costumbres y al mismísimo mundo en sí.

– ¡Sepárense! – ordenaron – ¡hora de descansar!

Al escuchar eso, instintivamente mis hombros se dejaron caer y el cansancio comenzó a llegar poco a poco a mi cuerpo, pero antes de que pudiera dejarme caer y morir felizmente me asaltó la duda ¿qué pasaría ahora? ¿cuál debía ser mi siguiente movimiento? Afortunadamente esta incertidumbre no tardó mucho en disiparse cuando Poul llegó hasta mí con una cara mucho más relajada, con la manos en el cuello como quien libre de preocupaciones, tiene tiempo para entregarse a la tranquilidad.

– ¿Estás perdido? – Preguntó.

– Sí, desde hace más de dos semanas.

Poul reía – Eso aquí todos los sabemos. En fin, la casa de mi familia está en la zona comercial, por lo que no me apetece ir ahora mismo ¿vamos a los dormitorios? –

– ¿Hay camas?

– Las hay, no son las mejores, pero siempre bastan.

– Es suficiente para mí, vamos.

Enseguida Poul comenzó a caminar y yo a seguirlo, él se movía ágilmente por el lugar mientras cruzábamos pasillos, patios y campos de entrenamiento.

– Poul, me gustaría preguntarte algo.

– Eres libre de preguntar, Enrri, pero ¿por qué no esperas a que lleguemos?

– Sí, puedo esperar.

La base estaba rodeada por sus propios muros, por lo que contaba con cierta independencia de la capital, sin embargo, no contaba con una puerta que concediera el acceso al desierto. Dentro de esos muros la armada contaba con sus propias edificaciones para sus distintas divisiones, además de comedores, baños comunitarios, campos de entrenamiento, oficinas, establos, almacenes, depósitos para cualquier tipo de cosas, armerías y todo lo que un ejército pudiese necesitar. Después de caminar durante unos minutos y dejar en el camino las tiendas de campaña en uno de esos depósitos, al fin llegamos a los dormitorios, los cuales eran varias salas enormes con camas dispuestas en dos filas. Ninguna de las camas tenía dueño, por lo que solamente bastaba con encontrar una que no tuviera sobre ella algún objeto o ropa que señalara que ya había sido tomada provisionalmente; el objetivo de no asignar camas, según me explicó mi amigo, era de enseñar a los soldados que no poseían nada, que ellos pertenecían a la armada y sus vidas al reino, y esto debía ser así sin ninguna retribución, pues era su deber como «hijos» de Mikar.

– ¿Cualquiera está bien? – Me aseguré.

– Mientras no esté marcada por alguien más, da igual.

Me tumbé en una de las camas, era dura, nada cómoda y probablemente en mi vida anterior ni siquiera la hubiese considerado una cama, pero dadas las circunstancias, era la cama más cómoda que Mikar habría podido ofrecerme y yo la acepté encantado. A diferencia de mí, que apenas poseía las ropas que me vestían, pues me vi obligado a abandonar mi ropa anterior en el desierto, Poul descargó sobre la cama una mochila pesada en la que acarreaba un montón de artilugios que aparentemente todo soldado del reino debía llevar consigo y luego, sin pensarlo mucho, también se dejó caer en la cama.

– Con un poco de suerte tendremos un par de días libres. – Especuló Poul.

No contesté, no podía, mi atención estaba volcada en dejarme llevar lejos, a un sueño profundo. Guardé la esperanza de que, al despertar, estaría de regreso en mi mundo, arrellanado en mi propia cama y que todo lo vivido los últimos días fuese simplemente un extraño sueño que les contaría a mis padres mientras desayunábamos. Pero no. La noche llegó y todas las camas se ocuparon, no sé si el resto de los soldados entraron y salieron en silencio o si, simplemente mi nivel de inconsciencia era superior a cualquier sonido que pudieran emitir. Dormí hasta el día siguiente y al despertar, todavía seguía ahí, sobre la misma cama estrecha y dura.

Escuché a Poul llamarme mientras tocó mi pie un par de veces.

– Enrri, apresúrate, si no vamos a comer ahora tendremos que conformarnos con las sobras.

Mi cuerpo había gozado del mayor de los descansos de las últimas semanas y no quería que eso acabase, pero la insistencia de Poul me puso sobre aviso y espabilé, me levanté rápido y lo seguí hasta los comedores. Ahí, cientos de reclutas y soldados ya experimentados comían compartiendo largas mesas de madera. No podíamos escoger, pero a ese punto, cualquier cosa era mejor que pan seco y agua. La comida no se veía apetecible, y probablemente no podía reconocer que se supone que había en mi plato, ni siquiera por su olor, a pesar de ello, el sabor no estaba tan mal, podría haber objetado de mil maneras posibles por la presentación o la calidad de los ingredientes, que indudablemente no era la mejor, pero como por bromas extrañas de la vida elegir ya no era más una opción para mí, lo acepté, vi el lado bueno en el sabor, y comí junto a mi amigo.

– Poul ¿puedes hablarme de los cuatro reinos? – Pedí mientras permanecíamos todavía sentados.

Mi compañero me miró con extrañeza.

– Entonces ¿de verdad no conoces nada de eso?

Negué con la cabeza.

– Está bien – aceptó limpiándose la comisura de los labios con un pañuelo arrugado – verás, las tierras habitadas de Psyness están gobernadas por cuatro reinos: Mikar…

– ¿Pyness? ¿qué es Psyness? – Interrumpí.

– ¿Tampoco sabes lo que es Psyness? – En el rostro de Poul se dibujó una incredulidad pasmosa.

Negué con las cabeza otra vez. Poul caviló un poco antes de continuar.

– Psyness es: todo lo que se conoce. Todo lo que hay antes y después del horizonte, en la tierra firme o los mares, incluso los cuatros reinos forman parte de eso más grande a lo que llamamos Psyness.

– El planeta, quizá. – Musité.

– ¿Planeta? ¿así se llama tu hogar?

Sacudí la cabeza – No me prestes atención, continúa, por favor. –

– Psyness se divide en dos partes: Las tierras habitadas y Las sombras – apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos de ambas manos – Las tierras habitadas son gobernadas por los cuatro reinos: Mikar, Sylem, Rouze y Khleox, por otro lado, Las sombras son todo aquello que está más allá de lo conocido por el hombre, al oeste del mar Ihónico, por ejemplo, o al este del Mar Oscuro y, por supuesto, las islas de Las sombras son parte de esa categoría.

– ¿Las islas de Las sombras? – Repetí.

– Es una isla inmensa, para muchos sagrada, donde habitan dragones libres, pero es una tierra prohibida y peligrosa que incluso los cuatro reinos acordaron jamás pisar.

– ¿Dragones! ¿has dicho dragones! – Cuestioné estupefacto.

– ¡Claro! No son comunes hoy en día, pero todavía existen.

Permanecí en silencio anonadado ¿podría ser cierto?

Nos levantamos y llevamos los platos hasta otra mesa donde luego eran recogidos por otros soldados que cumplían turnos en las labores de cocina. Continuamos caminando por las inmediaciones de la base.

– Ahora mismo la paz se cierne entre los cuatro reinos, pero antes han tenido conflictos en diferentes épocas y por distintos motivos. Mikar ha tenido un pasado tumultuoso especialmente con Khleox y Rouze, pero lo peor ya ha pasado, y ahora convivimos en cierta armonía.

Transitábamos los únicos jardines de la base que yacían frente a las oficinas principales donde se encontraban generalmente los altos mandos de la Armada Legendaria.

– También es importante saber que nuestro reino es gobernado por Énico Rialtis, décimo rey de Mikar. No lo olvides, como parte de la armada, debes saber siempre a quien se debe tu lealtad.

Cavilé.

Por la tarde, Poul solicitó permiso para que tanto él como yo pudiéramos salir a la capital. Los responsables respondieron que la solicitud no podía proceder porque por aquellos días, muchos soldados habían solicitado el mismo permiso, entonces mi compañero, a sabiendas de que ofrecerse a patrullar también nos permitiría salir, nos ofreció a ambos a hacerlo y esta vez aceptaron de inmediato. Según Poul, patrullar la capital solía ser poco problemático y a cambio, podría enseñarme Raucer, lo cual me convenía, porque tal vez podría hallar alguna pista de cómo regresar. Nos entregaron un par de espadas y salimos por fin.

Volvimos a caminar por la enorme plaza de antes y noté algo que no entendía cómo había podido ignorar antes, pues, frente a la plaza se alzaba el Castillo de Raucer, una portentosa edificación que hacía las veces de casa para toda la familia real y sus invitados y que contaba con sus propias murallas también, aunque más pequeñas, de unos cuatro metros apenas. Después de las murallas, según Poul, se encontraban exquisitos jardines con plantas de todo tipo y fuentes de agua cristalina, del interior, un soldado novato y de clase baja como él, no tenía conocimiento alguno.

Pusimos rumbo a la zona comercial y sus inmediaciones, para esto, mi nuevo amigo me paseo por los barrios de clase media de la capital, que según se iba avanzando se iban haciendo más pobres, hasta llegar a los barrios considerados realmente pobres, hasta que alcanzamos Emuhl, así era como se le llamaba a la zona comercial que incluso en horas de la tarde contaba con mucha actividad comercial, aunque a aquellas horas, las actividades económicas mayoristas bajan su intensidad y eran las personas del común quienes más rondaban esas calles, buscando los precios bajos de las mercancías sobrantes de las que ya muchos de los mercaderes buscaban deshacerse.

Poul se abría conmigo como si fuera un viejo amigo a quien hace mucho no veía y no parecía importarle en lo más mínimo mi nulo conocimiento sobre el mundo en el que habitábamos. Hablaba de su familia, de sus padres, que vivían en la pobreza y de su hermano y hermana, ambos mayores, que también servían a la armada, pero que, a diferencia de él, se encontraban bastante bien posicionados en aquella jerarquía y que ahora mismo ambos se encontraban ejerciendo sus labores en otras ciudades del reino.

Cuando la tarde comenzaba a caer definitivamente y mientras escuchaba historias de toda índole sobre Raucer, la armada o cualquier otra cosa, un escándalo repentino llamó nuestra atención, y acudimos al sitio de inmediato abriéndonos paso entre kioscos y los últimos compradores que todavía vagaban por Emuhl. Pudimos ver como un hombre, armado con una espada forcejeaba con otros, logró herir a un par y luego tomó distancia, amenazando a cualquiera que se acercase con su arma.

– ¡Igríon! – exclamó uno de los comerciantes – ¡hay uno de Igríon aquí!

Al escuchar esto, Poul aceleró el paso, desenvainó su espada y se dispuso a hacerle frente a aquel hombre.

– ¡Enrri, vamos!

– ¡Espera, Poul! ¿qué sucede?

Sin tiempo para explicaciones, el hombre comenzó a huir y la situación pasó a ser una persecución de dos soldados de clase baja a un aparente criminal. Seguimos al hombre hasta un callejón ciego que le obligó a hacernos frente. Poul, sin embargo, no estaba dispuesto a mediar con palabras y fue directamente a atacar.

– ¡Traidor! – Exclamó Poul.

Entonces dio inicio un intercambio de ataques con sus espadas, una lucha encarnizada que tenía lugar en el callejón y que yo apenas podía presenciar con impotencia, no tenía el valor para interferir, además, no contaba con ninguna clase de adiestramiento de ese tipo, ni siquiera en el desierto, pues, por las razones que fuesen, Cohí nunca me enseñó a usar la espada, ni siquiera las nociones básicas. En el combate comenzó a hacerse evidente que el otro sujeto era más hábil que Poul, y la balanza comenzaba a inclinarse a su favor.

– ¡Niño, lárgate! ¿o es que quieres morir? – Exclamaba el malhechor queriendo disuadir a un Poul que no tenía intenciones de retroceder.

Mientras tanto, yo permanecía paralizado, observando cómo mi compañero estaba siendo superado en combate por aquel hombre.

– ¡No permitiré que un traidor de Igríon escape! – Boceó Poul.

– ¡Muere entonces! – Espetó el otro.

Mientras combatían, ambas espadas chocaron, pero debido a la mayor fuerza del adversario, este se inclinó hacia adelante y desestabilizó al otro, en seguida pateó al frente y Poul cayó al suelo, con la guardia completamente baja, por lo que aprovechó para estocarlo en el pecho.

Antes de que esto último se materializara y sin entender cómo o en qué momento, había desenfundado mi espada y repelido la estocada mortal. El valiente soldado de clase C se repuso.

– Gracias, Enrri. – A pesar de haber estado tan cerca de la muerte, su semblante permanecía serena y decidido.

Permanecí callado.

– Debiste quedarte lejos de esto, mocoso entrometido. – Reclamaba nuestro enemigo.

En verdad estaba perplejo, había desenvainado una espada, me había movido sin apenas darme cuenta y fui capaz de bloquear un ataque mortal para proteger una vida. Ese no era yo. No era mi mundo. No era la vida a la que estaba costumbrado. Pero definitivamente, dejar morir a Poul no era una opción, me puse en guardia entonces y afrontaría las consecuencias, aunque no supiera usar una espada.

– ¡Por ahí, corran! – Exclamaban en las calles aledañas.

Se trataba de refuerzos de la armada que habían sido alertados por los transeúntes.

– No podré lidiar con esto. – Pronunció el contrario enfundando su arma.

Enseguida corrió al muro, se zigzagueó entre las esquinas impulsándose hacia arriba logrando así saltar hasta el otro lado, dejándonos atrás. Respiramos aliviados.

– Estuvo cerca – Poul apoyó su espada en el suelo y se agachó – gracias otra vez.

– Ni lo menciones, apenas pude ser útil.

Los refuerzos llegaron, entonces les indicamos la dirección que había tomado el hombre y estos continuaron la búsqueda.

– ¿Qué es lo que ha sucedido? – Cuestionó uno de los soldados que se quedó con nosotros, su nombre, según nos dijo, era Geítan, un soldado de clase B.

– Era un Igríon. – Avisó Poul.

– ¿Están seguros?

– Al principio lo perseguimos sólo porque en medio de la riña alguien lo acusó de serlo. Pero luego de enfrentarlo, no tengo duda alguna, sus habilidades eran superiores a las de un delincuente ordinario.

Mientras aquella conversación tenía lugar, yo ignoraba completamente lo que ocurría, no sabía qué o quién era Igríon, pero, por la gravedad en las caras de todos, parecía un tema serio. Al mismo tiempo, algunos nos felicitaban por haberle hecho frente a esa situación sin contar con apoyo y ante un enemigo que probablemente podría superarnos.

Íbamos caminando de regreso a la base, caminando por las calles bañadas con las luces tenues de las farolas que se alimentaban con aceite. Lo hacíamos en silencio, ambos estábamos hundidos en nuestros propias introspecciones, hasta que me decidí a hablar.

– Poul ¿puedes explicarme que es todo eso de Igríon?

Volvió a mirarme con cierta extrañeza, igual que antes, hasta que se decidió a hablar también.

– Igríon es un grupo rebelde. Cuenta con criminales provenientes de los cuatros reinos y su base de operaciones principal está en algún lugar de Mikar.

– Rebeldes… – observé las farolas – ¿por eso lo llamaste «traidor»?

– Si no sirves a tu reino de alguna manera productiva, y te dedicas a incordiar su autoridad y su tranquilidad, no puedes ser más que un traidor – Poul sonrió – eso es lo que nos enseñan en la armada, y creo que están en lo correcto.

– Entonces ¿desconocen cuáles son sus objetivos?

– En efecto, se dieron a conocer años atrás y nunca han rebelado nada sobre ellos o si guardan algún propósito. Se dedican a asaltar caravanas de los reinos para saquear la comida o pequeños escuadrones de la armada para abastecerse de armas.

Continuamos caminando hasta llegar a la base, donde entregamos nuestras armas y dimos un informe oral sobre lo que había sucedido en Emuhl. Luego nos dirigimos a los comedores y compartimos la mesa con otra veintena de soldados que hablaban, reían y se lamentaban de todo a la vez, cuando terminamos, nos separamos puesto que Poul tenía asuntos que atender. A partir de ese momento, consideré que era aún muy temprano para irme a la cama, por lo que decidí dar una vuelta por los alrededores de la base.

– ¡Vaya, vaya! ¡Urry!

Esa voz… y ese nombre mal pronunciado.

– Enrri, me llamo Enrri – espeté, y enseguida me reprendí, pues no podía hablarle así a alguien que ostentaba tanto poder como el segundo líder de la armada – me gustaría que por favor lo recordara.

– ¡Tienes valor para hablarme así! – Cohí reía.

– Lo siento – bajé la mirada – todavía no asimilo algunas cosas.

– Descuida, tienes valor, eso te da personalidad, de hecho, te exhorto a que me hables con sencillez, me gusta, pues no eres tan enclenque después de todo, además – puso su mano en mi hombro – escuché lo que hiciste en Emuhl, salvaste a un compañero. Ambos hicieron lo que debían.

– Hice lo que debía para salvar a Poul, pero no fui de mucha ayuda en realidad.

– Por supuesto que no – reía – no tienes adiestramiento con la espada aún, no tuve tiempo de enseñarte ni lo básico, pero igual actuaste cuando debías y la armada no perdió a un recluta, eso es lo que nos vale ahora mismo. Acabas de darle un significado a tu presencia en esta base.

Sopesé esas palabras un momento y entonces agradecí.

– Cohí ¿puedo hacerte una pregunta?

– ¡Ahí está! – abrió los ojos como platos – ¡esa es la actitud! ¡ya me hablas con sencillez! ¡y a la primera! Por lo dioses que este chico es increíble… – parecía extrañamente satisfecho – ¡anda! ¡pregunta!

– ¿Qué es Igríon? – Quería escuchar una repuesta de alguien que tuviera una mirada distinta debido a su posición elevada en la jerarquía de la armada.

Cohí inmediatamente me lanzó una mirada perspicaz, como si intuyera que detrás de mi pregunta, se escondieran intenciones ajenas a la curiosidad, enseguida lo noté y lamenté haber preguntado, pues quizá, lo había puesto sobre aviso innecesariamente.

– ¿Por qué eso es de tu interés, Urry?

– Bueno – dudé – la verdad es que no sé mucho sobre eso y hoy estuve muy cerca de perder a un compañero por ellos.

Me miró por un instante intentando encontrar segundas cuestiones en mis palabras, igual que días antes lo había hecho en el desierto. Pareció no encontrar nada.

– Entiendo – se cruzó de brazos – para serte sincero, lo único que te puedo decir es que son una agrupación de peligrosos rebeldes, cualquier otra información no puede ser revelada a un soldado de clase D y menos a un recién llegado.

– Comprendo, lamento la intromisión.

– Que no te quite el sueño – sonrió – pero, Urry, ten cuidado con lo que preguntas – advirtió con una repentina seriedad – hoy has demostrado tu valía, pero sigues siendo un recién llegado, no sólo en la armada, sino en Raucer, si no te andas con cuidado pueden sospechar de ti.

– Lo tendré presente, gracias, Cohí.

En mi mente se instaló una repentina curiosidad por conocer más de esta agrupación ¿quiénes eran? Y ¿cuáles eran sus objetivos? ¿eran acaso simplemente un grupo de hombre sin dirección que buscan sobrevivir solamente lejos del poder de los reinos? Igríon representaba, según como lo veía, una cara misteriosa de ese mundo extraño que había comenzado a habitar. No obstante, otro asunto comenzó a tomar prioridad en mis pensamientos: mi pérdida de memoria, esta era cada vez más evidente para mí y más preocupante. Salvo algunos aspectos puntuales de mi vida anterior, como mi nombre, mi edad, el nombre de mi ciudad y otros detalles, otras cosas simplemente se apartaban cada día más de mí. Los rostros de mis padres, de mis amigos y de personas conocidas era ahora imágenes difusas y poco confiables. Todas esas preocupaciones si fueron entremezclando unas con otras volviéndose una mezcolanza sin color ni sentido que fue abriendo poco a poco las puertas de los sueños, en donde entré una vez tumbado en mi cama. No desperté hasta que, a la mañana siguiente, Poul me sacudía.

– ¡Vamos, Enrri, ya despierta!

– Poul ¿qué pasa? Déjame en paz, quiero dormir.

– ¡No puedes! Si los inspectores te descubren durmiendo a estas horas te enviarán a limpiar los baños durante semanas.

Enseguida me levanté.

– Deberías empezar la charla con esa valiosa información. – Espeté apresurándome a vestirme.

– Hoy nos he conseguido un pase para salir a la capital ¡sin tener que hacer guardia!

– ¿En serio?

– Sí y te llevaré a comer a un lugar increíble ¡anda, vamos!

En cuanto terminé de vestirme, lavé mi cara en una fuente cercana y también enjuagué mi boca antes de ponernos en marcha. Poul me guio hasta Karbal, la zona contigua a Emuhl y donde abundaban negocios de comida, bares de mala muerte, traficantes de no sé qué y mujeres que ofrecían sus cuerpos a cambio de unas monedas, allí, entramos a un kiosco donde mi amigo ordenó dos platos de Toral.

– ¿Toral? – Indagué.

– Es un plato muy raro ¿sabes? – explicó él con el dedo índice levantado – se trata de membrana de ala de dragón con oryza.

– ¿De qué me hablas, Poul?

– ¿Acaso tampoco sabes qué es oryza? – Entornó los ojos alarmado.

No, no lo sabía, pero más intrigado me tenía aquello de las alas de dragón.

– ¿Cómo que alas de dragón? – Cuestioné.

– ¡Pues eso! – exclamó – como te dije, es un plato raro, porque las membranas de alas de dragón solamente se pueden conseguir en algunos lugares de difícil acceso de las tierras habitadas. También en muchos lugares de Las sombras, pero como he dicho antes, esas son tierras prohibidas, así que se consiguen a precios muy caros.

Le miré estupefacto, lleno de incredulidad ¿comerían en serio algo así en ese mundo? ¿y qué rayos era oryza?

Diez minutos después, sobre la barra dispusieron de un enorme plato de sopa para cada uno, una sopa espesa e hirviente de color amarillo, un vaso de madera con agua fría y un plato repleto de arroz con una fina carne oscura, sazonada con extrañas especias que mojaban el arroz y le daban un color rojizo a los granos pálidos.

– ¿Esto es «oryza»? – Pregunté a Poul señalando el plato.

– Sí. – Confirmó.

– Arroz, me dije a mí mismo.

– ¿A qué? – Curioseó él, confuso.

– Nada – evité el tema – mejor enséñame a comer esto.

Comimos el Toral entre mis dudas y su insistencia; al principio fue difícil para mí dar un bocado a tan excéntrico platillo, pero, después de probarlo no pude negar que aquella carne y la sazón con la que se cocinaba tenían buen sabor, tampoco la sopa, espesa y caliente, no tenía un sabor desagradable, todo lo contrario, aquella era por mucho la mejor comida que mi paladar había probado en semanas. Poul pagó con varias monedas y al salir, contaba las que le quedaban en su mano.

– ¿Ha costado mucho? – Pregunté.

– Descuida, tú invitas la próxima. – Dijo sonriente.

Asentí con el tono de voz. No sabía cómo pagaría esa invitación, pero estaba dispuesto en agradecimiento por todo lo que mi nuevo amigo hacía por mí.

– Oye, Poul ¿alguna vez has visto dragones? – Quise saber.

– No – respondió enseguida – pero me gustaría.

– ¿Y cómo los cazan?

– No sé todos los detalles, pero tengo entendido que, generalmente los cazan cuando se desplazan entre las Tierras habitadas y Las sombras. Aparentemente es cuando son más vulnerables, especialmente en medio del mar, si los cazadores son capaces de derribarlos con arpones o redes, una vez en el agua, son pan comido.

– Es… una locura. – Sentencié.

– Este lugar del que vienes – Poul se puso repentinamente serio – ¿puede no ser Psyness, Enrri?

Ambos nos detuvimos y permanecimos observándonos un instante, mi compañero escrutaba mis ojos esperando una respuesta honesta de mi parte. Temí decepcionarlo si al tratar de evitar complicar más las cosas, decidía mentir solamente para evitar largas explicaciones que tal vez él ni siquiera creería, pero me preocupó más que pudiese percibir mi falta de franqueza y se alejara de mí siendo el único amigo que tenía en ese hostil mundo.

– Efectivamente – suspiré – creo que, el lugar del que provengo, ni si quiera existe en este mundo. – Admití.

Poul siguió fijando su mirada en mí durante unos segundos.

– Comprendo – se cruzó de brazos – no lo entiendo del todo, pero eso explica tu enorme ignorancia por todo lo que te rodea. No pareces la clase de persona que es simplemente ignorante, pareces más bien perdido – me tomó del cuello y sacudió mi cabello – pero lo que afirmas es una locura, así que no lo divulgues por ahí ¿vale? Yo decido creerte por ahora, y si algún día quieres hablar de eso, te escucharé.

– Gracias, amigo. – Mis agradecimientos era genuinos, me sentí aliviado.

– Dime algo ¿hay dragones en tu mundo?

– No. – Negué inmediatamente.

– ¡Punto para mi mundo! – Dijo divertido.

Pasamos el resto del día vagando por la capital, observamos algunos espectáculos callejeros de artistas itinerantes que viajaban por los reinos ofreciendo sus bailes, actos, cuentos, canciones y cualquiera fuera su arte a los pueblerinos aburridos que divertidos, disfrutaban aquel momento diferencial de sus días. Era una salida de lo cotidiano para ellos, una distracción y en un mundo sin radio, televisión, computadores ni ninguna clase de aparato que ofreciera entretenimiento; aquellos artistas eran una parte importantísima de la sociedad de ese mundo. También visitamos algunas armerías, mi nuevo amigo soñaba con una reluciente armadura y una espada personalizada, y cada cierto tiempo, pasaba por un par de armerías a preguntar por presupuestos y deleitar su vista con espadas de todo tipo.

Cuando nos dimos cuenta, el día había cesado y la noche caía sobre Raucer. Era tiempo de regresar. Mientras caminábamos, hablábamos de temas fútiles, pero que nos entretenían, aquel chico y yo empatizábamos muy bien, y para mí se hizo obvio que Poul, aunque sí que era conocido por sus compañeros, no guardaba relaciones estrechas con ninguno, lo cual no lograba comprender. En dado momento, alcé la vista y contemplé a Khimiro y Namy, ahora era la luna rojiza la que estaba más cerca del horizonte y la azulada en la parte más alta del cielo. Me maravillé genuinamente por esa imagen, como si por fin, después del impacto inicial de haberlo perdido todo repentinamente y sin explicación, comenzara a aceptar mi situación, también fue claro para mí, que la pérdida de mis recuerdos me facilitaba este hecho. Sabía que echaba de menos muchas cosas de mi vieja vida, pero si no podía recordar qué cosas eran esas, no tenía sentido sentir tristeza y cuando la sentía, era más sencillo ahuyentarla.

Por un instante me olvidé de mis preocupaciones en ese nuevo y desconocido lugar, me olvidé de mi pasado y de pensar en cómo regresar y solamente disfruté de mi caminata, charlando con mi compañero, mientras observaba ocasionalmente ambas lunas teñir el cielo con sus colores radiantes.

Hice bien en aprovechar ese último día de descanso y olvidarme momentáneamente de todo, porque, ni bien llegadas las cinco de la mañana del día siguiente, todos y cada uno de los reclutas en los dormitorios fuimos obligados a levantarnos y correr hasta los campos de entrenamiento, donde continuó mi adiestramiento físico, aunque ya no con el bestial Nirko, sino con un instructor de los de la base, encargado especialmente de fortalecer y mejorar las aptitudes físicas de los nuevos soldados. En esta área, contaba con una corta ventaja pues, había sido «entrenado» por Nirko durante dos semanas, en las que debí hacer uso de todas mis habilidades de supervivencia para no morir y, entrenar con el instructor o cualquiera de los otros reclutas, no era comparable a tratar de no morir aplastado por el tercer líder de la armada, además de que, tenía la vaga idea de que, en efecto, poseía algún tipo de formación en esos ámbitos.

Por otro lado, también dio inicio mi instrucción con la espada y la cabalgata. Aquí por otro lado, mi experiencia era cero en ambas áreas. Al comienzo, nos limitamos al uso de espadas de madera para las sesiones de entrenamiento, aunque, recibir golpes de una espada de madera, continuaba siendo una experiencia bastante dolorosa, era mejor que ser apuñalado.

Debido a la presión de los instructores, por avances rápidos, y la poca disposición de tiempo para cualquier otra actividad que no fuera dedicar tiempo al desarrollo de esas competencias y cumplir nuestras labores de limpieza y cocina, el avance de todos los reclutas era visible y después de solo dos semanas, ya dominábamos los entrenamientos con espadas. Nuestros movimientos todavía eran torpes, algunos innecesarios, otros eran básicamente errores mortales en un combate real, pero en comparación con los primeros días, era un gran avance, por lo que después de otras dos semanas, los entrenamientos comenzaron a incluir espadas reales. Estas eran más pesadas y letales, nos recordaban que la vida era frágil y un error podía significar despedirnos de ella, pero eran estos mismos pensamientos los que nos obligaban a dar lo mejor para dominar los conceptos básicos del arte de la espada; afortunadamente, yo contaba con reflejos agudos, de los que también hacía uso en los entrenos de ese arte.

También, y en simultáneo con los otros dos adiestramientos, nos enseñaban las cuestiones básicas que todo jinete debía saber: postura y equilibrio, comunicación y cuidado el caballo, técnica de montar y conocimiento del terreno.

Un mes y medio después de haber comenzado el aprendizaje de todas esas disciplinas, ya era capaz de mantener un combate de bajo nivel con la espada, de montar a caballo y por supuesto y donde mejor destacaba, era en la defensa personal cuerpo a cuerpo. Había comenzado a ganar masa muscular debido a las arduas jornadas en las que nuestros cuerpos eran puestos a prueba constantemente.

Después de las últimas semanas de faena, Poul y yo conseguimos un día de descanso con libertad para salir a la capital, no habíamos vuelto a la ciudad desde aquel día en que confesé a mi amigo la verdad de mi procedencia, este sin embargo, tenía asuntos familiares que atender durante el día, por lo que convenimos nuestra salida a la ciudad cerca del atardecer, mientras tanto, en el día, me dediqué a descansar, recorrer la base de cabo a rabo y observar a los soldados que sí tenían actividades programadas. Además de Poul, no había sido capaz de fraternizar con nadie más en la base, los conocía a todos y todos me conocían a mí, cooperábamos cuando era necesario y cuando no, simplemente el resto tomaba distancia sutilmente. Seguían sin confiar en un recién llegado como yo.

Tampoco había desistido en mi idea de regresar a casa, pero no podía decir que contaba con abundancia de ideas; seguía esperando alguna señal, algo que me alertara de una posibilidad para volver a casa, aunque ya apenas recordaba cosas. Rostros no. Pero los detalles como mi nombre, mi edad y lo que me definía como persona continuaba muy vigente, no así lo que hacía a otros parte de mi vida, pero sabía que había dejado personas atrás, cosas por resolver, una vida, y que probablemente todos se preocuparían por mi repentina desaparición, estos eran los principales alicientes para mi deseo de regresar. Continuaba a la espera de esa señal, de ese algo, mientras tanto, la vida en la armada me distraía de pensar demasiado y me proporcionaba un techo y comida.

Caída la tarde, me encontré con mi compañero y nos dispusimos a pasar un rato agradable hablando y compartiendo como lo habíamos hecho antes, este hablaba de su propio entrenamiento, de sus dificultades y puntos fuertes, también de chicas, Poul solía hablar mucho de chicas, especialmente las que veía en la calle mientras caminábamos y yo, por supuesto, también le seguía la corriente ¿por qué no? Éramos hombres en nuestra plena juventud y nos gustaba aprovecharla apreciando la belleza femenina. Paseamos por Raucer y conversamos largo y tendido sobre infinidad de cosas fútiles, pero sin duda entretenidas, hasta que se hizo la hora de regresar a la base.

Ya cerca de las puertas de los muros que rodeaban la base de la Armada Legendaria, escuchamos voces de alarma que nos pusieron en alerta y acto seguido una gran movilización en el seno de la base.

– ¿Qué sucede? – Me pregunté.

– No lo sé, pero parece grave ¡vamos!

Mientras corríamos a los edificios, vimos a la distancia a los tres líderes dando órdenes. Metros antes de llegar a ellos, una gran explosión tuvo lugar en alguna parte de la capital, haciendo que todo el ruido anterior pareciera ser solo el rumor del desierto.

Una columna de humo negra se levantó desde la capital.

– ¿Qué está sucediendo! – Cuestionó Poul a un soldado que corría hacia la capital.

Se trataba de Geítan.

– ¡No lo sabemos aún! ¡pero la capital está bajo ataque! ¡busquen equipo y salgan a defenderla! – Se marchó.

Continuamos corriendo para buscar armas y un traje de combate de la armada y antes de alcanzar la armería, nos topamos con Cohí.

– ¡Cohí! ¿qué ocurre! – Indagué.

– ¡Urry, Poul, ustedes y el resto de los de clase D y C acudan a Emuhl, refuercen la entrada! – Ordenó el segundo líder de la armada sin perder tiempo y marchándose.

Enseguida llegamos a la armería, nos equipamos y salimos a toda prisa a la capital, los establos estaban vacíos, pues los reclutas de clase C y D no tenían caballos asignados. Corrimos incansablemente a Raucer, en la calle podía verse el miedo de los habitantes de la ciudad, el pánico cundía por doquier y también el desconocimiento, porque estábamos bajo ataque, pero no sabíamos si intentaban invadirnos o era algún tipo de ataque interno y esa era una gran desventaja.

Una gran cantidad de soldados se habían dispersado a lo largo y ancho de Raucer, o al menos eso percibimos mientras corríamos en dirección a Emuhl. Casi veinte minutos después de correr sin descanso y apenas bajando el ritmo a intervalos cortos, al fin llegamos a la zona comercial, ahí ya estaban Cohí y Ámitar, inspeccionaban una casa en donde, aparentemente se había iniciado una riña que rápidamente se salió de control y donde, por razones aún desconocidas había tenido lugar la explosión de antes.

– Algo anda mal – musitaba Ámitar, escéptico – no hay víctimas, la casa estaba vacía.

– Esto no pinta bien, Ámitar – avisó el segundo – es un ataque interno.

– ¡Líder! – un jinete de rango B llegaba cabalgando a toda velocidad – ¡Atacan el castillo!

– ¡Es una distracción! – exclamó Ámitar, furioso – ¡Al castillo! ¡ahora!

Esta vez, nos subimos en carretas y fuimos llevados junto a otros soldados en dirección al castillo.

– ¿De qué puede tratarse todo esto? – Cuestioné a mi amigo.

– No estoy seguro, pero sea como sea, el castillo no es un lugar fácil de doblegar, la guardia real está compuesta por miembros élite de la armada, así que eso nos hará ganar tiempo hasta que lleguen refuerzos.

Cuando llegamos al castillo, los jinetes y las carretas repletas de los soldados que habían acudido al castillo se detuvieron en la gran plaza, desde ahí, Ámitar y Cohí dieron nuevas instrucciones. Ellos y sus escuadrones entrarían al castillo mientras que el resto vigilaría y haría frente a cualquier enemigo que estuviera en las afueras de la casa del rey. Poul, yo y un grupo de otros soldados nos dirigimos a los jardines del castillo. Mientras corríamos, escuchamos una lucha que tenía lugar cerca de una fuente, al acercarnos, vimos a dos soldados haciendo frente a cuatro enemigos.

Era la primera vez que estaría en un combate no simulado y mi vida correría peligro real, completamente real. Poul y yo entramos en de lleno en el enfrentamiento, ahora éramos cinco contra dos, pues uno de los soldados había caído antes de poder apoyarlos. Hay que decir que ninguno de los miembros de la armada que estábamos ahí era un guardia de élite.

En cuanto llegamos nuestras espadas sacaban chispas entre choque y choque, pero aquellos hombres tenían la capacidad de luchar contra nosotros cinco al mismo tiempo, su habilidad era increíble. Poul y yo nos centramos en uno de ellos, combinábamos nuestros ataques esperando el momento oportuno de abrir su defensa, este, sin embargo, se desentendió de nuestros ataques ágilmente y consiguió romper mi propia defensa, lanzando una estoca directo al pecho que esquivé rápidamente haciendo todo el uso de mis reflejos. Ahora era él quien estaba en desventaja y empujé la mano que empuñaba el arma hacia abajo, esto lo aprovechó mi compañero para intentar clavar su espada en las costillas del enemigo. No fue posible, porque el otro enemigo se las arregló para librarse de los ataques de los soldados y alcanzó a interponer su espada. Sin embargo, no había terminado de reaccionar cuando otra espada atravesó el pecho de nuestro enemigo, nadie lo vio venir, ni siquiera su aliado, quien rápidamente también cayó al suelo luego de un ataque relámpago.

Ninguno de los dos estaba muerto, aún. Poul se encargó de rematar a uno.

– ¡Enrri! ¡no dudes! – Vociferó Poul.

Me decía esto para que hiciese lo mismo con el otro, a quien, de hecho, quitarle la vida era casi un favor, pues sus pulmones se habían inundado de sangre y pronto perecería no sin antes agonizar asfixiado. Pero no me atreví, él era un ser humano, yo era un ser humano ¿quién era yo para asesinar a alguien? ¿en qué me convertiría eso? El soldado recién llegado, quien sí era un soldado de élite, fue quien se encargó de acabar con el sufrimiento de aquel sujeto agonizante.

– Si dudas, tarde o temprano vas a morir – advirtió el soldado de la guardia real – contra ti ninguno de ellos mostrará compasión y entonces eso que crees que perderás por matar a un hombre que busca tu muerte, morirá contigo ¿no ves lo absurdo del dilema? – Entonces sacó su espada del cuerpo del enemigo muerto.

Mi cerebro intentaba asimilar aquello, sin duda era una cuestión de vida o muerte, pero una porción muy grande de mi cerebro continuaba resistiéndose a cegar una vida. Supe que eso debía cambiar.

Sin tiempo para seguir pensando en mis propios dilemas, otros dos enemigos llegaron para atacarnos. Esta vez, al guardia real le tomó más tiempo lidiar con uno de los sujetos, mientras que nosotros, comenzamos pelear. Iniciamos el embate contra nuestro enemigo.

Poul atacó primero, las espadas de ambos colisionaban mientras que el otro soldado y yo rodeamos al enemigo.

– ¡Abajo! – grité al lanzar un ataque a la cabeza de nuestro adversario – mientras hice esto, cerré los ojos para no afrontar las consecuencias de lo que acababa de hacer.

Pero este reaccionó y se agachó justo a tiempo;’ mi amigo apenas lo dejó reaccionar cuando volvieron a forcejear con sus armas. El otro soldado y yo atacamos al mismo tiempo, el sujeto quiso esquivar ambos ataques, pero mi espada fue más rápida que sus reflejos y abrí una profunda herida en su brazo. El dolor le obligó a retroceder y esto Poul lo aprovechó para estocarlo en el corazón.

El guardia real, notablemente exhausto, pues se notaba que había librado ya varias batallas, estaba muy emparejado con un enemigo que se veía más fresco. Poul enseguida fue a apoyarlo sin mediar palabras y nuestro enemigo fue capaz de librar un combate con aquella desventaja. Mis manos temblaban y mis piernas ya no querían sostenerme, pero me aferraba a la idea de que no era ese el momento para ser débil. Esta vez fui yo solo al ataque, el otro soldado, claramente de clase D, igual que sus compañeros, estaba exhausto. Entonces ataqué por la retaguardia a mi objetivo, pero este hizo volar mi espada por los aires con un rápido movimiento, y antes de que pudiera matarme, Poul y el soldado de élite frenaron sus intenciones; enseguida aproveche y me abalancé sobre él, di una patada en su mano y lo tomé del cuello derribándolo. Ambos caímos. Mientras forcejeábamos, más fuerza le aplicaba, hasta que el guardia real clavó su pie en el estómago de nuestro rival, lo solté y sin apenas darme tiempo a apartarme, el hombre en el piso fue apuñalado por la espada del guardia.

El guardia suspiró.

– Lo han hecho bien, hay muchos, y han dividido nuestras fuerzas. Si hubiera más soldados de clase B y A en las cercanías, esto no pasaría – tomó una amplia bocanada de aire – es hora de seguir. – avisó.

Poul y yo seguimos al guardia hasta la entrada del castillo, subimos las gradas que separaban los jardines de la entrada principal y ahí, Cohí y Ámitar ya analizaban la situación.

– ¿Cuál es la situación, señor? – Indagó el soldado élite.

– No han atacado a la familia real, pero sí que han invadido el castillo. – Contestó Ámitar.

– ¿Estás bien, Vico? – Se aseguró Cohí.

– Sí, lo estoy. Estos jóvenes soldados han sido de gran ayuda. – Dijo refiriéndose a nosotros.

Ámitar no se inmutó por el comentario del chico de la guarda real, mientras que Cohí, sin decir una palabra, sonrió discretamente mientras nos miraba, claramente orgulloso.

– ¡Ámitar! ¡Cohí! – exclamaron frente a nosotros, quien hablaba lo hacía desde el interior del castillo y salía de este, furioso – ¡quiero respuestas! ¿qué ha pasado aquí! ¡esto sólo puede ser obra de esos malditos de Igríon! – el reclamo era puntual y agresivo, solamente una persona en todo el reino podría hablarles así a aquellos dos hombres: el rey.

En cuanto el rey dejó ver su figura fuera del castillo, todos los que lo vieron se hincaron postrando una rodilla en el suelo y agachando la cabeza en señal de respeto absoluto al monarca. Enseguida Poul me tiró del brazo y me uní al resto.

– Mi señor – empezó a hablar Ámitar – haremos todo lo posible para…

– ¡Espero más que eso! – intervino el rey – ¡espero muchísimo más que eso!

El hombre que, asumí era quien sin duda reinaba sobre todo Mikar, se veía colérico; a su lado una joven criada permanecía en silencio, aterrada por el estado de su rey.

– ¡Tú! – dijo el rey dirigiéndose a la mujer – dilo aquí ¿a quién se llevaron!

La mujer apenas podía mantenerse en pie ante esa situación, sus piernas temblaban como gelatina y sus manos, unidas sobre su vientre permanecían aferradas a su cuerpo como queriendo evitar que se le escapara el alma.

– A-A… – titubeó – A Rea, su majestad. –

– ¡A Rea! – coreó el rey, furibundo – ¡quiero una búsqueda inmediata! ¡nadie roba al rey Énico Rialtis y conserva su cabeza! ¡búsquenla, ahora!

– ¡Enseguida, su majestad! – Los dos líderes de la armada respondieron al unísono.

La escena seguía siendo bizarra para mis ojos. Era ver a aquellos dos guerreros poderosos reducidos a simples hombres que eran tratados como corrientes chiquillos, y reprendidos sin ningún tipo de contemplación frente a toda la guardia real y la armada que les servía sin chistar.

¿Y quién podía ser Rea?

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