Soledad en las Nubes

Soledad en las Nubes

Kiwiius

19/01/2024

Soledad en las Nubes

CAPÍTULO 1: “VACÍO”.

Hubo un tiempo en el que creía que la compañía y la sensación de felicidad al estar rodeado de gente eran lo mejor. Sin embargo, llegaba un punto en el que anhelaba sumergirme en un sueño perpetuo, evitando aterrizar en la cruda realidad…

Experimentaba una sensación de vacío y muerte en mi interior constante; la soledad siempre estaba presente de alguna manera. Fuera de ese sueño, me convertía en otro ser humano peculiar, tal vez porque tenía la necesidad de fingir ser alguien diferente…O tal vez ni eso, nunca llegue a encontrar mi verdadera razón para vivir…Tal vez por eso siempre fingía ser alguien alegre, querer tener una meta como cualquier otro ser humano…Era lo que más anhelaba en toda mi vida.

Regresar a casa sin el apetito para disfrutar de una comida, resultaba desalentador y agotador… Pasar noches desvelado, llorando casi a diario, y descansar escasamente se volvían elementos cotidianos y apenas suficientes para mí…

Nunca compartía mis sentimientos con nadie; siempre los guardaba para mí. Tal vez esa reticencia era la razón por la cual me veían como un ser humano apagado, casi como un muerto viviente al pasar de los años.

Por eso no consideraba a mucha gente especial para mí, experimentaba agotamiento constante y me resultaba difícil confiar en alguien…Hubiera querido poder apreciar más a las personas de mi alrededor. Supongo que ya es bastante tarde.

Llorar de pequeño era algo difícil para mí…Se sentía una sensación tan horrible…Me llegaban a dar nauseas en aquel momento, era como un simple vaso ordinario…estaba vacío…caían las gotas de agua en el vaso, cuando el vaso llegaba al borde, se derramaba el agua…Los pensamiento y sentimientos de ese momento, eran detestables para cualquiera. La gente que me rodeaba no sentía nada más que “lastima y pena” por aquel pequeño niño…

Me veían alguien fuerte por salir solo en todas mis situaciones…Siempre me mostraba alguien feliz, pero…Nadie aun así me ayudaba…Nadie iba y me decía “¿estás bien?”, “¿necesitas ayuda?”. No, nadie en absoluto…Debes en cuando esa misma gente que sentían “lastima y pena” por aquel niño, se reían de sus desgracias, sentían vergüenza…sentían asco.

El niño que mostraba una sonrisa incluso en medio de las adversidades…odiaba estar en casa, nunca recibió esa atención de sus padres, le decían que así se volvería más fuerte, que él era una persona fuerte, eso hizo que se sintiera mas solo, no los culpo nunca de sus problemas, se odiaba así mismo, como esas mismas personas que lo rodeaban siempre en su entorno habitual.

En el verano de aquel entonces cuando se suponía que todo era flores y arcoíris, se ocultaba un infierno en ese pequeño hueco, un sentimiento andando sin rumbo alguno, una caja llena de pensamientos sin control alguno, era lo que se guardaba en su interior en lo más profundo.

creo que es más una cuestión de experiencia que me permite opinar sobre un tema después de vivirlo y comprender la situación. Se trata de querer ayudar de alguna forma a esas personas. Duele saber que otros están pasando por lo mismo, y solo quieres guiarlos hacia un bien mejor.

Contemplo mi pasado como un hueco, una senda que ha sido transitada tantas veces que ahora solo queda un vacío palpable.

Las experiencias que atravesé entre los 5 y 8 años fueron desagradables, situaciones que preferiría no haber vivido. A pesar de ello, extraje lecciones que me acompañaron desde temprana edad, aunque de manera frustrante, no puedo negarlo. Estas lecciones, marcadas por la necesidad de perdonar y aprender a aceptarme tal como soy, fueron fundamentales para lidiar con el vacío en mi interior.

Es un hecho innegable que la vida nos coloca ante desafíos difíciles. Sin embargo, a lo largo de mi corta existencia, he aprendido que, a pesar de todo, el perdón y la aceptación son herramientas poderosas. Aceptar ese vacío interior puede ser la primera llave para la sanación. No obstante, reconozco que, en muchas ocasiones, la realidad nos lleva a la necesidad de fingir ante los demás, mostrándonos alegres incluso cuando el dolor persiste. Aunque no sea la forma más saludable de vivir, para muchos, es una estrategia para sobrellevar la vida y enfrentar el mundo que nos rodea.

CAPÍTULO 2: “¿POR QUÉ?”.

El sentido de vivir, la razón y el motivo, la iniciativa que uno mismo se da. Los seres humanos siempre quieren tener mucho más de lo que les dan; es parte de la vida. Caer en la agonía constantemente no es bueno para mi salud mental. A veces me quedaba mirando sin lugar alguno, escuchando las críticas de los demás, era horrible para mí. Siempre estaba sobrepensando todo.

El silencio que siempre está en mi interior se hace cada vez más grande. ¿Cómo puedo sacarlo? Mis dudas y la búsqueda del propósito en esta vida mía son algo que me han seguido desde pequeño. A este punto ya no comprendo por qué sigo aquí con vida. El sentimiento de desesperación o confusión sobre la razón de estar vivo es algo que nunca sabré. Quisiera amar y odiar a los demás, eso sentimientos verdaderos que nunca llegué a vivir, apreciarlos y necesitarlos…

Llorar y sobre pensar sin encontrar ninguna respuesta es agotador; más que solo eso, es frustrante. Quisiera desaparecer en el mundo. Siento que a veces lloro sin razón alguna, solamente exploto en lágrimas. Quisiera que mi vida sonara como “Ballabile” pero suena como “Serenade For Strings In E Major Op.22, B.52: || Tempo Di Valse”. La música clásica es algo tan hermoso de escuchar, creo que, para mi apariencia, no era lo mío, pero siempre me gustó. Todos mis sentimientos los llegué a comprender mejor en la música; nunca necesité la ayuda de nadie, nunca la pedí y menos la aprobación de los demás, pero tampoco llegué a encontrar mi propia aprobación.

La gente siempre esperaba más de mí. De alguna forma eso me desanimaba a mí mismo. Cuando sentía esa presión de los demás, era molesto. Ahora me doy cuenta de que esa molestia y esa presión, esos sentimientos, que a uno lo deberían de motivar, solo me alentaban a ser un fracaso más.

Creo que, a pesar de todo, de toda esa gente que me rodeaba y algunas que me criticaban, también hubo gente que sí me llegó a apreciar a pesar de todo, me querían tal y como soy. Creo que sentía esos verdaderos sentimientos de cariño y felicidad, pero también, aún sigue ese vacío en mi interior; la desconfianza que siento constantemente, se hace cada vez más grande.

Nunca llegué a guardar rencor a una persona. Me di cuenta de que mi temor, la desconfianza y el amor que quería apreciar más de los demás, no me lo permitían. Creo que llegar a querer a una persona y saber que algún día se irá de tu vida es algo bastante doloroso; no me permitía sentir eso, ya no tenía lugar para otra pena más. Nunca llegué a verme en un futuro con cierta realidad; le temía al futuro, mucho menos a la muerte. De alguna forma intenté apreciar más mi vida, pero nunca me resultó gracias a ese vacío que crecía constantemente; necesitaba mi propia razón para vivir, me desvelaba pensando en cómo llegaría a morir, una chispa de satisfacción recorría por todas mis venas.

Creo que en esta vida todo se paga. De alguna forma existe la igualación para mí. Creo que, si yo siguiera de pie, hubiera llegado mi turno en esta fila eterna, ver a toda esa gente avanzar y tú caerte una y otra vez, pero algún día triunfarás tú también; es tener paciencia e iniciativa para vivir. En cambio, de que la mayoría nace con el don de esas dos cualidades y entre otras más, algunos no nacen con ninguno de esos dos mínimos dones. Llegan a este mundo mediocre, sin saber qué hacer o cómo vivir, la vida poniéndoles cada vez pruebas más difíciles en su camino.

«¿Qué te motiva a vivir?», esa pregunta me persiguió en toda mi corta vida desde que tengo memoria. Desgracia tras otra desgracia es lo que me acompañó en toda mi vida. Nunca llegué a entender a esas personas que se quejaban por su vida y anhelaban la mía; algunos que me veían como un ejemplo a seguir y después me culpaban por sus hechos.

Nunca les pedí que me tomaran como un ejemplo a seguir. Siempre estaba en mi interior una triste melancolía que nadie sabía. Me veían como alguien fuerte por cómo me mostraba feliz y luchaba solo en este mundo cruel. Aprendí de mis errores; nunca incentivé a alguien cometer los mismos errores que yo, pero tampoco sabía cómo ayudar a las personas. Aprendí a recoger todos los pedazos de vidrio solo y los volví a armar con las mismas piezas. No sabía otro método de cómo armarlo.

Creo que, a pesar de todo, de haber vivido en una cruda realidad y fingir ser alguien, ser otra persona más que nada y en otro entorno cuando estás solo sentir un vacío interior, pero creo que todo se puede solucionar. Tampoco ya no daba para más. Siento que el karma existe. Dije que la vida acá todo se paga; algunos luchan hasta el final de sus vidas y no les llegó a cambiar sus vidas. Siento que algo es injusto. ¿De qué me va a servir un reconocimiento cuando ya esté muerto?

CAPÍTULO 3: “EL DOLOR NO PUEDE SER IGNORADO”.

La escasa esperanza que aún habitaba en mí se volvió neutral; todo lo que solía brindarme felicidad se transformó en dolores de cabeza. Tomar mis medicamentos diarios se convirtió en una rutina, una espera constante al momento en que la sobredosis ponga fin a mi existencia. El vacío en mi interior, con los años, se expande sin piedad, desmoronando mi raciocinio y todo a mi alrededor.

Recuerdo aquella primavera cuando me obsequiaron un piano electrónico. En ese momento, la alegría era abrumadora, y la gratitud se manifestaba en gestos que apenas podía expresar. La primera melodía que emanó de mis dedos fue el «Nocturno Op. 9 No 2» de Chopin. Nunca recibí lecciones formales de música, pero mi fascinación por aprender a tocar canciones me sumergió en un mar de agonía y cansancio, especialmente durante los días del bachillerato.

Mi interés por aprender cosas nuevas y emocionantes, que floreció entre los 10 y 13 años, comenzó a desvanecerse con el tiempo. El piano que tanto amaba, compañero en penas y frustraciones, se rompió, dejándome desconsolado. Sabía que soltar era parte del proceso, pero aceptarlo resultaba cruel.

Hubo una etapa en la que aspiraba a superarme y buscar la aceptación de los demás. Después de negarlo durante mucho tiempo, sentí que una parte de mí estaba madurando. Sin embargo, pronto me di cuenta de que, cuanto más te esfuerzas, menos reconocimiento obtienes, al menos de aquellos cercanos a mí. Aunque personas menos familiares sí apreciaron mis esfuerzos, logrando así un primer reconocimiento. Sin embargo, con el tiempo, mi interés disminuyó. La intensidad de la vida estudiantil y la falta de tiempo socavaron mi dedicación al piano. Después de haber aprendido solo tres canciones en meses, perdí el ritmo y me sentía frustrado con mis responsabilidades.

El hobby de tocar el piano, que una vez fue un sueño en mi infancia, se convirtió en un desafío en medio de las dificultades familiares y las crecientes responsabilidades. La presión del bachillerato y las obligaciones domésticas me sumieron en una rutina agotadora. Aunque mi deseo de aprender persistía, las circunstancias me obligaron a dejarlo atrás, aceptando que no podía permitirme ese lujo en mi tiempo ya escaso.

Con el tiempo, comprendí que las responsabilidades de adulto llegaron a mí antes de tiempo. No podía permitirme ser un niño pequeño; mis estudios y las tareas del hogar exigían mi atención. A diferencia de mi hermano menor, nunca recibí elogios ni regalos especiales. Aunque nunca lo odié por ello, sentía una punzada en el corazón al ver a mi familia disfrutar sin mí. Entendí que mi desaparición de su entorno no cambiaría nada.

CAPÍTULO 4: “OLIVOS”.

Las hojas de los árboles caían al suelo, dándole la bienvenida al otoño. Recuerdo que era mi estación del año favorita. Después de las clases del bachillerato, por la tarde, solía salir con compañeros de aquel entonces. No tenía buenos lazos con aquellos compañeros, pero de alguna forma me animaban a salir. Sabía que cualquier lugar era mejor que estar en casa cuidando de mi hermano menor. En ese entonces, me quería enfocar en buscar la verdadera felicidad, entender por qué siempre fingía ser alguien que no soy y por qué, al mostrarme como realmente era, me ignoraban.

Mis notas en el bachillerato habían bajado demasiado. Para mi sorpresa, mis padres estaban furiosos, decepcionados de mí. Recuerdo que me dijeron que, si no ponía un límite a mi comportamiento, me echarían de casa. Después de todo, ya era suficientemente maduro para saber lo que hacía. Unos meses después, sin cambiar mi comportamiento y al intentar encontrar mi verdadera felicidad, además de volver a mentirme a mí mismo y fingir ser alguien que no soy, mis padres finalmente me echaron de casa.

Recuerdo que en aquel entonces mi abuela vivía en el campo, alejada de la ciudad, pero cerca de un pequeño pueblo. Ya sabía que iba a reprobar el año. Mostraba calma, pero por dentro sabía que todo lo que hacía estaba mal. Me moría de miedo por no saber qué hacer. Había ido a enfrentar solo a lo desconocido.

Para mi suerte, mis padres hablaron con los profesores para evitar que reprobara el año. Solo tenía que rendir una prueba con todo lo que había pasado. Por supuesto, aprobé. Había pasado toda una semana estudiando sin dormir, pero algo dentro de mí no estaba contento cuando me enteré de que había aprobado el año. No me sentía orgulloso. Sentía temor. No me lo merecía, pero aun así me había esforzado dentro de esa última semana sin dormir.

Ese mismo otoño me fui a vivir con mi abuela, dejando a mi familia atrás. Recuerdo haber sentido un peso menos cuando mi abuela me extendió los brazos y me dio la bienvenida a su casa. Ella me tenía un cuarto allá en su casa, que antes le pertenecía a mi papá. Se había encargado de ordenarlo para mí después de tantos años sin verla. Recuerdo que tenía olivos en su propiedad. Cuando era pequeño, cada verano me quedaba en su casa y jugaba a esconderme entre ellos con mis primos o simplemente leía un libro. Aun sin saber lo que era la felicidad y el amor, ella me lo entregaba sin que me diera cuenta.

Estaba feliz con la idea de irme a vivir con mi abuela, recordando todo lo bueno y volviendo a experimentar con esa misma felicidad de aquel entonces. Pero también olvidé que en esa misma casa eran mis propios tíos quienes me criticaban por la espalda cuando era pequeño. El campo para ellos ya era demasiado lejos para ir a ver a mi abuela. Iban muy pocas veces o simplemente en festividades.

La casa estaba completamente en silencio, todo era tan aburrido y desanimado. Mi abuela en aquel entonces estaba en una edad en la que no podía hacer demasiado, algunos olivos estaban descuidados.

Ya ninguno de los dos éramos los mismos. En las cenas, mi abuela me contaba cómo yo y mis primos hacíamos pijamadas y éramos tan activos. Me decía que ella no iba a durar para siempre y que estaba muy agradecida de que al menos alguien como yo se viniera a quedar con ella. Fue el primer día que me quedé allí, y lo sentí eterno y muy duradero. Le dije que me iba a quedar con ella hasta el final. Y eso pasó. No mucho después, alrededor de unos 2 años, ella falleció por un paro cardíaco. Aprecié cada momento con ella, lloré semanas, lloraba hasta no poder más. Para el día de su funeral, fueron todos mis tíos y primos. Recuerdo haber visto a mi hermano menor, a quien no había visto en casi dos años después de mudarme con mi abuela. Él no la llego a conocer demasiado.

Supongo que el cariño era diferente después de todo. Ese mismo día, después del funeral, mis padres me ofrecieron volver a convivir juntos. Sabía que la casa de mi abuela estaba al legado de todos mis tíos y que lo más probable es que la vendan. Decepcionado, acepté volver con ellos y buscar un trabajo allá en la ciudad.

Capítulo 5: “Medicina”.

Hoy por la mañana me tome mis medicamentos, antes de volver a razonar sobre mi existencia y del por qué sigo aquí con vida, intente de cometer suicidio 5 veces en estos últimos años, pero ninguna me funciono, me llegaba a preguntar sobre la existencia de la vida, las drogas y el alcohol, dentro de mi cuerpo podrido y sin vida, ya no daban para más.

Cada día que va pasando me arrepiento mas de todo lo que llegue hacer con mi vida mediocre, la desprecio demasiado, buscar una forma de cometer suicidio sin que sea tan doloroso y rápido, no es una opción.

Llegue a cambiar sin fingir ser otro, para un bien mejor, aun así, me menospreciaron, pero no importa, estoy bien, bastante bien.

El dolor que tengo en todo mi cuerpo diariamente, me tiene agotado, las ojeras, el dolor de cabeza y el no poder dormir, son algo habitual.

El hueco en mi interior, que creció y arrastro con todo lo que llegue a apreciar alguna vez, ya no existe en mí. No culpo a nadie en esta vida, siempre perdone a todos aquellos que me llegaron a odiar, les extendí las manos cuando nadie mas lo hizo en su momento, momento que llegue a apreciar, el día en el que este mas muerto de lo que ya me permito, seré feliz por primera vez. Ya no busco una razón y un motivo del por que debo de seguir y esperar.

Siempre me costó sociabilizar en mi punto de vista, nunca me fue bien en eso, nunca me intereso tampoco, amaba tener pocos amigos. A la hora de partir en este mundo, mi ultima petición, es ver a todos felices, ya no quería seguir aquí con vida, no tuve un motivo del por qué.

Odiar a alguien no te hace imperfecto, siento que es un sentimiento hermoso, como todo lo de esta vida que siempre menosprecie, aprender a vivir para un bien mejor, y tener un entorno saludable que muchos quisieran tener, es apreciar la vida de todo aquel que te lo otorga.

Capítulo 6:»El Último Acorde».

A medida que las páginas de mi vida se desvanecen, me doy cuenta de que cada nota, cada silencio, tenía su razón de ser. Busqué incansablemente la melodía que daría sentido a mi existencia, la razón detrás de cada lágrima y risa que tejieron mi historia

Encontré culpas en las aristas afiladas de mis decisiones, en las notas discordantes que emanaban de mis errores. La vida, como una partitura compleja, llevaba su propio compás, y yo intentaba seguirlo, aunque a veces me perdiera en el laberinto de mis propias elecciones.

Luché hasta el último acorde, ansioso por descifrar el misterio de mi propia existencia. Quería entender por qué las notas altas y bajas se entrelazaban de la manera en que lo hacían, por qué la música de mi vida a veces sonaba tan discordante.

En ese último compás, llegué a aceptar que hay cosas que escapan a mi comprensión, razones que se ocultan en los pliegues del tiempo. La culpa, esa sombra persistente, se disolvió en la armonía del perdón, y comprendí que la lucha constante también podía llegar a su fin.

No es rendición, sino un reconocimiento sereno de que, a veces, el significado se revela no en respuestas concretas, sino en la aceptación de la incertidumbre. La música de la vida continúa, y aunque ya no pueda luchar, puedo dejar que las notas finales resuenen en paz.

Así concluye mi sinfonía, en un suspiro final, donde encuentro consuelo en la melodía eterna que sigue tocando, incluso cuando mi propia partitura llega a su fin.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS