CAPÍTULO I: RECUERDOS QUE COMIENZAN.
Caminando en los bordes del edificio, mueve la cabeza al ritmo de la música suave y tranquila; el viento agita su cabello mientras mira la ciudad desde lo alto. Con su mano derecha sostiene un bidón rojo y con la boca un encendedor. Destapando el bidón, se lo acerca a la nariz, al inhalar, siente un olor agradable que penetra en él. Era el dulce aroma de la gasolina. Alejando el bidón, sujeta el encendedor con su mano izquierda.
Vaciando toda la gasolina en su cabeza, cierra los ojos y respira profundo, Comenzando a contar en voz alta, lo único que escucha es la canción que está por terminar. —Uno, dos, tres, cuatro… cinco —Al llegar a cinco, la canción cambia por una más animada. Abriendo los ojos, se prende fuego con el encendedor, dando un paso al frente, le sonríe a la nada y comienza a caer.
Viendo la ciudad, prendido fuego, cae desde cincuenta metros, mientras espera su muerte con tranquilidad, ansias y felicidad. Recordando las palabras de aquellas mujeres que lo rechazaron; Hay unas que no paran de resonar en su cabeza, son las de aquella mujer que, al salvar su vida, lo miró con asco. Pero no estaba enojado con sus palabras, solo estaba frustrado porque cada palabra que salía de su boca era verdad.
A su lado caía una mujer vestida con un hermoso vestido negro, y aunque no podía ver su rostro por el velo que tenía, podía ver su sonrisa al intentar alcanzarlo con sus manos, pero simplemente no podía.
Su cabello teñido de rubio había desaparecido casi por completo; aunque el dolor que sentía era insoportable, le seguía sonriendo a la nada. Intentando alcanzar a aquella mujer con sus manos chamuscadas, forzaba sus labios quemados a moverse. —Pr… permíte… prfa… por favor… permíteme… ser libre —dijo sin dejar de ver sus labios.
Viendo sus labios, intentaba alcanzarla con todas sus fuerzas, pero no lo lograba. Rindiéndose, intenta ver sus ojos, aunque lo único que pudo ver fueron sus recuerdos, los cuales quería olvidar.
Susurrando ella dijo: —Tranquilo, siempre llego sin avisar—. Y al sonar el agua, desapareció.
Habiendo caído a una piscina, su cabeza no para de dar vueltas mientras se hunde; tocando fondo, mira el hermoso cielo nocturno, el cual estaba decorado con incontables estrellas opacadas por la luna. El agua parecía que no existía o él no existía para el agua.
Sin poder moverse ni respirar, ve los recuerdos que intenta olvidar. Mirando muchas de sus acciones que considera patéticas, sus brazos se levantan solos, sin poder controlarlos con la poca fuerza que le quedaba; estos intentan sujetar sus recuerdos. Aceptando que no puede evitarlo, anhela la hermosa luna.
Acostado a un lado de la piscina, despierta al recibir la luz del sol directamente en su rostro. Mirando su cuerpo desnudo, se sorprende al no ver ninguna quemadura en este. Preguntándose si todo lo vivido hasta ese día había sido un sueño, se da rápidamente cuenta de lo estúpido de su pregunta.
Intentando levantarse, un fuerte dolor de cabeza se lo impide. Sintiendo bajar algo caliente cerca de sus ojos, toca cerca de estos; al mirar sus manos, se da cuenta de que aquello que bajaba era sangre. De nuevo, intenta ponerse de pie, pero sigue sin poder.
Arrastrándose por el suelo caliente, grita por ayuda, pero se detiene al darse cuenta de que sus gritos no se escuchan. Intentando aferrarse a la vida, sigue arrastrándose sin poder avanzar.
Escuchando la risa de una niña que parecía burlarse de él, mira a su alrededor, sin poder ver.
Sintiendo que su cuerpo está lleno de quemaduras, comienza a reírse de sí mismo mientras se repite lo patético que es al pedir ayuda tras querer suicidarse. Respirando profundo, intenta calmarse después de contar hasta diez.
Con una sonrisa, cierra sus ojos, sintiendo un intenso dolor al estar prendido fuego, comienza a vomitar sangre; su vista se pone borrosa y poco a poco pierde el conocimiento, cayendo de nuevo a la piscina.
Abriendo sus ojos por un breve momento, ve a un pequeño ratón dándole RCP.
VISTA AL PASADO.
Sentado al frente de una mujer, apreciaba sus hermosos ojos y sonrisa, la cual aparecía al leer cada mensaje que llegaba a su teléfono, teléfono del cual no apartaba la mirada. Mirada que apreciaba mientras se preguntaba por qué no podía dejar de admirar aquella sonrisa que no era para él.
Habiendo tomado valor los últimos años, estaba decidido a decirle lo que sentía antes de salir de vacaciones de verano. Sus manos no paran de sudar, su corazón late más rápido y se ha olvidado de cómo respirar. —Ka… Kha… Khli… Khali—intentaba pronunciar su nombre, pero los nervios no lo dejan.
Queriendo conformarse con una mentira, se dice que lo hará el próximo viernes, aun sabiendo que no sucederá. Mirando al techo se pone a pensar en todas las ocasiones en las que ha estado en la misma situación, situación que le provoca un fuerte dolor en el pecho, el cual no lo deja tranquilo.
—¿Estás bien Sora? —dejando de ver el teléfono, pregunta al verlo más callado de lo habitual. Sin recibir una respuesta, estira su brazo hacia él, moviendo un poco de su cabello rubio con su mano—. ¡No estás enfermo, qué suerte! —dijo con una sonrisa tras tocar su frente.
Al ver su sonrisa, no pudo evitar ponerse feliz; sonriéndole, se miente así mismo tras repetirse que todo está bien.
Habiendo visto todo sentado en una silla desde la distancia, piensa —patético —Al ver sus recuerdos. Frente suyo apareció aquella hermosa mujer de vestido negro, la cual se iba acercando lentamente a él. Con cada paso quedaba aquella mujer, el dolor punzante que sentía en el pecho desaparecía. Al darse cuenta un arma apareció en su mano, viendo fijamente a la mujer, se acercó el arma a la boca y sin dudarlo jalo el gatillo.
¡Bang!
Khalida
Mirándose en el espejo, retoca un poco su maquillaje haciéndolo poco llamativo, cogiendo su peine plateado, comienza a desenredar su cabello negro, el cual llega a su cintura. Haciéndose una trenza, metió su mano en un pequeño cofre negro, el cual estaba lleno de moñas de distintos colores. Buscando una de color negro, se mira al espejo mientras se pregunta si está bien maquillada.
—¡Despierta! —Gritó una mujer entrando de golpe a la habitación.
Creyendo que su corazón saldría de su pecho en cualquier momento, miraba aquella mujer rebosando de alegría. — ¿Por qué no tocas antes de entrar? —preguntó, respirando profundo para tranquilizarse.
— ¿Desde cuándo una madre tiene que tocar para entrar al cuarto de su hija?
—Desde siempre. Casi me matas de un infarto.
Viéndola en el suelo, rodeada de moñas, se acercó a ella. —Tienes un punto, aunque nunca tocaré antes de pasar —dijo colocando las moñas en el cofre.
Aunque le molestaba que su madre entrara a su cuarto sin avisar y sabía que no lo dejaría de hacer, comenzó a reír sin poder parar, mientras deseaba que estos pequeños momentos nunca terminaran.
— ¿Por qué te ríes?
—Porque te quiero.
Viéndola con felicidad, lágrimas comenzaron a bajar por su rostro, tras escuchar esas pequeñas palabras que para ella significaban mucho. —Yo también te quiero —dijo limpiando sus lágrimas—. Aunque no soy tu verdadera madre.
Ryu.
Saliendo del baño desnudo, tras haberse bañado, camina hacia el comedor dejando un rastro de pisadas. Sentándose en una de las sillas del comedor, mira su plato de comida y agradece por este. Cogiendo una cuchara se encuentra dispuesto a comer, pero un golpe en su cara lo sorprende.
— ¡Qué te pasa, anciana! ¿Quieres pelea? —Preguntó haciendo sonar los dedos de sus manos.
Viéndolo con desprecio, le dio otro golpe. — ¿A quién crees que le hablas, pedazo de mierda?
—A un vejestorio, que puedo destruir con mis propias manos —respondió levantándose del asiento.
— ¿En serio? Inténtalo, pedazo de mierda —dijo remangando las mangas de su hábito.
Poniéndose en guardia al verla remangando su ropa, preguntó —¿Quieres pelear sepulcro? —A lo cual ella respondió lanzándole un golpe, el cual esquivó sin ningún problema—. Muy lento, vejestorio —dijo sacándole la lengua.
Todos seguían comiendo y hablando sin prestarles atención. Al final, desde el más joven hasta el más viejo se habían acostumbrado a sus peleas continuas.
— ¡Ustedes dos, deténganse! —Gritó una joven monja de ojos azules—. ¿No se cansan de pelear todos los días? —preguntó.
Al escuchar la voz de la mujer, se pasaron la culpa el uno al otro.
Con serenidad, aquella mujer de ojos azules se acercó a ellos y sujetó sus manos. —Ryu, madre superiora, da igual quién inició la pelea, por favor hagan las paces, como la familia que somos.
—Familia de ese imbécil, nunca —reprochó la madre superiora, comenzando a caminar hacia la cocina.
—Pienso lo mismo —dijo—. Nunca seré familia de ese vejestorio.
—Pero… —la mujer intentó hablar, pero fue interrumpida por la madre superiora—. Imbécil, vístete rápido antes que se te haga tarde para ir a estudiar, y si no quieres morir no vuelvas a sentarte en el comedor desnudo.
—Ya lo sé, no me lo tienes que decir, anciana. La próxima vez me sentaré en bóxer.
Viendo de nuevo el comienzo de una pelea, pensó con una sonrisa —Nunca cambiarán.
Sora.
Escuchando la alarma por décima vez, se levantó. —Qué pereza, cuando se ponía emocionante —Pensó, saliendo de su cuarto, comenzó a caminar a la cocina con pereza, miraba a su alrededor buscando algo, pero no lo encontraba. Llegando a la cocina, comenzó a abrir los gabinetes, sacando una caja nueva de cereal, la abrió y comenzó a comer. Al estar lleno, sujetó una bolsa de leche de la nevera y comenzó a tomar—. Comencemos —dijo caminando al baño. Abriendo la llave de la ducha, comenzó a escuchar el agua caer—. Qué relajante —pensó quitándose la ropa, Metiendo una mano al chorro de agua, sentía cada gota pegar con esta, metiendo todo su cuerpo en el chorro de agua, se quedó inmóvil en este, esperando que todos sus pensamientos se fueran por el drenaje.
SUEÑO.
Abriendo los ojos tras escuchar el sonido de unas tijeras abrir y cerrarse, mira a través de aquel frágil, pero muy bien cuidado espejo, como un hombre envuelto en llamas corta su cabello, sin mostrar interés o dolor por las llamas que lo consumen, él solo sonríe al cortar cada mechón de cabello. —Te gusta el corte —preguntó el hombre al terminar, a lo que Sora respondió asintiendo con la cabeza— Me alegro —dijo convirtiéndose en cenizas.
Cogiendo un puñado de cenizas, salió corriendo de la casa, para no llegar tarde a clases, el suelo atrás suyo se rompió tragándose todo a su paso; casas, autos, niños, adultos, incluso el cielo nocturno. Pero Sora, no lo había notado por estar viendo aquel sol apagado que se encontraba al frente suyo. Sin importar cuánto intentaba, al cansarlo no podía, cada vez que creía tenerlo en sus manos, este aparecía aún más lejos de él, haciéndolo correr más rápido.
Viendo el sol, entrar a un salón de clases, tras derribar la puerta, entro atrás de él sintiendo un calor intenso, pero a su vez siente un frío que recorre su cuerpo. Cerrando los ojos por la luz que les pega directamente, comienza a buscar el sol a ciegas. Siendo guiado por una voz que no reconoce, camina hacia la parte de atrás del salón. Chocando con todos los pupitres que se atravesaban en su camino, siguió hasta llegar a la voz.
—Abre los ojos —susurra en su oído.
Sintiendo un calor que lo sofoca, abre sus ojos, los cuales comenzaron a arder por la luz.
— ¡Taran! —dice mostrándole una sonrisa— Me extrañabas —pregunta.
Sin mostrar emoción o sentimientos, solo puede ver su belleza, la cual lo deja ciego.
—No has cambiado, ¿en serio no dirás nada? —reprocha al verlo tan callado. Suspirando, sujeta sus manos, las cuales se queman al instante—. Por eso me enamoré de ti —dice acercándose a él.
Ella se acerca lentamente a darle un beso, él siente su cara derretirse, aunque no siente nada, ni al saber que aquella mujer que ha querido desde hace tiempo está a punto de besarlo, ni al saber que cuando suceda su cuerpo quedará envuelto en llamas. Acercándose un poco a ella, siente su cuerpo quemarse, al unir sus labios, el tiempo se detiene. Metiendo la mano en su bolsillo, deja caer un frasco con pastillas, sin darle importancia vuelve a meter la mano en su bolsillo, sacando unas tijeras. Sonriendo tras cortar cada mechón de cabello. —Te gusta el corte —pregunta a una extraña sombra que lo observa, la cual responde asintiendo con la cabeza —Me alegro —dice siendo consumido por las llamas.
Viendo la ciudad desde una caída libre, comienzan a apagarse las llamas que rodean su cuerpo. Viendo a la mujer del vestido negro desaparecer frente a él, sigue cayendo sin preocuparse, tras haber aceptado lo inevitable, cierra los ojos.
—Felicitaciones —gritan todos. Abriendo los ojos al escuchar el escándalo, sonríe al ver a Khalida, con un vestido de mallas blanco con encaje floral, tiene una hermosa sonrisa de felicidad y emite una bella luz que lo hace sentir tranquilidad. Todos los observan, pero es imposible para él sentirse nervioso al tenerla al frente suyo. —Puede besar a la novia —dice el cura. Todos están en silencio viendo fijamente a la hermosa pareja, acercándose el uno al otro, sus labios se unen con delicadeza en un beso que hace que todos los presentes aplaudan con alegría. Viéndola salir de la iglesia con su esposo, Sora aplaude desde la distancia con una sonrisa que se le ha dibujado al verla feliz.
Viendo el sol frente a él, comienza a caminar hacia este; en cada paso que da, puede ver la luz de este disminuir. Al intentar sujetarlo con sus manos, simplemente se vuelve cenizas que se lleva el viento. Tirándose al suelo de cara, cierra los ojos, quedándose dormido y despertando al momento. Viendo una enorme mesa y un cuarto lleno de cuadros, se pregunta dónde está.
—Vaya —dice al ver a tres criaturas atravesar su cuerpo con espadas, viéndolos, mover sus bocas, no pudo escuchar lo que decían por un ruido molesto que retumba en su oreja. —Cuando se ponía emocionante —Piensa, saliendo de su cuarto, comienza a caminar a la cocina con pereza, mira a su alrededor buscando algo, pero no lo encuentra. Llegando a la cocina, comienza a abrir los gabinetes, sacando una caja nueva de cereal, la abre y comienza a comer. Al estar lleno, sujeta una bolsa de leche de la nevera y comienza a tomar—. Comencemos —dice caminando al baño. Abriendo la llave de la ducha, comienza a escuchar el agua caer—. Qué relajante —piensa quitándose la ropa. Metiendo una mano al chorro de agua, siente cada gota, pegar con esta, metiendo todo su cuerpo en el chorro de agua, se queda inmóvil en este, esperando que todos sus pensamientos se vayan por el desagüe.
TODO SE VOLVIO OSCURIDAD.
Llegando quince minutos antes, como era habitual, Khalida se dirigió al último asiento que estaba al lado de la ventana. Sentándose con delicadeza, comenzó a ver a través del cristal, mientras esperaba la llegada de su amigo, que como era usual, llegaría media hora tarde.
Al escuchar el tono de llamada de su teléfono, reacciono cerrando la llave de la ducha, saliendo del baño sin toalla, camina a la sala donde se encuentra su teléfono tirado en el mueble. Al tomarlo, ve que tiene varias llamadas perdidas del mismo número. — ¿Qué quiere esta vez? —se pregunta silenciando el teléfono. Caminando a su cuarto, mira a la ventana de la sala tras sentirse incómodo—. Tengo que cerrar las cortinas —se dice entrando al cuarto, tirando su teléfono en la cama, abre su armario y comienza a buscar su único uniforme bueno.
Un dulce y agrio aroma se posa en su nariz, haciéndolo sentir intranquilo, nervioso, enojado, angustiado, triste, relajado, tranquilo, libre, alegre y feliz al mismo tiempo. Siente que cae a un vacío mientras está prendido fuego, pierde la cabeza con todas las emociones que comienza a sentir. —¿Qué haces aquí? —le pregunta aquella mujer que lo ve con asco.
Aquella mujer que se encuentra sentada en el techo; viste un bello vestido en campana corto, de color rosado y floreado, sus ojos rojos miran a través de su ser, tanto sus uñas como su maquillaje se han hecho con delicadeza. Aquella mujer que está descalza mira fijamente a Sora con una sonrisa. Tras unos minutos en silencio, aplaudió y todo se oscureció. Risas se comenzaron a escuchar por toda la habitación y una luz se posó en aquella mujer; violines comenzaron a escucharse de fondo, violas, violonchelos, contrabajos y arpas; un suave sonido de flauta sonaba con cada paso que daba la mujer, piccolo, oboes, clarinetes, clarinetes bajos, fagotes, contrafagot; con delicadeza entraron los cornos, trompetas, trombones y una tuba; los timbales, platillos, campanas, tambor, gong, marimba, xilófono, dieron paso a su hermosa voz, aquella mujer comenzó a cantar y a bailar en el techo mientras de fondo se escuchaba la orquesta que era opacada por su voz.
La voz de la mujer lo estremecía, un frío recorría todo su cuerpo, su corazón latía cada vez más rápido y sus manos no dejaban de temblar. Sin poder dejar de ver aquel espectáculo que ocurría en lo que él creía que era su habitación, cerró los ojos y se preguntó cuál era el sentido de todo lo que estaba sucediendo. Al abrir los ojos, los instrumentos se detuvieron al instante, la mujer dejó de cantar y el corazón de Sora se detuvo. Frente a él, la mujer apareció y acarició su rostro suavemente. —No ignores mis llamadas —dijo la mujer acercando su boca a la de Sora.
De la oscuridad comenzaron a aparecer cuchillos, los cuales comenzaron a clavarse en ambos, los gritos de dolor de Sora fueron silenciados por los labios de aquella mujer que lo abrazaba con todas sus fuerzas. Todo se tiñó de rojo por un breve momento, la sangre que se deslizaba por sus cuerpos se detenía en sus labios que permanecían juntos. La sangre que permaneció estancada un breve momento comenzó a dirigirse hacia sus cuellos, muñecas y tobillos. De la oscuridad comenzaron a surgir criaturas con forma humana, las cuales tenían grilletes en sus muñecas, tobillos y cuellos. —Me perteneces —susurró la mujer al oído de Sora mientras eran rodeados por aquellas criaturas.
Todo se volvió oscuridad.
Como es habitual, Ryu corre por toda la ciudad con su uniforme del colegio arrugado, despeinado, con un ojo morado y con una sonrisa. Como es normal se escabulle al colegio por la parte trasera, tras escalar una gran cerca se dirige a una ventana donde lo espera su amiga con una sonrisa. —¿Cuánto tiempo ha pasado? —pregunta Khalida con felicidad mientras mira a Ryu por la ventana. A lo que Ryu responde con una sonrisa—. Estoy de vuelta.
OSCURIDAD.
Tranquilidad, sintió Sora, al despertar y estar rodeado de oscuridad, la cual le daba calma y paz, evitándole recordar el pasado, que trata de olvidar, pero no quiere dejar de castigarse por sus errores. Errores que lo hacen sentir vivo. Mirando al techo, viene a su cabeza el hermoso, pero peculiar modo de reírse de Khalida, —sigo vivo —pensó tras sentir su corazón latir.
Levantándose del suelo, comienza a buscar la puerta de su habitación en medio de la oscuridad. ¡Bang!, un destello iluminó el cuarto por un segundo, y el cuerpo de Sora cayó al suelo con un disparo en la cabeza. — ¿Es el último? —se preguntó Sora, caminando hacia aquella cosa que tenía su apariencia. Comprobando si seguía con vida, lo pateó un par de veces. Al ver que no se movía, comenzó a caminar en busca de una salida.
La oscuridad lo hacía sentir pequeño, pero también seguro; era una extraña mezcla de emociones y sentimientos, que lo llevaron a sentir sueño. Cansado de caminar, se acostó en el frío y húmedo suelo; al cerrar los ojos, se quedó dormido al instante.
—Sabes quién es Sora —pregunta Ryu—. A lo que Khalida responde negando con la cabeza. —Entonces, ¿por qué vamos a su casa a llevar le copias? —pregunta confundido.
—Es mi deber como la presidenta del salón, ¿no lo sabías?, además es mi vecino —con una sonrisa, responde
—no, siempre pensé que me llevabas las copias porque te caía bien, ahora estoy desilusionado. Aunque no sabía que él era tu vecino —Khalida, al escucharlo, sonríe—. No sabes muchas cosas de mí —dijo mirándolo a los ojos.
—Despierta —susurra la mujer en su oído—. Despertando al escucharla, la mira con miedo y desprecio. Sin pensarlo, le apunta directamente a la cabeza, ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!, tres veces dispara, creyendo que todo había acabado, sintió felicidad, pero esta felicidad solo duró unos minutos. Al escuchar a la mujer reírse de él, sintió un vacío, sin saber qué hacer tiembla del miedo mientras piensa en algo que lo libere; viendo a la mujer directamente a los ojos, le sonríe, ¡Bang!, solamente bastó un disparo para acabar con su miseria.
Enojada, ve el cuerpo de Sora con asco y desprecio —basura —grita mientras comienza a patearlo en repetidas ocasiones—. ¿En serio tomaste la decisión más fácil? ¡PATÉTICO! Yo pensé que tú eras él… ser… —lágrimas comenzaron a bajar por su rostro, encendiendo la luz de la habitación con un aplauso. Ve detenidamente el cuerpo que se encuentra bajo sus pies al mirarlo; una sonrisa dibuja su rostro al darse cuenta de que no era el verdadero. Con felicidad, mira toda la habitación, la cual tiene todas sus paredes cubiertas de sangre, caminando sobre los cadáveres de Sora que se encuentran tirados por todo el lugar, vuelve a aplaudir apagando la luz.
Apuñalando a un demonio una y otra vez hasta matarlo, limpia el cuchillo en su camisa y sigue caminando en busca de una salida. De repente, escucha un aplauso y las luces de la habitación se encienden. Sora, viendo todas las paredes cubiertas de sangre, mira al suelo, quedando paralizado al verse muerto. Comienza a vomitar, se pone a pensar cuántas veces se había matado.
De nuevo se escucha un aplauso y todo vuelve a quedar oscuro. Gritos de dolor y lamentos comienzan a resonar en su cabeza, volviéndolo loco. Disparos comienzan a escucharse, una canción empieza a sonar, y un dulce, pero agrio aroma entra por su nariz.
—Hola —dice la mujer besando a Sora en la mejilla. Al verla, sonríe y la saluda moviendo la mano de izquierda a derecha—. Por fin te encontré —dice la mujer abrazándolo mientras le pide perdón—. ¿No crees que es un comienzo extraño para una historia? —pregunta Sora. —Con una sonrisa, responde —Sí, es un poco extraño.
—lo siento…
Sus labios se unieron una vez más en la oscuridad; aquella mujer lloraba de felicidad después de vivir una extraña historia de amor. —gracias por todo —dice la mujer desangrándose después de ser apuñalada por Sora.
CAPITULO II: NO ES UNA HISTORIA DE AMOR.
Khalida, paralizada, mira con asombro el fuego consumiendo la casa de aquel chico solitario, el cual no había visto sonreír; aquel chico que mantenía la mirada perdida como si estuviera escapando de algo o esperando que algo sucediera. Aquel chico callado del cual no logra recordar algún rasgo de su apariencia, de aquel chico que, sin importar cuanto lo intente, no puede recordar su nombre, aquel chico que nunca le importó.
Preocupado, Ryu, preguntaba a los bomberos si sabían algo de las personas que vivían en la casa, pero no recibía respuesta. Sentándose al lado de Khalida, volteó a verla; al ver los ojos de Ryu, Khalida comprendió que estaba preocupado. Sentándose a su lado, comenzaron a esperar a que los bomberos terminaran de apagar el fuego.
Caminando en el borde del edificio, mueve la cabeza al ritmo de la música; su cabello negro como el carbón se mueve con el viento, y sus ojos brillan al mirar el cielo. No puede entenderlo, ni quiere hacerlo, pero al mirar el cielo lo ve diferente, es como si todo a su alrededor hubiese cambiado. ¿Para mal? O ¿para bien? Eso no le importa; simplemente no quiere dejar de verlo.
La música se detuvo y con una sonrisa dejó caer su cuerpo hacia atrás. Comenzando a caer desde cincuenta metros, ve lo bello, pero también lo grotesco de la ciudad. Comenzando a cantar, mira a aquella mujer vestida de negro cayendo a su lado.
Con una sonrisa, saluda. Ella se acercó y con sus suaves manos acarició su rostro, —llegué —susurra al oído de Sora con su suave voz. Al escucharla, levanta su velo y al llegar la noche sus labios se unen bajo la luz de la luna. La luna, al presenciar la hermosa escena, se llena de envidia, envidia que lentamente la apaga.
Al caer en la piscina, aquella mujer desapareció, despertando tras escuchar la alarma por primera vez, se levantó de la cama. —Qué calor —piensa, saliendo de su habitación. Caminando al baño con pereza, mira a su alrededor. —¿Por qué tengo eso ahí? —se pregunta tras ver un calendario en la pared del baño. Acercándose a él, ve que es viernes. Sin darle importancia, abrió la llave de la ducha y se metió con ropa. Aunque estaba bajo el chorro de agua, el calor que sentía no desaparecía; no podía respirar bien y comenzaba a ver todo borroso, sintiéndose mareado, intento caminar, resbalándose y golpeándose con la pared… Todo se volvió oscuridad.
Acostado en una cama exageradamente grande, pero que a su vez pareciera ser hecha del más fino algodón, se pregunta si murió del golpe que se dio. —Si hubiese sabido que el cielo era así de cómodo, me hubiera matado antes —piensa despreocupado y sin ganas de dejar la cama más cómoda en la que se ha acostado en su vida o muerte, quién sabe.
—Cinco minutos más —son las palabras que se ha estado diciendo las últimas horas para no levantarse.
Dando vueltas por toda la cama, busca la posición perfecta para volver a quedarse dormido. Volteando la almohada hacia el lado frío, piensa —Perfecto —al encontrar y adoptar una extraña posición para dormir.
—¿Vas a dormir así? —pregunta una mujer parada a un lado de la cama—. ¿No es incómodo?
—No, eso creo.
Viéndolo tranquilo y relajado, se sienta a un lado de él, preguntándole —¿Puedo intentarlo? —a lo cual él responde con un sí. Viéndolo detenidamente por unos segundos, se acuesta cuidadosamente a un lado replicando la misma pose.
—Es incómodo, ¿cómo puedes estar tan tranquilo haciendo esto?
—Soy flexible, supongo —De repente, por una extraña razón, comienza a sentirse incómodo; sus manos no dejan de temblar y su corazón late cada vez más rápido. Volteando a mirar detrás de él, al sentir un frío constante que recorre su cuello, se queda completamente paralizado al estar cara a cara con aquella mujer.
Aunque intenta moverse, su cuerpo no responde por los nervios de sentir su respiración tan cerca, los nervios de ver aquel rostro que parece el de una muñeca de porcelana, su cabello negro, el cual tapa uno de sus hermosos ojos azules. Su belleza lo ha dejado paralizado.
Acariciando lentamente su cabeza, lo mira fijamente —Eres igual como te describieron —dice sonriendo brevemente.
Preguntándose qué le pasa, por qué está tan nervioso y por qué está tan incompetente. Se repite una y otra vez en su cabeza la pregunta de aquella mujer que salvó su vida —¿por qué vives?, ¿por qué vives?, ¿por qué vives?, por qué vi… —Esa simple pregunta, la cual carcome su mente, hizo surgir otras preguntas —¿Por qué vivo?, ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿por qué no he muerto?, ¿quiero seguir fingiendo?, ¿por qué ella me rechazó?, ¿por qué? —Respirando profundo, intenta tranquilizarse.
Viéndola fijamente, se dirige a ella como un galán de telenovela —Tú también eres bastante linda, pero… no puedo engañar a Khalida, este es el motivo por el cual nuestro amor no puede florecer ¡María! —Rematando con una gran sonrisa, se levanta de la cama preguntando su nombre.
Soltando una pequeña risa, ella se levanta de la cama, comenzando a caminar hacia la puerta —Vamos, alguien quiere hablar contigo… Sora.
Viéndola salir por aquella puerta gigante, mira un poco a su alrededor percatándose de la enorme habitación en la que se encuentra. Preguntándose dónde está, ¿cómo ella sabe su nombre? Comienza a caminar hacia la puerta.
SENTIMIENTOS Y EMOCIONES.
Siguiendo a la mujer de cerca, no puede ocultar su cara de sorprendido al caminar por los enormes pasillos de lo que parece ser un palacio. Volviendo a preguntarle a la mujer dónde se encuentra, se detiene de golpe al mirar un cuadro enorme que llama su atención. Aunque el arte no le interesa y no logra entenderlo, sus ojos reconocieron de inmediato lo magnífico y maravilloso de la pintura.
—¿Te gusta el arte? —pregunta la mujer.
Volteándola a ver, responde —No, ni siquiera logro entenderlo.
—Si te portas bien, te diré el significado del cuadro.
—¿¡En serio!?
—Sí. Pero después, ahora sígueme.
Sin decir una palabra, comienza a seguirla, pero algo vuelve a llamar su atención, aquellos ventanales, dejan entrar una luz opaca emitida por el sol. Aunque parecía que sus ojos lo engañaban, no podía dejar de ver a la ciudad apagarse, lentamente. —¿Qué hora es? —pregunta mientras intenta recordar dónde ha dejado su teléfono.
—Son las dos de la tarde, ¿por qué preguntas? ¿Te preocupa algo?
—Solo quería saber la hora.
—Tranquilo —dice acercándose a él—. No te preocupes, no te haremos daño.
Aunque se pregunta dónde se encuentra, no se ha preocupado por las intenciones de la mujer. —Cuando alguien dice que no te hará daño, normalmente lo hacen, lo aprendí de las películas —dice con una sonrisa.
Al llegar al final del pasillo, los nervios comienzan a aparecer al estar parado al frente de una puerta, la cual la mujer abrió lentamente para darle suspenso al momento. Sus ojos ven por primera vez el vestido rojo que modela la mujer; al verla, queda maravillado mientras se pregunta por qué no la había visto.
—Por fin me ves —dice ella con una pequeña sonrisa.
Sora sonríe al escucharla —Te ves hermosa en el vestido —dice sin pensar en sus palabras.
Sin mostrar una reacción por el cumplido, termina de abrir la puerta —Pasa, mi señor te espera.
Al otro lado de la puerta solo hay luz, la cual no lo deja ver dentro de la habitación. Tras despedirse de la mujer con una sonrisa, entra a la habitación sin pensarlo dos veces.
Despidiéndose de él con una cara seria, cierra la puerta de la habitación con tranquilidad. Volviendo a caminar por los enormes pasillos, regresa a la habitación donde dormía Sora; tras cerrar la puerta con seguro, comienza a quitarse el vestido. Después de quedar completamente desnuda, se tira en la cama y queda dormida al instante.
El fuego poco a poco es controlado por los bomberos. Ryu sigue viendo a los bomberos trabajar, mientras espera una respuesta; Khalida lo mira con preocupación, preguntándose qué relación tiene con aquel chico.
Sintiendo un frío que recorre todo su cuerpo, se pregunta dónde ha acabado tras cruzar la puerta. Sin importar dónde mire, solo puede ver blanco, el cual parece no tener fin.
Sus manos no dejan de temblar, su corazón late más rápido, todo comienza a dar vueltas, sin saber cómo respirar. Su brazo derecho se prende fuego, pero no le provoca dolor; mechones rubios de su cabello caen al suelo. Lágrimas empiezan a bajar por sus mejillas mientras ríe a todo pulmón sin motivo.
Una mujer aparece frente a él, estirando su mano —Camina —dice la mujer secando sus lágrimas.
Intentando no llorar, le sonríe a la mujer. Las llamas de su brazo se propagan por su cuerpo. —Camina —repite la mujer molesta—. Cabizbajo, camina a un lado de la mujer mientras se pierde en sus pensamientos. —Soy una basura —piensa, mordiendo su labio por la rabia que siente.
Aquella mujer vestida con un traje de maid lo mira con preocupación. Acercándose a él, limpia cuidadosamente la sangre que baja por su labio con la manga de su traje.
Al ver a la mujer preocupada, vuelve en sí. —¿Qué me está pasando? —se pregunta, mientras le muestra una enorme sonrisa a la mujer—. Perdón por preocuparte.
—No estoy preocupada —dice ella sonriendo.
Era algo extraño lo que sentía, pero al hablar con aquella mujer era como si estuviera libre y cautivo; aunque se encuentra ansioso, su voz lo hace sentir tranquilo. Pero sobre todo, está feliz.
La habitación es enorme, está decorada con miles de pinturas de diferentes tamaños y una mesa que apenas puede ver.
—Siento lástima por la persona que limpie este lugar —piensa, mientras se acerca a la mesa, que se hace más grande a medida que se acerca.
—¿Estás nervioso? —pregunta ella.
A lo cual él niega con la cabeza.
—Eres extraño… —dice ella en voz baja—. Por eso me gustas.
Llegando a la mesa, se sorprende al verla de cerca; es una mesa larga y ancha, alrededor de la cual hay una cantidad de sillas en las que podrían sentarse al menos cien personas o más.
—Toma asiento —dice la mujer desapareciendo.
Sentándose, observa los alrededores de la habitación, en la cual no hay otra persona; examina una a una las pinturas que decoran el sitio. Después de haber esperado un par de minutos, empieza a aburrirse. —Tengo sueño —piensa mientras comienza a mirar al techo.
UN HOMBRE EXTRAÑO.
Sus ojos se cerraban lentamente por el cansancio que sentía, aunque intentaba permanecer despierto, pellizcarse no funcionaba. Observando los extraños cuadros que se encontraban esparcidos por toda la habitación, por más que miraba, no lograba entender ninguno de estos. Entre todas las obras, una captó su atención de inmediato, aunque no lograba entenderla, sabía que era algo único y maravilloso.
—¿Te gustan los fénix? —preguntó un hombre, sentado en la otra punta de la mesa.
—¿Fénix? Creo que no —respondió confundido.
—Qué lástima —dijo el hombre mostrando una sonrisa—. Sabías que el fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. El fénix representa el Sol, que muere por la noche y renace por la mañana. Otro símbolo vinculado al… —Aquel hombre sentado frente a él, con sus ojos brillando de felicidad, parecía un niño contándoles a sus padres el magnífico día que tuvo en el colegio—. Y por eso el fénix es mi favorito. —al terminar de hablar, el brillo en sus ojos desapareció—. ¡MUERE! —gritó el hombre con una sonrisa.
Sin saber qué hacer y ansioso de salir de ese lugar, miró aterrorizado su muñeca —Mira la hora, ya es tarde, mi familia debe de estar preocupada, será mejor que me vaya —dijo levantándose de la mesa. Buscando la salida para correr hacia ella, quedó paralizado al escuchar la risa de aquel hombre.
—Eres malo mintiendo, ¿sabías? —dijo aquel hombre, apuntándole con una pistola—. ¡SIÉNTATE! —gritó haciéndolo estremecer—. ¡SIÉNTATE! —Repitió sacándole el seguro al arma.
Mirando aquel hombre, comenzó a reír.
—¿Qué te causa gracia? —preguntó el hombre.
Sin parar de reír, respondió—Me sentí patético.
Confundido y sorprendido, preguntó —¿No me tienes miedo?
Parándose en la mesa, comenzó a caminar hacia aquel hombre —Dime, ¿por qué sentiría miedo de una basura, patética, miedosa, inútil pedazo de mierda como tú?—. Mirándolo fijamente, gritó —¡RESPONDE! ¿¡POR QUÉ SENTIRÍA MIEDO DE TI!?—. Haciendo la forma de una pistola con su mano, miraba aquel hombre con asco desde lo alto de la mesa, sentándose en esta dijo con una gran sonrisa. —Mejor cambio la pregunta, dime por qué sentiría miedo de mí.
Los dos se miraban fijamente, sin miedo, temor o alguna pizca de cobardía, lo único que sentían era felicidad.
¡Bang!
Los bomberos corrían desesperados sin saber qué hacer, las llamas que consumían la casa empezaron a alborotarse y no sabían por qué, sin importar cuánta agua utilizaban, las llamas no cedían.
La noche había llegado. Khalida, se había marchado tras recibir una llamada de su madre, y Ryu, miraba maravillado las llamas de la casa. —Falta poco —pensó sonriendo a la nada.
Todo estaba teñido de sangre, al ver su cuerpo tirado en el suelo, comenzó a cuestionarse incluso el más mínimo de sus pensamientos.
—¿Quién soy? ¿Qué quiero? —se preguntaba mirando el extraño cielo gris, el cual era adornado con aquel hermoso sol que lentamente se apagaba.
Caminando a su casa, escuchaba los murmullos de las personas que lo miraban con asco al pasar, todos se apartaban o se tapaban los ojos al verlo. —Pervertido —gritó una señora. Sin interés de saber a quién le gritaba, siguió caminando rumbo a su casa.
Al ver su casa, se sintió aliviado. —Falta poco —escuchó, de inmediato volteó a mirar y se sorprendió al ver a Ryu, sonriéndole desde la distancia. —Así que él es el pervertido— pensó mientras entraba a la casa, caminando directamente a su habitación, se detuvo al verse completamente desnudo en un espejo. Al mirarse comenzó a reír, y lentamente todo frente a él se volvió oscuridad.
Las llamas se apagaron de repente y los bomberos por fin pudieron descansar.
REALIDAD.
Toc, toc, toc, toc…
Despertando por el sonido de una puerta siendo golpeada. Un rayo de sol entra por la ventana del hospital, dándole en la cara, confundido, mira sus brazos, los cuales se encuentran vendados, sus piernas, las cuales no siente, y una mujer sentada a su lado, la cual hace latir su corazón. más fuerte.
Toc, toc, toc, toc…
—¿Hola como estás? —dijo Khalida con una sonrisa.
—Bien, ¿y tú? —respondió Sora con felicidad.
—Un poco preocupada por ti.
—¿En serio te importo tanto? —preguntó emocionado.
—Sí, porque te amo.
Sus ojos lo hacían olvidar todo su dolor, su sonrisa le daba esperanza, su voz hacía estremecer su cuerpo, sus labios le quitaban la vida lentamente y su cuerpo era una ilusión. Ella es una ilusión.
Toc, toc, toc, toc…
Metiéndose en la conversación, habló Ryu desde una esquina de la habitación. —Estoy bien, gracias por preguntar.
Volteándolo a mirar, preguntó Sora. —¿No estabas muerto?
A lo que respondió Ryu. —Creo que es momento.
Toc, toc, toc, toc…
—Ya es hora —dijo Khalida acercándose a Sora.
—¿Hora? —confundido Sora los miraba.
Como si todo hubiera sido planeado, los dos hablaron al mismo tiempo. —Es momento de despertar.
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
La oscuridad es algo a lo que sus ojos están acostumbrados, por eso en su cabeza siempre surge la misma pregunta.
¿CUÁNDO VERÉ LA LUZ?
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Los dos señalaban a Sora con el mismo dedo, los dos lo miraban con desprecio, los dos se reían con él, de él y para él, los dos lo odiaban, amaban y envidiaban, los dos cortaron sus pieles con la misma cuchilla. Los dos sufrieron, lloraron, murieron y vivieron, los dos se amaron y lo amaron, los dos se besaron y jalaron el gatillo al mismo tiempo. ¡Bang!
Los dos se perdieron en la nada de la realidad y quedaron en el todo de la oscuridad.
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
Toc, toc, toc, toc…
—¡DESPIERTA! —Grito una mujer entrando de golpe a la habitación.
Despertando del susto, se levantó de la cama de inmediato. —¿Qué quieres? —preguntó Sora Molesto.
Al verlo enojado, sonrió. —Quería verte, mi amor —dijo la mujer con un tono de voz burlón.
Al ver su maquillaje corrido, su vestido rasgado y sus pies descalzos, preguntó sin pensar. —¿Otro cliente? A lo que ella respondió molestamente —¿Cómo lo descubriste?, tal vez tu papá es Sherlock Holmes, ¿por qué no vas a buscarlo?—. Enojada, empezó a desnudarse, su sostén azul iba en juego con sus bragas, los cuales al quitarse lanzó a Sora en la cara. —Son nuevos, puedes quedártelos —dijo acostándose en la cama completamente desnuda. Por un instante, sus miradas se cruzaron; él no dejaba de ver sus cicatrices, y ella no podía dejar de ver la oscuridad que lo rodeaba.
Un hombre calvo, sudoroso y gordo entró a la habitación cargando una enorme caja con varios instrumentos sexuales; al ver a Sora, dejó caer la caja y gritó de alegría. — ¿Tú eres mi regalo? —preguntó el hombre acercándose a Sora con emoción. Al estar cerca de él, sacó unas tijeras de su bolsillo y cortó un poco de su cabello teñido de rubio; tras olerlo por un rato, miró a Sora a los ojos—. Eres joven, atractivo y por tu olor eres virgen. Me encantas. —dijo con entusiasmo el hombre mientras acariciaba la cara de Sora con sus grandes pero delicadas manos.
Con cautela, la mujer apartó las manos de Sora. —Yo soy tu sorpresa —dijo ella besando aquel hombre mientras cerraba los ojos. Lentamente, ella empezó a quitarle la camisa al hombre, mientras él apretaba sus senos con sus grandes manos; sus delicadas manos empezaron a moverse por su piel morena. Los dedos del hombre comenzaron a tocar suavemente los labios de la mujer y recorrieron todo su cuerpo hasta llegar a su boca. Por un corto tiempo, ella abrió los ojos y miró aquella asquerosa bestia que le causaba náuseas.
Sora miraba sin pensar, sentir o creer en algo; simplemente miraba, existía, vivía, viendo oscuridad que para él eran lo mismo, eran todo, eran nada.
Suplicio de realidad.
Nada, nada, nada, nada es real. ¿Qué es real? Tal vez es lo que él cree, o simplemente es lo que piensan los demás mientras lo ven desde abajo.
Las últimas pastillas del frasco acompañadas con una esnifada de polvo lo preparan para volver a aquella realidad que no entiende, no siente, no ve. Solo imagina, aquella realidad en la que cree y quiere estar. Un escape, perdición, su salvación. Un mundo donde puede ser feliz, fantasía, realidad, ¿su verdad absoluta o una mentira constante?
Tirado en una pila de basura, ve el techo con la mirada perdida, mientras espera que vuelva a surgir el efecto que poco a poco se ha vuelto más difícil de obtener. Sus brazos y piernas están llenos de moretones ocasionados por las agujas en su piel, los gemidos de su madre traspasan las delgadas paredes de la casa, mientras son decorados por la sirena del camión de los bomberos que no para de sonar.
Sus ojos lentamente se cierran, llevándolo a aquel hermoso lugar que le permite olvidar toda la basura que lo rodea.
Al abrir los ojos se encontró parado en la oscuridad de un largo, pero enorme pasillo, decorado con diversas pinturas de mujeres desnudas. Sin poder ver la belleza de cada mujer, comenzó a caminar en medio de la oscuridad sin un rumbo o destino. Las mujeres de las pinturas comenzaron a llorar mientras gritaban del miedo al ver una extraña silueta pasar cerca de ellas, sus manos temblorosas tapaban sus frágiles y jóvenes cuerpos mientras le pedían ayuda a Dios.
Las lágrimas de aquellas mujeres bajaban lentamente por sus caras cubiertas de moretones, se desplazaban por sus cuellos llenos de arañazos y sus pechos cubiertos de saliva, se deslizaban por sus vientres hasta llegar a sus caderas y se unían con la sangre que recorría sus entrepiernas. Las lágrimas y la sangre seguían bajando como una sola por sus piernas, al llegar a la punta del dedo gordo del pie comenzaron a salirse del cuadro como gotas de lluvia que empezaron a llenar aquel enorme pasillo.
Sin darse cuenta, se encontró en el fondo de un lugar desconocido, sin poder respirar, se encontró viendo hermosas obras de arte arruinadas por la mano del hombre, se estaba ahogando en tristeza, odio, rencor, sueños y esperanzas…
Se encontró en un mar de lágrimas de sangre…
Sangre.
Sangre.
Sangre.
Sangre que salía en forma de lágrimas, lágrimas que resaltaban el color de sus ojos, ojos que han perdido el brillo, brillo que sostenían sus manos, manos que fueron cortadas con el sucio filo de una cuchilla oxidada. El óxido le pasó una enfermedad la cual solo tiene una cura… la muerte…
Muerte.
Muerte.
Muerte.
Muerte, lo único que los une en vida.
—Odio todo esto, lo odio, lo odio. —dijo Khalida, con su camisa mal abotonada y la falda torcida, mientras lloraba frente a aquel desconocido.
Sin saber qué decir o hacer, Sora miraba aquella mujer rota que le suplicaba por ayuda.
Sonriendo incómoda, le pidió disculpas al desconocido —Lo siento, lo dije sin pensar, mejor me voy.
Viendo cómo ella abría la puerta para marcharse, sujetó su mano temblorosa; de inmediato, la abrazó, y lo primero que vino a su mente fue decirle. —La vida es una mierda.
—¿Por qué? —preguntó ella en un mar de llanto.
—Quién sabe.
—No quiero vivir más. —Fueron las últimas palabras que le dijeron antes de quedarse dormida en sus brazos.
Solo fue necesaria una corta conversación, para que dos estudiantes del mismo salón se conocieran. Simplemente, era necesaria oscuridad para que la luz llegara a la vida de dos personas que habían caminado a oscura gran parte de su vida. No fue necesario Cupido, o alguna poción de amor, para que una relación surgiera; solo fue necesario unas cuantas lágrimas para que una nueva historia de amor comenzara…
El viento soplaba suavemente, los pájaros volaban en los cielos y su sonrisa le daba felicidad. Arrodillado en el lugar donde se conocieron, Sora le declaró su amor a Khalida, la cual lo recibió con felicidad. Al instante, sus labios se unieron en un primer beso que no sería olvidado por ninguno de los dos…
Realidad… no es lo que él quiere, es lo que más dolor le causa.
Viendo cómo aquella mujer baila en los bordes del edificio, comienza a correr para detenerla, viendo nuevamente la sonrisa de la mujer, intenta alcanzarla, pero solo puede tocar su mano.
—También tienes la culpa. —dijo la mujer cayendo a su muerte.
Viendo el cuerpo de la mujer desde lo alto, vomita, sus manos no paran de temblar y sus ojos no pueden dejar de ver el cuerpo sin vida de la mujer; Rápidamente, un grupo de personas corrió hacia el cuerpo y un grito se hizo presente —¡KHALIDAAAAA!
CAPITULO III: DESNUDEZ DEL ARTE.
La vida miraba desde lo alto de un edificio, la ciudad oscura, ciudad que era dominada por los miedos de sus habitantes, por el odio y el resentimiento que tenían en sus corazones, corazones que habían dejado de latir hace mucho tiempo, llevándose con esta toda esperanza de ser felices.
La vida caminaba por las oscuras calles de la ciudad, los gritos de mujeres y niños decoraban su andar, la sangre derramada en el sucio suelo decoraban sus pies descalzos. En cada paso que daba, la vida dejaba una huella de sangre, sangre de los condenados a vivir. Vivir, la vida seguía caminando en busca de su gran amiga, que había desaparecido hace años, trayendo consigo dolor y angustia. La vida se encontraba cansada, triste, y con odio, por estar buscando toda su vida, vida…
Vida.
Vida.
Vida.
—Vida, dame un beso y permíteme ser feliz, aunque no sea contigo, se lo pediría a la muerte, pero no quiere ser mi amigo, tal vez se obsesionó conmigo, por eso la bala no sale cuando presionó el gatillo. Vida, vida, vida… desaparece esta soledad que no aguanto más y la muerte no me quiere quitar, tal vez estoy pidiendo mal y le tengo que rogar a alguien más, a dios, al diablo, o al destino, a la suerte. Que nunca va conmigo. O debo hacer un pacto con ese demonio que se presenta como felicidad y me promete ser feliz en esta sucia ciudad… —Sentada en el sucio suelo de la calle con un corto, pero llamativo vestido rosado, toca la guitarra mientras canta una de las canciones que había escrito pensando en él. Su hermosa voz cautiva a niños, jóvenes y adultos que al verla pasar le suplican que les cante una canción para así darle un mínimo sentido a sus vidas. Querida por todos, amada por muchos, ella solo quería una cosa…
Que fuera real…
La vida quedó maravillada con la voz de la mujer, pero siguió su búsqueda prometiéndole volver a presenciar su acto. El viento guiaba a la vida en su búsqueda; la vida, aunque se encontraba cansada, seguía caminando mientras observaba cada rincón de la ciudad oscura. Ciudad que fue iluminada por una tenue luz que era consumida por los carroñeros que se escondían en las sombras, buscando un poco de calor, aunque este fuera falso… Falso como la sensación que Sora sentía al esnifar aquel polvo.
No paso mucho tiempo para que la vida se encontrara de nuevo con aquella mujer, Viendo la vida frente a ella sonrió al apretar el gatillo, pero una vez más la pistola se encasquilló. —Es la quinta vez hoy. —le dijo a la vida suplicándole con su mirada que la dejara morir.
La vida arrancó en llanto al ver a la mujer que al igual que ella había sido abandonada por su amiga. Abrazándola, le pedía perdón, mientras le preguntaba quién le había puesto la horrible maldición, quién le había hecho tanto mal, quién le había dado la inmortalidad, aquellos ojos que solo anhelaban la muerte.
Alejándose de la vida, fue a tomar su guitarra, sentándose en el suelo, comenzó a cantar —Sé que esta vida es una mierda y yo solo quiero volar, pero es la quinta vez que mis alas se parten con el viento que no me deja avanzar. Quiero avanzar y salir de esta mierda, la verdad es que no doy para más, déjame en el suelo un segundo, que se vuelven minutos, en cinco años lo volveré a intentar. Quiero ser feliz, no sé cómo lo haré. Le pedí un consejo al demonio de mi cuarto, pero se suicidó otra vez. Corro en este laberinto sin salida, mientras lucho por mi vida contra un monstruo que me intenta asesinar. De solo un golpe lo acabo, eso me da felicidad, mi mano comienza a sangrar por mi reflejo que lo acabo de matar… —Una canción sin terminar, una historia que comenzaba y un sentimiento que acabaría, la vida se marchó dejando aquella mujer herida.
La vida se durmió en el regazo de Sora, su amiga, la muerte, miraba desde la distancia con celos, y la oscuridad de la ciudad se transformó en envidia. La felicidad se hizo presente y con esta, los funerales se hicieron comunes, mientras miraba aquel ataúd de cristal presenciaba cómo su condena comenzaba.
LA SANTA PUTA DE LOS OLVIDADOS INMORTALES.
Llevaba puesto un hermoso vestido negro ajustado; sus curvas desviaban el pensamiento de cualquier hombre. Su piel, blanca como papel, tenía escrita forzadamente una triste historia que terminó sin comenzar; el velo negro tapaba su bella sonrisa. De fondo, se escuchaba una canción con un ritmo alegre, que te hacía querer bailar, pero la letra carecía de alma y propósito; era simplemente triste, tan triste que acallaba el llanto de las personas que al ver aquel ataúd de cristal sollozaban.
Un viernes cinco, a una hora determinada de la madrugada, el cuerpo de Khalida fue quemado a la vista de todos por su madre, que al ver el cuerpo de su hija siendo consumido por las llamas, lloraba, maldiciendo el humo que entraba a la sala. —Hael —susurró—. Acepto que los culpables escucharan mi voz enferma; ustedes que escuchen mi voz se enfermarán como estoy yo y sufrirán como hizo ella. Aquellas palabras que se llevó el viento apagó el triste fuego que lloraba al no ser escuchado.
La santa puta.
Su caminar, su vestido escotado o tal vez su voz, hacían que todos los hombres la desvistieran con la mirada. Sus mentes perversas no dejaban de imaginar qué le harían en la cama. Las miradas de aquellas sombras sin alma no le hacían sentir o pensar algo; simplemente estaban ahí, vacías, solas, sin un propósito, solo deseaban algo que hacer. Ni un poco de asco podía sentir por ellas. Ella seguía cautivando con su voz, una voz que poco a poco se hacía más tenue.
Recogiendo las monedas que le habían lanzado aquellas sombras, empacó su guitarra cuando el fuego se apagó. Sintiéndose sofocada por el humo que cubría toda la sala, se despidió de todos con una sonrisa fingida y salió de la casa lo más rápido que pudo. Al salir, el humo del cigarrillo pegó en su cara. Al mirar al culpable, vio después de unos meses a su deteriorado compañero de clases; sus ojeras, su mirada perdida, habían inspirado diversas de sus canciones, pero su sonrisa y la luz que veía al verlo entrar al salón habían generado diversas emociones. Pero todo eso había sido consumido por las llamas.
El fuego quemaba todo a su alrededor, y ella caminaba sin darse cuenta de las flores que la rodeaban en la oscuridad. La noche había caído a sus pies descalzos, y el viento la guiaba hacia un destino desconocido. El sol apareció como una ilusión del humo, que la hacía cuestionarse si algo era real. Todo era mentira o tal vez era toda verdad; su vida no tenía un rumbo. Pero al ver el humo que salía de la boca de Sora, se dio cuenta de que todo lo que conocía iba a cambiar. Y solo pensar, eso la excitaba. Con una sonrisa, se marchó en medio de la noche esperando volver a verlo en la escuela.
Los olvidados.
El humo del cigarrillo lo tapaba, haciéndose invisible a los ojos de muchos. Pero él estaba ahí, sentado a un lado de Sora, viendo cómo daba la última bocanada al cigarrillo. El viento se llevó el humo, y el rostro de una bella mujer apareció frente a él. ¿Quién es ella? ¿Quién sabe? ¿A quién le importa? A nadie le importa; a él no le importa. Solo está ahí, sentado a un lado de aquella luz que lo cautiva y ciega, una luz parecida al sol que lentamente se apaga frente a él…
Él está viendo, existiendo en la nada, buscando recordar para ser recordado o al menos olvidar para ser olvidado. Él quiere ser visto, pero no ve bien. Quiere ser grabado, aunque se olvida de todo. Quiere que todos sepan quién es sin haber conocido; él solo quiere estar al lado del sol, aunque las llamas de este lo consuman hasta la muerte.
Inmortales.
Dando la última bocanada a su amigo cigarrillo, miró el cielo mientras se preguntaba si existía un lugar donde van las buenas personas a hacer felices. Se preguntaba si había un dios que lo castigaría por todos sus pecados o tal vez existía un sitio exclusivo para personas como él.
—Pertenezco a algo —se preguntó, viendo cómo el viento se llevaba el humo que lo rodeaba y, con este, se llevaba sus pensamientos. Pero consigo, el viento trajo a su amiga melancolía, la cual lo sedujo para que fumara otro cigarrillo.
La colilla del cigarrillo prendió fuego a las flores, flores que eran pisadas por una mujer; mujer que lo miraba desde la distancia con una sonrisa. La oscuridad miraba inmóvil al fuego propagarse. El fuego le sonreía al viento mientras le suplicaba que lo ayudase a expandirse… la vida y la muerte miraban desde la habitación de un motel cómo el fuego era consumido por sus propias llamas.
COMIENZO DEL ARTE.
El cielo comenzó a llorar por el destino que estaba destinado a ver; la luna se escondió por miedo de presenciar el futuro de los jóvenes que caminaban sin rumbo por la ciudad, una ciudad que era iluminada por las estrellas que miraban con atención a los jóvenes.
La muerte bailaba bajo la lluvia mientras era observada por la vida. La muerte, al ver a la vida, estiró su mano, a lo que esta se negó, pero la sonrisa de la muerte la hizo cambiar de opinión al instante. Tras sujetar su mano, toda preocupación se esfumó. La muerte y la vida comenzaron a bailar bajo la lluvia, dejando todo pensamiento de presente, pasado o futuro a un lado. La vida y la muerte bailaban sin importarles los demás. La muerte besó a la vida, la vida besó a la muerte, y las dos desaparecieron sin importarles el destino.
Ella bailaba descalza sobre las flores que habían sido consumidas por las llamas, bailaba bajo la lluvia que recorría su cuerpo, bailaba sin saber bailar. Su cuerpo se mueve con el sonido de las gotas chocando con el suelo. Ella tarareaba mientras movía su cuerpo sin preocupación, simplemente siendo ella. Su guitarra esperaba segura bajo un árbol que la protegía de la lluvia.
Sora caminaba por la ciudad, sin preocupación, sin miedo, sin un rumbo, solo caminaba bajo la lluvia que seguía sus pasos. Pasos que eran seguidos desde la distancia por Ryu, Aunque Sora no se había percatado de él, él solo seguía aquella luz que logró captar su atención.
Sora caminaba y caminaba, aunque parecía que buscaba algo, él solamente caminaba mirando al cielo en busca de la luna. Sin importar cuanto buscaba, no la podía encontrar, esto lo llenaba de tristeza, aunque más triste estaba la luna al no poder ver su cabello negro, sus ojos que anhelaban hablar con ella y su sonrisa. Pero la luna fue rápidamente olvidada tras pasar por un pequeño parque y verla a ella.
Tanto Sora como Ryu se detuvieron maravillados al verla bailar. Ninguno entendía lo que pasaba, pero sabía que era algo hermoso. Los dos comenzaron a caminar hacia donde se encontraba ella. Su extraño aroma, los llamaban. Los dos estaban hipnotizados y encantados con su cabello castaño, el cual les recordaba sus más profundos sentimientos.
La mujer no se había percatado de los dos hombres que se acercaban a ella con un deseo insaciable. Ella solo bailaba, no quería parar sin importar cuántas lágrimas derramará, ella solo quería olvidar, aunque no podía. Sin importar cuanto intentara, no pensar en ello. Sora, con cuidado, sacó la guitarra del estuche y tocó un par de cuerdas. Ella, al escuchar, volteó y Sora le Sonrió.
—Toca —dijo Sora, estirando la guitarra hacia la mujer.
Era la primera vez que Sora le dirigió la palabra, la primera vez que lo veía tan cerca. Aunque estudiaban juntos, los tres solamente se miraban desde la distancia sin querer entablar una conversación. El sentimiento de amor que llegaron a sentir había sido únicamente una leve atracción, la cual se esfumó con el pasar del tiempo. Ellos estaban uno al frente del otro sin poder recordar sus nombres. Ellos solo se miraban con tranquilidad mientras pensaban que el destino los había puesto frente a aquellas dos personas.
Ella, con una sonrisa, sujetó la guitarra, comenzando a dar pequeños saltos mientras la tocaba, bruscamente. Los dos, siguiendo el ritmo, comenzaron a saltar a su alrededor mientras hacían extraños sonidos con sus bocas. Todos movían sus cuerpos como querían sin miedo a ser vistos o juzgados. Ellos solo seguían el ritmo mientras olvidaban todo lo que los rodeaba. La lluvia caía más fuerte, y ellos se movían más alegres. Estaban en un trance del cual no querían salir, los tres sonreían, gritaban, disfrutaban de ver el tiempo pasar.
Cansados, miraron al cielo sin decir una sola palabra. La luna no había salido de su escondite, las estrellas los miraban con felicidad, la vida y la muerte no se veían por ningún lado, el destino miraba sentado al lado de la tragedia con una sonrisa, y los tres jóvenes se fueron por caminos separados sin despedirse, preguntarse sus nombres, sus edades o qué hacían ahí. Ellos tenían la esperanza de verse el próximo día en los pasillos del colegio.
CHOKE.
Era un día aburrido como cualquier lunes; los alumnos estaban desmotivados, con sueño y con ganas de irse a sus casas, aunque apenas era la primera hora de clase.
Sora miraba el tablero atentamente, sin pestañear, asintiendo con cada palabra que decía el profesor. Eran muchas operaciones, las cuales él no entendía. Aunque se encontraba en el salón, en su cabeza, estaba en aquel día lluvioso, que sin importar cuánto lo intentara, no podía olvidar.
Aquel recuerdo no lo dejaba pensar bien; aquellas dos personas tenían algo que perturbaban su sueño, era algo que no podía describir ni olvidar, algo que lo hacía pensar que su destino era verlos de nuevo.
El timbre sonó y el descanso comenzó; Sora se levantó de su asiento con prisa y comenzó a correr hacia la salida por los largos pasillos, esquivando al resto de estudiantes. Llegando a las escaleras, respiró y con prisa comenzó a subir; la puerta de la azotea se encontraba abierta, sin pensarlo entró y aquella persona lo recibió con una sonrisa.
—Hola. —con una sonrisa dijo ella al verlo entrar.
—Ha pasado tiempo. —respondió Sora bajando la mirada.
—Sí, mucho tiempo, ¿cómo has estado? —preguntó ella caminando hacia él.
Retrocediendo la miró —No te acerques, por favor —suplicó mientras temblaba.
¿Me tienes miedo? —preguntó ella—. Si todo esto es tu culpa.
—Cállate, por favor cállate.
Riendo, siguió caminando —eres tan sentimental, tan tierno. ¡Acepta que todo es tu culpa!
Paralizado, la miraba; el miedo que sentía no lo dejaba pensar bien. Ella lentamente se acercó y al estar frente a él le dio un beso.
—Te amo —dijo ella riéndose de él.
—Déjame en paz —suplicó él—. Déjame, por favor…
Agitado, despertó al escuchar la alarma, tras levantarse de la cama, se quedó mirando fijamente a la pared, mientras se preguntaba por qué había soñado con ella.
El tiempo pasó y el descanso comenzó; con sueño recostó su cabeza en el pupitre, cerrando los ojos, intentaba quedarse dormido, pero no podía sin importar cuánto lo intentara. Sin poder dormir, comenzó a divagar en sus pensamientos.
—¿Qué haces? —preguntó una mujer parada al frente de él— te estábamos buscando.
Abriendo los ojos, miró a aquella mujer que bailaba bajo la lluvia; sin saber qué decir, solo la miraba en silencio con una sonrisa, la cual se había formado al verla de nuevo.
—No me ignores —reprochó la mujer dirigiéndose a la salida—. Camina.
Levantándose del asiento con tranquilidad, miraba las caras de sorpresa de sus compañeros tras presenciar lo sucedido. Todos comenzaron a murmurar mientras creaban chismes de lo que había pasado.
Sora seguía a aquella mujer por los pasillos del colegio, mientras se preguntaba a dónde lo llevaba. Su mirada no podía despegarse del cabello de la mujer, el cual le provocaba un pensamiento que no podía describir, su aroma lo hipnotizaba a él, ya todos los hombres que se encontraban por el pasillo, los cuales, al verla pasar, no podían evitar mirarla.
Aquella hipnosis fue interrumpida al pasar por un enorme cuadro que se encontraba colgado en el pasillo; Sora se detuvo al ver aquella hermosa creación, la cual no lograba comprender, aunque el arte no le importaba, ya que no lo entendía. Aquella pintura captó de inmediato su atención, sus ojos pudieron comprender lo maravilloso de la obra.
— ¿Quién lo hizo? —preguntó Sora.
—¿te gusta el arte? —pregunto la mujer.
Volteándola a mirar, le sonrió. —No me gusta, ni siquiera lo entiendo.
Al verlo, le sonrió de vuelta. —Si te portas bien, te diré el significado.
—¿¡En serio!? —preguntó Sora entusiasmado.
—Sí. —dijo la mujer comenzando a caminar de nuevo—. Pero después, ahora solo sígueme.
Viendo cómo se alejaba, corrió para alcanzarla, adelantándola, miró sus ojos cafés. —¿Y a dónde vamos?—. Preguntó Sora con curiosidad. A lo que, ignorándolo, pasó a un lado de él y comenzó a subir las escaleras, mirando al suelo, empezó a subir las escaleras en silencio.
Al llegar al último piso, Sora preguntó qué hacían en ese lugar, ignorándolo de nuevo, abrió la puerta de la azotea, miró a Sora y le preguntó —¿tienes miedo? —. A lo que el sorprendido, al ver aquella puerta abierta, respondió con una sonrisa —No—. Ella, al verlo tan confiado, susurró en su oreja —Ahora me perteneces—. Sonriéndole, cruzó la puerta. Pensando que era una broma, la siguió, preguntándose qué le preparaba el destino.
Los dos se miraban en silencio; Sora se preguntaba qué iba a pasar, ella se sentía feliz, aunque no lo demostraba. El viento pasaba mientras intentaba escuchar de qué hablaban; los pájaros cantaban y el destino, al verlos, desapareció, dejando a Tragedia encargada.
Los dos se acostaron en el suelo, comenzando a buscarles formas a las nubes. Ella, ocultando su entusiasmo, le preguntó él nombre, a lo que Sora, confiado, dijo su nombre con una sonrisa; ella dijo su nombre después de pensar cuidadosamente sus palabras. Su nombre era Khalida.
Con una sonrisa, Sora miró a Khalida a los ojos —ahora somos amigos —dijo estirando la mano. Al verlo, Khalida estrechó su mano, dándole las gracias por ser su primer amigo, volvieron a mirar el cielo.
Después de un rato, Sora la volteo a mirar, cruzando miradas; al ver sus ojos cafés, apuntó al cielo —esa nube parece un perro. —dijo Sora con una sonrisa.
Volteando a mirar la nube con intriga, sonriendo, al ver un dragón. —yo veo un dragón —dijo apuntando a una nube distinta.
En un instante algo paso por la mente de Sora, el tiempo se detuvo tras recordar aquellos recuerdos que había olvidado, el cielo comenzó a caer en pedazos tras pensar en algo que lo atormentaba. El sol perdió brillo al darse cuenta de que estaban nuevamente juntos, la noche se hizo presente y la luna miraba escondida por el miedo que sentía al verla tan hermosa, las estrellas perdidas no querían acompañarlos en la oscuridad.
Sin poder moverse, Sora miraba sin darle importancia a su alrededor, el cual era destruido lentamente. Se encontraba feliz y triste a la vez, la melancolía invadía su cuerpo al ver aquella mujer la cual no se le es permitido olvidar, al ver sus ojos intenta no llorar, preguntándose por qué la sigue recordando, después de hacer todo para olvidarla.
Sus brazos se aferran a sus recuerdos, los cuales ha sobrescrito en varias ocasiones para sentirse bien consigo mismo. La risa de una niña resuena por todo el lugar en forma de burla. La cabeza de Leiko vuela por los aires manchando la ropa de Khalida con sangre; Khalida miraba con odio a Sora, Sora miraba la ciudad desde lo alto de un edificio con miedo a caerse.
Sentado en el borde de un edificio, miraba la ciudad oscura sin saber qué hacer. El miedo se apodera de sus pensamientos y una mujer mayor sentada a su lado le pregunta – ¿te cansaste? —volteándola a ver, sonríe, mientras llora sin parar.
Con lágrimas bajando por sus mejillas y la voz medio cortada le pregunta a la mujer – ¿qué debo hacer?
Sin saber qué hacer al verlo llorar, lo abraza mientras le dice que todo va a estar bien. El tiempo pasa y la noche permanecía con ellos dos juntos en un abrazo que se convirtió en un recuerdo para ambos.
Cayendo desde cincuenta metros sin ninguna preocupación, le sonríe aquella mujer que sujeta su mano con fuerza. Esperando su muerte con ansias, le sonríe a la vida tras recordar que ahora debe su alma al diablo, tras este explicarle el significado de aquel cuadro en blanco.
Siendo tragados por la oscuridad de la ciudad… la policía encuentro a un joven que llevaba desaparecido quince días.
COMIENZO Y FINAL SON LO MISMO.
Él solo quería sentir algo, solo quería salir de la monotonía. Con eso en mente, subió al último piso del colegio, preparado para saltar; tal vez, y solo tal vez, esa era la respuesta para salir de su aburrimiento. Sin dejar carta de despedida, cruzó la barandilla, quedándose en el borde. Al mirar la ciudad, respiró profundo, cerrando los ojos, se despidió de su familia con un simple adiós.
—Intenta caer de cabeza —dijo una mujer que estaba a su lado. Preguntándose desde cuándo lo estaba viendo, la miró—. No me mires y salta —dijo ella sin preocupación. Cualquier persona hubiese intentado evitar que saltara con un discurso o fingiendo preocupación. Pero ella no le preocupaba, no sentía lástima ni se preguntaba por qué lo hacía.
— ¿Vas a saltar? —preguntó, cruzando el barandal. —Hagámoslo juntos, intenta caer de cabeza para no fallar —dijo con una sonrisa tras tomar su mano. —A las tres saltamos, tranquilo, yo estaré a tu lado. Uno, dos… tres, salta… —los dos se miraban, él con preocupación y ella con una sonrisa, la cual lo llenaba de preguntas.
Él no sabía quién era ella o por qué estaba ahí, pero en ese instante, aquella monotonía había desaparecido. Él quería conocerla, quería estar a su lado, no quería que ella soltara su mano.
—No saltaste, me decepcionas —cruzando la barandilla se alejó sin mirar atrás. Él la miraba marcharse, mientras pensaba en detenerla y preguntarle el nombre, pero el miedo ganó tras pensar que el destino los uniría de nuevo—. ¿Qué haces? Sígueme —dijo ella cruzando la puerta. Él, sin pensarlo, cruzó la barandilla y corrió detrás de ella.
Siguiéndola por los silenciosos pasillos del colegio, la miraba en silencio mientras apreciaba su figura. —Dime¿Estás mirando el culo? —preguntó ella al sentir su mirada. Al escucharla, miró al suelo sin decir una sola palabra—. Volteándolo a mirar, se detuvo —¿Tú hablas? —preguntó, a lo que él, mirando aún al suelo, asintió con la cabeza.
—Mmm, está bien, sigamos, pero no vuelvas a mirarme el culo —dijo ella riéndose al verlo nervioso. Él no logró entenderla por más que lo intentaba, muchas de sus creencias sobre las mujeres habían desaparecido al escucharla hablar.
Viendo cómo ella entraba al salón 50-E cerrando la puerta, este se sentó en el pasillo esperando a que saliera. Pasaron unos cuantos minutos y ella no salía; levantándose, miró la puerta y estiró su mano para abrirla, pero se detuvo al instante comenzando a alejarse.
Parado en la entrada de su casa, metió la mano a su bolsillo sacando las llaves, tras abrir la puerta, entró quitándose los zapatos en la entrada. Subió al segundo piso donde se encontraba su habitación, entrando a esta, le puso pasador a la puerta, cerró las cortinas, se tiró en la cama, quedándose dormido al instante.
Al pasar unas horas, miró el reloj que se encontraba colgado en su pared, diez y cinco marcaba. Él solo esperaba a que pasaran cinco minutos más, aquellos cinco minutos se hicieron eternos, pero la voz de su cabeza lo acompañaba en aquella eternidad, aunque él la ignoraba, ella le reclamaba por todo el tiempo que ha estado desperdiciando.
Los cinco minutos pasaron, estando seguro de que todos en la casa se encontraban dormidos, se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Saliendo de su habitación, comenzó a caminar hacia las escaleras mientras alumbraba con la linterna de su teléfono, intentando hacer el menor ruido posible; bajó las escaleras y llegó a la puerta principal, se colocó los zapatos que había dejado en la entrada y salió de la casa.
Caminando por las solitarias y oscuras calles de la ciudad, miraba el cielo nocturno mientras apreciaba la luna que lo guiaba en su camino. Caminando con un rumbo, la luna se desvió por primera vez, guiándolo por unos callejones estrechos, llegando a un pequeño parque que nunca había visto. Una sonrisa se dibujó en él al mirar aquella mujer bailando en medio de la oscuridad; sus movimientos no tenían sentido, ella solo fluía con la canción que tarareaba con una sonrisa.
—Hola —dijo un hombre acercándose a ella con una sonrisa. Esta paró de bailar y lo miró con felicidad, saltando a sus brazos, unieron sus labios en un beso que duró unos minutos. Sora miraba aquella mujer sonreír tras besar a aquel hombre. Colocando su mano en su pecho, tras sentir un dolor, los veía desaparecer en la oscuridad de la noche.
Siguiendo su camino habitual sin poder olvidar el dolor de su pecho, llegó a su destino tarde, algo que no era habitual en él. —Llegas tarde —reclamó Ryu al verlo llegar—. Cinco minutos más y te daba por desaparecido —dijo dándole uno de los dos cafés que había comprado.
—Gracias —dijo Sora, sentándose al lado de Ryu tras recibir el café.
Los dos comenzaron a beber del café mientras apreciaban el cielo. Las horas transcurrieron en total silencio; ya se habían acostumbrado a la rutina de no hablar por horas. Los dos dieron el último sorbo de café al mismo tiempo, se levantaron y se marcharon por caminos separados con la promesa de verse a la misma hora el próximo día.
Tras caminar un par de minutos, llegó a su casa; abriendo la puerta con el mayor cuidado de no hacer ruido, entró a la casa en puntas, tras quitarse los zapatos, comenzó a subir las escaleras lo más lento que podía… —Hola —al escuchar la voz de su padre comenzó a caminar normal hasta la mesa del comedor—. Hola —respondió sentándose en una de las sillas; al estar ahí sentado, sabía que una gran charla se acercaba.
—Es un logro que dejaras las drogas… Todos esperamos mucho de ti, Sora —después de un largo rato, su padre terminó de hablar con las mismas palabras que terminaba cada conversación que tenían; aquellas palabras que lo atormentaban habían ganado fuerza con el pasar del tiempo.
Levantándose del asiento, se despidió de su padre; subiendo las escaleras, entró a su cuarto, echándole seguro a la puerta, se acostó en la cama, cerró los ojos intentando dormir, pero no podía. El recuerdo de aquella mujer no lo dejaba por más que intentaba no pensar en ella; el dolor en su pecho no desaparecía y la sonrisa de ella lo hacía feliz.
La alarma sonó y él se levantó de la cama, sin haber podido dormir, entró al baño y abrió la llave de la regadera; Viendo el agua caer, pensaba en aquella mujer de la cual no conocía nada. Pensando si la volvería a ver, entró al chorro de agua; esta bajaba por su pecho, el cual seguía con aquel dolor punzante que se hacía presente al pensar en ella. Al pasar un rato, salió del baño tras secar todo su cuerpo. Vistiéndose para ir a estudiar, bajó las escaleras y se sentó en el comedor donde lo esperaba su familia; el desayuno estaba servido y ninguno había tocado su plato esperando a que él llegara; al sentarse en la silla del comedor, le dieron gracias a Dios y comenzaron a comer en silencio.
El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos; al darse cuenta, estaba en el colegio recibiendo clases. El timbre sonó y el descanso comenzó; Saliendo del salón, comenzó a caminar hacia la terraza mientras guardaba la esperanza de que ella estuviera ahí.
Subiendo las escaleras al último piso, el miedo se apoderaba de él, el dolor en su pecho se hacía más fuerte y la felicidad de poder escuchar de nuevo su voz le encantaba. Abriendo la puerta que daba a la terraza, respiró aliviado al verla bailar. Su corto cabello negro con puntas rojas se movía con el pasar del viento. Su falda se levantaba con cada giro que daba, dejando al descubierto su ropa interior negra.
Al verlo, sonrió. Tomando su mano, preguntó —¿Sabes bailar? —A lo que él respondió negando con la cabeza—. Te enseñaré —dijo colocando las manos de Sora en su cadera. Posicionando sus manos alrededor del cuello de Sora, comenzó a moverse; su sonrisa hacía latir su corazón cada vez más rápido. Sin saber qué hacer, Sora miraba los pies de aquella mujer mientras intentaba imitar sus movimientos—. ¿Tienes algún fetiche con los pies? —preguntó en tono de burla—. No mires mis pies, mira mis ojos y déjate llevar. —Mirando esos ojos cafés, comenzó a moverse al ritmo de la canción que tarareaba ella con su suave voz.
El timbre sonó, indicando que tenían que volver a sus salones. Ella no se apartaba de él, y él no quería que ella se apartara; bailando unos minutos más, los cuales se hicieron una eternidad para los dos. Mirándola alejarse unos centímetros, él veía cómo ella hacía una reverencia mientras lo miraba, a lo que él hizo lo mismo sin apartar su mirada de sus ojos. Viéndola marcharse sin decir una sola palabra, esperaba volver a verla.
Al darme cuenta estaba en el salón, pensando en aquella mujer; El profesor hablaba sin parar, mientras él miraba por la ventana esperando que terminaran las clases. Al enterarse de que estaba solo en el salón, todos habían desaparecido sin dejar rastro alguno. Levantándose del asiento, caminó hacia la puerta, al otro lado de esta estaba parada aquella mujer que, al verlo salir, sonrió desapareciendo frente a sus ojos.
Sentado en el comedor de su casa, mira a su familia comer en silencio, mientras se pregunta qué está haciendo ella.
—¿Te pasó algo interesante? —preguntó Ryu a Sora al verlo más distante de lo normal. Volviendo en sí, se preguntaba cuándo había dejado de comer con su familia—. Nada —respondió Sora mirando al cielo.
Era otra corta conversación vacía entre ellos dos, dos personas que se habían conocido por casualidades del destino, dos personas que no sabían sus edades, dónde estudiaban o si tenían hermanos. A duras penas conocían sus nombres, aunque rara vez los utilizaban, pero eso estaba bien para Ryu; él quería pertenecer a algo, aunque fuese un silencio de minutos que se transformaba en horas, él solo quería tener a alguien que lo recordara. —Otra noche más —pensó Ryu mirando al cielo.
— ¿Cómo sé si estoy enamorado? —preguntó Sora.
Sorprendido al escucharlo, no supo qué responder a la repentina pregunta, de aquella extraña persona que lo acompañaba en las noches. —Nunca hablas y lo primero que sale de tu boca es esa estupidez —riendo, le dio unas cuantas palmadas en la espalda—. Eso significa que estás creciendo, eso me hace tan feliz, pero primero hablemos un poco de nosotros, qué tipo de mujeres te gustan; A mí me gustan las grandes nalgonas.
Viendo a Ryu describir a su mujer ideal con detalles terroríficamente precisos, era la primera vez que lo veía hablar tanto; era la primera vez que lo veía con una sonrisa tan duradera; era la primera vez que los dos hablaban de sus vidas personales y de cosas sin sentido las cuales les causaban gracia a ambos. El tiempo pasó volando, aunque para ellos solo habían pasado un par de minutos. Despidiéndose el uno del otro después de acordar que se verían el viernes de la próxima semana a la misma hora de siempre, se marcharon por distintos caminos.
Al escuchar la alarma, se despertó. Mirando al techo unos cuantos minutos antes de levantarse, se preguntaba si la vería otra vez. Motivado por aquella sonrisa y aquellos ojos cafés, se levantó de la cama y entró al baño, abriendo la llave de la ducha; Viendo el agua caer, se imaginaba aquel momento donde bailaba junto a aquella mujer en la terraza, cerró los ojos y comenzó a mover su cuerpo mientras se preguntaba qué canción era la que tarareaba.
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