CAPÍTULO 1: KAIA MOON.
ISLA SAN LORENZO, PERÚ – SIGLO XXIII
Era un tranquilo día en aquella isla cerca de la capital peruana, sentada en el copiloto del carro de su madre, Kaia Moon, ocultaba sus hermosos ojos grises detrás de su cerquillo y cabellera oscura. Recién graduada, aún portaba el uniforme escolar, y su mirada, cargada de melancolía, se perdía en el paisaje de arena que se extendía a lo largo de la carretera.
El entorno era monótono: arena interminable, algunas formaciones rocosas dispersas, estaciones de gasolina y un único supermercado de grandes proporciones. Para Kaia, quien había pasado los últimos cinco años en el mismo viaje, esos paisajes eran aburridos.
— Kaia ¿Qué pasa?— comentó la madre, viendo a su hija acariciar un par de cascos para los oídos — ¿ la hiperacusia volvio?
Kaia negó.
— ¿entonces? — pregunto — Te dieron una beca completa y podrás vivir en la capital.
« La isla también es buena » pensó Kaia. Se debatía entre el deseo de quedarse y la incapacidad de soportar la monotonía del lugar. Un conflicto interno que la atormentaba cada vez que lo recordaba, sumiéndola en una melancolía que podía consumirla por completo.
De repente, una voz cercana la sacó de sus pensamientos.
— ¡KAIA! — gritó un niño.
Daniel Moon, su sobrino, que por su poca diferencia de edad, parecían primos. Viéndola con tanta alegría que consterno a la adolescente, más interesada por esas ropas siempre modernas y limpias de la capital. No era envidia lo que sentía, al contrario, era orgullo.
Daniel, como el orgullo de su familia, despertaba el interés de varias universidades y revistas científicas con cada uno de sus experimentos.
— ¿Me acompañas a buscar a la bruja de la isla? — preguntó Daniel, rebosante de emoción.
— Tengan cuidado con los temblores — intervino la madre — últimamente hay muchos.
— Espera — detuvo Kaia, viendo a Daniel— ¿Crees que en eso?
Él asintió con una sonrisa radiante, lo que provocó un torbellino de pensamientos en la mente de Kaia. Admiraba cómo su sobrino, tan inteligente, se interesaba por lo que ella consideraba un “MITO ESTUPIDO”.
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Después de unos minutos, Kaia estaba al frente de una linda casa de dos pisos, era lo único bueno de la isla. Las primeras familias que se mudaron eran del extranjero, usando su dinero para promover la isla, convirtieron los pequeños cerros en casas de campo y gran parque parecido a un bosque, aunque para ella, era solo su casa.
Con cosechas de verduras en su huerto y una rara predilección por los ajíes. ¿Cómo es que a su mamá no le ardían los ojos?
« ¿qué importa? al fin en casa » pensó ella, cuando ordenaba los nuevos alimentos en la cocina.
— ¿Kaia? — escucho.
En segundos, ella arreglo su cerquillo y volteo a una anciana, cabello corto, ojos grises, y arrugas suavemente puestas bajo sus ojos y frente. Su abuela Rosa que siempre esbozaba una hermosa sonrisa. Tan cálida como el sol y como sus abrazos de osa madre.
Fue un abrazo corto, pero eso era parte del efecto de Kaia. Un abrazo amoroso en el que no era necesario hablar, solo encarnar esos primeros abrazos que siempre ofrecía antes de regresar al internado.
— cada dia te ves más adulta — pauso y siguió caminando a la sala, donde se encontró con su hija y Daniel — mañana mi amiga va a hacer una fiesta, vístanse bien.
— oh, ¿La madre de Antonio? — preguntó la madre.
— ¿Antonio? ¿tu novio? — preguntó Daniel, alarmando a Kaia.
— ¿Novio? — preguntó la chica con una sonrisa nerviosa.
«¿Tiene novio? » se preguntó Kaia.
« ¿Por qué no me lo dijo? » Siguió con la duda, desconcertada por no haberlo sabido antes. La pregunta seguía dando vueltas en su cabeza mientras se veía obligada a acompañar a su sobrino a explorar el bosque convertido en parque de la urbanización.
Caminando junto a su sobrino, a veces Kaia desviaba la mirada hacia el cielo estrellado, protegiéndose del entorno con sus fieles auriculares que amortiguaban los ruidos ambientales.
— Según el mito — comentó Daniel mientras caminaban — para invocar a la bruja, debes entrar a un lugar cerrado, como un baño.
— ¿Por qué tanto entusiasmo con esa bruja? de seguro tuvo que haber sido una anciana de un manicomio — terminó por susurrar, apática a la expresión de su sobrino.
— Que aburrida eres, ¡vinimos a buscar a la tapada! — exclamó Daniel con frustración — mejor vete a correr.
Decidiendo no continuar la discusión, Kaia se apoyó en un árbol, colgando sus auriculares en su cuello y concentrándose en su teléfono móvil.
Muy tranquila, hasta que un golpe la asustó.
— ¿Qué fue eso? — preguntó la chica, sin saber que Daniel se había sorprendido.
Paralizado por la pregunta, sus ojos se posaron sobre Kaia.
« Ah, cierto. » pensó él. No era de esperarse, sabía que su tía tenía problemas auditivos, que por alguna razón, no todos los ruidos la afectan.
Sin embargo … También era el mejor momento para molestarla.
— ¿la bruja? — se burló Daniel, antes de salir corriendo.
— ¡OYE!
Kaia lo siguió, intentó atraparlo entre la maleza, escuchando lo que podía ser el suave sonido de las ramas convertidas en zumbidos.
« Mierda, no debí salir del equipo de atletismo » se lamentó mientras corría. Y es que, con solo 160 centímetros de altura estaba en total desventaja en ese territorio inhóspito lleno de gravas y raíces salidas de árboles.
Gritó varias veces el nombre de Daniel.
— Kaia — escucho de repente. Un susurro suave escondido en el frío del aire.
Volteo enseguida, confundida a la soledad del bosque. Cuando un nuevo sonido inquietante escarbo en sus oídos, triturando su cerebro. Empujándola al suelo, mientras escuchaba risas maquiavélicas que le recordaban las veces que había sido ridiculizada por sus compañeros.
— Kaia … dame tu cuerpo
De nuevo, ni siquiera cuando se puso sus auriculares pudo bloquear esa voz.
— Daniel — susurro. Tratando de gritar su nombre sin éxito, mientras apretaba sus ojos para no llorar. Hasta que un par de manos sujetaron las suyas.
— Kaia, respira por favor
Era segunda voz, era diferente. Cercana a su rostro en un tono de preocupación que la hizo abrir los ojos. Fue difícil observar, sus lágrimas tapaban su visión por unos segundos, antes de poder ver a un joven, más alto. Con algunas manchas oscuras en el rostro y un raro olor a gasolina.
Nathaniel Jones, su compañero de colegio.
Con un par de ojos caramelos y cabello ondulado, la vio con tanta firmeza como preocupación. Sin embargo, Kaia estaba sumergida en sus pensamientos, recordando a cada uno de sus compañeros.
— Yo estuve ahí. Empujó a Antonella. claramente estaba enojadísima porque no fue escogida como capitana del equipo.
— ¿solo por eso? esta loca. Ahora entiendo porque ya no se hablan con ella. Kaia es igual a todos de su clase.
— Emma lo dijo. Ella en verdad le dio tantas oportunidades de ser su amiga, y aún así, Kaia fue y lastimó a Antonella. No debería vivir aquí.
— No, ella simplemente no debería vivir.
°°°
Kaia nunca olvidaría todos esos rostros, riéndose, burlándose, quietos e indiferentes. Nathaniel era uno de ellos, mejor amigo de Oliver Drake y un espectador más, en ese circo en el que la habían encerrado.
— ¡ALEJATE! — gritó ella.
Al fin, salió de su trance y lo empujó hacia atrás. Con una obvia mueca de asco y evitando la mirada del chico, se limpió las lágrimas.
— ¡Kaia! — gritó Daniel a lo lejos, su casaca estaba rota y cabello desordenado.
La chica, cambió repentinamente. Preocupada, se acercó a su nivel de altura y empezó a ordenar su ropa.
— ¡Adivina! — grito sonriente sin hacer caso al rostro de ella — esos susurros solo eran gatos maullando. Encontré un nido de ellos y … ¿Quién es él? — pregunto al ver a nathaniel.
— regresemos a casa — ordenó Kaia, empezando a jalarlo.
En ningún momento volteo atrás, no le importaba Nathaniel o lo que pudiera pasarle.
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El viernes trece de diciembre a las dos de la madrugada hubo un sismo de magnitud 4.
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