Rodeados de chicos en la misma situación que yo me crie. Recuerdo poder divertirme con el solo echo de pasar una escoba por el suelo, sin embargo, cada vez que me presentaba con alguien, al decir mi nombre, me sentía extraño, nunca entendí porqué, porqué mi nombre no tenía paradero, porque no saber quien o quienes lo eligieron, tal vez nunca tuve nombre y me improvisaron uno, toda la vida me he preguntado lo mismo, cómo sabre quién soy, si no se dé dónde vengo.
A los ocho años dejé aquellos chicos atrás, y me aventuré, sin muchas opciones, a tener una vida titulada “normal”.
La transición fue cruda, en el salón nuevo al que concurría me preguntaron cosas de las cuales nunca tuve respuesta, y otras que nunca las tendré; ¿De dónde vengo?, es la que más me dolía, no por vergüenza sino por tristeza, miedo, aquella pregunta deslumbraba mi lado más cobarde cada vez que la oía, porque me recordaba a él.
De todos los niños y niñas que éramos en aquel lugar, solo me sentía cómodo jugando con una personita… mi Loto, como nos llamábamos en secreto mutuamente. Nuestra última aventura había sido una bicicleta que, de las dos ruedas de apoyo, logramos pedalear en equilibrio con una sola, a la tarde del siguiente día, íbamos a sacarle la otra ruedita de apoyo, y ser finalmente unos niños grandes, pero yo me fui, en realidad me llevaron, a Loto, por otro lado, lo habían descubierto en la cocina de madrugada, intentando buscar algo dulce para sorprender a su “amiga” del otro cuarto, así que la última vez nos vimos fue con una bicicleta casi adulta.
Mi vida transcurrió, infancia, adolescencia, amores fallidos, amistades nuevas y otras olvidadas, rebeldías, era muy vulnerable ante la envidia que le tenia a la sociedad, porque todos conocían de donde venían, quienes habían elegido su nombre, y eso me quitaba cualquier paciencia y bondad, transformándola en ira y enojo físico, cegando cualquier razonamiento coherente mental. Así me cansé de recorrer instituciones, barrios, gente.
Hasta que unos de mis “salvadores adoptivos”, fallece, más allá de mi odio normalizado en mi rutina, algo me conmociono. Tal vez, fueron las lágrimas de personas a las que jamás les había prestado atención, lagrimeando desolladamente frente a un ataúd que albergaba, de una forma u otra, a alguien que había creído en mí sin conocerme. Sino fue eso, intuyo que irnos de aquella casa, diez años después, para dejar todo el pasado atrás, y adaptarnos los dos, en un pueblo de no más de tres mil habitantes, un primario, un secundario, y un terciario, para mí fue suficiente, es decir, me había entregado, ya no más amistades y desamistades, no tenia mucho que recorrer, y dentro mío, ya no crecía ninguna necesidad de buscar una explicación a algo que de saberlo o no, no me salvara de aquel ataúd, por lo tanto, que más da, de donde vengo, hacia donde voy, es irrelevante ya.
Sin embargo, semanas después, en el comienzo del último año de aquel secundario, desgarrado y sin expresión en la cara, siento dos golpecitos en mi hombro derecho, y vi una cara que me devolvió todo tipo de sentimiento, era Loto, mirándome con una sonrisa y los ojos vidriosos. La vida me había dado una por otra, y una oportunidad más.
A partir de allí los años fueron pasando, los Lotos egresaron y se fueron a trabajar a la ciudad juntos, él conoció a una chica, yo salía con la mejor amiga de esa chica, bajo la chicana de “que no te agarren devuelta en la cocina lotito”.
Esa noche salimos los cuatro, ya hace tiempo que esto venía sucediendo, entre alcohol y cervezas la noche fue tomando color, llegó un momento que me sentí vencido y me volví acompañado al departamento. Cuando desperté abrazado, Loto y su compañera no estaban, mi celular no tenía batería, y escucho el timbre, lo único que oí fue que loto estaba internado.
La imagen del ataúd fue lo primero que vi, si quiera podía pensar lo peor, porque ya no le encontraría sentido a vivir. Y lo peor pasó, el tiempo también, me apagué, no tenía historia, no tenía propósito, no tenía vida, hasta que cuatro años después, recibí un llamado;
~ Hola, ¿Loto? -una dulce voz, suave y aguda-
~Hola, ¿Quién habla? ¿Cómo sabés que soy loto?
~ Encontré una foto de mi papá abrazando a un hombre, que detrás decía, “si algún día no estoy, haz de cuenta que Loto soy yo, pero en otra persona”. Y la verdad, sueño con tener un héroe y conocer su historia.
~ (entre lágrimas y con la voz cortada, pregunté), Nene, ¿ya sabes andar en bicicleta?
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