INFANCIA Y UN MISTERIO.

INFANCIA Y UN MISTERIO.

AL

23/04/2024

                                                       LA PRIMERA NOCHE

Llegaron las vacaciones de verano y papá quería ir a su pueblo natal, era la primera vez en mis diez años de vida que yo visitaba aquel lugar, llegamos a la casa que había pertenecido a mis abuelos, una casa pintoresca con paredes de ladrillo rojo, con muchas hojas y enredaderas en su portón de rejas negras. Me acomodé en una de las tres habitaciones que albergaba la casa, la única del segundo piso con una ventana que permitía ver el horizonte. Estaba muy bien iluminada y fresca, tenía un gran armario de madera en donde pude colgar todos mis lindos vestidos de olánes y moños. Pasé la tarde con mis padres, explorando y nadando hasta el cansancio. Cuando el sol se ocultó, salí al patio de aquella casa vacacional. 

Con los tonos oscuros de la noche todo se sentía diferente, el pasto del amplio jardín se sentía más frío y el soniquete de los bichos nocturnos más claro, los insectos marchando por el suelo, el cri-cri de un grillo cercano y por los árboles, las aves dormían. No había estruendos de motores ni música moderna, solo el viento nocturno, con el aroma de piscina y la luna blanca. Entonces, escuché algo inusual. Venía del otro lado del patio, detrás de la pared que nos separaba de la casa vecina. Me acerqué descalza, sentía la rudeza del piso de piedra y la tierra entre los dedos. 

Pegué la oreja a la pared de ladrillos, y un silencio taciturno me espeluznó hasta las entrañas, el grillo dejó de cantar y el viento ya no soplaba. Me alejé poco a poco, pues me costaba moverme, de alguna forma, ya no estaba sola. Antes de dar media vuelta y escapar hacia la seguridad de mis cobijas, el ruido que me había intrigado se repitió, era un golpeteo que provenía del otro lado de aquella pared. A la mañana siguiente, le pregunté a mi padre si conocía a las personas que vivían al lado. No me supo responder con claridad.

                                                          LA SEGUNDA NOCHE 

Me di a la tarea de descubrir quién vivía en la casa vecina. Tal vez me encontraría una nueva amiga o amigo, ¡o tal vez la persona que vivía allí tenía un gato! Eso explicaría el ruido que escuché. Cuando salí a la tienda, antes de llegar a la casa de mis abuelos, me asomé por la ventana de los vecinos. El cristal estaba opaco y muy sucio; por dentro, en vez de una cortina, colgaba una sabana vieja y agujerada. El interior era oscuro y no se distinguía nada más que un par de muebles y un sillón color café o tal vez rojo, pero lleno de polvo. La casa parecía abandonada. El día pasó tranquilo y todos comimos bajo las estrellas la rica cena que mamá nos había preparado.

                                                           LA TERCERA NOCHE

Aquella noche mis sueños fueron extraños, sentí como si nunca me hubiera ido a acostarme. Estaba parada en la entrada de la casa, las rejas negras chirriaban con el aire. Miré hacia ambos lados de la calle principal, estaba vacía, pero al voltear a la casa vecina, una chica que aparentaba un par de años más que yo, llamó mi atención. La chica tenía una piel pálida como la leche, estaba muy sucia y llevaba suelta su larga cabellera oscura.

No podía distinguir su cara. Quedé paralizada por su tenebrosa presencia, ella se empezó a mover, deslizándose sin tocar el suelo. La seguí con la mirada mientras entraba a nuestra casa atravesando las paredes. Desperté con el estruendo de un baso rompiéndose. A lo lejos se escuchaban voces molestas, bajé a la cocina y mi madre estaba recogiendo los pedacitos de cristal roto, mis padres estaban discutiendo.

—Entiende que no nos podemos ir todavía mujer, no he terminado de resolver el tema de las escrituras.

—No sé qué le ves a esta pocilga vieja, no nos hace falta, estoy segura de que solo quieres conservarla para poder estar con la otra.

—Y dale otra vez con lo mismo. ¿Qué puedo hacer para que entiendas? ¿Para que me creas? Esta casa no es para mí, es para nuestro futuro ¡Para nuestra hija por Dios!

—La casa es extraña.— Respondí en voz alta para que al fin notaran mi presencia.

—Hija, estás despierta.— Mamá trató de ocultar sus húmedos ojos. —Cuantas veces te he dicho que no debes caminar descalza, se me calló un vaso, trata de no venir a la cocina en un rato. Papá salió al patio, fue la primera vez que lo vi fumar un cigarrillo.

Llegó la tarde, no pude disfrutar la comida, mis padres parecían sumamente dispersos, solo se hacían preguntas ocasionales, pero se estuvieron evitando el resto del día. Por ello decidí salir a explorar un poco más lejos, papá me había dicho que al ser un pueblo pequeño era mucho más seguro pues todos se conocían entre todos. Caminé y caminé, el sol brillaba rádiente y el aire estaba fresco, pasé por la tienda, había árboles flacos y arbustos floridos, vi casas pequeñas y grandes, me encontré con un par de animales callejeros muy lindos, incluso un gato amarillo se dejó acariciar y me acompaño por todo mi recorrido.

Todo era colorido, pero, me extrañaba no haberme encontrado con ningún niño, la única persona que vi fue al abuelo que atendía la tienda. Tal vez todos estaban durmiendo, disfrutando de sus vacaciones.  Cuando me cansé de caminar, regresé a casa, pero antes de llegar, el gato que me seguía empezó a maullar mucho, trepó una pared y desapareció de mi vista, intenté seguir al gato y me encontré con la entrada del lugar. El gato se había metido al cementerio.

Entré siguiendo al minino porque quería llevármelo a casa. Tal vez él haría a mamá y papá felices de nuevo. Caminé entre las lápidas, siguiendo los maullidos, al final encontré al gatito, me vio y me ronroneó, lo cargué y empecé a caminar de vuelta a casa. No sé si fue mi imaginación, pero sentí como si al entrar en ese lugar el cielo se hubiese nublado repentinamente.

El camino a la salida del cementerio se me estaba haciendo más largo de lo que recordaba haber caminado. —¿Me perdí?— Afortunadamente, vi a un señor al lado de una lápida, estaba vestido de negro y llevaba unas flores rojas muy llamativas. Mamá me había enseñado que no debía de hablar con extraños, pero yo ya tenía muchas ganas de regresar a casa.

—Disculpe, señor, no quiero interrumpirlo en un mal momento, pero ¿sabría usted decirme en donde está la salida?— Me empecé a sentir muy nerviosa al ver su rostro extraño, arrugado por la edad, cubierto por su sombrero. Al abrir su boca emanó un fétido aliento que provenía de su dentadura dañada, abracé al gato retrocediendo lentamente. El gato empezó a bufar, mirando con sus grandes ojos verdes al señor que solo me señalo el camino que debía de tomar.

—Gracias, que tenga linda tarde.— dije con un poco de tartamudez.

Sentí como las uñas del gato se me enterraban cuando el señor nos empezó a caminar detrás de nosotros, aceleré mi caminata y me aferré al gato, el señor de traje negro nos perseguía. Comencé a correr. Por fin vi la salida, rogaba por encontrarme a alguien conocido afuera, pero justo en la entrada tropecé y el gato salió corriendo con la cola esponjada. Miré aterrada hacia atrás, con miedo de que el señor me atrapase, no había nadie en el cementerio. Mi respiración seguía agitada y me debían las rodillas por el impacto, no estaban rasadas, solo un poco sucias, volví a correr directo a casa. Al llegar, me encontré al mismo gato amarillo, sentí como me llenaba de felicidad al verlo, le saqué un platito con un poco de leche, aunque incité al gato a que entrara a la casa, no quiso pasar de las rejas negras de la entrada principal. Pasé el resto de la tarde en el patio y me fui a dormir temprano, mis papás seguían molestos, así que decidí no decirles nada de lo que había pasado aquella tarde.

                                                         LA CUARTA NOCHE

Me sentía cansada del día anterior, todos parecían estar estresados. Papá salió a hacer unas cosas mientras que mamá estaba acostada viendo la TV. Yo me quedé en la piscina, me recargué en una de las orillas viendo directo a la casa vecina, bajé la mirada y noté que el patio estaba repleto de hormigas que comían las sobras y migajas del desayuno caídas al suelo. El gatito regresó y le di una rebanada de jamón que devoró mientras ronroneaba y yo lo acariciaba.

Le mostré a mamá al gato, pareció no importarle mucho. Decidí llamarlo Benjamín. Pues sus ojos verdes me recordaban a los de un personaje que llevaba el mismo nombre. Benjamín subió a dormir a la azotea. Con mi padre ausente y mamá acostada, me aburría a montones. Me encontraba sola en el jardín, entrañaba a mis amigos y a mi muñeca favorita, una payasita de cara de porcelana y cuerpo de trapo. Mientras estaba perdida en mis pensamientos, escuché cómo alguien había entrado a la casa vecina. Mi curiosidad me consumió y me asomé por la reja para ver quién era.

No había ningún carro, ¿tal vez vinieron caminando? Hiba en camino a contarle a mi madre. Cuando de reojo vi a la misma joven de cabello negro asombrándose por las rejas de la entrada principal, cruzamos miradas. Sus ojos irritados eran completamente blancos, y los rodeaban unas profundas ojeras. Agitó las rejas que sonaron chirriantes, mi corazón dio un vuelco, nuevamente me encontraba corriendo, pero ahora hacia los brazos de mi madre —¡Alguien movió la puerta de rejas! ¡Mami!— Ella salió pensando que nos habían hecho una mala broma, pero no encontró culpable alguno.

Al final me tranquilizó diciéndome que tal vez él viendo las había sacudido, ¡oh que las ratas lo habían hecho! En el campo esos animales eran muy comunes, otra razón para abandonar la casa de mis abuelos. Por la noche, volví a escuchar el ruido de la pared del jardín. Tal vez eran ratones, como había dicho mamá, tal vez ahora que Benjamín estaba en la casa, pronto los casaría para que me dejaran dormir, ¿verdad?

                                                  LA QUINTA NOCHE

—Mañana nos vamos— dijo papá. Una vez volvió a casa. Yo lo recibí con los brazos abiertos, mientras que mamá solo le dio un beso en la mejilla. Me sentía agradecía de que ese sería el último día que pasaríamos en esta casa, así podría alejarme de todas las cosas raras que había visto, aparte, me sentía segura ahora que mamá y papá estaban junto a mí.
Le conté a papá acerca de Benjamín y tras insistirle algunas veces, accedió a que me lo quedara. El día lo pasé dentro de casa, viendo películas y comiendo palomitas junto a mi nuevo amigo, mi gato amarillo.

Me fui a dormir más tranquila que nunca, pronto estaría de vuelta con mis juguetes y mi muñeca, soñaba con que mi payasita de porcelana y trapo cobraba vida y que jugaba conmigo y con Benjamín. Pero de repente, en mi sueño, se volvió a aparecer la extraña criatura que me atormenta desde que llegamos a este lugar. La joven, de cabellera oscura, me miraba fijamente desde una esquina de la pared. 

Me desperté de golpe y me levanté de la cama, me asaltaron unas terribles ganas de ir al baño. Mientras me dirigía a hacer mis necesidades, escuché quejidos y golpes desde el pasillo. Empecé a sudar frío, tal vez seguía soñando, así que seguí caminando y lo que encontré al abrir la puerta fue a mi madre vomitando, ella estaba pálida y débil.

—Mami, ¿estás bien?

—Oh, sí, hija, no te preocupes, es solo que… La cena no me calló muy bien, creo que la leche ya no estaba buena.
Le pasé un poco de papel a mi madre y le acaricié la espalda como ella lo hace conmigo; no había más que hacer.
—Eres una niña muy buena, ¿lo sabes, verdad, hija? No dejes que nadie te diga lo contrario.— me dio mi beso de buenas noches y me mandó a mi cama.

La habitación de los padres de nuestra protagonista, estaba levemente iluminada por un foco amarillo, tenía una sola ventana que veía hacia la piscina y una cama matrimonial rústica acompañada de un acogedor juego de almudadas.

—¿Te encuentras bien?.—Pregunto el esposo sin despegar sus ojos del libro que tenía entre sus manos, tras una corta espera, su mujer por fin le respondió.

—Estoy embarazada.—Dijo ella aún parada al lado de la cama, esta respuesta inesperada hizo que él la mirará incrédulo y sorprendido.

—Amor, eso es… ¡Fantástico! ¿Es por eso que no me evitabas? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque no es tuyo.

Un largo silencio se apoderó de la habitación. Ambos se miraron a los ojos por un momento. La frustración, la ira y el resentimiento se veían en los ojos de él, mientras que en los de ella no se reflejaba más que un vacío. Comenzó una nueva discusión, escandalosa y llena de rencores. Ambos intentaban convencerse de sus errores mutuos y de cómo el tiempo y la falta de comunicación fueron acabando con algo que un inicio había sido casi perfecto.

La traición y el perdón son muy grandes para una persona, se necesitan dos. ¿Cuál eres tú? ¿El que perdona o el que traiciona? Esa noche el gato Benjamín acompañó a nuestra protagonista, ambos durmieron acurrucados, tapados completamente por las sabanas, mientras ella escuchaba todo.

                                                    ÚLTIMA NOCHE

Desperté temprano, el cielo estaba nublado y ventoso, amenazante, no pude meterme a nadar. Benjamín me miraba fijamente, esperando a que le abriera la puerta de la habitación. Recordé lo que había escuchado antes de dormir y el miedo me volvió a consumir. Tenía miedo de lo que pasaría cuando me encontrara a mis padres, ¿qué les diría? Tal vez no debería decirles que los escuché. El inevitable hambre llegó y bajé a buscar las galletas que me habían comprado. Desayuné junto a Benjamín, mi papá fue el primero en salir de su habitación, el resto del día todos nos encontrábamos en silencio. 

Mamá tenía los ojos hinchados y papá fumaba en el patio. Así pasé el último día de mis vacaciones, encerrada en una casa en la que me sentía constantemente acosada por una extraña presencia, incluso hasta en mis sueños. Se me hizo eterno el tiempo que pasamos empacando. Otra vez era media noche y aún no podía dormir, me sentía vigilada, el tik tak del reloj me mantenía alerta y lo único que podía hacer era tener la mirada fija al el techo blanco. Estaba dando vueltas en la cama, hasta que los mismos escalofríos que sentí la primera noche que salí al jardín, me invadieron y en cada respiración que tomaba sentía crecer su intensidad. 

Me encontraba de espaldas a la ventana, y el silencio taciturno invadió mi habitación. La ventana estaba cubierta por cortinas blancas, pero de reojo, pude distinguir claramente la figura de una persona. Una figura humana de cabello largo estaba pegada al cristal, observándome.  Salí corriendo despavorida de mi habitación, bajé las escaleras a tropiezos, para tocar desesperada la puerta de mis padres, rogando que me abrieran. Mi madre fue la que me recibió, consolándome con un abrazo y las palabras “tranquila, solo fue un mal sueño”. Esa fue la última noche que pasamos allí.

A la mañana siguiente, guardé mi ropa en la maleta. Ya en el auto, papá encendió el motor y empezó a conducir. Nadie hablaba, porque ya no había nada de que hablar, solo se escuchaba la radio con los típicos comerciales de mediodía.

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