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Textos: Sebastián Araujo Escritor
Ilustraciones: Sebastián Araujo
Los hechos, organizaciones y personajes de esta historia son ficticios. Cualquier parecido con la realidad debe ser una fabulación delirante
de quien esté leyendo esto.
Sebastián Araujo escribe “MAX EL ÁNGEL”
CAPÍTULO 1: ¡USTED ES UN ÁNGEL!
Primero, nada. Todo estuvo negro por un momento y falto de cualquier sensación.
Entonces, poco a poco, notó que sus sentidos se despertaban, pero lento, como una máquina antigua reiniciándose.
El suelo estaba durísimo y áspero. Sin duda, se había golpeado muy fuerte al caer. Era como si un gigantesco puño de piedra lo hubiera impactado con toda su potencia y lo hubiera, además, raspado con mucha fricción para afectarlo más.
Dolor y raspones colorados por todo el cuerpo.
Después abrió los ojos con dificultad, como si despertara con una gran resaca, y se sintió encandilado por la claridad de la tarde.
Se incorporó, un poco torpe, apoyó su pequeña manito sobre una pared para equilibrarse y miró a su alrededor.
Era un día sábado por la tarde y daba la casualidad de que se celebraba también el “Día del amor y la amistad” en esta ciudad.
Se oía música y ruidos y voces inentendibles que salían de unos altavoces de pésima calidad instalados en algún lugar cercano.
Al principio no halló a nadie más, pero le pareció incomprensible el entorno surrealista en que se encontró: había un camino de piedra ancho acompañado por caminos de piedras más pequeños a sus costados, unos pocos árboles crecidos en hilera y un predominio de las figuras geométricas cuadradas y rectangulares nunca visto.
(Pero ¡¿qué es esto?! ¡¿Qué mie*** es este lugar?! ¿Una aldea?)
¿Por qué todo era tan cuadrado? Se lo preguntaba mientras abría sus ojos enormes tratando de abarcar cada cosa.
Innumerables estructuras de piedra rectangulares se ubicaban una tras otra, una tras otra, en una fila sin fin. Y estos rectángulos tenían a su vez más rectángulos pequeños dentro de cada uno. ¿Cómo explicar lo extraño que era el lugar? Extraño y monótono.
Como ya estaba superando el mareo, el golpe y la confusión, empezó a regresar su sentido auditivo y percibió la vibración de muchas voces juntas.
Por uno de los caminos de piedra se aproximaban personas que iban directo hacia él. Algunos llevaban disfraces y otros ropa llamativa con estampas de círculos sonrientes y carteles de colores festivos con grandes dibujos de corazones donde se podía leer, por ejemplo, “FELIZ DÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD”.
De hecho, había también quienes directamente estaban disfrazados de vergonzosos corazones enormes, de flores –horrorosas flores gigantes con piernas y brazos que bailaban sin gracia en el lugar– de animales en dos patas y de otros elementos completamente aleatorios. Al parecer, cada quien había llevado el disfraz o la vestimenta que había conseguido por su cuenta, sin que los uniera a todos un criterio en común.
Quien cargaba el disfraz de corazón era particularmente chistoso pues con su baja estatura, sumada al desastroso diseño de su traje, apenas si podía mantenerse en pie y sufría mientras intentaba transmitir un supuesto sentimiento de alegría. Pero, aun así, este hombrecillo era uno de los que más se esforzaba y más pasión intentaba mostrar.
Por lo demás, muchas de aquellas personas celebraban una fiesta con colores, caramelos, globos y música… pero no con sus caras, que los delataban completamente incómodos, como si estuvieran siendo obligados a celebrar algo que no entendían.
Él primero se alivió al encontrar personas en ese instante solitario, sonrió con cierto dolor aún y abrió los bracitos en señal de saludo.
La gente que se acercaba parecía haberlo reconocido de algún encuentro anterior y cuando estuvieron muy próximos lo confirmaron con sus gritos:
–¡AHÍ ESTÁ! ¡¡¡ES EL!!! –vociferó un joven con globos.
–¡¡¡AHÍ VA!!! –se sumó alguien más.
–¡SE QUIERE ESCAPAR! ¡ATRÁPENLO! –exhortó la flor.
–¡¡¡MEJOR MÁTENLO!!! –gritó el corazón.
–¡¡¡SÍ!!! ¡¡¡MÁTENLO!!!
¿”Mátenlo”? ¿Cómo que “mátenlo”? ¿Qué estaba pasando? Esa gente no practicaba lo que anunciaban en sus carteles. Estaban enfurecidos por alguna razón y él lo comprendió, se asustó y corrió.
¿Hacia dónde? No lo sabía. Solo corrió y corrió, corrió y corrió, corrió y corrió. Nada más. No había tiempo para reflexionar, ¡¡¡a correr!!!
¡Ja, había que verlo correr a toda velocidad! ¡Tan pequeñito, iba de a ratos desesperado y de ratos con la postura de quien practica ese deporte llamado marcha atlética, pero a velocidad más acelerada!
Al cabo de un largo rato comprobó que ya no lo perseguían y también otra cosa: aunque había corrido una gran distancia a mucha velocidad y con esas patas tan cortitas que tenía, no sentía ningún cansancio.
Había podido evadir a sus agresores, pero también se había internado más en ese mundo tan raro.
Llegó a una plaza, ese ambiente sí le resultaba más familiar.
Una joven pasó junto a Max y casi chocó con él, pero no se detuvo ni se disculpó, sino que simplemente siguió caminando.
Alguna gente podía ser descortés, pero era ese buen espacio verde, poblado de árboles, pájaros y personas recreándose.
Sin embargo, aunque sentía cierta familiaridad, esa no era una plaza conocida para él.
Ahora, bien, podríamos jugar al misterio y no revelar aún de quién estamos hablando… ¡Qué suspenso! ¿Quién es el protagonista de esto? ¿Cómo se llama? Pero la pura verdad es que ¡ya no podemos ocultarlo más! Ustedes lo saben, yo lo sé, todos lo sabemos: ¡Nuestro héroe se llama Max!
Como es seguro que ya lo saben, porque lo dice en el título mismo, no tiene sentido demorar tanto esta revelación, ¿no creen?
Así que, bien, continuemos: Rodeaban el lugar nuevas versiones de esos rectángulos de piedra, esta vez, enormes. Algunos variaban, por ejemplo, con colores, inscripciones o paredes transparentes.
También halló una iglesia. Esa clase de edificación también le resultó familiar.
Las personas en la plaza parecían más tranquilas o por lo menos no corrían como desquiciados gritando cosas como “atrapar” o “matar”, así que era un buen lugar, se sentía relajante estar allí.
Max miró un rato el paisaje del lugar y vio que estaba lleno de animación: animales, espacio verde, niños que jugaban y corrían, gente que comía, extraños vehículos, ruidos, músicas, conversaciones, risas…
La joven que antes casi había chocado con Max, cruzaba la calle en dirección a la estación de tren.
El pequeño no sabía dónde estaba, así que trató de hablar con quienes pasaban por allí pero nadie le respondió. Era como si no lo vieran o no lo quisieran ver. Como si tampoco lo escucharan, como si no existiera, como si no creyeran en él.
–¡Disculpe, señor! ¿En qué planeta nos encontramos?
–Disculpa, joven, ¿en qué planeta nos encontramos?
–Buenas tardes, señora, ¿me diría en qué planeta nos encontramos?
–Hey, niño, ¿me dices en qué planeta nos encontramos..?
–Señor…
–Señora…
–Chicas…
–Chicos…
–Gente… ¡¡¡Alguien!!!
Se sentó en el césped un momento y empezó a percibir algo en las personas del lugar. Con solo mirarlas, incluso con solo enfocarse en ellas o prestarles un poco de atención, comenzaba a sentir una “vibración”. Y ya no era solo la vibración física del sonido al hablar, sino que se trataba de la energía de las personas, expresada en suaves ondas expansivas invisibles emitidas de forma constante por cada quien.
Normalmente eran invisibles pero de pronto Max las había empezado a ver.
Muchas eran suaves y se esfumaban al expandirse a pocos centímetros del cuerpo. Otras eran más intensas. Algunas pacíficas, otras inestables. Algunas estaban hechas de claridad, de distinta coloración o directamente de sombra y oscuridad.
Estas señales salían de todo: de las personas, de los animales, de las plantas, con diferente tonalidad y matiz.
Se recostó un momento sin saber exactamente qué hacer y cerró los ojos para conectar con el silencio.
Lo logró y estuvo así unos minutos pero luego todo se perturbó otra vez.
Una corriente de vibraciones caóticas interrumpía la paz. Era como una gran alarma, como una gran sirena de bomberos energética. Alguien muy cerca de allí estaba emitiendo señales de una angustia desesperante.
Al sentir esto, despertó en él un instinto veloz.
Resuelto, se levantó de pronto, como si hubiera adquirido superpoderes o algo similar y supo exactamente de qué zona provenía el alboroto.
De una forma casi teatral, señaló con su dedo la dirección del conflicto y corrió hacía allá.
No se esperaría que alguien de tan baja estatura, con extremidades tan cortitas y esa gran cabezota, pudiera ser tan ágil, pero él lo fue. Con una destreza fenomenal dejó atrás todo tipo de obstáculos como gente, juguetes de niños, ciclistas sorpresivos, cacas de perros de diferente grosor, automóviles, buses, barandas, escaleras y no bajó nunca el ritmo hasta llegar al lugar a una velocidad fenomenal.
Incluso se permitió devolverles su pelota a unos niños, que la habían arrojado lejos, con una palmada al paso sin dejar de correr, ¡increíble!
Algo pasaba. Había un amontonamiento de gente a ambos costados de las vías del ferrocarril.
El tren se aproximaba acelerado a la estación y una joven de vestido verde y chal azul permanecía inmóvil en medio de las vías. Parecía dispuesta arrojarse a su paso.
Los testigos intentaban disuadirla pero la mujer únicamente gritaba y se negaba entrar en razón.
Max se abrió paso, dio un gran salto y llegó hasta allí, corrió hacia las vías mientras la máquina se aproximaba con su fuerza arrolladora, tomó a la mujer en sus brazos y con otro salto salieron por completo del camino del tren, que al instante pasó por allí e hizo temblar la tierra.
La joven no dejaba de llorar y de agradecer. Y dejó ver, entonces, que en sus brazos estaba cargando a un bebé.
Era la misma persona con quien Max ya se había cruzado en la plaza.
Los presentes estaban atónitos.
¿Qué tipo de desesperación la habría llevado a intentar algo así? ¿Por qué lo había hecho?
–¡¡¡Graciasgraciasgraciasgraciasgracias!!! ¡¡¡Dios mío!!! ¡¡¡Muchas gracias!!!
–¿Se… se encuentra bien?– preguntó Max.
–¡¡¡Sísísísísí!!! ¡¡¡Muchas gracias!!! ¡¡¡Ahora me encuentro bien!!! ¡¡¡Ahora me encuentro bien!!!
–Escuche, señora, yo no sé por qué lo hizo, no sé por qué estaba intentando eso pero…
–¡¡¡NO!!! ¡¡¡Yo jamás!!! ¡¡¡Jamás pienso en algo así, Dios mío!!! ¡¡¡Además tengo a mi bebé!!! ¡¡¡Sabes, la gente gritaba, pero nadie se acercaba a mí!!! ¡¡¡No sé qué fue lo que me pasó!!! Simplemente… me paralicé allí, no pensaba en nada, solamente me quedaba allí. ¡¡¡Dios mío!!! ¡¡¡Si no me hubieras sacado de las vías, mi bebé y yo..!!!
–Espere, ¿dice que fue algo involuntario? ¿Qué algo extraño la paralizó y que no se podía mover?
–¡¡¡Sí, Dios mío, es así, niño!!! ¡¡¡Gracias, niño, graciasgraciasgracias!!!
–Me alegra que se encuentre mejor… Espere, ¿me dijo, “niño”?
–Sí, pero perdón, perdón, usted no es ningún niño: ¡¡¡Usted es un héroe!!!
–No, nada de eso, yo simplemente la quité de las vías del tren, cualquier persona podría haberlo hecho.
–Mucha gente estaba gritándome, pero nadie se acercó, solamente usted. Es más, usted no es solamente un héroe valiente, señor, ¡¡¡usted es un ángel!!!
“Usted es un ángel, usted es un ángel, usted es un ángel, usted es un ángel”…
Con la palabra “ángel” un estremecimiento infinito que resonó en todo su ser. El sonido de la palabra “ángel” retumbó en cada partícula de su persona y le provocó una redefinición existencial inconmensurable.
Fue como si se actualizara todo su sistema operativo en tan solo un momento. Un vértigo infinito lo atravesó.
Un recuerdo llegó, una certeza intuitiva, una correcta descripción de su ser.
Entonces, Max lo supo: él era un ángel y el lugar donde se encontraba no era su mundo habitual. Se encontraba en un lugar desconocido, en una aldea rarísima…
Así comenzó la historia de Max, el ángel.
¡Sigamos adelante con Max en el siguiente capítulo!
¡Gracias por leer este capítulo!
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El próximo capítulo de Max, el ángel, será: “Su nombre es Max”
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