El Taxista y las Cicatrices de la Ciudad

El Taxista y las Cicatrices de la Ciudad

Valentina LM

25/01/2024

*Las oraciones subtituladas se tratan de expresiones, palabras o modismos propios de la ciudad de Medellín

Si las calles de la ciudad hablaran, contarían cosas más increíbles que las películas de Hollywood con detectives elegantes e inmensas explosiones cada dos minutos. Como dijo el viejo Héctor Lavoe: La calle es una selva de cemento, y de fieras salvajes… ¡Cómo no! Aunque una cosa es cierta, las calles no van a hablar ni aunque San Juan agache el dedo, pero no solo las calles ven lo que pasa en cada esquina de la ciudad, también la luna, que vigila calladita y los que nos toca camellar aquí y allá, sudándola por el billete de día y de noche, y estos de acá si hablamos… y no poco.

A mucho honor digo que soy un taxista:

Conductor entrenado empíricamente, con largos años de experiencia, amplio conocimiento en direcciones y rutas, con GPS incorporado, ávido en maniobras de esquive de trancones y accidentes de tránsito, con gran experiencia en localización de direcciones mal escritas o dictadas al revés, identificador de puntos de acopio concurridos y graduado con honores como buen conversador en prácticamente todos los temas habidos y por haber.

Ser conductor de un vehículo automotor destinado al servicio público individual de pasajeros, o, mejor dicho, ser taxista, no es una tarea fácil. No mentemos ahora temas de mecánica, tránsito o servicio al público… esas vainas las aprende cualquiera. Cada día salen más y más ineptos con un pase dispuestos a acabar hasta con el nido de la mama. Pero vaya tírelos a trabajar en la calle… ahí se dan cuenta lo que es duro.

Medellín y cualquier ciudad es dura, tiene sus guardados, cosas que si uno no las vivió en carne propia no se las cree. Y no pasa solo en los barrios y comunas de gente tirada, eso pasa hasta en la casa del rey. Vea hermano, pa’ no regarme mucho pues, le cuento esta y con esta usted ya se imaginará que más ve uno y que aprende. Iba yo por toda la 10, pasando el parque del Poblado, un martes tipo 3 de la mañana. Iba yo distraído pensando que si me iba donde Susanita a tomar un tintico o mejor me iba a acostar. El trabajo andaba colgado, pero el cansancio ya se iba asentando en la lumbar. De la nada me va poniendo la mano un pelao’ de veinte años más o menos, un culicagado prácticamente, con ropita que decía “me la compró mi mami” o de esas pintas que dicen “esto vale más que el arriendo de tu casa”. Planchadito y limpiecito, parecía un pelao’ sano. Se montó adelante y me dijo que iba para El Parque Botero. Yo la verdad pensé que había escuchado mal. Un man de esos de por acá del sur a las 3 de la mañana, ¿de camino a las gordas de Botero?…

“¿Para dónde joven?” Pregunté parando oreja. 

“El Parque Botero” me contestó mirando para otro lado, con un taco, así como cuando uno no quiere decir lo que va a decir. 

Yo es que prefiero no meterme en donde no me llaman… entonces calladitos los dos, con La Voz de Colombia Bésame en la radio poniendo a Yury bajito arrancamos.

No llevábamos 10 minutos cuando le sonó el celular, él andaba como ido y pego un salto que casi se sale del carro. Apuró a contestar:

“Hola mamá… 

No, yo no quiero hablar en este momento… 

Si decidí venir es mi problema… 

Con todo respeto mamá, a mí no me importa lo que usted piense… 

Hasta luego… está bien, ya veré si le digo”

Y colgó, así sin siquiera inmutarse, como cajera de banco a las 5 de la tarde, corto y cortante. Yo empecé a oler rara la vaina, pero le subí al radio y seguí calladito. Llegamos a las gordas y en una esquina oscura me dijo: 

“Espéreme aquí, por favor, yo ya vengo” 

Y salió y se metió entre el parque hasta que lo deje de ver. Yo como que estaba embobado porque después de un rato pensé: 

“¿yo soy marica o qué? Esto debe ser como le pasó al amigo Nelson, lo pusieron a esperar a media noche en una esquina sola pa’ salir a robarle el plante, y esto por acá es como maluco… yo mejor me voy”

Pero ni pude poner la mano en el manubrio y volvió a salir el man, ya con una bolsa negra en la mano. “Puro vicio” me dije yo. 

“Lléveme por favor a La Minorista” dijo sin mirar siquiera… Ahí sí ya me asusté. Comencé a atar cabos: bolsa llena, lugar oscuro, y ahora para la olla de las ollas… este no debe ser tan santico. De todas formas, ya el taxímetro marcaba casi 20 Lucas, entonces dije “que hijueputas, llevémoslo hasta el averno si quiere, pero que me pague”.

Usted no me va a creer hermano lo que pasó cuando llegamos allá. Yo me fui más bien rapidito porque no puede estar uno dando papaya por ahí a esa hora. En una calle había una fila larga de gamines tirando vicio ahí parchados, de esos que se ve que tienen más experiencia que Esperanza Gómez en lo de los videos de adultos. Yo iba como tensionado y el pelao’  mire y mire pa’ afuera, y así de la nada me dice: 

“Pare acá por favor”

Y yo que paro casi en seco y miro a los lados. La única gente eran esos gamines entre dormidos. Pues como le parece que el pelao’ se bajó, sosteniendo con fuerza la bolsita negra, a lo que uno de esos viejos como que lo distinguió y se paró. Se le acerca como con recelo, mirando si había alguien más en mi taxi o al rededor.

Como todo estaba callado, escuché patentico que el pelao’ le dijo: 

“Hola Fabio, ¿cómo va?”  Y le contesta el otro:

“Ay vamos, hijo, ¿cómo está la negra?” 

“Igual que siempre, usted sabe”

El gamín ese se le acercó más, quedando como a un metro larguito de distancia, se le veía la cara de tristeza cuando dijo 

“¿Ella sabe que usted vino mijo?” El pelao’ se miró los zapatos blanquitos Lacoste.

“Sí papá, pues, yo me volé porque…” y se le cortó la palabra en la boca. 

El cucho como que le provocó abrazarlo, o tuvo la mera intención, pero cayó en cuenta que de seguro olía como gato remojado y se aguantó. Eso sí, se le aguaron los ojos también. 

“Juan, usted sabe que yo los quiero mucho, todo el tiempo pienso en ustedes y en la negra, esto me supera hijo, no tengo reverso…” 

Yo ahí ya iba entendiendo a que iba la película, pero el punto final fue cuando casi a bregas el pelao’ le entregó la bolsa… ¡Le entrego el vicio marica! ¡LE COMPRÓ LA DROGA AL CUCHO

El gamín abrió la bolsa apresurado y reviso el contenido, la volvió a cerrar y lo miro en silencio. Se quedaron un rato mirándose, queriendo decir más vainas. Como que el tiempo se paró y yo me quedé pero quietecito. De un momento a otro el muchacho volvió a hablar.

“Papá en la casa lo extrañamos… vuelva” y se le cortó la voz. 

El papá ahí si no se aguantó y lo abrazo. Se pusieron a llorar que hasta casi me bajo yo también a abrazarlos. Con la cabeza entre el hombro del pelao‘, el viejo sollozaba bien duro:

“No puedo, no puedo, no puedo”. 

Silencio otra vez. Al rato se soltaron, se miraron, y sin mediar palabra el pelao’ se volvió a montar al carro y como pudo me dijo que lo llevara a la 10 otra vez.

De una sola pieza me quedé. Un jovencito del Poblado, que se le veía la plata por encima, un man que no es de malos ambientes, que se veía incómodo en ese tugurio, llevándole el vicio al papá, que alguna vez fue de la casa y ahora era un hombre de la calle, aguantando hambre, al sol y al agua, por estar amarrado a un vicio. 

Este muchacho no me tuvo que decir nada, pero yo me imagine el drama detrás de todo eso: la mujer en la casa maldiciendo el día que se casó con el honorable señor adinerado que escondía sus vicios de la alta alcurnia, unos hijos huérfanos que se debatían entre el amor a su padre y la dignidad que exigía su clase social, un montón de plata, de gente y de cosas al rededor, pero la casa triste y vacía. Me acordaba de las palabras de Rubén Blades “que a pesar de los problemas, familia es familia y cariño es cariño”, ese pelao’ todavía entendía eso. 

A las 4:50 dejé al muchacho en el mismo lugar. Me pagó más de lo que marcó el taxímetro, bastante más. Por mi parte, yo ese día no trabajé. Me regalé el día, por el simple hecho de que no pude dejar de pensar sino en la frase:

“Pasa hasta en las mejores familias…”

No le metamos filosofía a la vaina, pero no me puede negar después de escuchar el acontecimiento, que la calle es una selva, con historias, con tragedias, con cicatrices. La calle esconde cosas marica, entre las grietas, las curvas y las sombras. Cosas fuertes, dignas de esas películas de los Oscares, cosas que la gente del diario hace invisibles.

“Esas cosas no pasan en la vida real” 

“Esas historias son exageradas” 

… Pero de que pasan, ¡PASAN! Así nos hagamos los bobos, ¿si me oye? De que pasan, pasan.

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