Cada semana, mientras cruzo el umbral de la clínica, siento cómo la ansiedad y la desesperación, constantes en mi vida, comienzan a desvanecerse, reemplazadas por un silencio que, aunque claustrofóbico, se ha convertido en la pausa de la farsa de mi existencia. Este es el lugar donde me encuentro con la única compañía que se siente real, el psicólogo con el que comparto mis días y pensamientos. Al principio, solo quería una excusa para escapar de casa unas horas a la semana, incluso siendo escéptico sobre la terapia. Ahora, anhelo las sesiones semanales más que la comodidad de mi propio hogar.
Aunque intento disfrazar mi descontento, la incomodidad persiste. La realidad parece haber perdido su solidez, siento como mi vida es una réplica sin alma.
—Entonces, ¿esa sensación de que tu familia es falsa sigue presente? —pregunta el psicólogo, siguiendo la rutina establecida.
—Sí, bueno… he aprendido a vivir con las diferencias, pero todavía siento que hacen falta ciertos detalles fundamentales, sobre ellos, son réplicas casi perfectas, pero eso que les falta sigue sin regresar.
—¿Alguna vez les has mencionado algo al respecto?
—No…soy incapaz de decirles eso, ¿Qué un día desperté y sentí que eran una farsa? Le rompería el corazón a mi esposa.
—¿A la que sustituyó a tu esposa?
—Sí ella, aun siendo una imitación soy incapaz de lastimarla de esa manera.
—¿Nunca has lastimado a tu esposa? ¿Y a tu hijo?
—No, a ninguno. No soy un hombre violento.
—Pero debe haber algo que podría hacerte enojar, algo que te transformaría en alguien capaz de atrocidades. Todos somos capaces de maldad en las circunstancias correctas. ¿No lo crees? —insinúa con cierta malicia, como si ocultara algo que desconozco.
—¿Qué relación tienen esos debates filosóficos con lo que pasa en mi familia? —replico tratando de cambiar el rumbo de la conversación. Sin embargo, la duda nace en mi mente ¿Hay algo que puede hacerme capaz de lastimar a mi propia familia?
—Nada, tienes razón—dice vacío de asentimiento.
Lo observo con cierta molestia, parece que hay algo que quiere decirme.
—Volviendo a tu familia—continuo —, creo que podría ser positivo un cambio de aires, ¿Ha pensado en tomar unas vacaciones familiares?
—Hace poco tuve un sueño al respecto, íbamos a acampar por el cumpleaños de mi hijo, en la montaña al norte de la ciudad.
El psicólogo me mira con desconcierto. La expresión en su rostro es nueva, siempre fue estoico como una roca. Por primera vez, algo que digo lo toma por sorpresa.
—¿Te sorprende que sueñe ese tipo de cosas a pesar de que sienta que mi familia no es real? — le pregunto con cierta curiosidad.
—No, no es eso, hábleme de su sueño. ¿llegaron al campamento?
—No, soñé cuando estábamos preparando todo para ir.
—¿Qué sucedió después? ¿Lograron emprender viaje?
Su rostro y su tono cambian completamente. La calma con la que solía hablar se desvanece.
—No creo, no lo sé.
—Necesito que recuerde eso, piénselo, ¿Por qué no salieron? — pregunta de manera apresurada, denotando cierta urgencia.
Soy incapaz de entender la desesperación que emana, pero la ansiedad se está apoderando de mi cuerpo. Algo importante, algo horrible, se está escapado de mi memoria.
—Escúchame, las ideas sobre tu familia son correctos. Ellos no son reales, son seres simulados. Tu verdadera familia fue asesinada antes de emprender ese viaje. La clave de todo está en ese sueño. Recuérdalo.
No entiendo lo que me dice. La única certeza en mi mente es la noticia devastadora de que mi familia fue asesinada.
—Mi familia…, ¿fue asesinada? —digo en medio del shock.
La cara del psicólogo vuelve a transformarse, su desesperación convierte en molestia, enojo.
—No solo fueron asesinados, tú fuiste quien los mató. Idealmente, habríamos revivido cada hecho con tu familia simulada para entender el motivo, pero no esperábamos que comenzaras a sospechar de tu familia simulada. Y mucho menos que soñaras con recuerdos. Respóndeme, ¿por qué mataste a tu familia? Si te niegas a colaborar, simplemente reiniciaremos la simulación
—No los maté. Nunca les hice daño—respondo con la poca fuerza de voluntad que me quedan. Mis palabras brotan débilmente. Me siento vacío, cómo si mi alma me hubiera abandonado.
—Demonios… Alfa 14. Quiero solicitar un reinicio de toda la simulación. El sujeto ha recobrado conciencia y se niega a responder—dice el psicólogo mirando al techo, mientras mi visión se empieza a oscurecer.
La habitación es consumida por la oscuridad, solo puedo observar cómo todo va desapareciendo entre las sombras. Intento decir algo, pero mi voz se desvanece en la penumbra ¿Realmente es esto una simulación? ¿Moriré engullido en esta oscuridad?
Hoy al levantarme noto algo extraño en mi esposa y en mi hijo. Como si algo les hubieran arrebatado. Sus voces y rostros son exactos, pero algo está mal. Me pregunto qué será. Tal vez me estoy volviendo loco. Quizás debería empezar a ir a terapia.
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