—Dicen que cuando todos los perros de una cuadra empiezan a ladrar es porque el diablo está pasando por ahí —dijo su primo con una sonrisa siniestra en el rostro. Él escuchaba atento cada uno de los relatos de sus primos y no se animaba a contar alguna de las cosas que había experimentado. Habían perdido la noción del tiempo, llevaban hablando por varias horas en la sala de la casa de los abuelos, contando eventos paranormales propios o de terceros, hasta que llegó la hora de despedirse. Era tarde y al día siguiente era día de escuela.

El cielo alumbrado por la luna llena hacía del camino de vuelta a casa el escenario perfecto para que las historias de terror se hicieran realidad. Su mente seguía inundada de todo lo que había escuchado minutos atrás, lo cual no le dejaba prestar atención a la conversación de su familia en el auto.

Al llegar a casa, todos se alistaron para ir a dormir, pero él se quedó en la cocina decidiendo si servirse cereal o freírse un huevo. Por algún motivo seguía teniendo hambre a pesar del cerro de comida que le había servido su abuela, tan típico en ella. Se preparó un huevo frito, abrió un pan francés y se sentó a saborearlo mientras miraba el patio por la ventana de la cocina. En aquel momento recordó todas las veces que había visto a su perro ladrar sin cesar hacia un punto del patio o a uno de sus sobrinos más pequeños saludar a alguien en la misma dirección. Hechos aislados a los que nunca les había dado la importancia debida y que en ese instante abrumaron su cabeza.

Subió con paso apresurado sin prender ninguna luz en el camino. Luego de lavarse los dientes se puso pijama y se echó en su cama cansado. Las cortinas de su cuarto dejaban entrar la luz de los faros de la calle, las cuales alumbraban parcialmente algunas zonas de la habitación. El frío invadió su cuerpo, se cubrió con el edredón hasta el cuello y supo que algo no andaba bien. Reconoció aquel frío que veces anteriores lo había inmovilizado, supo que era cuestión de tiempo para que algo pasara. Fue entonces cuando a lo lejos escuchó ladrar a los perros de uno de sus vecinos. Nada del otro mundo. Aquellos perros lo hacían todas las noches sin falta. De pronto, progresivamente, un desfile de ladridos y aullidos empezaron a sonar por toda la cuadra; incluso su perro lo hacía con más fuerza que otras veces. Recordó las palabras de su primo y el miedo recorrió todo su cuerpo. —Esta vez no me quedaré inmóvil, esta vez no me pasará nada —repetía en su mente. Cerró los ojos y se concentró en dormir.

Reconoció que estaba soñando porque se encontraba corriendo en un bosque, pero ¿de quién huía? Y ¿por qué seguía escuchando el ladrido de los perros? Corría sin rumbo hasta que los ladridos se convirtieron en risas. Risas espantosas y cada una distinta. Llegó a identificar hasta seis risas diferentes que lo aturdían más y más. Temía que aquellas risas se convirtieran en rostros o sombras. Abrió los ojos y estaba echado en su cama. Los perros ya no ladraban. El silencio en su habitación era ensordecedor.

No había sido como en el pasado. No se había inmovilizado. No había visto sombras acercarse a él. Sin embargo, su habitación estaba completamente oscura, ninguna luz entraba de la calle. No había rastro de los faros o de la luna llena. Se levantó lentamente y se sentó al borde de la cama. Estaba muy pesado. Tomó su reproductor de música que reposaba en su mesa de noche y puso cualquier canción que lo distrajera de lo que acababa de vivir. A oscuras y en silencio se volvió a echar. Cerró los ojos concentrándose en la letra de la canción para arrullarse y al abrirlos ya no escuchaba nada. Buscó sus audífonos pero no los tenía en las orejas. No tenía el reproductor de música consigo. El alumbrado nocturno había vuelto a la normalidad y entraba por entre las cortinas, con lo cual pudo ver que su equipo estaba nuevamente en su mesa de noche. Extraño sueño, o pesadilla, que lo había hecho creer que ya había despertado cuando en realidad eso no había sucedido. El interruptor de la luz se encontraba al otro lado del cuarto y la lámpara de su mesa de noche no funcionaba hacía meses. Por eso no le quedó otra que coger el dispositivo para prenderlo y escuchar música.

Se quedó dormido profundamente sin tener recuerdo alguno de haber soñado algo hasta que despertó. No había música, no había reproductor, no había luz de los faros de la calle. Solo la luna alumbraba en ese momento la terrorífica noche que estaba viviendo. Se destapó, sintió su cuerpo más pesado que antes. Se sentó al borde de la cama y pudo percibir nuevamente el frío extremo que lo hizo taparse en un inicio. Esa sensación le permitió reconocer que estaba despierto, que no era un sueño. Se levantó haciendo el máximo esfuerzo. Con cada paso que daba el frío se intensificaba. Tenía que prender la luz cuanto antes, era indispensable que lo hiciera antes que quedara inmóvil y la sombra apareciera. Nunca había percibido su dormitorio tan extenso y nunca lo volvería a percibir igual. Logró llegar a tan ansiado destino y prendió la luz. Estaba temblando. Gotas de sudor de pánico recorrían su frente.

Volviendo a su cama vio su reproductor de música en el escritorio, al lado de su laptop. En ningún momento este había estado en su mesa de noche. Lo tomó y encendiéndolo regresó a su cama cuando lo vio. No era un rostro horrendo o una sombra como veces pasadas. No era algo que podría catalogar como una horrible pesadilla. Era el portarretrato con una estampita de un santo que tenía sobre su mesa de noche, el cual se encontraba boca abajo y apuntando a la pared.

—Tal vez lo tiré durante el mal sueño —pensó mientras buscaba una explicación racional, acercándose para ponerlo en su lugar. No obstante, sabía que un movimiento brusco no hubiera dejado el portarretrato en esa posición, lo hubiera hecho caer al suelo. Lo tomó y observándolo por un instante vio que la estampita estaba arrugada. Antes que pudiera considerar algo más, vio en el suelo una pequeña imagen de un santo que brilla en la oscuridad. La recogió, la colocó entre sus manos y cerrándolas se dio cuenta que no brillaba. La imagen volvió a brillar varias semanas después, lo supo porque las siguientes noches, religiosamente, se dedicó a verificar si lo hacía.

Aquella noche algo volvió a visitarlo. Algo que le afirmó que lo ocurrido en el pasado no habían sido pesadillas, solo preámbulos de lo que realmente le podría suceder. Dicen que cuando todos los perros de una cuadra empiezan a ladrar es porque el diablo está pasando por ahí. Aquella noche de luna llena, los perros ladraron anunciando su visita de entre las sombras. La advertencia estaba hecha. La oscuridad había llegado.

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