Line y Kenzou: El comienzo de la tormenta

Line y Kenzou: El comienzo de la tormenta

Sara Elheis

22/08/2023

01 − La caverna de Lum

El vasto continente Silf estaba compuesto de cuatro reinos.

Al sur de Silf, estaba ubicado el más próspero y poderoso de todos los reinos, Firetheria.

En el sureste del reino Firetheria, estaba el territorio de Lum, ampliamente conocido como la región de la nieve eterna. Después de todo, durante el año, los bosques nevados y los lagos congelados eran una vista más habitual que la gran cantidad de mineros extrayendo todo tipo de minerales preciosos de las cuevas cercanas.

Debido a las frecuentes tormentas de nieve que caían y a las feroces bestias, el exterior de Lum era inhóspito para cualquiera que decidiera salir de las murallas fortificadas que protegían las distintas villas, aldeas y pueblos repartidos a lo largo de la región.

Especialmente en invierno.

Por eso, nadie hubiera creído que, durante esa noche cruel de invierno, un hombre cubierto por una capa de gruesa piel negra deambulaba libremente por el Cuerno Boscoso de Lum.

A juzgar de las dos espadas envainadas que llevaba en el cinto, era un espadachín a dos manos.

Lo más llamativo de él era su cabello, tan blanco como la nieve que cubría sus hombros y que caía de manera incesante.

Los ojos azules que ocasionalmente resplandecían con un fulgor rojizo también llamaban la atención, mayormente por la fría agudeza con que observaban su entorno y la intención asesina que emanaban.

Su destino era una cueva que estaba oculta en la cadena montañosa que estaba al final del bosque.

Mientras avanzaba sin inmutarse por el frío, el hombre recordó las palabras que acababa de oír de la Tortuga Negra de Schatten.

“Señor Nagami. Encontré el Anillo de la Cosecha”.

Ese era el nombre del fatídico artefacto que, justo como el nombre sugería, tenía la capacidad de cosechar las vidas de cientos y miles de personas, a cambio de otorgarle a su portador la capacidad de mejorar su propia fuerza.

—Es por eso que lo destruiré —Sentenció para sí mismo.

Al cabo de unos minutos, Kenzou Nagami finalmente llegó a las coordenadas que Tortuga Negra le había dado hacia unas horas.

Cuando vio la entrada de la cueva que llevaba horas buscando, él sonrió para sí mismo mientras desenvainaba una de sus dos espadas.

Entonces, se internó con determinación en el interior de la cueva, que era tan negra como la boca de un lobo.

Pese a la negrura que lo envolvía, Kenzou no tuvo problemas para ver en la oscuridad.

La habilidad visión nocturna que robó a esa quimera realmente era útil en este tipo de situaciones, pensó cuando encontró rápidamente la escalinata que descendía hacia un abismo cuyo final no podía determinar.

Una sonrisa arrogante se filtró en su atractivo rostro cuando empezó a bajar los escalones empinados de la larga escalera que descendía en espiral.

Nagami bajó por casi una hora, antes de finalmente llegar al fondo.

Allí, lo esperaba un largo y estrecho pasillo, en el que apenas cabrían dos personas muy apretadas entre sí.

Él no le dio importancia a ese hecho y, en su lugar, se limitó a avanzar con la cabeza gacha, para no golpearse la cabeza con las estalactitas de hielo que estaban firmemente aferradas en el techo.

Tras caminar por otra hora, él finalmente llegó ante una puerta.

Fue entonces que el pensamiento lo asaltó de súbito.

—Tal vez… Esa información no era verídica del todo…

Al pensar en eso, Nagami suspiró como si fuera una idea lamentable, pero luego sacudió la cabeza de manera enérgica.

Incluso si una emboscada lo esperaba en lugar del famoso Anillo de la Cosecha, eso no tenía importancia.

Con ese pensamiento en mente, el hombre abrió la puerta e ingresó con paso firme en el amplio salón que tenía forma circular.

Al hacerlo, descubrió que no había gente allí.

En su lugar, había un pedestal en el centro de todo.

—Vaya, entonces la información era real.

El hombre silbó alegremente, al tiempo que se acercaba al pedestal y confirmaba con la vista que ahí había un anillo.

Aunque parecía despreocupado, lo cierto era que no había bajado la guardia ni por un segundo.

Más bien, su mano se había aferrado firmemente al mango de la espada que tenía en la mano.

Porque incluso si el lugar parecía vacío, él podía sentir claramente el peso de centenares de miradas asesinas sobre él.

No obstante, él llegó sin problemas al centro de la habitación y se detuvo ante el pedestal, sobre el cual resplandecía un anillo traslúcido.

Al verlo, Nagami terminó de comprender la situación.

Debido a eso, desenvainó la otra espada.

Y así, con una espada en cada mano, realizó una serie de complejos movimientos alrededor de la tarima.

Cuando terminó de ejecutar la danza de espadas, el aire a su alrededor se agrietó.

Mientras cientos de fragmentos de maná se desmoronaban a su alrededor, Nagami finalmente rompió tanto la trampa como la ilusión creada por ese Anillo de las mil ilusiones.

De pronto, se reveló que el vasto espacio a su alrededor en realidad estaba ocupado por quince asesinos que se habían estado aproximando en sigilo hacia él, numerosos guerreros armados hasta los dientes y arqueros que lo apuntaban con sus arcos y flechas.

—Cien… Doscientos… Trescientos… No, son quinientos…

Mientras contaba la cantidad de personas que lo miraban en vilo, el hombre esbozó una sonrisa siniestra.

—Si quieren hacer algo más que calentar mis músculos, vengan todos por mí.

A sabiendas de que la estrategia cuidadosamente planificada había fracasado, todos los que rodeaban al misterioso Kenzou Nagami dejaron de vacilar y se abalanzaron locamente contra él, con la intención de matarlo.

Percatándose de eso, el hombre solitario dejó de contener su intención asesina.

La densa sed de sangre que liberó en el acto amilanó momentáneamente a los asesinos, guerreros y arqueros que pretendían matarlo.

Los preciosos segundos que sus enemigos quedaron congelados, Nagami los aprovechó para abrirse un camino con su danza de espadas, tan ágil como violenta.

Ante su feroz ofensiva, los que pretendían matarlo no pudieron hacer más que chillar como cerdos en el matadero.

02 − El encuentro

Se decía que Lum era la región más peligrosa de Firetheria, y que por eso se le había otorgado al hábil duque Agate.

Pero ningún lugar era tan cruel como las Tundras Glaciales de Lum, que se encontraban en el extremo final del reino y en donde las tormentas de nieve eran frecuentes.

Se sabía que solo había una persona lo suficientemente loca como para vivir allí.

Era la Reina de hielo Line.

Ella había obtenido ese título, no porque fuera la regente de las Tundras Glaciales de Lum, sino por sus habilidades.

De los diez humanos más poderosos del gran continente Silf, ella había obtenido el séptimo lugar gracias a su extraordinaria magia de hielo.

Por primera vez desde que había comenzado el invierno, las Tundras Glaciales de Lum no estaban siendo azotadas por la tormenta de nieve.

Debido a eso, era posible ver a una mujer cubierta por una gruesa capa de piel violeta caminar en la superficie de los campos nevados, sin dejar huella o hundirse en los profundos bancos de nieve. En su mano izquierda, sostenía un báculo de hielo purpúreo.

La mujer tenía una apariencia sencilla: su tez era blanca como la nieve circundante, sus facciones eran delicadas, el largo cabello castaño estaba recogido en un moño y sus ojos violetas tenían una frialdad inusual.

El hecho de que estuviera fuera se debía a que era un día excelente para cazar y obtener ganancias en el pueblo más cercano del territorio Lum, Astrea.

Aunque las Tundras Glaciales eran un lugar inhóspito, eso no significaba que allí no hubiera vida.

Feroces monstruos pululaban por ahí.

Desde los pequeños e inofensivos conejos de nieve hasta los salvajes hiponieves que arrasaban con todo lo que veían en su camino, toda forma de vida salvaje habitaba allí.

Sin embargo, el título de Reina de hielo no había sido obtenido en vano.

Aunque solamente iba armada con el báculo, Line ya había matado una manada de lobos níveos, apaleado unilateralmente a un hiponieve y dejado huir varios zorros árticos.

Por supuesto, ella no cargaba nada porque los frutos de su caza habían sido almacenados en su colgante espacial.

En ese momento, su destino era Astrea, un pueblo cercano a su morada, donde planeaba vender sus presas para reabastecerse.

Después de todo, la Reina de hielo era una persona naturalmente vaga, que odiaba hacer cosas molestas como despellejar animales o cultivar alimentos.

Habiendo tanta gente en la región Lum que estaba dispuesta a hacer ese tipo de actividades complicadas, ¿por qué se molestaría en hacer eso ella misma?

No obstante…

A medida que avanzaba, ella descubrió una anomalía en el campo nevado.

Dos kilómetros más adelante, había un diminuto punto donde la sangre estaba floreciendo y haciéndose cada vez más grande. A pesar de eso, ninguna bestia se acercaba allí.

Presa de su curiosidad innata por tan extraño fenómeno, Line se acercó.

A medida que se acercaba, descubrió que había una masa amorfa de color negro retorciéndose allí.

Pronto, descifró que se trataba de la capa de un hombre gravemente malherido.

De una sola mirada, Line supo que sus heridas no eran las provocadas por una bestia, sino por varias armas humanas.

Durante unos segundos, ella permaneció inmóvil, mirándolo.

¿Quiénes lo herirían con tanta saña hasta dejarlo casi muerto? ¿Sería ese el motivo por el que, a pesar de su condición, se había internado en las Tundras Glaciales de Lum?

Line no necesitaba respuesta para el motivo por el cual nadie lo había descubierto. Para alguien con una alta capacidad de maná como ella, era pan comido ver la poderosa magia de ocultamiento que estaba entretejida en los hilos de la capa.

Esa capa no solo ocultaba el aura, sino que se reconstruía y disimulaba el aroma de sangre. A menos que alguien se acercara tanto como ella, era imposible percibirlo.

—Ah, ¿qué debería hacer…? —Musitó para sí misma, mientras se acercaba más al hombre inconsciente.

Apenas sintió como ella estaba a medio metro de distancia, el hombre intentó reaccionar violentamente.

Line vio como él se aferraba con fuerza a una espada rota que tenía en su mano y se detuvo en su lugar para ver qué más hacía.

Ella alzó una ceja con cautela cuando vio que ese hombre apenas lograba voltearse para apuntarla con el arma quebrada y mirarla con una intensa sed de sangre.

Lejos de sentir miedo, su interés por él incrementó mientras lo detallaba.

Tenía una mata de pelo blanco teñida de rojo debido a una herida en la cabeza que sangraba incesantemente, dándole un aire salvaje a su rostro.

Ella no pasó por alto el hecho de que la ferocidad y el salvajismo de los ojos azules con que la enfocó pronto se diluyó en incomprensión, ni la forma en que, finalmente, bajó la guardia mientras la miraba con aire desconcertado.

—¿Quién… eres…?

Era evidente que ese hombre deseaba interrogarla, pero simplemente no tuvo la oportunidad.

Tanto la sed de sangre que emanaba como la cautela con que inspeccionó sus alrededores se convirtieron en nada cuando perdió la conciencia.

Line no dudó más.

Aunque ella era una mujer cautelosa, su intuición nunca le había fallado.

Ese hombre no tenía malicia hacia ella, así que debía tener una buena razón para su condición actual.

Por lo tanto, se acercó hasta el hombre inconsciente y le forzó una píldora regenerativa en la boca, gracias a la cual sus heridas dejaron de sangrar en el acto.

Tras comprobar que el hombre estaba estabilizado, con un simple movimiento de su báculo, Line convocó una cama de hielo debajo de él, para luego hacerla levitar en el aire mientras desandaba lo andado.

Después de todo, era estúpido pensar en llevarlo a Astrea cuando era obvio que tenía enemigos en la región.

Ante esa perspectiva, solo podía llevarlo hacia su humilde morada.

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