Si el tiempo conforma la dimensión donde se manifiesta la vida, ¿por qué quiero que pase rápido?¿Por qué la lentitud de su paso me agobia? Quizá porque voy de su mano e impidiendo soltarme, transita por un callejón sin salida; callejón que no sería motivo de angustia si no fuera por el deseo de escapar de algo. Pero… ¿escapar de qué? Dije que el tiempo se pasea por un callejón sin salida, por lo que su final solo podría ser representado por la muerte.
Pero, ¿por qué habría de intentar escapar de lo inevitable?; inevitable que a su vez se dice desconocido por la ilusión de un más allá para el alma. Pero ese desconocido, al igual que la sombra, depende de un cuerpo para proyectarse. El alma, de la que pende la ilusión, para manifestar sus pasiones, se apropia del corazón. Pero este, llegado el final, silencia al alma al dejar de latir…-Corazón dictador... De ahí su definición como inevitable; más aún, ¿cómo encontraría la respuesta que busco en este momento si voy más allá de los limites por mi conocidos? ¿Cómo hallaría la respuesta si dispongo la fuente de información en algo que está por fuera del alcance de mis manos? Estos limites no suponen una alambrada a través de la cual se trasluce la libertad ilustrada en algún paisaje; no hay paisaje más allá, salvo un paraíso construido por el miedo. Es otra forma de escapar.
– No puedo temer ni intentar sobrepasar los limites, sino reconocerlos.
Derrumbada la ilusión del más allá, soy consciente de que intentar escapar de lo inevitable es condenarse a la infelicidad. La muerte como tal, no puede ser lo que me atemoriza. Pero… ¿puede serlo el dolor que le acompaña? Esto implicaría pasar de lo inevitable a lo incierto, ya que depende de la forma de morir. Más aún, el dolor es algo que nos acompaña desde siempre. Por tanto, ni lo incierto ni lo inevitable pueden condenarme en vida… ¿Qué me queda por considerar?…
– El tiempo y la muerte están destinados a encontrarse al final del camino. Su vinculo hace a la dimensión metafísica del hombre.
El tiempo y la muerte dialogan en pasado, y en forma de recuerdos, sus palabras invaden los sentidos del hombre. Su mensaje es siempre revelador para el que esté dispuesto a escucharlo. La muerte no quiere asustarnos, sino advertirnos de su encuentro con el tiempo al final del camino; y, con ello, de la importancia del presente. Posando sobre un futuro incierto, y como un espejo que juzga a su vez, revela con su sola presencia, el valor de nuestros actos… El espejo inquisidor y su contenido: un reflejo con proyección hacia el pasado; de eso se trata.
Me acometen recuerdos de Tolstoi sobre la revelación de Iván Ilich en su lecho de muerte, donde el moribundo descubre que no es la muerte en sí sino lo que revela, la fuente del sufrimiento. Su agonía proviene de una lucha que busca negar aquello que la muerte evidencia: el desperdicio del tiempo.
Como dije al principio, de la mano del tiempo avanzamos por un callejón sin salida que culmina con la muerte. La misma, tan sólo se encarga de revelarnos nuestro vinculo.
– Lo injusto no es el paso del tiempo, sino nuestra forma de acompañarlo.
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