El café estaba en su punto en la mañana helada de ese día, y supuse que sería un gran día, hasta que el desastre se concibió en frente de mis narices. Recuerdo perfectamente que me quedé mirando como alucinado, el cuerpo cayendo delante de mis incrédulos ojos grises. Supuse que era una mala broma del cansancio. Mamá tan solo atinó a gritar, tapándose la cara con las manos, tratando de olvidar que alguien se había arrojado, dejando la panorámica visible enfrente de nuestro balcón.
— ¿Qué pasó?— papá se aproximó hasta mamá, quién tan solo se aferró a su cintura sin saber qué decir.
Y yo tampoco sé qué contestarle. La muerte, esa constante tan común, ahora me parece lejana y sombría. Un destino inevitable, el olor de la fatalidad y flores secas. Sacudí la cabeza tratando de ordenar mis ideas.
— Alguien se… — algo se me coló en la garganta, tomé un trago de café caliente— se arrojó desde el edificio abandonado.
Qué extraño. Porque cuando le dije a él lo sucedido, el hecho cobró vida, materialidad y realidad. Antes era solo un hecho que había acontecido en frente de mis narices… ahora es… real.
Papá tan solo consiguió asomarse al balcón. El cadáver (antes era una persona, ahora solo es eso) abrazaba el asfalto, con la cara pegada hacia el suelo, y las piernas extendidas. La sangre no salía a chorros como en las películas baratas, sino que se deslizaba con cierta gracia danzarina entre los obstáculos de la calle.
— Hay que llamar a la PDI.
— ¿Para qué vas a meterte en estos asuntos tan horribles?— mamá recuperó el habla— ya hablarán otros, nosotros tan solo olvidemos.
Y siguiendo los consejos de mamá, tan solo me dediqué a realizar mis cosas como si nada pasara. Pero los datos del computador bailaban enfrente de mis ojos, junto con las conversaciones de pasillo y el té insípido que vendían en la cafetería.
— Dicen que se mató por una denuncia.
— Yo escuché que fue la señora.
— ¡Y el audio que se filtró del amigo!— la chica que comentó esto comenzó a mirar con desconfianza— para mí que todos están coludidos. Igualito al ejemplo de los honorables.
No pude escapar de la cara más insensible de la muerte. Todo el mundo comentaba el caso del famoso bailarín que se mató en la madrugada. Los programas de farándula han enterrado sus colmillos, sedientos de morbo y rating. Se dice que fue por una demanda de acoso hacia su hija, deudas y un empujón de su mejor amigo. Sentía como el asco, las náuseas y el mareo comenzaban a inundarme por completo.
Lo peor es que mi mente no puede parar de pensar, de encontrar una lógica ante tal acto. No puedo creer que sencillamente se haya arrojado al vacío, tiene que existir alguna explicación lógica ante tal suceso. Atando cabos, junto a los titulares de noticias, las declaraciones de testigos y las historias que flotaban, me sentía en la necesidad de resolver el caso. Hasta que sonó el teléfono:
— Hijo— era la voz de mamá— hay que ir a declarar como testigos.
Me fui de mi trabajo pensando en que servirían mis palabras. Tal vez pudiese entregar algunas de las conjeturas realizadas en la mañana. Después, ante tal acto de soberbia, me sentí más idiota y solo que nunca.
Llegué al condominio y di una rápida mirada hacia alrededor. Y el cadáver seguía ahí, inmóvil e intocable. Ahora rodeado de huinchas amarillas, tapado con alguna especie de plástico y estando resguardado por peritos oficiales.
El detective asignado para el caso me esperaba en la sala. En el mismo lugar donde habíamos visto arrojarse al difunto. Siendo testigos de su último acto.
— ¿A qué hora ocurrieron los hechos?
— Aproximadamente a las 7:15— contestó papá muy tranquilo ante la figura.
— ¿Puede narrarme lo que observaron?
Papá ante ese gesto se quedó callado mirándome. Tragué aire, mientras contaba de manera objetiva como habíamos observado la muerte (¿existe una forma objetiva de abordar este tema?) el detective no me interrumpió, tan solo anotó en su pequeña libreta algunos apuntes.
— Gracias por su colaboración— se levantó del sillón dispuesto a marcharse pero…
— ¿Saben cual es la respuesta? ¿Saben acaso el por qué?— solté atropelladamente acercándome a él.
El detective, con gestos lentos, tan solo guardó la libreta en su bolsillo. Después giró la cabeza hacia mi.
— No estoy autorizado a responder ninguna pregunta. Solo puedo decir una cosa. Los medios mienten, siempre han mentido. No hay razón profunda por esta muerte. El suicidio es muy, muy probable (y no quiere decir que te esté contando algo) sea la respuesta.
— ¿Tan solo es una muerte?— susurré en voz baja, mientras todas mis conjeturas se derrumban a mis espaldas.
— Esta es la respuesta para todo en la vida mijo— sonrió paternalmente— La muerte es insensible, rápida e impredecible. Casi no existen esos casos rebuscados de Sherlock Holmes.
La triste verdad es que la muerte, nunca, jamás tiene razones.
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